Opinión
Una historia sin final
"He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, he mantenido la fe." [2 Timoteo 4,7]
Pedro José Mieles Pontón, mi cuñado, es un hombre de carácter fuerte y rígido; rara vez se le vio reír. A pesar de ser así, acudía a las reuniones familiares todos los diciembres en el pueblito donde se crio, un pueblo incrustado en la cordillera oriental. Allí, realizaban ferias y festejaban las fiestas patronales de la virgen de la Lajita.
Lo conocí porque el destino me llevó hasta allá. Yo fui siguiendo la huella de su hermana, la verdad estaba enamorado perdidamente de esa mujer. Después de seis meses de novios me encontraba subido en un camión de cervezas con destino a esa población de Norte de Santander. Solo existía una flota que salía de Bucaramanga y ya había pasado por Primavera, la vereda donde yo estaba esperando el dichoso bus.
Cuando llegué a aquel municipio, muy hermoso por cierto, me bajé en la plaza principal. Allí me esperaba una cuñada, quien fue la que me llevó hasta la casa materna donde se encontraba reunida toda la familia para conocerme.
En esa reunión familiar, había seis hermanos: tres hombres y tres mujeres. Una de ellas era mi novia, y también estaban presentes mi suegro y mi suegra. La atmósfera estaba llena de expectación y emoción, ya que era el momento en el que oficialmente me presentaba ante la familia de mi futura esposa. Durante la velada, compartimos anécdotas y risas, y poco a poco fui sintiéndome más cómodo en su compañía. A medida que la noche avanzaba, pude apreciar la calidez y la hospitalidad, lo cual me hizo sentir bienvenido.
Con el tiempo, fui integrándome más en la vida de esta encantadora familia, creando lazos y forjando recuerdos inolvidables. Aquella noche marcó el inicio de una nueva etapa en mi vida, llena de amor, complicidad y el aprecio por aquella parentela que me recibió con los brazos abiertos.
Al día siguiente de haber conocido a mis cuñados, Pedro José me invitó a un billar del pueblo donde compartimos unas cervezas. Durante la charla, me contó algunas anécdotas de su vida y me confesó que nunca había tenido una relación formal o duradera con una mujer. Reconoció que él era el culpable debido a su genio temperamental, que había sido un obstáculo para mantener una relación estable.
Mientras hablábamos, pude notar una faceta diferente de Pedro José, una parte más vulnerable y sincera que no se había mostrado en las primeras impresiones. Comprendí que detrás de su aparente carácter fuerte, había miedos y dudas que lo habían llevado a evitar comprometerse emocionalmente.
Con el tiempo, le propuse matrimonio a mi novia, nos casamos y las visitas al pueblo se hacían más constantes. Una cosa particular que noté en esa familia fue que todos eran docentes, excepto Juan, quien tenía el trabajo de operador eléctrico del municipio. Luego, otro hermano de Pedro llamado Antonio siguió estudiando derecho y llegó a ser alcalde del Municipio.
Cuando llegó nuestro primer hijo, Pedro ya tenía dos con mujeres diferentes. En realidad, mi suegra, hablaba mucho con él sobre el tema y le aconsejaba que reflexionara sobre su vida, que no era bueno tener hijos así y que, con el tiempo, podría convertirse en problemas. Pero Pedro nunca escuchó a su mamá y siguió con su vida libertina.
En esa manera de vivir sin tener un hogar formalmente realizado, Pedro tuvo seis hijos en total, dos mujeres y cuatro hombres. Tristemente, uno de esos hijos vivió resentido con su papá y no aceptó ser registrado por él.
Los años fueron pasando y falleció mi suegra debido a un cáncer. Esto prendió las alarmas en la familia, pues por primera vez se enfrentaron a un acontecimiento de dolor de tal magnitud. Tiempo después, a una de mis cuñadas también le diagnosticaron cáncer, una enfermedad terrible que, al final, le costó la vida.
Pedro vivía, a diferencia de sus hermanos, una vida como de ermitaño. Muchas veces me contaba de sus soledades y sus tribulaciones, pero seguía en las mismas, ya era algo normal pues en esa vida escogida por él, le conocí varias relaciones cortas donde sólo se cuidaba de no volver a tener hijos.
Una vez, en el funeral de mi cuñada, Pedro me comentó que la vida había sido injusta con ella. Era una buena mujer dedicada a su hogar y a su familia, y sentía que hubiera sido mejor morir él en lugar de su hermana, debido a que llevaba una vida desordenada. Estaba reflexionando sobre todo el tiempo que le había tocado vivir sin el calor de un hogar, lejos de sus hijos que, para ese momento, ya estaban crecidos.
Pedro nos visitaba frecuentemente en Valledupar, lugar donde actualmente vivimos. Cada vez que venía, traía una novia diferente y recorríamos varios sitios de la costa. Para entonces, ya notaba una mejor interacción de él con sus hijos, pues me hablaba mucho de ellos.
Al principio de sus actividades en la docencia, tampoco tuvo una vivienda estable. Recorrió varias poblaciones de Norte de Santander haciendo permutas, para finalmente llegar a Cúcuta, donde se estableció.
La última calamidad de la familia se presentó hace poco: el deceso de mi suegro, quien murió de un infarto fulminante, motivo por el cual nuevamente se reunieron en el pueblo para darle cristiana sepultura a su padre, otro acontecimiento de mucho dolor.
Para los hermanos de Pedro no ha sido fácil tratarlo verbalmente, pues siempre ha sido necesario saber cómo llevarlo. En una conversación, por ejemplo, su carácter fuerte predominaba a tal punto que preferían evitar discutir para no llevarle la contraria.
A veces, la vida nos tiene preparado un desenlace diferente al que normalmente tenemos pensado: llegar a la vejez al lado de nuestros seres queridos, estar tranquilos y disfrutar los últimos días en paz y bien. Pero no, Pedro fue sometido a una operación de emergencia de alto riesgo en una clínica de Bucaramanga. Su postoperatorio fue delicado, y sus hermanos siempre estuvieron pendientes de él, al igual que sus hijos.
Desde un principio, pretendía que no lo visitaran y cogía rabia porque sus hermanos estaban presentes. Sin embargo, recapacitaba y aceptaba la visita.
Unos días después le dieron de alta y siguió su vida normal. Según los galenos, la operación fue un éxito y él continuaba acudiendo a controles donde los resultados eran satisfactorios, lo cual tranquilizaba a la familia en general.
En algunas conversaciones que tuve con Pedro, me manifestaba que presentía que tenía algo, que su salud ya no era igual a la de antes. Hace poco, se le presentaron unos dolores fuertes en las piernas y el cuerpo, por lo que lo trajimos a Valledupar para hacerle unos exámenes. Desafortunadamente, los resultados no fueron satisfactorio, y se le diagnosticó cáncer.
Ahora se encuentra en Cúcuta sometido a radiaciones y quimioterapias que no quería dejarse hacer, sus hijos pendientes de él, atentos a su situación rodeado de su familia de sus hermanos, él no quiere que lo visiten, a preguntado por la eutanasia y le pide a Dios que si no tiene calidad de vida que se lo lleve pronto, y yo le dije: “Dios no se lleva a nadie, Dios recibe, su misericordia es muy grande”.
Los especialistas oncólogos le dijeron a su familia que no había nada que hacer, y ahora todos estamos esperando un milagro, orando y pidiendo que sea su Santa voluntad. En estos momentos, lo ingresaron a urgencias por una recaída y yo estoy escribiendo su historia en vida, porque no quiero hacerlo después de que muera.
La vida de Pedro se desenvolvió entre luces y sombras, él descubrió que la adversidad y los desafíos no siempre se podían evitar, pero sí se podían enfrentar con valentía y determinación. A través de sus altibajos, Pedro aprendió el valor de la familia y la importancia de la cercanía emocional con sus seres queridos.
En su lucha contra la enfermedad, ha encontrado el coraje para afrontar sus miedos y la fuerza para aceptar la ayuda y el apoyo de su familia. Aunque el destino le presentó obstáculos inesperados, Pedro abrazó cada momento de su vida y reconoció la importancia de vivir cada día con gratitud y amor.
Así, mientras el futuro permanecía incierto, Pedro encontró la paz en el presente y una nueva apreciación por la vida que le rodeó. Su historia quedó grabada en el corazón de quienes lo amamos, y su legado perdurará como un recordatorio de la fortaleza humana y la importancia de valorar cada instante que se nos regala.
Y así, la vida de Pedro continuará en mis recuerdos, en una mezcla de alegrías y tristezas, de retos y de esperanzas, como un cuento en constante evolución, cuyo desenlace sólo el tiempo podrá revelar.
Fin.
Luis Carlos Guerra Avila
Tachi Guerra
Sobre el autor
Luis Carlos Guerra Ávila
Magiriaimo Literario
Luis Carlos "El tachi" Guerra Avila nació en Codazzi, Cesar, un 09-04-62. Escritor, compositor y poeta. Entre sus obras tiene dos producciones musicales: "Auténtico", comercial, y "Misa vallenata", cristiana. Un poemario: "Nadie sabe que soy poeta". Varios ensayos y crónicas: "Origen de la música de acordeón”, “El ultimo juglar”, y análisis literarios de Juancho Polo Valencia, Doña Petra, Hijo de José Camilo, Hígado encebollado, entre otros. Actualmente se dedica a defender el río Magiriamo en Codazzi, como presidente de la Fundación Somos Codazzi y reside en Valledupar (Cesar).
1 Comentarios
Excelente. No solo muy buena historia, si no excelentemente escrita
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