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Cuando la lengua se viste de gala: el tratamiento cortés del español de Colombia

Alonso Fernández García

24/05/2023 - 00:18

 

Cuando la lengua se viste de gala: el tratamiento cortés del español de Colombia

 

De entre todas las cosas en las que tenemos que fijar nuestra atención cotidianamente, rara vez la lengua es una de ellas. De este modo, dejamos estos menesteres en manos de los entendidos en filología, literatura, lexicografía, fonología, etimología y otras tantas disciplinas que se adentran en lo más profundo de algo tan común como lo es el idioma. Lo que todos sabemos —y es innegable— es que la lengua es el principal recurso usado por el ser humano para comunicarse entre sí.

Reflexionando fríamente se podría concluir que, cuando hablamos, no hacemos más que traducir la realidad material y metafísica. Así, cuando usted o yo pronunciamos la palabra “flor”, nos limitamos a reproducir (o traducir) una realidad, una imagen. Pues, en vez de tener que arrancar una flor para mostrarla, es más cómodo, rápido y económico atribuir una palabra con un significado a esa realidad material. Después, cuanto más refinado y social se hizo el homo sapiens sapiens, fuimos capaces de traducir en palabras los sentimientos, las ideas abstractas, los ingenios y, además, situar todo eso en un pasado, en un presente, en un futuro, en una posibilidad o, incluso, en un deseo. Con todo este artificio tan humano, somos capaces de declarar el amor y las guerras, de loar y ultrajar, de penar y gozar. Sin embargo, las capacidades más apreciadas que la lengua puede brindar, (a los más ambiciosos, sobre todo), desde el nacimiento de la res publica y la vida social, son las de convencer, persuadir, disuadir, congregar, disgregar o, en definitiva, manipular. Antaño, esto se estudiaba mediante la oratoria y la retórica. Hoy, creo que lo llaman marketing.

Siendo la lengua una construcción tan íntimamente humana que ha ido creciendo y evolucionando con el paso de los milenios, es irremediable que cada grupo social culturalmente y políticamente separado —constituido ahora en naciones— haya ido formando un idioma propio adaptado a su entorno y sus condiciones históricas, políticas, religiosas y materiales. Es por eso por lo que el inuktitut, la lengua que habla el pueblo inuit, posee cuarenta palabras para referirse a lo que nosotros llamamos simplemente “nieve”, en función de su blancura y consistencia. Por esto mismo el inglés es, en estos momentos, la lengua del comercio y los negocios, o el francés la de la diplomacia.

Al margen de lo que las personas extranjeras ajenas a nuestra lengua puedan pensar acerca de ella, las veces que he tenido ocasión de conversar sobre esta cuestión con gente de España, Colombia, México y otros países hispanohablantes, he reparado en cómo muchos han coincidido en que el español es el mejor idioma para insultar. Tanto es así, que cada cual defendía con orgullo los insultos, injurias, maldiciones y dicterios autóctonos de cada región en una suerte de competencia por dilucidar en qué parte del mundo hispanohablante se soltaba el improperio más grave y atronador. Desconozco si esto será realmente cierto, pero, como contrapartida, quiero romper una lanza en favor del español, puesto que, si bien estamos suficientemente provistos de descalificaciones, no lo estamos menos de tratamientos corteses e, incluso, zalameros. Aprovechando, además, que Colombia es un crisol que mantiene vivas muchas de estas cortesías, no está por demás explicar y entender el origen de alguna de ellas.

Los insumos pronominales del español

En nuestro idioma disponemos de pronombres personales corteses, que se irán explicando más abajo. No obstante, es necesario entender que en latín clásico, la lengua en su forma culta de la que procede el español, no existía ningún pronombre usado específicamente para un tratamiento más respetuoso o cortés. Cabe añadir también que, al igual que en español, en latín se podía omitir el sujeto debido a que esta información queda recogida en la conjugación verbal. A modo de ejemplo: “Ego sum” equivale a “yo soy”, de manera que “sum” equivale a “soy”, con posibilidad de realizar una omisión del sujeto.

A fin de ilustrar de una forma sencilla los insumos pronominales del español, en la siguiente tabla se expondrá la correspondencia entre los pronombres en latín (enunciado en el caso de nominativo) y su paso al español.

 

 

Latín

Español

1ª Persona del singular

Ego

Yo

2ª Persona del singular

Tu

3ª Persona del singular

(ille,illa,illud)

Él/Ella/(Ello)

1ª Persona del plural

Nos

Nosotros/as

2ª Persona del plural

Vos

Vosotros/as

3ª Persona del plural

(ille,illae,illa)

Ellos/as

 

Como aclaración, sépase que en latín no existía ningún pronombre personal para la tercera persona del singular y del plural (los que van en paréntesis), sino que usaban pronombres demostrativos. Aquí se incluyen a fin de ilustrar de dónde proceden los pronombres personales él y ella. (Es decir, en latín no se podía decir algo así como “Él es mi hermano”, se decía “Éste es mi hermano/Ése es mi hermano/Aquél es mi hermano”. De hecho, los pronombres personales él, ella y ello proceden de ille,illa,illud, que en latín significaba, literalmente, “aquél, aquella, aquello”).

Sobre las formas vos y vosotros/as

El voseo —esto es, el uso del pronombre personal “vos” en lugar de “tú”— se da en bastantes regiones de Hispanoamérica. Aunque su uso se extiende mayormente en Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile, y ciertas partes de Bolivia, no hay que menospreciar la frecuencia del voseo en los países centroamericanos. En el caso de Colombia, el voseo es algo común en la zona andina, más concretamente en Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío, Valle del Cauca, Nariño y, en menor medida, en Santander.

Tanto en su origen latino como en castellano antiguo, el uso de “vos” se utilizaba exclusivamente como un pronombre personal para indicar la segunda persona del plural, lo que hoy conocemos como “vosotros/as” o, en su tratamiento cortés, “ustedes”. Esta es la razón por la que se explica su conjugación, que sigue el paradigma de la segunda persona del plural. Poniendo como ejemplo el verbo “amar”, su conjugación evolucionó de la siguiente manera:

-En latín: Vos amatis (vosotros amáis o ustedes aman).

-En castellano altomedieval: Vos amadis (vosotros amáis o ustedes aman).

-En castellano tardomedieval: Vos amáis. (tú amas o usted ama) (voseo reverencial)

-En el español actual: Vos amás. (tú amas o usted ama) (voseo familiar)

A este punto, la pregunta es sencilla. ¿Por qué “vos”, que en origen era el pronombre de la segunda persona del plural —es decir, se refería a más de una persona— acabó por usarse también como pronombre de deferencia de la segunda persona del singular, es decir, como sustitutivo de “tú”? Pues, como se ha señalado anteriormente, el latín jamás usó el “vos” con el valor de “tu”, esto fue “invención” de las lenguas romances. Para buscar una explicación hay que remontarse a los últimos estertores del Imperio Romano, que cayó en el año 476 d.C. El antiguo esplendor de Roma decaía con el paso de las décadas y de las consecutivas crisis económicas, civiles y políticas, pero, aun así, el poder romano trataba de renovarse para estirar su existencia y evitar el colapso. Tal fue el caso, que uno de esos hitos fue la división del imperio entre Arcadio y Honorio para mantener la integridad en el año 395; el uno gobernaría sobre la parte oriental, el otro, sobre la occidental. A partir de entonces, Roma tuvo dos emperadores, hecho que fomentó entre los funcionarios del imperio el uso de “vos”  (y no “tu”) para referirse a ambos gobernantes. Esta forma, que en un principio era únicamente literaria, terminó por convertirse en reverencial al dirigirse al poder, a los dos emperadores. De esta manera, su uso reverencial fue extendiéndose entre las altas alcurnias y, caído el Imperio Romano Occidental, siguieron utilizando esta fórmula, ya como pronombre reverencial, los distintos mandatarios de los reinos bárbaros que se iban asentando en las cenizas de Roma.

Este tratamiento diferencial se fue extendiendo en casi todas las incipientes lenguas romances. Por ello, en italiano voi también es una forma reverencial o en francés “vous” tiene el doble valor, el de cortesía (usted) y el de la segunda persona del plural (vosotros). En la Castilla medieval el uso de “vos” se extendió prolíficamente entre el pueblo llano, hasta el punto de que en la segunda persona del plural se añadió a “vos” la palabra “otros” (lo mismo sucedió en catalán) para diferenciarlo de la forma reverencial, evitando la confusión, y, por analogía, se produjo el mismo cambio con “nos” más “otros”, obteniendo los actuales pronombres “nosotros/as” y “vosotros/as”.

En síntesis, fueron los nobles y los que se querían dotar de importancia y majestuosidad los que tomaron el “vos”, que era el tratamiento que se daba al poder de Roma de entonces, es decir a sus dos emperadores. Más tarde, el pueblo copiaría la forma de hablar de su clase dirigente con el mismo propósito, dotarse de más alcurnia y majestuosidad. Y esto último es algo a tener en cuenta para entender el resto de los tratamientos de cortesía que se extendieron en nuestra lengua, pues se debe a la misma razón: aparentar.

Usted, sumercé y otros términos de cortesía

En la España de mediados del siglo XV debían ser todos hijos de emperadores o, al menos, de reyes, pues el uso del “vos” se había extendido tanto, que se usaba con personas de cualquier procedencia y condición, así pastores, como labradores o duques. Tanto se extendió, que perdió toda reverencia que pudiera haber tenido en el pasado. Incluso a los criados el “vos” les parecía de muy bajo tratamiento y condición, como muestra este extracto de Celos con celos se curan de Tirso de Molina:

“CÉSAR: Admítolos. Yo os haré

mercedes; andad con Dios.

GASCÓN: "¿Os haré?" y "¿andad?" ¿Ya es

vos

lo que tú hasta agora fue?

Pues, vive Dios, que hubo día,

aunque des en vosearme,

que de puro tutearme

me convertí en atutía.

CÉSAR: Gascón, tu estancia es abajo;

vete y despeja.

GASCÓN: Eso sí;

tú por tú, "vete" de aquí,

y no "andad" con tono bajo,

que esto de vos me da pena.”

Con este percal, las mentes pensantes que querían volver a obtener algún tratamiento de respeto comenzaron a poner de moda el “vuestra merced” y “su merced” —-esta última permanece como “sumercé” en algunas regiones campesinas de Boyacá y Cundinamarca— para sustituir el obsoleto vos.

Es precisamente la antigua forma de “vuestra merced” la que nos terminaría por dar nuestro actual “usted”, que sufrió una tremenda evolución fonética atestiguada en distintos documentos en estas formas: vuessa merçed, vuesarçed, vuesançed, vourçed, vuerçed, vuarçed, voaçed, vueçed, vuaçed, vuçed, uçed, vuesansted, vuesasted, vosasted, vuested, vuasted, vusted y, finalmente, usted. Esta forma, que comenzó a usarse como siempre por las altas esferas, terminó pasando al habla del pueblo, manteniéndolo hasta nuestros días.

Como se ha visto ya en dos ejemplos, es frecuente que el pueblo llano trate de imitar el habla de quienes les gobierna para asemejarse a ellos, esto explica otros fenómenos tan actuales como la dualidad de acentuación en la palabra “mama” (con acentuación llana) y mamá (con acentuación aguda). La primera pronunciación es la más secular, pues procede del latín mamma (léase “mámma”), la segunda es por influencia del vocablo francés maman  (con acento agudo, como es lo común en la lengua gala), acentuación introducida con el acceso al trono español de la dinastía francesa de los Borbones con Felipe V, en el siglo XVIII.

A pesar de que el “usted” es el rey de la cortesía en el español de nuestros días, merecen digna mención antiguas formas como “vuestra paternidad” y “vuestra maternidad” para referirse a los progenitores, “vuestra alteza” para los príncipes, “vuestra majestad” para los reyes, “vuestra excelencia” para los altos funcionarios o, incluso, el término “usía” que procede de “vuestra señoría” y, habiendo sufrido el mismo proceso fonológico que “usted”, se sigue usando en la actualidad en el español jurídico.

Después de este recorrido tan cortés, podéis vestir vosotros —-o pueden vestir ustedes, perdón—- la lengua de toda la gala que quieran, sin olvidar, eso sí, que el hábito no hace al monje y que, aunque la mona vista de seda, mona se queda.

 

Alonso Fernández García

 

Referencias:

http://www.ataun.eus/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Tirso%20de%20Molina/Los%20celos%20con%20celos%20se%20curan.pdf

https://cvc.cervantes.es/ensenanza/biblioteca_ele/aepe/pdf/congreso_31/congreso_31_08.pdf

https://www.rae.es/dpd/voseo

 https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/104709.pdf

 

 

Sobre el autor

Alonso Fernández García

Alonso Fernández García

Entre orillas de dos mundos

Si las lontananzas de la historia nos llegan en las letras, las anchuras de un océano se estrechan en la correspondencia. Qué hubo y qué hay entre una pequeña península al sur de los Pirineos y gran parte del continente americano, son cuestiones que nos definen en lo bueno y lo malo. Comprender las respuestas permitirá contemplar la escala de grises sobre la que “dibujamos”.

Alonso Fernández García es bachiller en letras del I.E.S Campos y Torozos, estudiante en la Universidad de Valladolid y periodista en ciernes. Criado en Tierra de Campos Góticos, entre mares de mieses con sus correspondientes castillos y palomares como horizonte y fondo, vaga entre lo pasado y lo presente para comprender el devenir del futuro.

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