Opinión

A Serpa le robaron el turno

Eddie José Dániels García

22/11/2023 - 01:15

 

A Serpa le robaron el turno
Horacio Serpa, un político colombiano de talla presidencial / Foto: Confidencial Colombia

 

Horacio Serpa Uribe, igual que el doctor Álvaro Gómez Hurtado, partió para la Eternidad llevándose a cuestas tres derrotas presidenciales. Sin embargo, fue tanta su figuración e influencia en el escenario político nacional, que siempre causó la impresión de haber sido presidente de la República. Y esta fue la aureola que lo acompañó desde que se inició en la vida pública a mediados de los años setenta, cuando ocupaba la Presidencia Alfonso López Michelsen, tras haberse cumplido el amañado periodo del Frente Nacional. Desde esa época, su imagen comenzó a calar profundamente en el universo colombiano, que, muy pronto, las expresiones “Serpa tiene talla presidencial” o “Serpa es un presidenciable”, se convirtieron en fórmulas objetivas y espontáneas del sentimiento popular. En esos tiempos, no hubo un solo colombiano que no hubiera apreciado el liderazgo natural, la formidable convicción liberal y el insuperable talento oratorio, que lo caracterizaban. Horacio Serpa Uribe, junto con Luis Carlos Galán y Alberto Santofimio Botero, hicieron parte estelar de la trilogía de los grandes oradores, ajenos a la demagogia y al populismo, que ennoblecieron los recintos del Congreso de Colombia en las últimas décadas.

No obstante, a Serpa lo enredaron y le robaron el turno para ser huésped de la Casa de Nariño. Y algo que influyó en esta trapisonda, orquestada por la oligarquía bogotanoliberal, según se comentó y se sigue comentando, fue su origen humilde y la universidad popular donde había obtenido el título de abogado: sus padres habían sido un empleado público y una maestra de escuela rural, y se había graduado de abogado en la Universidad del Atlántico. “Yo me gradué en una universidad eminentemente popular”, solía enfatizar Serpa cargado de orgullo. El turno que, habilidosamente, le robaron Serpa para la Presidencia de Colombia, fue el turno que le entregaron a Ernesto Samper, 1994-1998. En ese momento, Samper no tenía ninguna tradición política que le sirviera para investirse como presidente de la República. Se había iniciado como jefe de la campaña releccionista de Alfonso López Michelsen en 1982, donde éste fue derrotado por Belisario Betancur. Pero, le sirvió el triunfo del amagueño, porque, inmediatamente, fue nombrado embajador ante la ONU, donde permaneció dos años. Luego fue elegido diputado a la Asamblea de Cundinamarca en 1984 y Senador de la República en el periodo de 1986–1990.

Ernesto Samper estaba arropado con las ramas de un frondoso árbol genealógico, perteneciente a la rancia oligarquía bogotana, que viene haciendo tránsito en la política colombiana desde mediados del siglo XIX. Era bisnieto de Miguel Samper Agudelo, destacado político, escritor y periodista, que fue candidato a la presidencia en 1898 por el partido Liberal, en formula con el general Foción Soto Villamizar, y fueron derrotados por la dupleta de ancianos, Manuel Antonio Sanclemente y José Manuel Marroquín, del partido Conservador. Samper era, además, el protegido de los “muebles viejos”, Alfonso López Michelsen y Julio Cesar Turbay Ayala, quienes armaron sus componendas para que fuera escogido presidente de la Dirección Nacional Liberal en 1987. Luego, cuando el oportunista de Cesar Gaviria fue elegido presidente en 1990, influyeron para que éste lo nombrara ministro de Desarrollo, y tras haber permanecido dos años en esta cartera, en 1993 salió del ministerio para viajar de embajador a España. En esos tiempos, algunos consideraban que esta embajada era la antesala para ser presidente de Colombia. Ya, en este momento, la corrupta oligarquía liberal había decidido que Samper sería el candidato en 1994.

Con la alianza “turbolopista”, apoyando el nombre de Samper, le robaron, olímpicamente, el turno a Horacio Serpa, quien cargaba en los hombros una tradición política de casi treinta años, que había iniciado como juez promiscuo en Tona, Santander en 1966, aún sin haber obtenido el título de abogado en la universidad barranquillera. “Serpa mordió el anzuelo y se dejó engañar”. Hábilmente, López Michelsen, imitando las artimañas de su padre, Alfonso López Pumarejo, en los tiempos de la republica liberal, lo convenció de que le cediera el turno a Samper y aplazara sus aspiraciones para 1998. “Con toda seguridad, el liberalismo izará las banderas en torno a su nombre”, le dijo el antiguo protagonista del “mandato claro”. Como buen demócrata, Serpa aceptó la oferta y declinó sus aspiraciones. El único que no estuvo de acuerdo fue el expresidente Virgilio Barco, quien, padeciendo los asomos de su mal de Alzheimer, alcanzó a decir: “Para mí el candidato liberal debe ser Horacio Serpa”. Samper participó en la consulta liberal, que se realizó el 13 de marzo de 1994, junto con otros seis aspirantes: Humberto de la Calle, Rodolfo González, David Turbay, Carlos Lemos, Carlos Lleras de la Fuente y Gloria Gaitán.

Y, por supuesto, Samper ganó la consulta. Enseguida fue rodeado por los otros aspirantes, quienes habían acordado apoyar al ganador, menos Gloria Gaitán, que decidió probar suerte en las presidenciales.  El 29 de mayo se disputó la Presidencia con 17 candidatos más y sus respectivas fórmulas. Entre ellos, figuraban Enrique Parejo González, Antonio Navarro Wolf y Regina Betancourt de Liska, una señora semichiflada que tuvo por hobby aspirar varias veces a la Presidencia. Desde que empezaron a utilizarse los tarjetones electorales en 1990 con el convenenciero de César Gaviria Trujillo, el de 1994 ha sido el tarjetón más numeroso: 18 aspirantes. Como podemos apreciar, en esa época, lanzarse a la Presidencia, era tan fácil como aspirar al Concejo de Toluviejo. Pero, “El bojote”, como era llamado Samper en ese entonces, no alcanzó a ganar en la primera vuelta. El domingo 19 de junio se disputó la segunda vuelta con Andrés Pastrana Arango, del conservatismo, a quien derrotó con una notable superioridad de votos. Y a los pocos meses de haberse instalado en la Casa de Nariño, Andrés Pastrana hizo públicos los “narcocasetes”, que dieron origen al “Proceso 8000”, un cuento supertrillado, que todo el mundo conoce.

En el nuevo gobierno samperista, Serpa fue premiado con el ministerio del Interior, cuyo nombre antiguo ‘ministerio de Gobierno’ había sido cambiado por la constitución del 91, de la cual Serpa, junto con Álvaro Gómez Hurtado y Antonio Navarro Wolff, habían sido presidentes. Pero, muy pronto, la luna de miel de Serpa en el mininterior se vio interrumpida por el escándalo que levantaron los “narcocasetes” y, a partir de ese momento, tuvo que convertirse en el “escudero del Presidente”. Sabiendo de sobra que Ernesto Samper estaba seriamente comprometido en el escándalo financiero de su campaña, Serpa se declaró su defensor a ultranza para tratar de justificar la inocencia de su jefe. Fueron muchos los debates, bastante encendidos, que adelantó en el Congreso cuando Samper fue acusado ante la Cámara de Representantes. “Que renuncie el Presidente, mamola”, fue una de las frases que hizo historia en esos tiempos y la que más transitó en el universo popular. Muchos analistas aseguran que esta actitud entreguista de Serpa, sin medir consecuencias, fue el germen que originó las tres derrotas consecutivas que sufrió en 1998, 2002 y 2006, en su aspiración a la presidencia de Colombia.

“El pueblo le cobró a Serpa haber defendido a Samper” era el trino, aunque en esa época aún no habían aparecido las redes sociales, que más circulaba en la boca de los colombianos. Sin embargo, Serpa se sentía seguro de su compromiso con el jefe y pensaba que esta actitud, sostenida con toda su fortaleza, sería la llave que le abriría las puertas de la Casa de Nariño. Contaba, además, con el respaldo inequívoco de la tenaza turbolopista, de acuerdo con la promesa que la habían hecho a comienzos de 1994, cuando le robaron el turno. Pero, no le fue tan fácil conseguir la candidatura. Como era natural, otros precandidatos liberales, que aspiraban a una consulta popular, asomaron sus narices: María Mercedes Cuéllar, Juan Manuel Santos y Juan Guillermo Ángel. No obstante, López Michelsen desbarató la idea de la consulta y propuso que se realizara una Convención Nacional para elegir el director único del partido Liberal, y quien resultara ganador sería el candidato oficial del liberalismo. La Convención se realizó el 25 de enero de 1998 y Serpa, por supuesto, resultó ganador. Se convertía, de acuerdo con los cálculos de López Michelsen, en el candidato único del liberalismo a la Presidencia de Colombia.

Serpa se lució en su campaña presidencial, recorriendo el país y agitando “el trapo rojo”. Ganó en la primera vuelta electoral, realizada el domingo 31 de mayo, pero no alcanzó más del 50% de los votos.  Sin embargo, fue derrotado por Andrés Pastrana Arango en la segunda vuelta, el domingo 21 de junio, quien le sacó casi 500 mil sufragios de diferencia. Ese día, habló ante las cámaras y aceptó complacido y con denuedo su derrota. Enseguida, se dedicó a fortalecer su imagen, y, tras un receso de descanso, inició nuevamente su protagonismo para aspirar por segunda vez a la Presidencia en el 2002. Derrotado el “gran Partido Liberal” como decía mi papá cada vez que se tomaba sus alcoholes, López Michelsen, firme en su promesa serpista, recurrió a sus artimañas politiqueras para apartar del camino al profuso abanico de politiqueros, aspirantes a ocupar la jefatura del Estado. Consiguió que Serpa fuera nuevamente candidato único del liberalismo a la Presidencia en el 2002 y el 2006. Pero tacó burro: “su pupilo” fue derrotado por Álvaro Uribe Vélez en la primera vuelta de ambas elecciones: el domingo 26 de mayo de 2002 y el domingo 28 de mayo de 2006. En ambos comicios su caudal de electores fue irrisorio.  

Lo curioso de este episodio fue que Serpa había sido derrotado por un “serpista”, así como lo había afirmado el mismo Uribe Vélez, recién llegado de Londres en el 2002: “Vine a apoyar la candidatura de Serpa”. Recuerdo que, en la campaña de 2006, cuando el antiguo líder emerretista, frisaba 93 años de edad, con el ahínco de conseguir el triunfo de Serpa, se aventuró a salir con él a la plaza pública. Estaba convencido de que aún contaba con el respaldo del sentimiento popular que le había dado el triunfo presidencial en 1974. A comienzos de abril, visitó a Sincelejo en plena campaña serpista y, sobre la una de la tarde, habló en la plaza Olaya Herrera, la cual ardía con un sol abrasante. Apenas expresó los vocativos de rigor, alguien, para proteger al anciano, le puso un sombrero vueltiao. Se lo quitó, lo arrojo a la multitud y exclamó con su voz parsimoniosa, como silabeando las palabras: “Yo no necesito sombrero para hablar en la plaza de Sincelejo”. También intervinieron ese día, Cesar Gaviria Trujillo y Rodrigo Rivera Salazar, otro eterno aspirante, a quien López Michelsen había turnado para que fuera el candidato en el 2010. Lejos estaba “el mueble viejo” de pensar que ese turno sería para el otro maromero de la oligarquía bogotana: Juan Manuel Santos Calderón.

Yo voté por Serpa en sus tres aspiraciones, no porque yo fuera liberal, sino porque siempre admiré sus grandes cualidades: era un verdadero estadista. Un hombre convencido de sus principios, de una tremenda estructura social y gran defensor de sus ideales democráticos. Conocía, como las rayas de sus manos, los grandes problemas sociales de Colombia y tenía un carisma peculiar para llegar a las masas. Había sido líder estudiantil en la Universidad del Atlántico, y tenía una sólida experiencia política y administrativa que, en el 2006, sumaba cuarenta años, la cual había sido adquirida, desempeñándose con altos cargos en las tres ramas del poder público. Todos los colombianos que lo conocieron y lo calibraron saben que fue un personaje sobrado de lote. Su único error, y que lo reconoció en las postrimerías de su vida, fue haberse dejado engañar por la alianza turbolopista para declinar el turno que le correspondía en 1994. Sin embargo, partió para la Eternidad, llevándose la concepción de que había sido presidente de Colombia. El 31 de octubre de 2020, cuando el país atravesaba el peor momento del mortal coronavirus, Colombia se sorprendió con su repentino fallecimiento. Frisaba 77 años de edad. Había nacido en Bucaramanga el 4 de enero de 1943. 

 

Eddie José Daniels García 

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

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