Patrimonio
Sabedores y portadores
Hay personas que dedican su vida entera al estudio y observación de un fenómeno cultural, es decir, envejecen admirando una manifestación cultural en un éxtasis inacabable, en una sorpresa y admiración sorprendente que hace que el resto de mortales se pregunte: ¿Qué le sorprende? ¿Qué le inquieta? ¿Qué causa su arrobamiento? ¿Qué fuerza mágica lo atrapa, lo fija y aprisiona?
Tal vez solo miramos la persona y su arrobamiento, no fijamos la mirada en el foco de su atención, es decir el objeto de su observación. Ahora bien, dicho atrapamiento no solo ocurre en personas estudiosas, investigadores, académicos o científicos, este fenómeno es más común de lo que uno cree y ocurre en mayor medida en gente del común, en personas de los campos, de los pueblos, personas con una curiosidad innata y natural que desde niños hacen seguimiento, observación y prácticas de procesos culturales en su territorio. Son observadores, seguidores acérrimos de usos, practicas, costumbres que de generación en generación se han establecido en la conciencia colectiva de comunidades y pueblos.
Son estas personas los detentores de saberes ancestrales, depositarios del legado de sus mayores, que se hicieron mayores practicando y manteniendo viva la oralidad, las tradiciones y la cultura de su territorio, son personas respetables y dignas del respeto y consideración de sus comunidades, son referentes culturales a los cuales acuden los investigadores y cultores para nutrirse de sus saberes, son personas con un amor inmenso por su tierra y con un desprendimiento admirable que entregan sus saberes a quienes lo consultan y visitan con la inquietud de conocer, aprender y comprender la cultura vernácula. Son un libro abierto desbordado de conocimientos acumulados sobre su cultura y sobre su territorio una fuente nutricia de saber para las nuevas generaciones.
Estos seres llenos de pasión y amor por su tierra y su cultura, en su mayoría son personas comunes, campesinos, pescadores, leñadores, madres de familia, abuelos y abuelas que han acumulado el conocimiento de lo terrígena, son vecinos, compadres, amigos que conviven apaciblemente en su vecindarios, comunidad o vereda y que gozan del respeto y consideración de sus vecinos, a ellos se les consulta desde una receta de cocina hasta una oración para espantar las brujas. Son tremendos contadores de historias y anécdotas, recuerdan nombres, personajes, fechas, episodios históricos de su comunidad, practican danzas ancestrales, recuerdan cantos y músicas del pasado y promueven la práctica de las tradiciones.
Generalmente, son personas mayores de alma blanca que han encanecido admirando, aprendiendo, practicando y divulgando esos saberes con una tenacidad y pasión admirable, gente que no se rinde ante la indiferencia de las nuevas generaciones, pues saben que su cultura, a pesar de los embates del tiempo y la agresión insana de culturas dominantes invasivas, la suya, la propia, la vernácula, renace de sus cenizas, se levanta como Lázaro resucitado en una especie de reiniciación permanente desde un punto que contiene los elementos culturales necesarios para reemprender el camino de sobrevivencia.
En todas las comunidades los hay, algunos ocultos, otros olvidados, pero aún existen, las Casas de la Cultura, las bibliotecas, los grupos culturales, las alcaldías, las escuelas y colegios deben tener la obligación histórica de visibilizarlos, de festejarlos, reconocerles y darles el sitial de honor que se merecen. Estos entes deben propiciar los espacios culturales donde ellos sean los protagonistas que le lleven a niños y jóvenes sus saberes, donde transmitan su legado cultural y su oralidad a las nuevas generaciones, donde como libros abiertos eduquen en lo propio a esta nueva generación que indiferente ante lo propio corren enajenados ante la cultura foránea.
Hay que cimentar la cultura vernácula, para que los jóvenes, con conocimiento de ello, puedan contrastar lo propio contra lo advenedizo y en conciencia sea capaz de escoger o valorar la cultura con la dimensión de lo local, lo regional, nacional y universal.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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