Opinión

Nostalgia por el vecindario

Diógenes Armando Pino Ávila

24/11/2023 - 01:25

 

Nostalgia por el vecindario

 

El territorio se compone de imágenes, paisajes, olores, colores, sabores, costumbres, tradiciones, dichos, rezos, creencias… En fin, la concepción de territorio encierra toda una serie de factores amalgamados en la cosmovisión y cosmogonía de los moradores de un espacio habitado por individuos que no sólo comparten un tiempo y un espacio territorial, sino que comparten códigos sociales que les hace reconocerse así y a sus pares dentro de ese espacio.

Desde niño viví inmerso en ese espacio y ese tiempo, compartiendo con mis paisanos esos códigos, pero ni ellos ni yo teníamos consciencia de lo que significaba, del valor del territorio y como nos signaba haciéndonos iguales y parecidos con nuestros vecinos pero, al mismo tiempo, nos llevaba a reconocer las diferencias entre los foráneos y nosotros, es decir, en el subconsciente quedaba grabado que los habitantes del territorio en términos socioculturales éramos, y somos, una mismidad, pero, también quedaba grabada como una enseñanza indeleble, el que cohabitábamos ese pedazo de patria con otros habitantes que venían de otros lares y que, esa otredad había que reconocerla y respetarla.

No sé si el citadino haya sentido los sentimientos encontrados de ver cómo el crecimiento, desarrollo, el progreso y el comercio transforma y modifica los usos de suelos en el territorio. En los pueblos-pueblos, sobre todo en los del Caribe Colombiano sí se siente y se sufre, por lo menos yo lo siento y lo sufro, al ver que estos nuevos usos del suelo, no sólo cambian la producción y la propiedad de los medios de producción, sino que transforman la cultura vernácula en un proceso acelerado que hace que las nuevas generaciones, sin conocer la cultura propia, asuman culturas extrañas.

Fui criado en un caserón de bahareque, techo de zinc, con un amplio patio poblado de frutales, esta casa que heredó mi madre de parte de mis tías abuelas, está situada en el centro del pueblo, nuestros vecinos, eran comerciantes, ganaderos y finqueros, cuyos hijos y nietos en esos comienzos ya hacían diferencia de posición económica, asistían a colegios privados, vestían diferentes, jugaban con sus pares, en fin, situaciones propias del ingreso económico de sus padres. A pesar de todo, el vecindario era agradable, cada cual se reunía con sus pares, yo salía a jugar por las noches a la calle siguiente donde vivían mis abuelos, quienes, a pesar de ser ganaderos, eran campesinos del pueblo, iletrados y sin ínfulas de grandeza.

De ese vecindario solo quedan las casas, algunas modificadas, ya no es residencial, ahora en todas las edificaciones hay locales comerciales y un flujo de personas y motos que circulan con algo de desorden por la calle. Los vecinos se han mudado a otras ciudades alguno en pos de negocios, otros por la educación de sus hijos y algunos pocos por que el pueblo ya les parecía poca cosa para ellos. Los vecinos de entonces que se resisten a mudarse, han convertido la parte delantera de sus casas en locales comerciales de alquiler y ellos y su familia viven en una especie de reclusión y aislamiento voluntario en la parte trasera de la casa, con un estrecho corredor y una puerta hacia la calle que les permite entrar y salir.

Yo visitaba a diario mi casa materna, iba en la mañana, a medio día, en la tarde y por las noches, bajo cualquier pretexto para conversar con mamá y de paso probar su comida, pues amaba su sazón. Muerta mamá, seguí asistiendo a la casa, pero desde que empezó a poblarse el vecindario con locales comerciales, siento un sentimiento ambivalente entre nostalgia, pesar por la transformación del entorno y sus consecuencias culturales, pero al mismo tiempo como persona de mente abierta siento una pequeña alegría por el crecimiento comercial de mi pueblo que, aunque no progresa en términos de producción y transformación de materias primas y del agro, si mantiene un flujo comercial que le han impreso personas venidas de otras latitudes.

Acotado lo anterior, se advierte que todos estos cambios en espacio urbanístico y residencial, la afluencia de individuos de otras latitudes en los pequeños negocios comerciales, el advenimiento de las nuevas tecnologías y, sobre todo, la falta de conocimiento de nuestra juventud sobre la historia y la cultura local, hacen que el pueblo de nuestros ancestros navegue al garete en el mar convulso del desarraigo y la perdida de la identidad y el sentido de pertenencia al territorio. A riesgo de ser recurrente en el tema y llamado de atención, persisto y sostengo en que hace necesario que la escuela, los colegios, el municipio implante un plan, una catedra de cultura local para que la población joven recobre el sentido de pertenencia y la identidad con la cultura local, que nos permita existir siendo nosotros, coexistiendo con las culturas foráneas que llegan a nuestro entorno.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

@AvilaDiogenes

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Derecho a morir digna o indignamente

Derecho a morir digna o indignamente

Al leer la noticia en varios periódicos de cómo el señor Tito Livio Gutiérrez, un hombre de 94 años, en uso de sus facultades me...

Atreverse a curar la herida

Atreverse a curar la herida

  No importa si la primera expresión emerge con miedo, enojo, ira, impotencia o frustración y que por eso retumbe y lance llama...

La economía colombiana: entre abundancia de recursos y precariedad

La economía colombiana: entre abundancia de recursos y precariedad

Cuando nos damos cuenta de la gran diversidad de productos agrícolas, mineros, pesqueros, etc. que produce nuestro país en comparac...

Los alemanes de Tamalameque

Los alemanes de Tamalameque

Muy a pesar del color de la tez, el tamalamequero no se reconoce afro. En ese trajinar permanente, buscando historias para contar, he p...

La sumatoria de minorías hace las mayorías

La sumatoria de minorías hace las mayorías

Generalmente las mayorías son la sumatoria de minorías que se unen en torno a una idea para lograr un objetivo. En el caso de la Pa...

Lo más leído

El origen de la deliciosa tres leches

Verónica Machado | Gastronomía

Las tuquecas de cualquier lugar

Rodrigo Rieder | Medio ambiente

Un paseo por el cementerio San Miguel de Santa Marta

Joaquín A. Zúñiga Ceballos | Turismo

La narratividad en las canciones de Luis Enrique Martínez Argote

Luis Carlos Ramirez Lascarro | Música y folclor

Poética de Carlos Vives en el Canto vallenato

José Atuesta Mindiola | Música y folclor

Contiendas en la música vallenata

Luis Carlos Guerra Ávila | Música y folclor

La crónica en el Caribe colombiano

Lina Vega-Estarita y Marta-Milena Barrios | Periodismo

Aquella “Sombra perdida” que encontró El Binomio de Oro

Juan Rincón Vanegas | Música y folclor

Que vuelvan aquellos Díaz

Eliecer Jiménez Carpio | Música y folclor

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados