Opinión
Marcha hacia Venezuela
En estos tiempos movidos por los vientos electorales, podemos evidenciar que el mayor capital con el que cuentan los aspirantes a los distintos cargos de elección popular, es la amnesia colectiva de la que sufrimos los colombianos.
El fantasma del castro-chavismo, un término acuñado por los políticos tradicionales para infundir el miedo sobre los electores, fue destronado por las fuerzas de la voluntad popular, y que, a través del transcurrir de los días, hemos evidenciado que el voto sin maquinaria llevó a un nuevo paradigma en la política colombiana y que a él se sumaron también viejos políticos en un reencauchamiento en el que cambiaron su discurso tradicional para vestirse de progresistas.
Sin embargo, no son las reformas impulsadas por el nuevo Gobierno nacional las que nos abren camino hacia un parecido con el modelo de gobierno del vecino país de Venezuela, son las Marchas, las que nos invitan a ello y siguen ocurriendo en el país de las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo.
El derecho a la protesta como mecanismo de expresar inconformidad, no debe trascender a vulnerar los intereses ajenos de quienes no tienen la responsabilidad ni la capacidad de darle solución a los problemas que motivaron el descontento social. Así que, si no es mediante la creación de una norma que regule esta manera de expresarnos, nuestra sociedad motivada muchas veces por el odio que expresamos desde la oposición, el gobierno, los medios, centrales obreras, vamos marchando a escribir una nueva página en los libros de la historia contemporánea, como la nación de las flores las esmeraldas y el café, terminamos deambulando descalzos por el mundo.
La obstrucción de vías nacionales, la parálisis del transporte urbano, el cese de las actividades en puertos terrestres, aéreos y acuáticos, en nada ayudan en la búsqueda de soluciones a los problemas que nos invitan a marchar, todo lo contrario. Estas prácticas conducen al encarecimiento de todos los productos que se mueven a través de los distintos medios de transporte con los que contamos en nuestro país y que, finalmente, tenemos que pagar a un mayor costo.
Es en contra de esa amnesia colectiva, por la que debemos marchar desde nuestros oficios, contribuyendo al desarrollo del país. La experiencia padecida por nuestros vecinos debe invitarnos a la reflexión, que por muy justo que parezcan los motivos, se debe evaluar el daño que se le ocasiona a la economía, que es el motor que dinamiza una sociedad,
De nada le sirvieron las reservas, ni los petrodólares con los que el chavismo chantajeaba al mundo, hoy ese pueblo hermano añora los años de su bonanza petrolera, pero el despilfarro, la corrupción, los ceses laborales, tienen al gran lago de Maracaibo, convertido en una fétida masa de agua tejidas bajo su fondo, por un sin números de tuberías, semejante a una olla de espaguetis que expele el mal olor, en un símbolo del repudio al que nos puede llevar el odio, la avaricia por el poder.
Salir e invitar a marchar no es un carnaval, ni mucho menos es el cambio de camisetas, es la irresponsabilidad de quienes motivados por continuar o conquistar el poder, nos están conduciendo hacia el acantilado de lo desconocido, o más bien al rumbo de la nación que un día fue el símbolo de la esperanza para muchos latinoamericanos y que en la actualidad es un espejo en el que ninguno quisiera verse.
Nerio Luis Mejía
Sobre el autor
Nerio Luis Mejía
Pensamientos y Letras
Nerio Luis Mejía es un líder comunal, defensor de los Derechos Humanos, quien ha realizado de manera empírica un trabajo de investigación acerca de las causas que han propiciado -y siguen alimentando- el conflicto armado y social colombiano. Mediante sus escritos, contextualiza las realidades territoriales.
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