Opinión
La perdurabilidad del gesto

Una mosca grande, con alas verdosas, se coló por la rendija de la puerta entre abierta, en vuelo zigzagueante, como si buscara algo, que pretendía encontrar, sin haberlo dejado. En el entre tanto, ‘eché’ una ojeada por YouTube, encontrándome de frente con el bigote tupidísimo que sobresalía en la pantalla, el hijo de Josefa Chinchía, en cuerpo y alma, con saco, corbata y gorra antillana, de las que parecen de peltre amaderado, la mochila desparramada con diplomática simetría, mientras entrevistaba, en el programa del Senado de la República, Abriendo caminos por la Region Caribe, a un hombre urgido de llorar, henchido de dolor, abrumado por la partida inexplicable de su “hermanito”, con menos de un mes de haberse ido al Cielo.
Emocionado, sucumbí ante el cascabaleante ‘turrugo’ que, anidado en el trayecto esofágico, presionó de tal manera la nostalgia que, lloré a mares pese a la brevedad, en gracia de la recuperación de la cordura de manera pronta. Entonces, la habilidad cerebral, me trasladó a aquel día de mayo de 1986, escasas horas después del décimo noveno Festival vallenato, habiéndose coronado como rey profesional a Alfredo Gutiérrez, y en el concurso de la canción inédita, Ausencia sentimental de, Rafael Manjarrez Mendoza.
En aquella ocasión fui puntual, a la hora de la función vespertina, en el San Jorge, el Cesar o el Caribe, a la casa amigable de doña Feneida, en el barrio Guatapuri, ubicada estratégicamente entre la de la inolvidable Minerva Córdoba, madre del gran Chemita Núñez, y la de Jaime Celedon. Allí estaba el hombre de la pipa mayor, con ‘picadura’ asiática, la prístina, Alma Teresa Bonfante, el mejor entonces, Luis Joaquín Mendoza Sierra, nuestro querido Gonzalo Jesús Sierra Rodríguez, el ahora guadalajareño Fidias Romero Campo y la prole doméstica, encabezada por Edgardo Maya Arias. De pronto aparecieron, como por encanto, el prestigioso Roberto Calderón Cujia, el internacionalísimo Álvaro Calderón y más atractivo, el acordeonero del conjunto revelación en ese momento, en pareja musical con Miguel Morales.
Parrandeamos toda la noche, Omar Geles, tocó con esa hambre, de agradar, de éxito, que era evidente en cada complacencia, aupado por la brillantez del canto de Roberto, De verdad verdad, que, interpretado por Omar y Miguel, sonaba por todas partes con la casi totalidad del catálogo. Noche de amigos. Lejos estábamos de pensar que, tan solo treinta y ocho años después, ese Negro talentoso, a quien quisimos tanto, y quererlo a él era querer a su madre y hermanos, porque ellos a quien él quería lo arropaban con sus afectos, dejaría lo que más amaba. Ha partido y descansa en paz, mientras mi compadre Juan Manuel, más que llorarlo, teme a la vida sin él, pero más temprano que tarde Dios lo hará caer en cuenta que es, precisamente Juancho Geles, el Ceo natural del legado que, con tantos sacrificios, edificaron y toca ahora, con el concurso de quienes se atrevan, avivarlo para que su llama, colorida y acariciante, jamás se apague, porque son versos, melodías y más, el contenido que vierte de sus cantos e historias.
Nos quedamos sin Gonzalo, sin Omar Antonio, pero su estampa imperecedera permanece en esos recuerdos felices que tienen un cupo preciso en el aposento de nuestras almas. Por cierto, en esa ocasión, la canción más interpretada durante la parranda, no era de Roberto Calderón, tampoco de Omar, a quien todavía no se le daba por componer. Cada hora, su autor, se las ingeniaba para interpretar, Vuelve el poeta, ganadora en el Festival de San Juan del Cesar, coreada por todos los presentes y algunos vecinos que, aún sonámbulos, se la sabían de principio a fin a fuerza de la diaria repetición.
Alberto Muñoz Peñaloza
Sobre el autor

Alberto Muñoz Peñaloza
Cosas del Valle
Alberto Muñoz Peñaloza (Valledupar). Es periodista y abogado. Desempeñó el cargo de director de la Casa de la Cultura de Valledupar y su columna “Cosas del Valle” nos abre una ventana sobre todas esas anécdotas que hacen de Valledupar una ciudad única.
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