Patrimonio
El agua como factor determinante en la vida de los habitantes de Pedraza a Sitionuevo

Sin temor a equívocos, la zona de Pedraza a Sitionuevo es la del agua, debido a que en ella encontramos, además del río Magdalena, un número significativo de ciénagas, entre ellas la más importante de las existentes en el departamento del Magdalena: el complejo lagunar ecorregión Ciénaga Grande de Santa Marta, de la que hacen parte las de Cerro de San Antonio y de Zapayán.
Estas dos ciénagas, junto con la de Cotoré, también hacen parte del ecosistema humedales del sur, de 15 km de ancho, con un área aproximada de 3.487 km², que se extiende desde el municipio del Cerro de San Antonio hasta El Banco, cubriendo parte de Concordia, Pedraza, Tenerife, Plato, Santa Bárbara de Pinto, Santa Ana, Pijiño del Carmen, San Zenón, San Sebastián y Zapayán.
La de Cerro de San Antonio es considerada como tipo 2, debido a que está conectada con el río Magdalena y con un conjunto de ciénagas o cuerpos de agua menores como Mota, Norato, Los Quemados, La Diablera y La Vieja. Mientras que la de Zapayán se reputa como un humedal de tipo continental ribereño, debido a que sus tierras y cuerpos de agua dulce son inundados periódicamente por efecto del nivel de los ríos, pero que poseen un cauce o lago que se puede identificar como permanente o estacional.
En torno a la de Cerro de San Antonio surgieron un número importante de comunidades, en particular a mediados del siglo XIX, producto de varios factores, entre ellos, el despoblamiento de sus costas, tras la extinción de los grupos étnicos que la poblaban, y que dejaron como herencia, entre otros asuntos, los nombres de Moya y Chengué. También sucedió en la ciénaga humedal de Zapayán, que es un derivado del término indígena Sampayan, donde surgieron varias poblaciones, entre ellas Bomba, que es un nombre de origen nativo, Capuchino, Punta de Piedras, Piedras Pintadas, Piedras de Moler.
Otros factores que contribuyeron al poblamiento fueron las constantes guerras del siglo XIX, la ruralización de Colombia, tras el decaimiento económico de las principales ciudades del Caribe colombiano, y la riqueza ictiológica de estos grandes espejos de agua.
También sucedió en Cotoré, que es un nombre indígena, donde mestizos provenientes de la zona de Concordia, buscando pastos para su ganado, y negros pescadores de Barranca Vieja, en el otro lado del río, se establecieron en parte de sus costas y forjaron una comunidad que, por su aislamiento geográfico por más de un siglo, ha conservado sus tradiciones culturales.
Los que llegaron a poblar las costas del río Magdalena, tras volverse expertos en el discernimiento del comportamiento de las especies del río y sus ecosistemas, establecieron los asentamientos en lugares altos o alejados de la ribera, para amortiguar las inundaciones cíclicas. Pasó con los pobladores del antiguo paraje de Pedraza. Los que se ubicaron en el montículo existente en el sitio San Antonio, allende a la boca del caño que va a la ciénaga del mismo nombre. Otros lo hicieron en lugares donde los efectos de las crecientes cíclicas del río Magdalena no eran tan acentuados.
De la misma forma procedieron quienes llegaron a situarse en las orillas de las ciénagas de Zapayán, Cerro de San Antonio y Cotoré: levantaron sus viviendas en los montículos existentes en sus orillas. Luego, como consecuencia de la guerra de los Mil Días y otros factores, nuevas personas, procedentes especialmente de Atlántico y Bolívar, se hicieron residentes de las localidades ubicadas a orillas de estas ciénagas.
Pero no siempre hubo un lugar alto que poblar, y sabiendo que las aguas tienen memoria y que, dos veces al año, cuando llegaban las crecientes, debían buscar tierra alta como la tanga, los pobladores de las partes bajas idearon viviendas que pudieran ser habitables mientras duraba la inundación. Construyeron entramados en las partes altas de la casa, mientras que otros se trasladaban hasta altiplanicies cercanas llevando los techos de sus casas, para armar con ellos improvisados cambuches.
Otra fue la solución que idearon los que decidieron asentarse permanentemente en el complejo lagunar de la ecorregión Ciénaga Grande de Santa Marta, construyeron sus viviendas adoptando como forma la palafítica.
La visión de los habitantes de las localidades ubicadas a orillas del río, que en su mayoría son las cabeceras municipales, para enfrentar las inundaciones ha sido distinta a la de los de las costas de las ciénagas. Las razones las encontramos en que las primeras aguas suben de nivel mientras corren; las de las ciénagas lo hacen sin correr, acumulándose de tal manera que, si construyen taludes o diques para detenerlas, estos van a ser superados.
Pero no siempre fue de esa manera; los habitantes de las poblaciones ubicadas a orillas del río optaron por construir terraplenes y diques para evitar que las aguas del río en tiempo de creciente, como sucedió en Sitionuevo, cuyas defensas, construidas de cemento y ladrillos, se cree que tienen cien años de existencia.
Otra solución ha sido la reubicación de las poblaciones del sitio de fundación hacia donde consideraron que las crecientes del río podrían afectar los de menor forma, como lo hicieron los habitantes de El Piñón, en 1886, trasladándose hasta donde se encuentra ubicado; aunque en la avenida de 1916, entre otras, se volvió a inundar. De esta manera también procedieron los habitantes de Remolino, aunque Isaac Holton destacaba que cuando estuvo en ese lugar, después del traslado, estaba inundado, lo que le parecía frecuente.
Sin embargo, pese a las consecuencias de las avenidas del río para los habitantes en sus orillas y de las ciénagas, estas han sido vistas como un fenómeno que provee a las tierras de materia orgánica y de nutrientes, y al descenso del nivel de las aguas, como el tiempo para agarrar la atarraya, montarse en una canoa y salir a pescar.
La pesca, que es una de las actividades con las que se identifica a la zona de análisis, ha generado una relación entre los pescadores artesanales con el agua, la que se sustenta en una conexión íntima con la naturaleza basada en el conocimiento, el respeto, la dependencia, el afecto, el uso, el agradecimiento y la apropiación, aunque con algunas prácticas pesqueras se ha ido alterando esta relación.
Es usual que los habitantes de cada pueblo ubicado en las orillas de las ciénagas reclamen que en la suya se reproduce el bocachico más grande y de mejor sabor. También que cuenten historias de épicas faenas de pesca de avezados y míticos pescadores. Del presente se habla de la sobreexplotación a la que están sometidas, del deterioro ambiental, del secamiento, del taponamiento de caños, del apropiamiento de las costas; incluso, hasta de la desaparición de algunas.
Entre los peces, el de mayor consumo es el bocachico. Lo han preparado abierto o palomeado, salado o fresco en sancocho, frito y luego cocido, frito con o sin escamas, guisado, asado, en cabrito, en salpicón, en arroz. Sin embargo, su pesca ha mermado, producto de circunstancias como la sobreexplotación con métodos de captura no tradicionales como el trasmallo, el zangarreo, además del deterioro ambiental de las ciénagas y del río Magdalena. En estos nuevos tiempos, un pez invasor, originario del Orinoco y del Amazonas, la cachama, introducido en las ciénagas, va ocupando un puesto importante en la gastronomía ribereña.
Otra cosa ha sido el verano, especialmente para las localidades situadas a orillas de las ciénagas, y en las ubicadas más allá de estas, quienes para enfrentarlo optaron por construir grandes receptores de agua, llamados aljibes, la que consumen, aun en tiempo de crecientes.
Las sequías y el permanente acarreo de material sedimentario, tanto del río como el que transportan los caños que van rumbo al Magdalena, fueron causantes de que a principios de siglo XX se sedimentara caño Ciego, lo que llevó a un grupo de dirigentes políticos, ganaderos y agricultores de Pivijay, El Piñón, Salamina y Cerro San Antonio a solicitarle al Gobierno departamental la canalización de este conducto.
La financiación de la obra se dio a través de la Ordenanza número 33, del 30 de marzo de 1912, a través de la cual el Gobierno departamental ordenó la cesión a los distritos de Pivijay, Piñón, Remolino y Salamina del 20% del impuesto de caminos o pisadura, para abrir un canal que partiría del río Magdalena, entraría por el caño Higinio a la ciénaga Garupal y de esta, por el caño Mallorquín, al caño Ciego.
Obras que, además, buscarían hacerlo navegable por embarcaciones menores. Después, en 1915, el mismo Gobierno dispuso que, con los fondos comunes departamentales, se auxiliara la obra con quinientos pesos oro, que se incluirían en el presupuesto de la siguiente vigencia.
Como se conoce, el encargado de ejecutar la canalización de aproximadamente cinco kilómetros de caño fue el ingeniero alemán Maximiliano Schiller. Las obras fueron desde el antiguo caño Chiquía, cerca del río Magdalena, hasta el cauce natural del caño Ciego, cerca de la ciénaga de Cantagallar.
Pero el agua no solo ha sido factor determinante para la localización de las poblaciones ubicadas entre Pedraza y Sitionuevo, sino también condicionador de los lugares y tipos de asentamientos de las comunidades humanas, de las posibilidades de aprovechamiento del medio natural y las actividades económicas. También ha sido decisiva en la formación de los modos de vida y el lenguaje sociocultural de la población, y representa la vida cultural. Lo es porque el río (también las ciénagas) es un lazo que une a todos los habitantes de sus costas; es la vida para el riberano. Debido a todo lo que le brinda, lo recibe y lo asimila; lo pone a su disposición dándole una utilidad no negociable.
Sin lugar a duda, la convivencia con el río Magdalena y los espejos de agua ha ayudado a consolidar la cosmovisión de los residentes de los municipios de Zapayán, Pedraza, Concordia, Cerro de San Antonio, El Piñón, Pivijay, Salamina, Remolino y Sitionuevo. Aunque es de resaltar que, por estar inmersos en un mismo territorio, el del Bajo Magdalena y el de la subregión del río, existen particularidades destacables, como matices o inflexiones al hablar, que distinguen entre sí a los habitantes de las costas de las ciénagas.
Álvaro Rojano Osorio
Tomado del libro “Santa Marta en el siglo XX”. Tercera Parte, Tertulia samaria. Tomo IX / por Álvaro de Jesús Rojano Osorio [y otros ocho]; compilador, Edgar Rey Sinning. -- Primera edición. -- Santa Marta: Cajamaj, 2024.
Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
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