Patrimonio
Otra historia para contar sobre el Festival de la Tambora y la Guacherna
Detrás de los eventos y procesos culturales que se han dado en el Caribe colombiano, sobre todo en esos festivales que pululan en nuestra costa, se han contado historias, las que potabilizadas salen a la luz para el consumo de un público, cada vez, afortunadamente, mayor, que demuestra un vivo interés por conocer la historia y evolución de estos nichos culturales. También es cierto que, por descuido, egoísmo o ego de quienes tienen el poder de contar la historia, ocultan, niegan, tergiversan algunos pasajes, que son de todas maneras interesantes y que no deben quedar inéditos tras las bambalinas de la pompa festivalera.
Este texto es una invitación para que todas las personas que participaron, propiciaron, proyectaron, impulsaron e hicieron posible la materialización de estos eventos, den de primera mano la versión de la historia, para evitar la llamada «rehistoricidad», que se ha puesto en boga en nuestros pueblos, donde comienza la distorsión de pasajes, acomodo de personajes, cosas, casos, hechos y pasajes de esa linda y romántica vivencia que se realizó en la gesta cultural de nuestros territorios.
Me permitiré contarles un par de casos de esa historia no contada del Festival de la Tambora y la guacherna de San Miguel de las Palmas de Tamalameque. Corría el año 1978, ya hacía tres años que había comenzado a indagar sobre la identidad cultural de Tamalameque, y había encontrado que lo nuestro era La Tambora, no la música de acordeón, ni la de viento. Había encontrado que La Tambora era la manifestación común de la denominada Depresión Momposina, ya había conseguido audiencia para narrar este hecho, mi audiencia era tan reducida que se suscribía solo a tres personas (Luis Gonzaga Vides, Edgar Guerra y Hernando Moreno). Ese año (1978), este grupo tenía claro que la única manera de cimentar nuestra identidad cultural y tomar como insignia la Tambora, era a través de un festival, teníamos como referente el de Valledupar y mucho más cerca el de la Cumbia en El Banco. Nuestro problema era que no teníamos ni recursos económicos ni peso político en la localidad para enfrentar un evento de éstos.
Tomamos la decisión de meternos y tomarnos la junta de fiestas patronales del 14 de septiembre. En efecto, nos metimos en la junta, el presidente era Cristian Aguilar un pupilo del gamonal político del momento: Don Julio Castro, ganadero y político tradicional que ponía y quitaba alcaldes y quien lideraba el grupo de don Pepe Castro. Entramos en la junta y con mucha paciencia comenzamos a mostrar las intenciones culturales diferentes a las acostumbradas, todos sabemos que en las fiestas y ferias de los pueblos de la costa hay una serie de eventos, especialmente la corraleja, que es, por llamarla de alguna manera, la vitrina y tarima donde los ganaderos, los terratenientes y adinerados muestran su preeminencia, donde montan a caballo en cabalgatas para, desde la alzada del caballo, hacerse sentir por encima del pueblo común y en la corraleja muestran sus semovientes, mientras el pueblo enloquecido por el licor y el atronador sonido de la pólvora deja correr su adrenalina poniendo en riesgo su integridad ante los toros, en tanto que el resto del pueblo enardecido por esa especie de circo romano lleno de morbo aplaude y ríe de los que osan saltar al ruedo.
Ya dentro de la junta y siendo mayorías, con el apoyo de Roberto Galván subgerente de la Caja Agraria, Rubén Restrepo, trabajadores de la alcaldía y otros que no recuerdo, impusimos el criterio que había que hacer un festival de Tambora y que en la parte inaugural hubiera un desfile de comparsas, para ello nos apoyamos en los educadores de primaria, empleados del hospital local y de la alcaldía. Así, y solo así se pudo dar comienzo a este Festival que ya llevará 45 versiones. Cabe anotar que ese primer festival fue local, participaron en el atrio de la iglesia los grupos de Tambora que subsistían en Tamalameque, el del barrio Palmira con Eliecer Romero, Los hermanos Ramírez, Brígida Robles, ancianos ya y acompañados por otros adultos mayores pero de menos edad, el grupo del barrio Aluminio, con Mecha Carmona y sus hijos y familiares, por otro lado estuvieron algunos adultos mayores y grupos escolares con canciones de moda, danzas y el grupo juvenil que luego pasó a ser el grupo folclórico La Llorona.
Ya fueran 45 versiones de festival, pero no se le ha dado continuidad, por inundaciones, situaciones políticas, carencia de recursos y sobre todo porque algunos alcaldes le apostaban más al vallenato que a lo autóctono. De ahí que nuestro festival se volvió cristiano, no por haber sido ungido por alguna religión, sino que se hace cuando Dios quiere.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor
Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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