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Recuerdos de infancia: el Corpus Christi en Atánquez
Desde mi niñez guardo un recuerdo nostálgico de la Fiesta de Corpus Christi en Atánquez, porque la esperaba con una mezcla de alegría y temor.
Mucho antes del día de la celebración ya se veían los ensayos de esos personajes, que aún cuando no iban con el vestido tradicional, ya inspiraban una mezcla de curiosidad y miedo. Se hablaba de Diablos, Cucambas, Negros y Negritas.
La fiesta comenzaba el domingo anterior con la visita a la Santísima Trinidad. Luego, el miércoles (que era la víspera), ensayaban en el atrio de la Iglesia.
El día del Corpus era un espectáculo lleno de colores. Desde la parte alta del pueblo, llamada la Ribería, bajaban a la plaza todos estos personajes: las Cucambas, venían vestidas con faldas y corpiños hechos de palma de iraca fresca muy verde que les cubrían todo el cuerpo y cuando se movían las palmas se esponjaban y aleteaban haciendo un murmullo. Llevaban sombreros de plumas y bailaban en círculos en el atrio de la Iglesia. Representaban pájaros que venían a avisar al Dios-Eucaristía y protegerlo del peligro de los Diablos.
El atuendo del Diablo era –en mis ojos de niña–: fabuloso. Su satín rojo se combinaba a la perfección con el cuero de oveja pegado a la espalda y lleno de adornos brillantes. Tenía polainas y unos zapatos largos puntiagudos con espuelas y cascabeles, que sonaban cuando bailaba, cruzando los pies con mucha destreza y sin enredarse.
En las manos llevaba castañuelas que también acompañaban el compás de la música del carrizo y la caja. Los Diablos iban en la procesión caminando al revés, aquello era una proeza moverse por esos barrancos de puro cascajo.
Además, decían que aquel que perdiese el equilibrio y se cayese, de seguro fallecía ese mismo año. Uno de los mejores bailarines de la danza del diablo era un señor de apellido Alvarado.
Los otros personajes de la procesión eran los Negros y las Negritas. Sus vestidos también eran alegres y se emparejaban con sombreros y cintas de colores centelleantes que les cubrían el rostro. Muchas lucían polleras pintadas y sombreros adornados con flores frescas. Los negros llevaban un machete de madera, preparado por ellos mismos, bien decorado, que alzaban a ratos cuando bailaban y cantaban.
En casa, recuerdo que trabajaba un hombre corpulento que se llamaba Águedo Martínez. Se disfrazaba de Negro y era como el capitán del grupo. Me contaba que ellos iban a la piedra Manzanares a esperar la salida del sol, porque en la forma de las nubes podían divisar la figura de los compañeros que iban a morir ese año.
Estaban tan convencidos de aquello, que a veces ocurrían casualidades… Tenían un estribillo que cantaban cuando iban bajando a la plaza: “La Sierra sin ná, despedida que nos vamos…”
La procesión salía después de la misa y el orden era estricto. Primero desfilaban los Negros y Negras danzando. Después, los Diablos y las Cucambas iban cerca del Palio que cargaban los hombres del pueblo vestidos con saco, chaleco y corbata.
En el Centro del Palio estaba el sacerdote con el Santísimo en las manos. Después, los feligreses, todos envueltos en una nube de incienso que enrarecía el ambiente.
En diferentes partes del recorrido se había organizado altares con representaciones en vivo y en cada uno se hacía una parada donde rezaban y cantaban el Tantum Ergo.
Ya siendo adulta, comprendí el significado de esa fiesta que se extendió por el orbe cristiano en el siglo XI, que comenzó en Lieja (Bélgica) y fue aceptada por el Papa Urbano IV para que se celebrase 60 días después de la Pascua de Resurrección, coincidiendo con la época del solsticio del verano, que es utilizado por diferentes culturas para hacer celebraciones y ritos especiales. De manera que los españoles que recibieron la tradición de Bélgica la trasladaron al continente americano y aquí se desarrolló con todos los ingredientes que tiene el mestizaje
Se trata en realidad de la Fiesta del Bien contra el Mal, y al final gana el Bien. La Cucamba, que es el pájaro que representa el BIEN, tiene como oficio proteger al Santísimo de cualquier agresión o irrespeto del Diablo, por eso ellas entran a la Iglesia antes y después de la procesión. En cambio, el Diablo sólo se queda en el atrio.
Al final, el Diablo también se postra y le hace reverencia a Dios y, tras todos los revolcones, queda claro el mensaje: el Bien siempre vencerá el Mal.
A la semana siguiente, se celebra lo que se denomina “la Octava” que es una repetición de la primera procesión. Tengo entendido que es tan fabulosa como la del día de Corpus.
Tenemos que trabajar para que el Corpus Christi de Atánquez, reciba el reconocimiento por parte del Ministerio de Cultura a nivel Nacional, porque es una expresión auténtica de nuestro Patrimonio Cultural Inmaterial. Gestionaremos para que sea reconocido por el Concejo o la Asamblea como Patrimonio local.
1 Comentarios
Que bonito esta presentación de la Sra. Alba Luz Luque.- A pesar de todo el tiempo transcurrido desde que nací en 1951; y a pesar de ser un descendiente directo de Atanquez, nunca había oido una presentación tan bella como esta y una explicacion del bien y del mal tan hermosa. Alguna vez la Iglesia católica en Valledupar trató de rescatar esta historia y esta tradición. Pero solo aumentaron el número de "diablos" el dia de Corpus, sin repetirse esa bella procesión promovida por el Sr. Obispo. Gracias Sra. Alba Luz Luque..
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