Patrimonio
Los juegos tradicionales y la regresión a la niñez
Fui invitado por el rector del colegio de Bachillerato de Costilla, dentro de la jurisdicción del municipio de Pelaya Cesar. Debía realizar un conversatorio con estudiantes y profesores sobre la cultura popular y el rescate de los juegos tradicionales. Hacía 25 años que no visitaba ese pueblo, en mi mente seguía siendo un poblado pequeño, donde todos eran familia de todos, donde todos conocían la vida y milagros de los demás. Pueblos idénticos al Tamalameque de mi infancia.
Encontré que, en efecto, era pueblo pequeño, seguían siendo todos familias de todos, pues sus raíces se entrecruzaban, sin remedio, en la pequeña población donde los apellidos se repetían, sólo variando el orden en que aparecían en el documento de identidad. Sus costumbres y tradiciones se mantenían a duras penas, ya que como la mayoría de pueblos del Caribe colombiano la tendencia es parecerse lo más que se pueda a la ciudad, abandonando la oralidad, el reconocimiento de lo propio y con pérdida acelerada de las formas identitarias que les hacía pueblos únicos.
Encontré niños y jóvenes con cortes de pelo igual a los que uno ve en las zonas marginales de Soacha o Ciudad Bolívar, noté en algunos una atención dispersa, incapaces de fijarla por varios minutos sobre un tema en particular, tenían la intermitencia de mirar el acto cultural y chatear a través del celular; claro está, los más pequeños con la inquietud propia de la edad conversaban entre ellos mientras yo hablaba, llegó un momento en que pensé: «nadie me escucha, cada quien está en su cuento», pero en la medida que me adentraba en las costumbres y tradiciones y mencionaba las condiciones de vida que nos tocó vivir a los mayores de 50, sentí que recobraba el interés de ese auditorio disperso y heterogéneo en cuanto edades e intereses.
Los docentes y padres de familia, afinaron la atención y cuando toqué el caso de los juegos tradicionales, el interés subió de intensidad. Los profesores se concentraron, los chicos guardaron silencio y comenzaron a participar respondiendo en coro algunas preguntas manifestando que sí conocían algunos de esos juegos. Al final de la charla el rector del colegio pidió a los docentes organizar a los chicos para que pudiera realizar con ellos el juego tradicional de “Esconde, esconde la piedrecita”, fue difícil una veintena de niños deseosos de participar se abalanzaron con algarabía sobre el auditorio. Como pude, los organicé y comenzó el juego.
Una de las docentes entusiasmadas me dijo que quería participar, le cedí uno de los micrófonos y llamó a varias maestras que estaban en el auditorio y organizaron el juego, juagaron entre ellas, tuve la sensación que vivían una especie de regresión hacia el pasado y a hacia su niñez, las vi jugar con tanto entusiasmo que les pregunté que si habían jugado en su infancia a “Tintín la cañijuela”, me contestaron que sí, trataron de organizarse entre ellas para jugarla, pero ya los niños estaban en el centro del auditorio en posición de jugar cualquiera de los juegos que en la infancia habían jugado sus padres.
A esas alturas del evento hubo que organizar a los niños en tres o cuatro rondas bajo la dirección de sus profesores para que juagaran. El ambiente era de fiesta, sentí que todos los adultos, profesores y padres de familia estaban bajo los efectos hipnóticos de una regresión hacia la niñez. Tuve la sensación de que se estaba dando el milagro de recuperación de formas identitarias olvidadas de la memoria colectiva, sentí que este pueblo volvía a ser pueblo, que Costilla volvía a ser Costilla, y que a lo mejor añorarían las calles cubiertas de la fría arena donde correteaban descalzos sus abuelos y después sus padres, las que en el día de hoy estaban cubiertas de un pavimento que reverberaba por efectos del calor sofocante del medio día.
Percibí que eso de parecerse a la ciudad es un efecto impuesto por las redes y los medios de comunicación, pero que, en el fondo del alma de los costilleros, late ese corazón pueblerino, ingenuo y lleno de bondad que como todos los que tuvimos la fortuna de nacer en pueblos pequeños nos negamos a abandonar.
Salí del colegio y mientras abordaba el vehículo para salir de ese pueblo escuchaba por las bocinas, la voz de los chicos cantando “Lirón lirón”, “requema” y otros juegos que las maestras en ese trance hipnótico jugaban con la chiquillada.
Diógenes Armando Pino Ávila
@Tagoto
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
1 Comentarios
A simple vista se nota con una inocencia infantil, cómo a través del recuento del recuerdo utilizando la memoria histórica se puede devolver el tiempo en esas localidades localidad es como mi pueblo, Costilla, que como bien lo dice el autor, prefiere bien lo auténtico lo original ante lo sintético y postizo de la ciudad, mal tomado, y por lógica, mal transmitido. Cuánto daríamos por volver a esa inocencia, llegar a retomar la simpleza de esos juegos con las cuales nos formamos y a través de ellos aún conservamos la nobleza y la humildad todos sus coterráneos. Bienvenido sea lo que podamos hacer. Muchas gracias por el primer grano de arena para empezar.
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