Opinión
El humor y la ironía
¿Por qué se han vuelto tan escasos el humor y la ironía en nuestra prensa escrita? En la radio y la televisión, donde todavía existen espacios humorísticos, las groserías son más abundantes que las sutilezas, y las evidencias más aplaudidas que los sobreentendidos.
Nuestro humor es cada vez más ofensivo. Es como si nuestra sociedad, atrapada en frustraciones colectivas, no fuera capaz de darse el inteligente sosiego de mirarse a sí misma. Lo que llamamos humor es a menudo un navajazo en la yugular del adversario. No lo hiere de muerte, pero lo obliga a una respuesta instintivamente más letal: el insulto o la matonería.
La ironía, que hiciera parte del talante liberal de las primeras élites colombianas, es ahora entendida como una agresión y no como "burla fina y disimulada". La figura retórica consistente en "dar a entender lo contrario de lo que se dice" ha sido pervertida por la grosera literalidad de la política, que pervirtió, a su vez, el humor de los ciudadanos.
No nos extrañe, pues, que, ante los micrófonos, un expresidente le responda a su interlocutor expresidente que no le venga con ironías, como si, en el diálogo de personas que uno supone inteligentes, estuviera prohibido ese fino recurso de la argumentación, más aconsejable, más pedagógico que la respuesta crispada y desafiante.
Nuestro humor ha dado un salto hacia abajo y se ha quedado confinado en el chiste. El éxito memorable de Jaime Garzón y sus libretistas fue haber conseguido que un país de chiste se viera en el espejo de sus parodias y críticas. Gracias a esto, Garzón mantenía civilizadas relaciones sociales con quienes representaba. Menos, por supuesto, con sus asesinos.
El éxito del maestro Osuna, de Vladdo o Matador, por ejemplo; de la tradición de caricaturistas de nuestros diarios a lo largo del siglo XX, es una negación del "humor" que ha ganado puntos entre los colombianos, más áspero a medida que nos hemos ido hundiendo en la intolerancia y la violencia.
Por lo general, cuando pretendemos responder con humor, lanzamos un golpe bajo, que busca la postración del contrincante. Entre nosotros -en el periodismo, en nuestras vidas- se ha vuelto casi imposible el cultivo de la pasión crítica sin que nos caiga encima el peso de censuras políticas o morales.
Hay episodios de la vida pública colombiana que agotan la argumentación razonable y se quedan en el punto muerto del "eso es lo que usted piensa". Pues es en este punto cuando el humor y la ironía tienen un alto valor pedagógico. Por ejemplo: en la empresa contrarreformista del Procurador y en la lotería amañada de su reelección; en el nudo de ridículas justificaciones de los congresistas cuando aprobaron y luego abortaron la reforma política, lo único que han abortado por unanimidad.
El humor y la ironía sirven para sacar del impasse a una bestia que se nos empantana a menudo: la discusión privada o pública. En esas circunstancias, nada como aceptar que, si no se puede "cambiar" al interlocutor, lo mejor sería cambiar de tema.
En Colombia se confunde a veces la pasión crítica con la pasión cítrica. Cosechamos en un terreno sembrado de plantas venenosas, en la fértil parcela de las amarguras. Por eso, la ironía, un grado superior de la tolerancia, no goza de prestigio. Lo que entendemos por franqueza y sinceridad, valores que se vinculan a lo "varonil" y, por lo tanto, al imaginario machista, no son sino expresiones primarias del diálogo, desafíos camorreros que cierran la posibilidad de seguir dialogando.
Oscar Collazos
Acerca de este artículo: “El humor y la ironía” de Oscar Collazo, publicado el 5 de diciembre del 2012 en el periódico El Tiempo, fue reproducido en PanoramaCultural.com.co con la autorización de su autor.
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