Patrimonio
Encuentro con la sabia de las plantas y los partos
Iba subiendo por una lomita cuando la vi, con su andar sosegado y sin pausas.
¿Quién es ella?, pregunté a Simón, mientras la veía perderse detrás de un recodo natural formado con piedras enormes de la Sierra a un ladito del camino.
“Es Pau”, me respondió Simón y añadió: “Es sabia. Tiene el conocimiento milenario de las plantas. Ella es una partera que le ayudó a parir a muchas mujeres por toda esta zona. Una vez, mientras iba a atender un parto, perdió el cuaderno de apuntes donde llevaba registro de cuatrocientos pelaos que había ayudado a nacer. Se le cayó en el río y como tenía buena agua y estaba de noche no lo pudo recuperar”.
Me puse ansiosa. Tenía que conocer a esa mujer, hablar con ella, untarme de su saber, preguntarle cosas, aprender la vida a través de sus palabras; así fueran pocas esas palabras.
“Vaya”, me dijo Simón. “Vaya y la saluda. Hasta le puede hacer un reportaje”. Muy bien conocía Simón la bonita persona que es Pau. Ha sido su vecina durante varios años en Cocosolo, un pueblo que se levanta en un punto de la Sierra Nevada, territorio de los indígenas kankuamo, a 351 metros sobre el nivel del mar.
Ansiosa, subí la misma lomita y pasé por el recodo por el que la vi perderse. Pude notar que son enormes las piedras esas; de cerca se ven más grandes, perfectamente ubicadas en su lugar.
La encontré sosteniendo una ramita seca en sus manos a un costado de su casa. Llevaba una falda gris y una blusa en forma de chaqueta blanca; estaba descalza y admiré sus pies porque se me ocurrió pensar -en ese justo instante- que de alguna manera la ausencia de zapatos le permite a Pau una mayor conexión con la madre tierra. Es una mujer bajita, delgada, de manos y pies grandes que lleva en su piel la horma perfecta de los años vividos.
“Pau, buenos días. ¿Cómo está? Soy María Ruth, amiga de Simón Martínez Ubárnez, su vecino, y vine a verla porque quiero conocerla”, le dije. Me disculpé por llegar sin previo aviso, le conté que soy una mujer de selva, que me atraen los ríos, los árboles, el alboroto de los pajaritos cuando amanece en el campo, las noches de penumbra en las montañas; le hablé del poder de atracción tan irresistible que ejerce la Sierra Nevada sobre mí.
“Siga adelante”, me dijo con una amabilidad tal, que experimenté cómo esa mujer a la que acababa de conocer no sólo me abría las puertas de su casa, sino que me daba acceso a los detalles de su pasado y su presente y a toda la sabiduría ancestral que la habita. Paulina Anselma Villazón Martínez es su nombre.
Nació el 18 de junio de 1933 ahí en Cocosolo. No accedió a estudios, pues las oportunidades de escuela no se ajustaron nunca a sus medidas. “Cuando yo nací, por aquí no había colegios; vino un profesor que se llamaba Rafael y le daba clase a los niños de 12 años, ya yo estaba grandecita. Una profesora le dijo a mi mamá que me prestara y yo me iba con la profesora; no había transporte en ese tiempo, todo era a pie, en burro o en mula. Entonces yo me iba con ella y aprendía los cantos que cantaban; eran cantos bonitos, rondas y el Himno Nacional”.
En su crecimiento se materializó el modelo de ‘aprender haciendo’, ya que -cual esponja– absorbía los saberes de quienes tenía al lado. “Carolina Arias me enseñó a bordar. Lo que no aprendí fue a escribir. Yo aprendía muchas cosas”, Incluso en un tiempo en que uno de sus hijos cayó en manos de la guerrilla y nunca lo volvió a ver. “Yo pasaba llorando”; entonces lideresas que llegaron a la zona a conjurar el dolor de las víctimas, se la llevaban con ellas a sus jornadas en los pueblos y Pau aprendía todo lo que veía. “Aprendí a hacer velas, jabón, dulces, cocadas, almojábanas, empanadas, ¿qué no hacía yo?”. Y hasta aprendió a leer con el himnario que cargaban para cantar en los encuentros.
Es la única mujer de los cuatro hijos que parió su mamá, una matrona partera reconocida en todos los pueblos cercanos, porque era pulcra en el arte de asistir nacimientos. De ella heredó Pau la habilidad de saber cómo facilitarles a las parturientas su labor, aunque su incursión en la práctica fue un evento fortuito. “Mi mamá era partera; cuando iba a partear me llevaba, pero no lo dejaban ver a uno a uno de pelao sino que nos quedábamos afuera y cuando oíamos al muchachito llorando y ya cuando le hacían aseo a la mujer entonces era que lo dejaban a uno entrar a ver al niño”.
Verla hablar de sus experiencias es ser testigo de cómo su semblante va cambiando como en ondulaciones de éxtasis, según la intensidad anímica de la vivencia en el relato. Habla de su primer amor, de las formas de cortejo de antaño cuando la relación se consolidaba solo si los papás así lo consentían. “Ahora no es así porque la juventud de ahora es la vista de los hombres en las carreteras, los montes, los caminos; en los tiempos de uno tenían que ir a visitarlo a uno en la casa y si los padres no daban gusto, ¡fuera!” y cuenta que se enamoró de un “sinvergüenza” que le hacía un hijo cada dos años y la dejaba sola hasta cinco meses con el recién nacido. Cuando cumplió sus 22 años, Pau parió el primero de doce hijos. El último llegó a los 43.
Pero fue a los 35 que se enfrentó a su primer ejercicio como partera. “Fui pa´ La Paz a hacerle visita a una hermana que estaba pipona, le vinieron los dolores y me sometí a apararle la hija”. No es que le hayan dado lecciones de cómo hacerlo, sino que la herencia de su madre y la experiencia como paciente de otras buenas parteras la dotaron del conocimiento necesario para hacerse experta. Así, Pau sabía cómo actuar si se le complicaba el parto: usaba ‘peras’ para aplicar lavados, espermas para prenderlas y pedir la intercesión de un santo. “Se le aplican a la vela la oración de un santo, San Antonio, la Virgen del Carmen, Santa Helena. Yo le prendía una esperma a la virgen del Carmen y antes de terminarse ya la mujer había parido”. Eran tiempos libres de cesáreas “las mujeres ahora apenas tienen un dolorcito ya se están muriendo; antes no hacían cesárea y ¿quién se moría?”.
Es tal la sapiencia de esta partera, que para sus últimos cuatro hijos se atendió ella misma. “Mamá vivía contrariada conmigo porque otro señor se había enamorado de mí y me tocó dolor; hice una agua panela, le eché jengibre, pimienta picante y parí mi pelaita, la limpie, me corté el cordón umbilical; mamá pasó a coger agua y oyó la muchachita llorando, ya yo había parido”. En otra ocasión, llamaron a una partera de La Mina, corregimiento cercano, pero la mujer llegó ebria “y dijo: Ay no, tiene el hijo atravesao, tienen que llevarla pal Valle. Vaya fulano a buscar el carro. Yo pensaba: ay Dios mío que cuando llegue el carro ya yo haya parido; cogí una esperma, la puse en un rincón y le apliqué una oración, porque uno tiene que ayudarse también, y cuando venía llegando el carro, ¡jua!, la fuente pa’ afuera y salió el pelao”.
Lo de Pau es sabiduría ancestral, amansada en las montañas de la sierra, con el vuelo de las aves, en los ríos puros, los árboles y plantas tan vitales para todos los males. “Los ríos de la nevada son ríos virtuosos porque salen de las lagunas principales. Rio Badillo es virtuoso, por ejemplo. Y las plantas son puras, no son como las de por acá abajo que son simples. Ya no tienen la fortaleza que tiene la Sierra. La Sierra Nevada es la Corporación de los Marandúa [i], de la gente sabia. A la Sierra la hace fuerte la creencia y la sabiduría de los Mamos, eso la hace ser pura; también la creencia, la fe que tienen los indígenas”. Asegura esta octogenaria kankuama.
Conoce los secretos de las plantas y a ellas acude para curar sus males. “Vea, mija, yo hace como siete años que no servía para nada, yo no podía dormí de este lado (se toca el costado derecho); me fui pal monte a cortá una leña y me salió una hernia; me operaron y quedé que no servía para nada. Tome plantas y vea cómo estoy; a mí no me hace daño nada., yo como de todo; sí me gusta un cerdo gordo, esos chicharrones vea… Yo como vivo tomando plantas”. Por sus conocimientos, hay quienes dicen en voz baja que Pau es una bruja; ella se entera de esos comentarios, pero no les hace caso porque sabe que lo dicen “porque soy curiosa; porque preparo botellas, atiendo pelaitos; viene una mujer con un dolor y la sobo, todavía me llevan y sobo. Y dicen que yo soy bruja, pero no; yo soy muy católica”.
Sabe Pau que su estirpe le prodiga a la Pachamama [ii] cuidados no solamente en lo ambiental sino en lo espiritual. “La Sierra Nevada para mí es una reliquia que tenemos nosotros los kankuamos porque esto es el corazón del mundo; entonces tú sabes que es una cosa muy importante, siendo el corazón del mundo. Uno lo sabe porque nuestros abuelos nos lo explicaban”.
Bien avanzada la mañana, Pau sacó sus mochilas de fique, que ella misma teje, después de tinturar la fibra con diversas plantas y elementos como Ojo de buey, concha de coco, Nola, corazón de brasil, basura de la cebolla seca, cualquier planta tiene colores y cuenta que eso lo aprendió con una profesora barranquillera que dictó el curso en Atánquez.
A esas alturas, yo estoy embebida en su relato, en su esencia, sintiendo y agradeciendo los aportes que sus saberes han hecho a los míos. Entonces, me despido con un “hasta luego”, prometiendo volver pronto, le entrego el pocillo en el que he bebido chocolate cultivado en la Sierra preparado en leche de ganado recién ordeñado y salgo del patio de la casa de bahareque, de los cantos de gallos y sonidos naturales, del gato debajo de la silla, de la nueva amiga que me regaló la vida. Cuando voy bajando la lomita, me detengo y miro a la casa de la mujer que tantos aportes le ha hecho a los suyos y pienso que debe ser genial llegar a su edad con la vida tan llena de bendiciones recibidas.
A ese lugar, donde te abren las puertas y el corazón, donde se conjuga el verbo ‘Mañaniar’, donde está el hábitat de Pau, prometo volver.
María Ruth Mosquera
@Sherowiya
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