Opinión
Premios Alfonso Cortés Marroquín

Desde que se crearon los premios Latin Grammy, hace 24 años, y luego el compositor guajiro Felix Carrillo Hinojosa consiguiera que nuestra música folclórica también hiciera parte de ellos, se vino una lluvia de premios en la música colombiana, iniciando en la capital, y siguiendo luego con los premios en Barranquilla, y recientemente en Valledupar. En fin, se pusieron de moda los premios en la música vallenata.
No creo que este tipo de eventos se hagan con animo exclusivamente comercial, mucho menos lo que afirman algunos que se hacen con el propósito de blanquear recursos. De lo que sí estoy seguro es que es otra de las maneras que los amantes y cultores de la música hemos encontrado para reunirnos, celebrar, abrazarnos, felicitarnos y demostrarnos afecto mutuo.
En el marco del pasado Festival de la Leyenda Vallenata, tuve la fortuna de asistir a la gala de entrega de dos importantes premios en el vallenato, el primero se llama los Upar Awards en el centro de convenciones Crispín Villazón de la ciudad de Valledupar y el segundo, Alfonso Cortés Marroquín, en el restaurante Compae Chipuco en la capital del vallenato.
Hoy he querido contarles intimidades de este último evento. Hace 42 años conocí en Bogotá a quien yo llamo “El cachaco que más sabe de vallenato”, el señor Alfonso Cortés Marroquín, un boyacense que ha dedicado toda su vida a tocar acordeón, componer y cantar vallenato, también a visitar los distintos rincones de Colombia donde realizan festivales de este género musical y en todos de ellos ha sido jurado.
Este señor, en todo el sentido de la palabra, se ha dedicado a organizar parrandas y reuniones que giran alrededor de nuestra música, se critica, se canta, se toca, se explica, se estudia, se profundiza sobre vallenato, y, como si fuera poco, adquirió también una casa en Bogotá que convirtió en museo de este género musical.
Alfonso Cortés tiene en su casa-museo cualquier cantidad de instrumentos vallenatos, así como fotografías, audios y videos en diversos formatos y ese museo en Bogotá es el lugar obligado a visitar para quienes amamos esta música.
A “Poncho”, como cariñosamente le llamamos, nos lo encontramos donde haya evento de vallenato y en Valledupar ni se diga. Lo abordé en el pasado festival y le pregunté por su museo, me contó que su esposa Marta, médica de profesión, le había preguntado qué haría ella con todos esos instrumentos del museo el día que Dios lo llamara a rendir cuentas y que él había encontrado la respuesta adecuada.
Se había traído 4 reliquias de acordeones de una y dos hileras para iniciar la entrega de los premios que llevarían su nombre y que, en el 2024, ya tenía los folcloristas a quienes premiaría ese año: Wilfredo Rosales, Hernando “El Kuky” Riaño, el joven Víctor Navarro y, oh sorpresa, Jorge Nain Ruiz. Esa ceremonia hermosa, sencilla, modesta, íntima, humana y ese acordeón que me entregó “Poncho” ha sido uno de los regalos más hermosos y representativos que he recibido en mi vida.
Colofón: Sé que muchos están esperando que me pronuncie en esta columna sobre las diatribas de quienes por estos días atacaron al vallenato, el seudo-periodista prepago Nestor Morales sobre Omar Geles y un tal Felipe Priast al parecer otro costeño “chiviao” que ni sabe dónde está parado, pero yo le escuchaba a mi abuelita un adagio popular que aplicó a rajatabla: “Al bagazo poco caso”.
Jorge Nain Ruiz
@jorgenainruiz
Sobre el autor

Jorge Nain Ruiz
Vallenateando
Jorge Nain Ruíz. Abogado. Especializado en derecho Administrativo, enamorado del folclor Vallenato, cantautor del mismo. Esta columna busca acercarnos a una visión didáctica sobre la cultura, el folclore y especialmente la música vallenata. Ponemos un granito de arena para que la música más hermosa del mundo pueda ser analizada, estudiada y comprendida.
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