Patrimonio
Tomás Martínez Montenegro: ¡El Curucutiador!

"La cultura es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de pensar y vivir": Milan Kundera (escritor, dramaturgo, ensayista y poeta checo).
En la vasta y palpitante geografía del Caribe colombiano, donde los vientos arrullan con cantos antiguos y el sol dora las raíces de la tierra, hay almas que no solo habitan el arte: lo respiran, lo encarnan, lo hacen carne viva. Una de esas almas luminosas es la de Tomás Martínez Montenegro: caminante de la palabra y del ritmo, sembrador de memoria, tejedor de identidades.
Escritor apasionado, investigador cultural incansable, compositor de música vallenata y de otros aires del trópico; pero más allá de los títulos, es un hombre que escucha el murmullo del pasado y lo transforma en canto.
Su obra, más que una expresión individual, es un puente de tierra y tiempo, un eco que enlaza generaciones con un hilo invisible pero poderoso: el de la tradición viva.
No fue el azar quien lo bautizó con ese nombre curioso y entrañable: “El Curucutiador”. No lo define un diccionario, sino el alma popular, que reconoce en él a quien husmea entre las raíces, al que curiosea en los pliegues de la historia, al que busca con hambre tierna y terquedad poética lo que otros dejan pasar. "Curucutear", en su universo, es más que mirar: es descubrir, es escarbar en el silencio para encontrar voces. Si le das una palabra, te devuelve un relato; si le das una pausa, te escribe un poema. Tiene el espíritu de un gato curioso y el corazón de un niño que aún no se resigna al olvido.
Nació un domingo, el 8 de marzo de 1981, como si el calendario mismo le hiciera un guiño al arte y a la sensibilidad. Fue en el Hospital Santander Herrera de Pivijay, Magdalena, donde el Caribe colombiano canta bajito en los patios y las madres aún acunan con coplas. Pero su verdadera infancia, la que se escribe con mayúsculas en el alma, transcurrió entre las calles polvorientas del corregimiento de Sabanas, en el municipio de El Piñón. Allí vivió hasta los once años, entre juegos de tierra, cantos de grillos, lluvias dulces y la brisa cómplice que le hablaba al oído.
Fue el primogénito del amor sencillo y profundo de Cira María Montenegro Cantillo y José del Carmen Martínez de la Cruz, campesinos de manos callosas y corazón abierto, sembradores de vida que supieron enseñar, con su ejemplo silencioso, el valor de la tierra, la dignidad del trabajo, el milagro cotidiano del maíz que florece. En ese hogar de afectos humildes y raíces hondas, Tomás aprendió a escuchar el lenguaje secreto del mundo.
Su primer contacto con las letras fue en la escuela Las Vásquez, llamada así por el apellido de sus fundadoras. Allí, entre pupitres sencillos y pizarras de tiza, comenzó su travesía por el abecedario de la vida. Fue también el lugar donde despertó su amor por la lectura, la investigación y los cantos vallenatos que ya vibraban en su sangre gracias a su padre, ferviente seguidor de Los Hermanos Zuleta. Aquella música que brotaba de las casetas y los radiotransistores no era solo melodía: era historia viva, poesía campesina, mapa del alma costeña.
Cursó hasta cuarto de primaria en la Escuela Rural Mixta de Sabanas, donde guarda un recuerdo especial de la profesora Emma Pizarro, maestra de las que dejan huella, a quien aún conserva en su afecto y memoria. Luego, su camino lo llevó de regreso a Pivijay, donde culminó el quinto grado en la Escuela Urbana de Varones No. 1, y más tarde la secundaria en el Colegio Nacional de Bachillerato (hoy Liceo Pivijay), donde no tardó en destacarse por su inteligencia aguda y sensibilidad singular.
Pero Tomás no es solo un académico ni un artista de libreta. Es un curador de lo intangible, un cronista de lo que se siente más que de lo que se dice. A la par de su formación profesional, ha dedicado su vida a escribir, componer, investigar y preservar la cultura costeña, esa herencia mestiza y luminosa que habita en cada esquina del Caribe. Sus raíces campesinas no son un recuerdo, son el faro que guía su palabra. El contacto íntimo con la naturaleza, con la sencillez de la vida rural, con los silencios que también narran, ha sido la savia que nutre sus libros, sus canciones, su mirada.
El vallenato, más que música, ha sido para él una forma de estar en el mundo. Desde niño, esas letras cargadas de historia y envueltas en melodías que saben a campo y a calle le marcaron el alma. De esa pasión nació el compositor que hoy habita en él. Sus canciones no son artificios: son ventanas abiertas al alma popular, reflejos de su gente, de su pueblo, de su infancia. Tienen el perfume del campo y el ritmo del corazón costeño. Son, como él mismo, una mezcla de tierra y cielo, de lágrima y carcajada, de pasado y presente.
Luego se traslada a la ciudad de Bucaramanga para adelantar sus estudios universitarios y se gradúa de Ingeniero Industrial, con Especialización en Gerencia de Proyectos y un MBA en Administración y Gestión de Empresas.
La llegada a la llamada "Ciudad Bonita" lo marcó profundamente porque pudo apreciar el contraste radical entre el Caribe y la región andina. El cambio geográfico, cultural y emocional le provocó tristeza y melancolía y fue precisamente ese duelo con la nostalgia lo que lo impulsó a escribir un libro sobre la cultura costeña. Para Tomás, la cultura no es solo geografía: es identidad, es herencia, es una forma de respirar el mundo.
Es entonces cuando crea la página “Cultura Costeña: palabras, dichos, costumbres y creencias”, un espacio digital de rescate, de memoria, de exaltación de lo nuestro. Su motivación: escudriñar y descifrar esas huellas culturales y paleontológicas del lenguaje y la tradición oral, que están a la vista, en el habla, el imaginario colectivo, la música y las letras. Todo ello nace de su nostalgia, sí, pero también de una voluntad profunda por preservar y dignificar la vida del pueblo.
A esto suma una intención académica: insertar fundamentos historiográficos y lingüísticos al conocimiento popular, para demostrar que la oralidad también posee valor documental y profundidad intelectual. Sostiene que cuando uno vive en un pueblo, está bajo el embrujo macondiano, y eso muchas veces no permite vislumbrar la riqueza que se tiene.
Estas y muchas más razones nos confirman que Tomás Martínez Montenegro seguirá curucutiando, porque su gente se reconoce en sus libros, en sus canciones, en sus publicaciones. Su diálogo constante con lectores y seguidores le ha permitido descubrir la mayéutica socrática: preguntar para que otros encuentren la verdad que yace en su interior. Ese ejercicio se ha convertido en una sinergia del conocimiento, gestado colectivamente, en red, desde el corazón del pueblo.
El Curucutiador aprendió a escudriñar las raíces del alma costeña, nuestra herencia bucólica y rupestre. Y aunque su arte brota de su propia sensibilidad, también es fruto de una herencia literaria: su tío materno Julio Montenegro, compositor, poeta y escritor, y sus primos Rafael Montenegro García, relator costumbrista de corte picaresco, y Nelman Montenegro López, narrador de cuentos e historias populares.
Tomás Martínez nació con el don de contar historias. Las vive, las canta, las transforma en puentes hacia la memoria colectiva. Es un escritor de raíces profundas, un investigador incansable de los saberes ancestrales, un compositor de versos que se hacen vallenato en el corazón de la gente, un creador de contenido que honra lo cotidiano, lo auténtico, lo nuestro. En cada una de sus facetas, es un guardián de la cultura, un tejedor de identidades que, con sensibilidad y amor, le da voz a las tradiciones que habitan en la entraña del Caribe colombiano.
Tomás Martínez Montenegro es más que un nombre en las páginas del folclor, es un eco que vibra entre las palmas y el polvo del camino. Es un farol encendido en la noche del olvido. Es artesano de la palabra y de la nota, cantor de la memoria y del alma, alquimista del pasado y sembrador de futuro.
En su pluma, la cultura se hace río; en su voz, la historia canta; en su corazón, el pueblo encuentra refugio. Él no solo escribe, consagra. No solo compone, honra. No solo investiga, revela.
Escritor de la memoria viva, compositor del alma popular, investigador de los silencios heredados, gestor del espíritu comunitario y creador digital de un archivo emocional que no cabe en bibliotecas.
Tomás es verbo y raíz. Es tambor y verso. Es pueblo, es tierra, es viento, es fuego. Es Caribe que no se olvida.
Es, en definitiva, el Curucutiador eterno, custodio de lo nuestro, sembrador de identidad, cantor de la verdad profunda que solo los que aman su origen logran convertir en poesía.
Ramiro Elías Álvarez Mercado
Sobre el autor

Ramiro Elías Álvarez Mercado
Una copa de folclor
Nacido en Planeta Rica, Córdoba, el 14 de octubre de 1974, radicado en Bogotá hace casi tres décadas. Amante de la lectura, los deportes, la escritura, investigador nato de las tradiciones, costumbres, cultura, música, folclor y gastronomía del Caribe colombiano.
Estudió coctelería, bar, etiqueta y protocolo con dos diplomados en vinos y certificación de sommelier, campo profesional en el que tiene más de 20 años de experiencia.
Escribe de manera empírica, sobre fútbol y otros deportes, vinos y todo lo relacionado con el tema, así como publicaciones en distintos medios sobre cultores de la música vallenata y de otras expresiones musicales que se dan en el Caribe colombiano. Sus escritos han sido publicados en distintos medios virtuales.
Desde temprana edad le ha gustado escribir, sin embargo, fue en Bogotá, muy lejos de su terruño, que se le despertó ese deseo incesante de recrear las semblanzas de personajes que han hecho un aporte significativo al vallenato y otras expresiones musicales de la Costa Atlántica de Colombia.
1 Comentarios
Gracias ???? Ramiro por plasmar en letras doradas una majestuosa prosa poética de mi persona. Eso me ha sacado lágrima de alegría y nostalgia, ha toca mi ser más profundo. Mi eterna gratitud hacia usted.
Le puede interesar

¿Por qué la cultura y el folclor vernáculo tienden a desaparecer?
Es la pregunta que debe hacerse toda persona con arraigo a su pueblo, a su tierra, a su cultura y tradición, todo aquel que sienta el ...

Parteras y parteros del Chocó, reunidos para seguir aprendiendo
“Yo he atendido más de 7.400 partos y ningún niño ni madre se me ha muerto”. “Vea, para que sepan, si una mujer después del p...

Las fiestas del 20 de enero en Sincelejo: historia y orígenes de las corralejas
Los orígenes de las fiestas en corralejas proceden de la cultura española en América, también ýacen más allá, en la misma cu...

El celebrado ingreso de la palabra “Vallenato” en el diccionario de la RAE
Ante el uso cotidiano de la palabra “Vallenato” (o vallenata), y el significado que tiene a nivel cultural, social y musical,...

El guapirreo, grito gozoso del Caribe
El guapirreo, ese grito de entusiasmo que refleja fielmente nuestra esencia Caribe, es muy escuchado en el marco de las fiestas y r...