Opinión
Editorial: La enfermedad y las ambiciones del poder
Una de las noticias que más interés suscitó en la prensa internacional esta última semana fue la operación del presidente venezolano Hugo Chávez, quien en una reunión inesperada admitía algunas complicaciones de salud y designaba a Nicolás Maduro como candidato en unas eventuales elecciones.
El efecto fue de notables proporciones. Enseguida se especuló sobre una posible muerte del presidente tras su operación en Cuba (para remediar a la aparición de nuevas células cancerígenas en el abdomen) y los efectos que esto tendría sobre el próximo mandato, cuyo inicio está previsto institucionalmente para el 10 de enero.
Algunos medios destacados hicieron proyecciones y evidenciaron diferentes escenarios posibles. El canal británico BBC presentó como motivos de nuevas elecciones la muerte del actual presidente, su renuncia o destitución por el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), una incapacidad física o mental determinada por una junta médica designada por el TSJ y aprobada por la Asamblea Nacional (cámara que controla el partido de Chávez), o simplemente, un abandono explícito del cargo.
Pero más allá de lo que pueda suceder en las próximas semanas o meses, nos interesa en este artículo la misteriosa –y tormentosa– relación que existe entre poder y enfermedad en las instituciones públicas.
Numerosas manifestaciones en la nación venezolana han dejado entrever un malestar, tanto del lado chavista, que constata en esta situación la posibilidad de verse interrumpido un proyecto político aprobado con mayoría en unas recientes elecciones, como en la oposición que considera ese secretismo como un abuso de poder.
¿Un mandatario en situación de gravedad debe seguir con las riendas del poder? ¿Son compatibles éticamente la lucha por el poder y la lucha por la vida? Estas preguntas son las que nos avasallan cuando hablamos de la salud de un presidente de un gobierno.
Sin embargo, los ejemplos de gobernantes afectados por graves enfermedades durante el ejercicio de su mandato no son escasos. Muchos de ellos han mantenido el secreto sobre cuestiones de interés público.
El caso del presidente francés François Miterrand es uno de los más conocidos. Al presentarse en las elecciones presidenciales de 1981, el hombre ocultó que tenía un tumor y los detalles sólo se supieron 15 años más tarde, con el anuncio público de su muerte.
El fallecimiento del presidente Néstor Kirchner en el 2010 fue también el motivo de revelaciones inesperadas sobre su estado de salud. Algunos expertos consideran que los partes médicos no llegaron al gran público por cuestiones de estabilidad. Tras el famoso corralito del 2001, el régimen no hubiera aguantado una sacudida de tales proporciones.
La operación secreta del presidente cubano Fidel Castro en el año 2006 y el posterior silencio sobre su situación de salud también recibieron grandes críticas. Los comunicados oficialistas defendían los intereses del país ante una disidencia y una política comunicativa norteamericana agresiva.
Así pues, según se mire, el secreto sobre el estado de salud de un mandatario responde a fines de estabilidad o de mantenimiento en el poder. La manipulación en ese ámbito resulta difícil de determinar ya que la salud se considera también como un elemento de dominio privado.
Sin embargo, cabe destacar que la democracia exige transparencia. Los pueblos tienen el derecho a saber si sus mandatarios podrán asumir los retos proyectados y decidir lo mejor para ellos. El poder y la lucha por la vida no deberían conciliarse en un escenario público ante un pueblo que reclama juicio y sensatez.
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