Patrimonio
Lavanderas del Caribe y del río Magdalena: una historia musical
El músico y director de danzas, Samuel Mármol, “Don Abundio”, le canta a las lavanderas del río Magdalena: “Bogá, bogá por el río Magdalena, bogá, bogá, bogá, le canto a las lavanderas, han pasado tantos años, por todas las laderas, hoy recuerdo con orgullo las famosas lavanderas”. Evoca a las mujeres que todos los días iban a orillas de esta arteria fundamental, cargando como herramientas de trabajo: una ponchera con ropa para lavar, jabón, manduco, tabla, polvo azul, alumbre o cardón para aclarar el agua con la que enjuagar la ropa.
Este oficio domestico es ejercido en el río Magdalena desde tiempos inmemoriales y, con la llegada de los españoles y otros pobladores a sus costas, en las principales urbes fue adelantado por negras esclavas. Tras la independencia de España, quedó en manos de mujeres pobres, a las que Garzón y Collazos, les dedican un pasillo: “Sigan lavando, lavanderas ignoradas, hasta entrar la oscuridad, que por más agua en la quebrada no limpiarás esas manchas de la humanidad”.
Mientras el compositor y cantante Daniel Celedón les canta: “Qué mal te ha pagado la vida, qué manos tan encallecidas, derramando tanto sudor, jornal de burbujas y espinas, tantas ilusiones perdidas, laborando de sol a sol”. Pero, no solo la música se encarga de ellas y de su situación económica, Elena Poniatowska en el cuento “Las lavanderas”, hace una semblanza de las mexicanas dedicadas a este oficio, caracterizándolas como pobres, míseras.
En Pedraza, Pabla, “la mocha”, remoquete que recibía porque le faltaba el antebrazo izquierdo, todos los días llevaba sobre su pelo crespo una ponchera con ropa ajena, la que lavaba en La Brava, una de las ciénagas del complejo lagunar que hace parte del río Magdalena. Pero, pese a su limitación física, con una sola mano mojaba la ropa, la enjabonaba, manduqueaba, enjuagaba, exprimía, abría, y después de secar, planchaba. Era su trabajo, de esa manera percibía recursos económicos con los que enfrentar la vida al lado de sus hijos.
Sin embargo, en un país en el que el hijo de una lavandera fue presidente de la República, algunas de estas mujeres, aunque ahogándose en la pobreza, apoyaron a quienes vieron en la adecuación una manera de sacudirse de la falta de oportunidades. Sucedió en Tenerife, donde Dilia Benítez, lavando y planchando ropa ajena, educó a su hijo Antonio, quien llegó a ser doctor en historia.
Las lavanderas en óleos y fotografías
El pintor y grabador español Francisco Goya, entre 1778 – 1780, las dibujó cuando eran vistas, además de pobres, como de dudosa reputación. De ahí que en el óleo llamado “Las lavanderas” representan la lascivia femenina. Mientras que en Francia el pintor Honoré Daumier las homenajea en 1863, a través de la imagen de una de ellas, fuerte físicamente y llena de penurias. En Colombia, fueron objeto de atención de pintores como Domingo Moreno Otero, en 1910; Miguel Díaz Vargas, en 1921; Eugenio Zerda, en 1923, entre otros.
En Barranquilla, a principios del siglo XX, el alemán Otto Flohr, que creó la empresa Flohr & Price Cía., con fotografías tomadas en esta y otras ciudades de Colombia, comenzó a publicar postales elaboradas en un prestigioso taller alemán, entre las que incluyó una con el nombre de Lavanderas en el Consejo, que muestra a un grupo de mujeres lavando a orillas de uno de los caños cercanos a esa ciudad. Desde hace algunos años la comunicadora social Linda Esperanza Aragón ha publicado una serie de fotografías y algunos textos sobre las lavanderas de Bomba, a orillas de la ciénaga de Zapayán, donde el lavar en este espejo de agua sigue siendo tradicional.
Las lavanderas entre cantos y danzas
Una lavandera, Petrona Martínez, a través de un bullerengue sentao, vocaliza: “Lavandera, ay mi lavandera, mi lavandera, la la”. Mientras que, Totó la Momposina, quien lavaba ropa a orillas del Magdalena, le cantó al manduco. Otras importantes cantadoras de las orillas de este río, como Rosalía Urrutia Hoyos, Miguelina Epalza Cogollo, también lo fueron. La primera recordaba que a los 12 años empezó a cantar, mientras lavaba en pozos artesianos, cercanos a Altos del Rosario. De este mismo lugar era la afamada cantadora Agripina Echeverri, “La cachaca”, quien, durante su estancia en Barranco de Loba, y en El Alto, tuvo como actividad productiva lavar ropa ajena, lo que también hacía Venancia Barriosnuevo, de Hatillo de Loba, quien, además, era constructora de viviendas, ordeñadora y pescadora.
En Guamal, en el brazo de Mompox, donde la lavandera Vicenta Freitas, mujer alta, musculosa, dicharachera, se destacó por su manera de bailar chandé, las mujeres que se ubicaban en el puerto de la plaza con los aparejos necesarios para lavar, incluyendo un balay para depositar la ropa limpia, aunque mojada. Estas cantaban después de hacer un repaso sobre los hechos sucedidos en esa localidad. Alguna de las que no lo hacían, lavaba y escuchaba la interpretación de canciones del folklor riano, mientras un humo denso salía de su boca en la que tenía una calilla encendida “boca abajo” o por dentro.
Las lavanderas han tenido un papel protagónico en dos danzas, una puesta en escena en Barranquilla, la otra en el sur del Cesar. En esta ciudad la danza del caimán tenía como trama el que este saurio, representado a través de una imagen de cartón y madera, se comía a los animales y niños que encontraba en las orillas. Danzando por las calles, las lavadoras cantaban: Mijita, cuida tu hermana, que yo me voy a lavá… a ver si puedo gozá el frescor de la mañana. Mijita ¿A onde está tu hermana? El caimán se la comió. Otro de los intervinientes en esa expresión cultural era el cazador, quien declamaba: Yo soy el abanderado de estas lavanderas, que, si no fuera por mí, el caimán se las comiera.
Otra cosa sucede en el sur del Cesar, donde el río Magdalena ha sido fundamental en la vida cultural, económica y social de sus habitantes. En Río de Oro, donde se celebra el festival de la matanza del tigre, la lavandera recibe el nombre de Petra “Petronila" Manosalva Osorio, quien es representada por un hombre vestido con un atuendo que raya en lo ridículo. En el acto principal de la puesta en escena, la lavandera Petronila pone su ponchera al lado del río, simula recoger agua para lavar las prendas, y ante el descuido de los negros que danzan a su alrededor, el tigre los ataca, así como a la lavandera, propinándole varios zarpazos.
El espacio de las lavanderas
Celina Almanza recuerda que en su niñez y adolescencia recogía parte de la ropa sucia de su casa, y contrariando la voluntad de su papá, Gabriel, se iba a lavarla a orillas del Magdalena, en las piedras de Rubén, que era el sitio donde se reunían las lavanderas del barrio Abajo de Pedraza. Lo hacía antes de que estas llegaran a ocupar las piedras que cada una reclamaba como de su propiedad. Este era opuesto a que lo hiciera argumentando que allí las mujeres se reunían era para meterse en la vida ajena. Lo que tiene relación con lo que señala Linda Aragón, refiriéndose a las de Bomba: “ellas son portadoras de historias, son el periódico del pueblo”.
Otra regla común entre las lavanderas del río Magdalena ha sido no permitir la presencia de hombres en su espacio de trabajo, además, evitar hablar delante de ellos. Norma cuyo origen, según Clinton Ramírez, ninguna, ni siquiera la más veterana asidua de las aguas, podría datar y menos atribuirlo a una bisabuela remota, indígena o negra; pero todas acatan sin excepción, como aceptan a Dios y a los santos de maderas de sus altares.
El oficio de lavar ropa a orillas de los ríos, que quebrantó la regla social impuesta por la sociedad paternalista que establecía que el espacio de las mujeres era el hogar y no el público, está casi extinto. Las lavanderas, que constituyen una memoria cultural que ha ido pasando de generación en generación, y de cultura en cultura, se encuentran en peligro de ser transformadas en un recuerdo fosilizado. Sin embargo, aun en algunos lugares es defendida la vigencia de este oficio, tanto que una de ellas, Iris Fontalvo, acomodándose la ponchera llena de ropa limpia sobre su cabeza, aseguró: “Ni si me regalan una lavadora dejaré de venir a la ciénaga de Zapayán a lavar”.
Álvaro Rojano Osorio
Bibliografía:
Martos, A. (2018). El giro ontológico en las lecturas de la Naturaleza: propuestas de intervención didáctica. Álabe 17. [www.revistaalabe.com]
Pietro, L. (2015). La lavandera, Daumier. https://arte.laguia2000.com/pintura/la-lavandera-daumier.
Ramírez, C (s. f). Lavandera de Bomba (Magdalena, Colombia) en la Ciénaga de Zapayán. PDF
https://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/memorias/article/view.
Rincón, J. (2020). El concepto de representación de Roger Chartier en las máscaras del Festival “La Matanza del Tigre” del Municipio de Río de Oro, Cesar. Tesis de grado.
Sobre el autor
Álvaro Rojano Osorio
El telégrafo del río
Autor de los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).
Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).
Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.
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