Opinión
En el país que nacimos
Nos tocó en suerte nacer en un país convulso, violentado desde sus cimientos, una nación con una cultura pluriétnica y multicultural de una riqueza impresionante, con costumbres y tradiciones variadas. Desde siempre han insistido en inculcarnos que somos un país de contrastes, con dos mares, nutrida hidrografía, voluminosa orografía, cinco regiones debidamente delimitadas, con poblaciones diferenciadas entre costeños, andinos, antioqueños, llaneros, indígenas, afros, pastusos que, si bien coexistimos en un mismo país, somos diferentes como si de países y naciones distantes viniéramos, muchas veces sentimos la sensación de ser extranjeros en nuestra misma patria.
Nos tocó en suerte nacer en un país que, desde la Conquista y la Colonia, fue sometido por la fuerza de parte de un invasor que en nombre de su rey y su Dios avasalló poblaciones enteras, lapidó culturas y exterminó pueblos, implantando su lengua, su dios, sus costumbres, un invasor que implantó su relato de dominio que todavía perdura, pues, desde las escuelas y colegios, todavía nos hablan de «La madre patria» y desde los medios nos insisten en el formulismo de llamar «Su excelencia» a ese rey distante.
Nacimos en un país donde nombramos ciudades, plazas, ríos e instituciones con el nombre del invasor, del exterminador, donde todavía le erigimos monumentos a ellos y nos tomamos la sefie al pie de la estatua del personaje invasor, para presumirla en las redes sociales. Nacimos en un país donde le enseñaron al indígena amar la imagen de una deidad que según el relato del invasor revivió los soldados invasores para que exterminaran su propia etnia para demostrarle al pueblo indígena que dios estaba del lado del europeo, relato que se perpetúa y se repite en un Festival.
Vivimos en un país donde se premiaba con días de permisos a los soldados por el número de bajas que hicieran y encontraron que lo más fácil era ajusticiar sin formula de juicio a jóvenes campesinos e indigentes, llegaron incluso a dar premio extra por el número de muertos (arroz chino) en un claro desprecio por la vida humana, en ese nefasto episodio de la historia reciente conocido como «falsos positivos». Subsistimos en un país donde se satanizaba a la juventud que en una marcha de protesta rayaba muros, en tanto que desde el gobierno se azuzaba la fuerza pública para disparar con arma letal al cuerpo del manifestante, e incluso sacarle los ojos a punta de perdigones disparados a la cara.
Nacimos en el país que desvergonzadamente votó contra la terminación del conflicto y prefirió prolongar una guerra de vórtice mortal que todavía nos atenaza. Un país que votó por un Congreso cooptado por los violentos, grupos ilegales y narcotraficantes que aplaudió en el Capitolio a Baez, Mancuso y otros jefes paramilitares que en ese momento todavía accionaban sus armas contra el pueblo colombiano y los congresistas le hacían la venia dándoles un tratamiento de «padres de la patria».
Nacimos en un país donde la gente pobre marcha al lado de los ricos en contra de las reformas que le pueden aliviar de su pobreza, vivimos en un país donde las EPS se roban los dineros de la salud y la gente muere por falta de atención médica, mientras sus familiares marchan defendiendo dichas organizaciones criminales que le niegan la salud a su propia familia. Nacimos en un país donde la mayoría de los jóvenes por falta de recursos no pueden acceder a la educación superior, en tanto que sus padres marchan en contra del gobierno que propone la gratuidad en la educación superior.
Un país difícil de descifrar, donde un trabajador o una persona con un oficio modesto, que vive y se alimenta de lo que produce en el día a día, marcha y se pronuncia en contra de la reforma laboral y pensional, argumentando que eso quebrará las empresas, como si la caída de la reforma laboral les hubiera liberado a ellos del pago de horas extras, dominicales y feriados para unos empleados que no tiene en una empresa que tampoco tiene. Un país con pobladores de la tercera edad, sin trabajo, sin haber nunca cotizado para pensión y que marcha contra las reformas que le asegurarían una vida digna y subvencionada en los últimos años de su existencia.
La verdad vivimos en países diferentes con gentes diferentes, los que vivimos en Colombia y vemos como el gobierno anterior desfinanció el fonde de estabilización del precio de los combustibles y el que sin tener ni un carro de mula se queja del costo de la gasolina. Definitivamente hay los que vivimos en la Colombia real, la Colombia profunda, desigual e inequitativa y que queremos que cambie y quienes viven en Narnia ese mundo fantasioso creado por Clive Staples Lewis, donde todo es chévere y bacanería pura, donde todo está bien y nada debe cambiar.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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