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Rosarito Hurtado: otra versión de la leyenda de la Sirena del Río Guatapurí
Hace muchos años vivió en esta ciudad una familia muy adinerada de apellido Hurtado, poseedora de una gran fortuna consistente en inmensos rebaños de ganados vacunos, caballares, mulares y muchos caprinos y ovinos. Sus terrenos eran tan inmensos que partían desde el patio de su casa hasta las inmediaciones de la Sierra Nevada sirviéndole el río Guatapurí como abrevadero para sus animales.
Su casa, en temporadas de Semana santa, era lugar de alojamiento de clérigos y religiosos que venían a venerar al santo Eccehomo, donde eran atendidos por su numerosa servidumbre y alimentadas con los productos de la hacienda. Indudablemente, la atención de los visitantes era la belleza de la joven Rosarito, su rostro hermoso era semejante al de la virgen patrona de los Vallenatos, por esto y por haber nacido a finales del mes de abril, su madre la hizo bautizar con su nombre Rosario Hurtado. Rosarito, como la llaman por cariño sus padres y conocidos, era caprichosa, sus padres la consentían en todos sus antojos, era melindrosa para comer, de modo que la cocinera -por orden de sus amos- preparaba diferentes platos para que ella escogiera los deleites que le gustaran.
Fue porque no le dieron permiso para asistir ese jueves santo a la procesión que recorría gran parte de la ciudad y culminaba ya casi amaneciendo en la iglesia principal que, al día siguiente, tomó la decisión. Ya tenía su vestido listo para lucirlo y estaba acordado encontrarse con otros muchachos y muchachas de su edad para pasearse en todo el recorrido de la procesión.
La tarde amenazaba con nubarrones así que su padre negó rotundamente el permiso para que saliera. Pese a las prohibiciones y advertencias de sus progenitores se fue con la esclava Gertrudis a bañarse a las aguas frías del Guatapurí. Gertrudis, la negra esclava, le suplicaba que no se metiera al río: amita, ya van a ser las doce y el río parece que está creciendo, ella no le hizo caso alguno y se tiró desnuda al río, pasó un rato y, como no aparecía en la superficie, la negra corrió avisar lo sucedido a sus amos. Estos corrieron al lugar indicado por la negra en compañía de muchos esclavos y voluntarios la llamaban por su nombre, recorrían distancias en la ribera, pero no encontraron repuesta alguna, así pasó el tiempo con tan mala suerte que en la tarde se vino un aguacero de esos del mes de abril que el río creció tanto que borro toda esperanza de vida alguna de la pobre Rosarito.
En la noche todo el pueblo la lloró en compañía de sus padres. Sin embargo, al día siguiente se fueron un gran número de personas con el matrimonio Hurtado al sitio de la tragedia y qué sorpresa se llevaron: allí estaba Rosarito bañándose lucía más joven y su cabellera más larga, sus padres corrieron y se acercaron a la orilla llamándola por su nombre, ella respondió zambulléndose y al hacerlo dejó al descubierto su inmensa cola de pez y no volvió a la superficie.
Al día siguiente fue traído un cura de Patillal para que le hiciera un exorcismo, este cura hacia fama de ser muy vulgar. De modo que fueron nuevamente con el sacerdote y allí la encontraron de nuevo, el cura empezó sus oraciones y Rosarito no se retiraba. Permanecía en la superficie, todo indicaba que ya la iban a recuperar, pero el cura resbaló de la piedra dónde se encontraba y exclamó: ¡Vergaaaa! Rosarito, asustada, se zambulló en las profundidades de las aguas y más nunca volvió a salir.
Arnoldo Mestre Arzuaga
Sobre el autor
Arnoldo Mestre Arzuaga
La narrativa de Nondo
Arnoldo Mestre Arzuaga (Valledupar) es un abogado apasionado por la agricultura y la ganadería, pero también y sobre todo, un contador de historias que reflejan las costumbres, las tradiciones y los sucesos que muchos han olvidado y que otros ni siquiera conocieron. Ha publicado varias obras entre las que destacamos “Cuentos y Leyendas de mi valle”, “El hombre de las cachacas”, “El sastre innovador” y “Gracias a Cupertino”.
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