Opinión
Los caminos de la memoria
Los caminos de la memoria son sinuosos, muchas veces intrincados. El Nobel de Literatura colombiano afirmó en el epígrafe de sus memorias: “La vida no es lo que uno vivió sino la que uno recuerda…”. Eso, tal vez en la literatura, donde la ficción cabe. Pero lo cierto es que en el plano científico dicha aseveración es un equívoco y constituye grave peligro porque puede aupar a los falseadores, y la verdad no admite sombras.
Tampoco los recuerdos, fijados alguna vez en la conciencia, se presentan ensombrecidos al momento de revivirlos -a no ser que hayan sido afectados por el Alzheimer-. Pero no quiero adentrarme en las honduras de la gestáltica; en cambio prefiero destacar que, enhorabuena, en el año 2009, con ocasión del Bicentenario, el Ministerio de Cultura designó a San Diego como sede del primer Centro de Memoria para el departamento del Cesar, sobre todo por la reconocida trayectoria cultural de este Municipio. La política que impulsa el Mincultura está encaminada, entre otros, “a abrir espacios de inclusión democráticos para garantizar el acceso paulatino de todos los colombianos a los bienes y servicios culturales de la Nación”.
El 09 de agosto del 2010, el Decreto N° 10-0042 le dio vida jurídica. Desde entonces, el Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA es, ante todo, “una estrategia de integración cultural en el territorio, con el fin de recuperar, registrar y salvaguardar la memoria común local, valorándola como parte del patrimonio de dichas comunidades, de manera que puedan difundirla; servirse de ella para pensarse como comunidad, y crear nuevas manifestaciones y expresiones de carácter patrimonial”.
Así, de este modo quedan señalados los objetivos del CEMSA. En primer lugar, poner de manifiesto la importancia de conservar la memoria ancestral de nuestros pueblos. Diríase que una línea de acción permanente en el Centro de Memoria es la recuperación de la historia sandiegana, lo cual nos ha llevado a rebatir la trillada versión de la fundación de San Diego por parte de los hermanos Arzuaga -cosa improbable por demás- y al propio tiempo rehabilitar la figura histórica de Diego Nevado o de Nevado, que después de haber sido militar español al mando de Cristóbal de Almonacid, en el siglo XVII, pasó a ser esclavo de los dichos Arzuaga, siendo que éstos últimos llegaron a las sabanas de Uniaimo un siglo después, cuando aquel ya había muerto.
En segundo lugar, reconocer lugares de expresión cultural en lo municipal y regional. Por eso nuestra acendrada defensa de los bienes patrimoniales sandieganos, del templo parroquial ante todo (prometo una columna donde hablaré del esfuerzo por evitar la demolición de su presbiterio), como lugar privilegiado de la memoria colectiva y corazón palpitante de los mayores acontecimientos de su historia reciente.
Finalmente, valorar y difundir experiencias de apropiación social del patrimonio cultural. Tal es el caso de nuestra gestión para que la ermita de Santa Ana de los Tupes sea elevada a la categoría de Bien de Interés Cultural del ámbito local, porque ella es un monumento a nuestros orígenes. Allí donde hoy se levanta su sencilla presencia, estuvo alguna vez hace siglos el centro ceremonial religioso de los indios tupes, antes del advenimiento de los españoles. Y mucho después, una vez constituida la Encomienda de Tupes, fue testigo del surgimiento del hato de Uniaimo, lugar desde donde empezó a transcurrir la historia sandiegana.
En Colombia, la legislación cultural determina que “La política estatal, en lo referente al patrimonio cultural de la Nación, tendrá como objetivos principales la protección, la conservación, la rehabilitación y la divulgación de dicho patrimonio, con el propósito de que éste sirva de testimonio de la identidad cultural nacional, tanto en el presente como en el futuro” (Ley General de Cultura, Art. 05).
Por eso, al recibir la noticia de que el Consejo Departamental de Patrimonio Cultural, reunido el pasado miércoles 21 de noviembre en sesión deliberativa, emitió el concepto favorable a la declaratoria, previo visto bueno del Ministerio de Cultura, sentimos que algo bueno debe resultar de esta labor, a la que los mandatarios locales -aves de corto vuelo- apenas se dignan prestar atención, como si la memoria local no fuera un efectivo referente identitario de la memoria colectiva.
Se ha dicho que “basta un eslabón roto en la cadena de generaciones para que la tradición se pierda, y con ella nuestra conexión con el pasado”. Tal es el motivo por el cual, más que una sentencia es un hecho cumplido que los pueblos que desconocen su historia repetirán siempre -como una condena- los errores pasados en el futuro. Será por eso, y por la obstinada costumbre de nuestros dirigentes de ignorar los avisos de la memoria, que seguimos dando tumbos en el camino de la construcción de nación, en esta cada vez más -y una vez más recientemente- desmembrada República.
Armando Arzuaga Murgas
Sobre el autor
Armando Arzuaga Murgas
Golpe de ariete
San Diego de las Flores (Cesar). Poeta, investigador, gestor y agente cultural. Profesional en Lingüística y Literatura por la Universidad de Cartagena. Formador en escritura creativa. Premio Departamental de Cuento 2010. Miembro del Café Literario de San Diego. Coordinador del Centro Municipal de Memoria de San Diego-CEMSA. Integrante de la Fundación Amigos del Viejo Valle de Upar-AVIVA. Colaborador habitual de varios medios impresos y virtuales.
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