Opinión
Hablar en público
No es tarea fácil pararse en una tribuna y dirigirse a un auditorio, para expresar ideas, leer o improvisar un discurso que conmueva o impresione a quien nos dirigimos.
La oratoria no es un don que abunda como maleza en los matorrales, es un privilegio solo reservado para algunos, la facilidad de expresión no se aprende, ni se enseña en ninguna parte, es algo innato que nace con el orador.
No todos tenemos el coraje de poner la cara frente a un público, y mucho menos atrevernos a hablar fluido para convencer con nuestra intervención a las personas que nos escuchan, hablar en público es un reto, más cuando algún espontáneo se atreve a interrumpirnos para que aclaremos algún punto que tocamos en la intervención.
En mi caso particular, sentía terror, se me aceleraba el corazón y lo evitaba en toda ocasión con alguna excusa, sabía que podía hacerlo, me sobraban palabras para expresar y tenía claro lo que había que decir, pero el miedo y la inseguridad me atragantaban, siempre fui un muchacho locuaz, dicharachero y cuenta-chistes en las reuniones sociales, pero hablar en público para tratar asuntos políticos o de interés social, era otra cosa.
Hasta en el colegio cuando teníamos que presentarnos, sentía miedo y cuando se aproximaba mi turno pensaba que no podría hacerlo. Lo mío, no era falta de conocimientos, ni mucho menos ignorancia, era un pánico que no podía dominar, era un estado psíquico que no me permitía hacer lo que yo podía, por temor a quedar en ridículo.
Hace algunos años, se puso de moda en esta ciudad de Valledupar, un seminario creado por un japonés y aquí orientado por un criollo nuestro que él denominó “Caminos”. Estaba basado en principios sociológicos, psicológicos e inspirados en un ser superior, nos encerrábamos desde el viernes en la tarde y sin interrupción alguna finalizaba el domingo, también en horas de la tarde. Allí, al frente de todos, nos obligaban a hablar, que dijéramos cualquier cosa, cuando nos tiritaba la voz o sentíamos no poder continuar, los compañeros nos aplaudían y nos gritaban, tú puedes, tú puedes… De esta manera, todos, uno por uno, teníamos que pasar por esta prueba.
Después de este seminario, mi vida cambió, me atreví a hablar en público y a escribir, ahora en cada reunión hablo, leo mis cuentos y quiero ser el primero en participar. El fantasma del terror en mi interior desapareció, ahora participó en reuniones políticas y casi siempre abro las intervenciones.
Hablar en público, para mí, actualmente, es una delicia y lo disfruto cada vez que lo hago.
Arnoldo Mestre Arzuaga
Sobre el autor
Arnoldo Mestre Arzuaga
La narrativa de Nondo
Arnoldo Mestre Arzuaga (Valledupar) es un abogado apasionado por la agricultura y la ganadería, pero también y sobre todo, un contador de historias que reflejan las costumbres, las tradiciones y los sucesos que muchos han olvidado y que otros ni siquiera conocieron. Ha publicado varias obras entre las que destacamos “Cuentos y Leyendas de mi valle”, “El hombre de las cachacas”, “El sastre innovador” y “Gracias a Cupertino”.
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