Patrimonio

La Escuela de Lucho Bermúdez: un refugio que transforma el silencio en música

Mileidy Quintero Martínez

29/12/2025 - 06:30

 

La Escuela de Lucho Bermúdez: un refugio que transforma el silencio en música
La Escuela Lucho Bermudez refleja el compromiso de grandes profesionales y seres humanos / Foto: archivo de Mileidy Quintero

 

El sol comienza a abrirse paso por entre los Montes de María y en El Carmen de Bolívar el silencio de la mañana comienza a quebrarse. Desde una esquina cálida del pueblo, el sonido de un acordeón se mezcla con risas, tambores y gaitas. Es la Escuela de Música Lucho Bermúdez, un refugio donde la esperanza se afina cada día con las manos de niños, jóvenes y maestros que han hecho de la música su modo de sanar, expresar y volar.

En este lugar, donde alguna vez el miedo fue más fuerte que la música, hoy se respira una energía distinta. Los jóvenes que antes solo escuchaban los ecos del conflicto ahora afinan y tocan instrumentos como clarinetes, tambores, saxofones, acordeones, violines, cajas y demás. “Aquí no solo enseñamos música, enseñamos esperanza”, dice la actual directora de la Escuela, Danielis Peñaranda. Su mirada mezcla orgullo y cansancio, la de alguien que ha visto cómo la música puede reconstruir un pueblo desde sus raíces.

Ésta es una tierra que canta. Sus calles, antes heridas por el miedo, hoy vibran con el eco de una melodía que se niega a morir. La música siempre ha estado ahí, escondida entre las hojas de los árboles, en el susurro del viento que baja desde las colinas de los Montes de María. Pero fue en el año 2012 cuando ese canto tomó forma concreta y nació la Escuela de Música Lucho Bermúdez, un proyecto que se propuso transformar el dolor en arte.

La Escuela nació como un homenaje al hijo más ilustre del municipio: Lucho Bermúdez, compositor y clarinetista que llevó el porro y la cumbia caribeña a escenarios internacionales. “Fue un hombre insigne”, afirma Dianelis, nació aquí, en esta misma tierra, y con su violín describió como nadie lo que somos, las canciones Tierra mía y Carmen de Bolívar no son solo canciones, son retratos sonoros de su historia.

En su tierra natal, los habitantes siempre soñaron con un espacio que continuara su legado. Ese sueño se volvió realidad cuando el Ministerio de Cultura y la Alcaldía de El Carmen inauguraron en el 2012 la Escuela de Música Lucho Bermúdez, proyectada dentro del Plan Nacional de Música para la Convivencia. “La Escuela se creó cuando era ministra la doctora Mariana Garcés; yo era secretaria de educación en ese entonces, y me tocó inaugurarla. Nunca imaginé que años después Dios me pondría aquí, dirigiendo este sueño”, dice Danielis, llena de gratitud y emoción.

La música como camino para sanar su territorio

Desde su creación en 2012, más de 900 niños, niñas y jóvenes han pasado por sus aulas. Hoy en día más de 400 niños, jóvenes y adultos estudian gratuitamente en la Escuela. Aprenden a tocar violín, piano, acordeón, guitarra, clarinete, tambores y gaitas. Algunos llegan por curiosidad, otros por herencia familiar, pero todos terminan encontrando en la música una nueva forma de nombrar su vida. “El maestro Lucho no solo dejó partituras, nos dejó identidad y aquí la defendemos con cada nota”, explica Danielis.

Al entrar a la Escuela el aire se llena de sonidos que se entrelazan. “A veces lo primero que se escucha es el viento suave, otras veces un tambor marcando el bullerengue o el clarinete afinando su voz”, cuenta Danielis. “Cada nota me da vida; alguien me dijo que cómo aguantaba tanta bulla, pero para mí eso no es ruido: es alegría, es energía, es esperanza” afirma la directora.

Los ensayos suelen ser todos los días a las ocho de la mañana. En el primer salón, los acordeones repiten las notas de “Tierra mía”, mientras los tambores están en el salón de al lado y en el salón del frente los clarinetistas. Afuera, los padres de familia escuchan desde las ventanas. A veces vienen solo a oír a sus hijos. Algunos no entienden de música, pero saben que esto los aleja de los problemas.

Los maestros, formados en diferentes regiones del Caribe, enseñan con un método que combina técnica y tradición. Aquí no se estudia sólo a Mozart o Beethoven; también se interpreta a Diomedes Díaz, Los Zuleta, Pacho Galán, José Barros y, por supuesto, a Lucho Bermúdez. El profesor maestro de acordeón lo vive con pasión: “A mí esto me emociona todos los días; enseñar folclor es preservar una historia. No quiero que se pierda la tradición, ver a un alumno tocar por primera vez una melodía me eriza la piel”, confiesa. Su tarea no es solo enseñar notas, sino sembrar raíces. Cada clase es una conversación entre generaciones: el pasado que suena en los dedos del presente.

La lucha silenciosa para mantener la escuela viva

No todo ha sido fácil. Danielis confiesa que mantener la escuela viva es una tarea que exige más voluntad que recursos: “A veces no tenemos suficientes instrumentos, o hay estudiantes que no pueden venir porque viven lejos o no tienen dinero para el transporte. Pero seguimos, porque sabemos lo que significa esto para el pueblo.”

En algunos momentos, la escuela ha enfrentado recortes presupuestales y la falta de apoyo institucional. Aun así, los profesores y alumnos han aprendido a hacer más con menos, las presentaciones en la plaza principal se hacen con orgullo, aunque falten luces o tarimas. La escuela, en estos momentos, se sostiene con el apoyo de la alcaldía y algunos formadores del Ministerio de Cultura. Sin embargo, los recursos no siempre son suficientes. A veces falta transporte, a veces cuerdas, a veces tiempo. Pero, como dice la directora, “siempre aparecen ángeles, una donación pequeña, un apoyo inesperado, una mano amiga, gota a gota se llena el jarrón”, dice sonriendo. “Lo importante es que suene la música”, dice Danielis, “porque cuando suena, el Carmen revive”.

Gracia Valle, una ex alumna que visitaba el espacio cultural, comentó: “Yo venía de apagarme y aquí volví a encenderme. Este lugar me devolvió la voz que había perdido.”

Entre los alumnos hay historias que parecen canciones. Un joven tímido que aprendió a socializar gracias al acordeón. Un campesino adulto que descubrió que la música no tiene edad para comenzar. Niños de las zonas rurales que viajan kilómetros para tocar un tambor o aprender una escala. Uno de ellos dice: “Yo era muy penoso, casi no me gustaba hablar. Pero desde que toco el tambor, me siento libre; cuando toco, me olvido de todo”. Otro añade: “La música me enseña a amar, a respetar, a vivir un poco más”.

La Escuela se ha convertido en un lugar donde los jóvenes no solo aprenden un arte, sino también a creer en sí mismo. Como afirma Gracia: “Aquí no solo formamos músicos, formamos seres humanos felices”. Sin embargo, el sueño va más allá de los sonidos. Danielis anhela llevar a sus estudiantes a otros escenarios, mostrar el talento de su tierra al país. “He recibido invitaciones, pero los recursos aún no alcanzan. No pierdo la fe. Algún día saldremos con nuestros niños a representar al Carmen de Bolívar, como lo hizo Lucho”. Gracia comparte ese anhelo: “Yo sueño un territorio con esperanza, donde la música siga siendo un lenguaje de fe. Quiero que la escuela tenga un comedor, porque hay niños que vienen sin comer. Pero, incluso así, vale la pena. Porque la música no exige edad ni condición. Solo pasión”.

A medida que cae la tarde, los niños guardan sus instrumentos y salen del salón. En el aire queda una melodía que parece no terminar. En ese instante, el pueblo entero parece detenerse. Ahí, entre las risas y los ecos del pasado, se siente la presencia invisible de Lucho Bermúdez, mirando desde algún rincón del cielo musical de los Montes de María. Si pudiera hablar, quizás diría: “Sigan tocando, mis hijos. Porque mientras haya un porro sonando, el Carmen nunca volverá a estar en silencio.”

La Escuela de Música Lucho Bermúdez no es solo un lugar de formación artística. Es una trinchera de alegría, un templo de resistencia, un espacio donde las heridas del territorio se curan con melodías. En cada niño que aprende una nota, en cada joven que sueña con un escenario, en cada maestro que no se rinde, vive la promesa de un pueblo que encontró en la música su manera más pura de seguir existiendo. Y mientras la música repite su última escala, la maestra Danielis recuerda las palabras que repite a sus alumnos cada mañana: “La música no solo se toca… se vive. Y cuando se vive, transforma.”

 

Mileidy Quintero Martínez

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