Patrimonio

La Mujer y el Picó

Álvaro Rojano Osorio

06/09/2023 - 00:10

 

La Mujer y el Picó
Mujeres emprendedoras que adquirieron picós en Pedraza (Magdalena) / Foto: archivos Álvaro Rojano

 

La tradición productiva en la zona rural de nuestra costa Caribe se ha circunscrito a que el hombre va al campo a plantar semillas de pan coger o tallos, recoge lo sembrado y lo lleva a su vivienda para que su mujer se encargue de procesarlo y transformarlo en alimentos para el consumo de la familia y la venta de los excedentes. En algunos lugares del Caribe colombiano, la mujer recolecta lo sembrado por el hombre en el campo y lo lleva hasta su hogar, cuando es su marido, o donde disponga el sembrador cuando el acarreo es contratado. En otros lugares ha estado presente en el campo, sembrándolo para beneficio propio o como jornalera.

Nuestro Caribe está habitado por mujeres que se han especializado en moler, pilar el arroz y el maíz. Algunas, mientras pilan, cantan versos relacionados con la actividad que ejecutan. Una de ellas es Arsenia Cabarcas de Ruiz, en Repelón, Atlántico, la que mientras pilaba, a tres manos, con sus dos hijas, interpretaba los siguientes versos: “Arre bollo que son las ocho, arre bollo que son las diez, el que pila no lo come, el que come está sentado”. Otras procuran llevan un sonido acompasado, con los pilones, al pilar arroz o maíz. Pilar al dos o al tres requiere de una sincronización de relojero entre quienes lo hacen y tras su engrane se produce un sonido musical.

Productos como bollos de maíz, de yuca, de batata, de plátano, de guineo, de millo, palo con palo, cafongo, harinado, entre muchos; almojábanas, enyucados, cucas, galletas; arepas y otro tipo de fritos, chichas, casabes, bolas de chocolate, son obtenidos a través del procesamiento de semillas y de tallos. Producción en la que se destaca la mujer, quien, además, se encarga de comercializarla.

En tiempos de siembra y comercialización de tabaco, las mujeres eran las encargadas de secar la hoja y procesarla para convertirla en tabaco, calilla, panetela, productos que se encargaban de vender. Ellas han sido quienes han recogido y vendido frutos como la cereza, el corozo, el tamarindo, el mango, la papaya, los mamones, que, además, expenden en lugares públicos. También procesan estas frutas para hacer dulces como cocadas, caballitos, jaleas, bolas, entre otros productos.

La mujer ha sido vital en la lucha por la tierra, en la defensa de su cosmovisión, en la vigencia de tradiciones culturales como la música tradicional, en la interpretación de instrumentos musicales. La lucha por la igualdad es la bandera que enarbolan con la que buscan se les ubique en un lugar distinto, mejor, en esta sociedad inequitativa.

Otra actividad en la que la presencia de la mujer ha sido importante es la de adquirir productos extraídos del campo y de las ciénagas para comercializarlos localmente o en otros mercados de la región Caribe. Proceso que en oportunidades tiene un doble propósito, cuando la venta se hace en las grandes urbes lo obtenido es invertido en la compra de mercancías que comercializa en el lugar donde habita.

La presencia de la mujer en las actividades relacionadas con la salud ha sido importante, labores como las de parteras o comadronas, enfermeras, han estado en sus manos. En los ritos y ceremonias relacionados con la muerte de una persona, el rezar en los velorios también ha sido su oficio.  

Otra actividad donde ha estado presente la mujer es en el procesamiento del pescado para el consumo y venta. Es quien se encarga de escamarlo, abrirlo, arroyarlo o palomearlo, salpresarlo, salarlo, ponerlo a secar. Es quien da el precio de cada unidad y la que lo vende en su casa o en las calles. También ha estado presente en esta actividad como boga o pescadora con atarraya, trasmallo o chinchorro.

Pese a que la mujer ha estado ligada desde la Edad Media a la industria doméstica con actividades como la de tejer, no ha intervenido la confección de atarrayas. Sin embargo, como toda regla tiene su excepción, se ha conocido casos de mujeres que además de ejercer el oficio de pescadoras, se encargan de confeccionar y reparan las atarrayas.

La modistería, como oficio ancestral, en la zona rural de nuestro Caribe continúa en manos de la mujer, es ella la encargada de la confección y del remiendo de la ropa asignada por la sociedad de consumo a hombres y mujeres. Lavar y planchar ropa son otras actividades tradicionales en manos de mujeres, oficios que se mantiene vigente pese a la aparición de medios modernos para lavar.

La asignación de la industria domestica a las mujeres, tras la división sexual del trabajo, fue la que permitió que personas de este género, habitantes de Juan Sánchez, Bolívar, se encargaran de la fabricación de tinajas y otro tipo de vasijas de barro presente en hogares de nuestro Caribe. La fuerza laboral de las mujeres también ha estado presente en la elaboración de vasijas y otros tipos de recipientes con bejucos y otros materiales vegetales. También ha sido la encargada de ir al monte a cortar la escoba, Parthenium hysterophorus, con la que acostumbran a barrer las áreas de la vivienda que carece de piso de cemento; además del corte de la leña para el consumo en su vivienda.

Entre la historia de oficios, artes y otras actividades desarrollados por la mujer rural está el empleo de su fuerza de trabajo en la propiedad y atención de tiendas donde se expenden víveres y abarrotes. Ha sido tan usual la relación de la mujer con este tipo de negocios que son más conocidos por el nombre de su propietaria que por la razón social que le haya dado. Otra actividad productiva a la que se ha dedicado es a la venta de licor, teniendo como lugar de expendio a su vivienda. La relación de la mujer con este tipo de negocio tiene que ver con una de las reglas impuestas a ésta, la de permanecer en el hogar y desde ahí contribuir económicamente con la familia.

Esta última tradición comercial fue la que permitió que un grupo de mujeres fueran vanguardistas, en Pedraza, Magdalena, en la adquisición de equipos de sonidos conocidos como picó o picot. Esta es una población, cabecera municipal ubicada, a orillas del río Magdalena en el Bajo Magdalena, cercana a Barranquilla, lugar donde adquirieron estos equipos de sonidos. 

Para 1939, en Barranquilla, según la memoria del periodista Marco T. Barros Ariza, se registraba la existencia de un núcleo de técnicos de sonidos en el área del Boliche y de los barrios Rebolo y Abajo; entre ellos los hermanos Ariza, que poseían cinco maquinas con los prototipos del picó basado en la ortofónica, lo que fue el génesis de los picot que se hicieron populares en la costa Caribe.

A principios de los años 50 fue adquirido el primer picot en Pedraza y su propietaria fue Griselda Fernández Molinares, quien era microempresaria de calzados, jabón, panadería, dulces; dueña de una tienda de víveres y abarrotes, de una refresquería, ganadera y propietaria de predios rurales. Adquisición que hizo en compañía de Hermogenes Movilla, quien se encargaba de atender el aparato y de llevarlo a Barranquilla cada vez que necesitaba ser reparado por un técnico. Después compró otro que llamaron el “Songo Sorongo”, tal y como se llamaba la exitosa canción grabada en el año 1960 por Rafael Cabezas y su conjunto. Los dos picot servían para amenizar las noches en dos academias o lugar de baile con presencia de prostitutas, sin que esos negocios fueran administrados directamente por ella.

El primer picot en escucharse en Pedraza, fue llevado desde Santa Lucía, Atlántico por su propietario. De este hecho recuerda el adulto mayor Eugenio Rodríguez Tapias: - Al picó lo bajaron por ahí por la casa de Carlos Lozano Pájaro. Por ahí, a la orilla del río donde había dos ceibas, lo prendieron y la gente se amontonó. Era de bocinas y funcionaba con su motor. A raíz de eso fue que Griselda Fernández compró el primero que hubo acá en Pedraza-.

Antes de la llegada de los picó, en Pedraza la música grabada en discos de distintas revoluciones se escuchaba a través de vitrolas de cuerda y ortofónicas, que fueron de propiedad de mujeres como: Griselda Fernández Molinares, Obelisa Fonseca, Ana Argote de Wade, Luisa Guerrero, Isabel Lozano y Horocia Osorio.         

El éxito comercial del picot de Griselda, y la cultura picotera que se extendía por la región Caribe llevó a otras mujeres a adquirir equipos de sonido de estas mismas características. Una de ellas fue Francisca Zabaleta, quien tenía una cantina en su casa donde sonaba el picó que llamaron “El trupillo” o el de “Pachita”. Lo de trupillo en alusión al árbol de esta especie que creció en el patio de su casa donde colgaban las bocinas. Después, fue Digna Martinez quien adquirió un picot al que denominaron “El Barrigón” por ser el único en utilizar el sistema de parlantes incrustados en un bafle de madera.

Luego, fue Mercedes Osorio Molinares la adquirente de un picó de bocinas al que llamaron “El Tuqui-Tuqui Candeloso”, que fue un ritmo musical estuvo de moda por los años 50. Esta fue propietaria de una tienda y cantina que atendía en su vivienda.

Pedraza, para entonces, era una población habitada por no más de mil personas, que recibía una importante inyección económica de los hombres que encontraron en Venezuela un mercado donde vender su fuerza de trabajo. Este dinero y otros factores del mismo carácter fueron el impulsó económicos para que ellas realizaran este tipo de inversión.  

Para cuando estas mujeres hicieron este tipo de inversión aun existían reglas sociales y culturales por las que debían regirse, entre ellas un catálogo de prohibiciones y una guía de acciones para ser considerada una buena esposa. Ser dueña de un picot o equipo de sonido para amenizar el ambiente de consumidores de ron, era quebrantar las prohibiciones y la guía, por lo que las inversionistas no debieron ser bien vista por una sociedad que les exigía que se dedicaran a lo suyo, el hogar.

El que esa sociedad les permitiera expender ron en sus casas significaba la realización de una actividad desde su hogar y de mera venta, mientras que la utilización de un picot para atender la clientela, significaba destinar su tiempo a asuntos que nada tenían que ver con su condición de ama de casa, lo que rompía con las reglas paternalistas. 

La tradición no se detuvo, después de este grupo de vanguardista aparecieron mujeres como Marcelina Bolaño Tapias, Isabela Camargo, Elizabeth Orozco Díaz, Enilda Santander Patiño, Olinda Martinez y Salvadora Jiménez, quienes mantienen vigente la tradición de que las mujeres son las dueñas de negocios donde expenden licores y las propietarias de modernos equipos de sonido.

 

Álvaro Rojano Osorio

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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