Patrimonio

Hazañas de un ‘vende pan’, patrimonio cultural de su pueblo

María Ruth Mosquera

02/09/2016 - 06:30

 

El Panao en Valledupar (Colombia)

Lo encontraron andando por una calle del barrio Cañaguate en Valledupar. Iba con paso firme, sonriente, y descalzo, con nada más que una toalla cruzada sobre su abdomen, cargando un canasto, con el que, según supieron después, recolectaba fondos para otra causa social. No pudieron evitar los transeúntes voltear para verlo cuando había pasado y preguntarse si quizás ese hombre estaría loco.

“No se preocupen. Ése es Panao, que anda haciendo campaña para ayudar a un muchacho que cayó en desgracia”, respondió –sin haber sido preguntada- una mujer que ya había pasado las etapas de verlo, sorprenderse, creer que era un loco, darse cuenta de lo cuerdo que está, conocer sus causas, admirarlo como un ser social, ejemplo de identidad, apropiación y promoción cultural. “Ah, mucho gusto. Soy Brenda y tampoco soy de aquí”, agregó la mujer.

“¿Panao?”, inquirieron, teniendo claro que se trataba de un apodo. “Sí, el vendedor de pan que tiene su fábrica a dos calles de aquí. Los vende a los gritos por toda la ciudad. Cuando lo escuchen se van a acordar de mí. La conversación fue fugaz, cada quien siguió su camino.

Días después, los mismos forasteros volvieron a encontrarse a Panao, esta vez embadurnado en carbón, con una vestimenta color piel de un tigre con acabados elaborados a base de huesos de mamífero y un bastón que tenía en la punta lo que parecía ser la cabeza de una vaca. “¿Cuál será su campaña esta vez?”, pensaron, ya sin inquietarse o sorprenderse, para entrar en el grupo amplio de personas que le hacen seguimiento a este personaje para conocer esa representación de las diversas formas de lo humano y de otras especies de vida que encarna, según se lo inspire la coyuntura social.

Desde que conoció sus motivaciones, Brenda pasó a ser la más fiel admiradora de Naúl de Jesús Ramírez Lúquez, hombre de 45 años nacido en el barrio Cañaguate de Valledupar, en el Cesar, quien durante mucho tiempo se desempeñó como empleado de panaderías, hasta que un día se independizó con su negocio propio y convirtió su casa en la sede de su empresa, ubicada a menos de mil pasos del río Guatapurí, otro de los grandes beneficiados con sus campañas.

Desde ahí proyectó su empresa con una especie de sello territorial que distinguiera el suyo del pan ocañero, del árabe, del francés y de todos los que ya existían; entonces optó por el ‘Pan Cañaguatero’, así le rendía un homenaje al árbol de Cañaguate, que exacerba  su sentido de pertenencia por el rincón de su nacimiento; teniendo como valor agregado las variedades: de queso, de yuca, de maíz y su particular forma de comercializarlo, a los gritos por la calle: “¡Ayyyy, Pan, pan ,pan!”.

La palabra ‘Panao’ no es más que la conjugación de su oficio con Nao -apócope de Naúl- con el cual lo nombran sus vecinos y amigos. Y amigos, de eso sí que tiene ‘un millón’, entre los que se cuenta Brenda, a la que él saluda en la calle de la misma forma como vende sus productos: “Veee mama, vení pa arrecostate un beso en el cachete”. En él piensan como un emblema de sencillez, identidad, honestidad y apropiación cultural, territorial, patrimonial.

Pero los atuendos amarillos son sólo parte de las muchísimas representaciones que realiza: en abril puede vérsele montado en un burro con las ‘patas bien pintá,’ encarnando a Compai Chipuco; en octubre, disfrazado de bruja vendedora de pan de yuca en la carrera novena; en diciembre, como un Santa Claus de traje amarillo que en vez de trineo y bolsa roja gigante carga una canasta con regalos hechos a base de harina de trigo, horneados en su casa.

La imagen más reciente suya es de un hombre descalzo, vestido de blanco, andando por la calle ondeando una bandera que traduce su anhelo de paz, entendida no como un estado de tranquilidad y sosiego personal sino como un bien colectivo, de personas que viven en común unidad, tal como él concibe la vida entre humanos.

Su costumbre de disfrazarse comenzó hace muchos años, durante un carnaval, cuando –para armonizar con su compañera sentimental- se aventuró a diseñar su propio disfraz y terminó con un pedazo de pantalón, una camisa sin una manga y rapada la mitad de su cabello y su barba, al punto que el mejor nombre para su personaje fue ‘El medio/medio’, que de paso le sirvió para bromear cuando lo llamaban loco y él respondía. “No jeñó. Respete. Medio loco, que es distinto”.

Inicialmente fue algo de entretenimiento; asumía cualquier simbología y la representaba. Después se convirtió en un promotor de valores, cultura ciudadana, de convivencia, que desde su personaje dice verdades, hace llamados y se queja por las cosas que considera injustas. Lo Hace como un compromiso tácito de vida, para corresponder las bendiciones que dice recibe a diario. “Yo perdí un hijo de 12 años. Ante mi dolor le pedí cacao a Dios y él me dio paz, entonces entendí que mi tarea es dar”. Y es eso lo que hace: Dar ejemplo de buen ciudadano.

“De él deberíamos aprender todos nosotros, así viviríamos sin tantos prejuicios y complicaciones”, opina Brenda, aunque muchas personas no lo tomen en serio y crean que es un demente.

Panao se define como un líder popular, apolítico. Hace poco tuvo la idea de convertirse en concejal para trabajar por su ciudad y se lanzó en una campaña proselitista, con un lema a su manera: "Sin fartedad pa’ dejar huella". No le alcanzaron los votos (418), pero su entusiasmo y firmeza por las causas sociales siguieron tan fuertes como los cañaguates siempre florecidos en su corazón.

Así es Panao: un loco para algunos, un filántropo para otros, un ‘man bacano’ para otro tanto; pero para la gran mayoría, Naúl Ramírez es, además de empresario, marido, padre, hermano, hijo, conciudadano ejemplar, inspirador de buenas causas; un patrimonio cultural y social de su pueblo.

 

María Ruth Mosquera

@Sherowiya

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