Patrimonio
La Semana Santa y su música en el Bajo Magdalena
Si bien existe un conjunto de obras que han indagado acerca de los procesos bandísticos del Caribe colombiano, a lado y lado del río, como los trabajos de Henríquez (2013), Naranjo (2013), Royet (2015), Zapata (2015) y Rojano (2019), el género de las marchas procesionales es, quizá, el que menos atención ha recibido, seguramente por lo específico de su función social y escenario de representación, a pesar de que han sido, como dice Holguín (2008), los eventos de carácter religioso uno de los pilares que han permitido el sostenimiento de las bandas de vientos, junto a los bailes populares, las guerras y las celebraciones patrióticas.
El repertorio de las marchas de Semana Santa de Mompox ha sido el mejor estudiado, dentro de la historia de la música momposina construida por Jesús Zapata Obregón, punto de partida para la consolidación del Archivo Musical Santa Cruz de Mompox, catalogado y estudiado por María Alejandra De Ávila y Leopoldo Flores en el 2021. Acervo que da testimonio de la relevancia cultural de la ciudad en la Depresión y la Costa caribe en general, su rica tradición musical y la prolífica escuela compositiva, amalgamada con la vida religiosa de la comunidad, la cual, también, ha influido en los procesos compositivos de toda la Depresión y la Costa caribe, como se mostrará en una serie de artículos acerca de la música de la Semana Santa en el Bajo Magdalena y en particular en los municipios de Mompox y Guamal, partiendo del contexto formativo de las bandas y de surgimiento de las marchas en la región, pasando por las formas de valoración y apropiación del patrimonio que estas constituyen, así como los resultados obtenidos en el desarrollo del proyecto: Evolución y tensiones de las marchas procesionales de los pueblos de la Depresión momposina. Guamal y Mompox, apoyado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, el cual busca contribuir a la salvaguardia de la Semana Santa del municipio de Guamal, documentando los saberes en torno de sus marchas procesionales.
Con estas consideraciones previas, pasamos a revisar la música de la Semana Santa en la región del Bajo Magdalena.
La Semana Santa como fiesta popular tradicional
Las fiestas populares tradicionales son una muestra característica de la cultura y, por ende, de la identidad de la comunidad que las celebra, ya que están “cargadas de hechos y personajes simbólicos, mediante los cuales cada pueblo en particular reactualiza la visión que tiene de sí mismo y del mundo que le rodea, la fiesta reordena y orienta cíclicamente las relaciones al interior del grupo, redistribuye instancias de poder y prestigio y, sobre todo, se reproduce a sí mismo, comunicándole a sus miembros los símbolos portadores de su identidad. Se dice, además que toda acción teológica, política, social o cultural, no se piensa hoy como verdaderamente lograda si no termina en una fiesta” (Pereira, 2009, p. 168).
La mayoría de las fiestas populares tradicionales colombianas se encuentran asociadas al periodo de conquista y colonización por los españoles, pues durante este periodo los grupos de inmigrantes de diferentes partes de la península ibérica trajeron consigo sus hábitos y costumbres con la intención de mantenerlas en su nuevo hábitat.
Algunas de estas fiestas comunes son los carnavales, la Semana Santa, el Corpus Christi, la navidad y las del Santo patrono de cada localidad, destacando significativamente entre estas, en el caribe colombiano, las de la Virgen del Carmen y San Martín de Tours, dada la gran cantidad de localidades donde se celebran.
Entre estas fiestas populares tradicionales reviste gran importancia la celebración de la Semana Santa, durante la cual se recrea la pasión, muerte y resurrección de Cristo, mediante un conjunto de prácticas sociales y culturales en el cual convergen eventos religiosos colectivos, litúrgicos y paralitúrgicos, constitutivos de parte de la identidad de las comunidades celebrantes. En el desarrollo de esta manifestación cobran especial relevancia las marchas procesionales, las cuales surgen hacia la segunda mitad del siglo XIX, con la aparición de las bandas musicales de viento, quienes incorporaron a sus repertorios marchas fúnebres o luctuosas, de origen europeo, para su interpretación en procesiones, añadiendo luego elementos propios de cada localidad, configurando un género musical ya tradicional, mediante el cual se hace patente el hibridismo cultural que caracteriza al caribe, a pesar de los constantes esfuerzos de folcloristas y otros estudiosos de la cultura por "mantener libre de influencias externas la parte que podamos mantener al margen de la contaminación" (Burke, 2010, p. 131).
El papel de las bandas de viento es fundamental en las procesiones de Semana Santa, como intérpretes de las marchas fúnebres y no tan fúnebres, con lo cual contribuyen a la generación del ambiente, en el cual predomina la devoción, recogimiento y melancolía que caracteriza a las procesiones de la Semana mayor. A pesar de esto, su rol se ha estudiado, casi siempre, en función de la religiosidad popular, rara vez considerando su contexto, repertorios y conformación, debido en parte a los pocos estudios musicológicos y a la ausencia o casi nulidad de fuentes que permitan indagar sobre estos tópicos. No obstante, a continuación, indagaremos acerca del contexto de surgimiento de estas procesiones y la formación de las bandas de viento en el Bajo Magdalena y en Concreto en la Isla de Mompox.
El bajo Magdalena
La región caribe colombiana estuvo dividida en dos espacios administrativos durante el régimen colonial: las provincias de Santa Marta y Cartagena y desde entonces el río Magdalena ha sido considerado como la frontera “natural” entre distintas entidades territoriales, principalmente entre el Estado Soberano del Magdalena y el Estado Soberano de Bolívar, entre 1857 y 1886 y El Magdalena Grande y el Bolívar Grande, entre 1886 y 1967; no obstante, para los pueblos indígenas de la zona el río no parecía tener esta función divisoria sino integradora y reguladora de la vida regional, misma función que conserva, a pesar de las dificultades burocráticas que introducen las divisiones político – administrativas.
El Bajo Magdalena, como lo indica Cormagdalena (2013), es una de las tres subregiones en las cuales se divide la cuenca del río Magdalena, situada entre El Banco, Magdalena, y su desembocadura en Bocas de Ceniza y la bahía de Cartagena, mediante el Canal del Dique. Las otras dos son: Alto, desde su nacimiento hasta Honda, Tolima, y Medio, entre Honda y El Banco.
En el siglo XVI, a la llegada de los españoles, estaba establecido en parte de la Depresión Momposina y en las riberas del Magdalena, el grupo étnico Malibú que tenía un patrón de poblamiento lineal sobre los barrancos que bordean los cursos de los ríos, en viviendas dispersas y caseríos ribereños. A orillas del Magdalena establecieron poblaciones de alguna importancia como Mompós, Tamalameque y el mercado de Zambrano (Reichel – Dolmatoff, 1991, pp. 11 -13).
Los Malibú constituían tres tribus: “Los Pacabuy y Sompallón, o Malibú de las lagunas; los Malibú del río Magdalena y los Mocaná en el bajo Magdalena” (Escalante, 1963, p. 48), de las cuales las dos primeras habitaban las costas de las lagunas que bordean el Magdalena y en las riberas de este río, desde Tamalameque a Tenerife, y la última en la orilla del mar, al este de Cartagena, hasta el río Magdalena, y penetraban algunas leguas al interior (Rivet, 1947, pp. 139 – 144).
El núcleo urbano de mayor importancia de esta región ha sido, históricamente, la villa de Santa Cruz de Mompox, la cual fue fundada por Alonso de Heredia el 3 de mayo de 1537 - aunque otros historiadores como Otero D’Acosta (1936) sostienen que fue en 1540 -, debido a su “estratégica ubicación, decisiva en el proceso de formación de la sociedad hispanoamericana, por su carácter al ser fundada de acuerdo con las normas de España, por su función desempeñada durante el período colonial, como puerto escala obligada en la comunicación con el interior del territorio, centro de comercio y de poder tanto económico como político y su participación en el proceso de la independencia” (Arquez, 2019, p. 7).
Importancia que la relaciona con su entorno, de tal manera que se terminó convirtiendo en el centro desde el cual se configuró toda una región funcional, la cual debe ser entendida como “el espacio que los núcleos de población o lugares centrales organizan a partir del tamaño de su población o jerarquía urbana, el número y grado de especialización de los bienes y servicios que ofrecen, las facilidades de desplazamiento de la población hacia dicho núcleo y la distancia existente respecto a otros núcleos urbanos que le compiten en la oferta de bienes y servicios” (Massiris, 2020).
Sobre la base de los atributos mencionados, Mompox ha tenido la capacidad, a pesar de su declive en la segunda mitad del siglo XIX, de articular los territorios circundantes mediante vínculos comerciales, sociales y culturales, estableciendo un área de influencia en la cual se pueden encontrar, aun hoy día, trazas de la “momposinidad”, encontrando su más alto grado en el surgimiento y evolución de las procesiones de Semana Santa de la región y las artes y oficios asociados, tales como la imaginería y la música, en concreto, las marchas fúnebres.
La Semana Santa en la región
La Semana Santa es celebrada en distintas regiones de Colombia, integrando a las expresiones de fe propias de la liturgia católica una serie de elementos de la religiosidad popular - los cuales en ocasiones son objeto de gran estima y en otras de fuerte rechazo -, dotando a la manifestación de rasgos y formas determinadas por las circunstancias históricas, sociales, culturales, ambientales, etc., propias de cada región o subregión del país, las cuales, a su vez, definen aspectos constitutivos de la identidad cultural de la comunidad que celebra, reafirmada en las diferencias con las otras comunidades.
Si bien la Semana Santa tiene su origen, importancia y protagonismo en el catolicismo, dado que en ella se realiza la representación de una narrativa sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, no es menos cierto que contiene “una tradición histórica y cultural, alimentada, transformada y enriquecida en el tiempo por innumerables pueblos, que en América hispánica y católica hunde sus raíces desde el temprano siglo XVI” (Fierro, 2011, p. 229), lo cual ha permitido a esta fiesta popular tradicional convertirse en integradora del patrimonio cultural inmaterial de la nación y la humanidad.
Son famosas en el ámbito nacional las celebraciones de Popayán – incluida en la LRPCI de la Humanidad de la UNESCO en el 2009 -, Tunja, Pamplona, Santa Fe de Antioquia y Piedecuesta, ciudades y poblaciones de fuerte raigambre española y núcleos urbanos importantes en la época colonial.
En el caribe colombiano destacan las celebraciones de Santiago de Tolú y Ciénaga de Oro – incluida en la LRPCI del ámbito nacional en el 2020 – y Sabanalarga – declarada Patrimonio de la Nación mediante la Ley 2304 de julio de 2023 -, en las sabanas del viejo Bolívar; Valencia de Jesús y San Diego de las flores, en el Valle de Upar; y en el Bajo Magdalena las de Tenerife, Guamal – ambas en proceso de inclusión en la LRPCI del departamento del Magdalena - y Mompox, de gran relevancia nacional e internacional, particularmente por todos los elementos propios de su cultura, desarrollados en el segundo de los tres niveles dramatúrgicos en los cuales se ha expresado la celebración de la Semana Santa: “las formas devocionales o paralitúrgicas, en las cuales juegan un papel relevante las procesiones con toda la libertad creativa que les permite el no estar sujetas a las prescripciones de los libros ceremoniales” (Bernardi, 1991, p. 82).
En estas celebraciones se conjugan expresiones religiosas, supervivencias históricas y manifestaciones folclóricas en un apretado sincretismo las cuales se amalgaman de manera particular en una nueva identidad regional (Arcila, 1987, p. 65).
Entre las manifestaciones folclóricas que han nutrido las procesiones de Semana Santa, como espacio escénico de representación teatral, destacan: la música, compuesta y ejecutada para la celebración, pero cuyas raíces se alimentan de una tradición artística mucho más amplia en la cual se incluye la coreografía de las marchas, la cocina tradicional de la temporada, los oficios tradicionales como la talla en madera y los personajes que intervienen en los actos religiosos y procesionales, quienes con su devoción, su fe y sus creencias, configuran un sistema de medicina espiritual, manifestado en las mandas, oraciones y penitencias.
Las bandas de vientos y la música de Semana Santa
Las bandas de vientos, tal como las conocemos en la actualidad, se originaron en la primera mitad del siglo XIX “al perfeccionarse los instrumentos de viento como el clarinete y con la aparición del pistón, fundamental en el desarrollo de los instrumentos de boquilla. Sin este desarrollo técnico no se entiende la existencia de la banda moderna. La expansión de las bandas de viento solo puede entenderse en la perfección de instrumentos con el mejoramiento de las válvulas” (Montoya, 2011, p. 135).
El antecedente más remoto de las bandas de viento en América se encuentra en las fanfarrias de los cuerpos de caballería e infantería del ejército español y la primera banda de la cual se tiene noticia en el Virreinato de la Nueva Granada es la banda militar organizada en Santa Fe por Pedro Carricarte en 1784 (Davidson ,1970, t. 1, p. 248).
Las bandas de vientos, cívicas y militares, han sido un elemento importante de la vida social, cultural y religiosa del caribe colombiano desde principios del siglo XIX, poco después de la Guerra de independencia, pero de manera muy especial en el bajo Magdalena, debido a que fue en esta subregión en donde apareció la primera banda militar de toda la región, la Armonía Militar de la Valerosa, creada en Mompox en 1828, la cual pierde su carácter militar en 1879, pasando a llamarse Armonía de la Valerosa (Zapata, 2015, p. 72).
Para la década de 1840 estas agrupaciones empezaron a ser populares, surgiendo en ciudades y pueblos a todo lo ancho y largo del caribe colombiano, como fue el caso de la Armonía de Santa Marta, organizada en 1840 y dirigida por Juan Plácido Jiménez (Ospino, 2017) o la que fundó el profesor José Ángel Ruiz Viaña en Montería en 1845 (Exbrayat, 1996). A estas siguieron las fundaciones de la banda San José de Tolú Viejo en 1860, la Banda 14 de septiembre de la Villa de San Benito abad, en 1862, la San José de Ciénaga de Oro en 1875 y la banda Armonías de Lorica, fundada en 1884 por José Dolores Zarante (Fortich, 2014), mismo año en el que se registra la aparición de la primera banda de vientos en Guamal, de la cual desafortunadamente no se conoce el nombre, conformada para amenizar las festividades de la Virgen del Carmen (Zambrano, 1997).
Dentro de los distintos tipos de música interpretados por gran parte de las bandas de vientos del caribe colombiano se encuentran las marchas procesionales, entre las cuales cobran especial relevancia las de las procesiones de Semana Santa, las cuales se subdividen en marchas para ser caminadas o andantes y para ser marchadas o fúnebres.
La importancia de estas marchas se puede comprender, teniendo en cuenta los planteamientos de Merriam (2006), debido a que esta música: a) conecta a los asistentes con el ritual, b) ayuda psicológicamente a hacer más leves las extensas marchas tanto para quienes cargan los pasos como para el público que las sigue activamente, c) conduce de un modo relativamente organizado el ritmo de los actos procesionales, d) sirve para representar las creencias culturales y e) ejerce un refuerzo sobre la fiesta y a su vez sobre las normas sociales de esa población.
Las marchas para bandas, quizá, conforman el repertorio más importante para el pueblo momposino, pues es el género ritual por antonomasia, empleado en las procesiones del santoral, para las cuales fueron compuestas las marchas: San Antonio, San Ramón, Santa Elena, San Sebastián, ¡Cristo Rey!, 2 de febrero, La Concepción, Al Convento, El Cristo, Virgen del Carmelo, Inmaculada, San Miguel, Santa Caridad, San Luis Gonzaga y Santa Cecilia (De Ávila y Flores, 2021).
El género de las marchas fúnebres tuvo su florecimiento en Mompox a partir de la importación de partituras impresas de Europa, especialmente de Francia, por parte de los hermanos Ribón Morón, dueños de la Botica Ribón Hermanos, quienes mediante su labor comercial llegaron a convertirse en determinantes para el desarrollo de la vida musical momposina y de la región, impulsando el predominio de los repertorios franceses, con cuyos cánones compositivos, de “corte clásico, con estructura de escuela europea, cambios de intensidad en la interpretación y más juegos de elementos musicales, predominando el compás de 4/4, aunque también existen composiciones en compases de 2/4 y 6/8” (Zapata, 2015, p. 167), se moldeó el repertorio tradicional momposino, aunque con una estructura más sencilla y melodías relativamente fáciles de interpretar, a causa de la carencia de ciertos instrumentos y a la larga duración de los recorridos de las procesiones.
Para el ciclo de la Pasión existe un grupo de marchas fúnebres francesas, las cuales son interpretadas durante el recorrido de la procesión del Viernes Santo: Smyrne, Progreso Musical, Repos Éternel, Il n'est plus, Feuilles d'Automne, Pleur, Saint Germaine, Suprême Adieu, Los Inmortales, Flores del Campo, San Miguel, La Ascensión, La Muerte de los Dioses y Pobres Flores.
Las marchas de compositores momposinos son interpretadas el Jueves Santo, entre las cuales se encuentran algunas con nombres que aluden específicamente a hechos o personajes de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, tales como: Entrada a Jerusalén, Jueves Santo, Jesús ante Herodes, Imperio de Herodes, Jesucristo en la Loza, Calvario, El Cáliz, Lágrimas de la Virgen, Cuerdas y Azotes, Caída al Infierno y Resurrección. Otras, también interpretadas en este día, aluden a principios del nacionalismo, tales como: Héroes y Mártires, ¡Colombia llora!, Colombia sufre por sus Malos Hijos, Colombia más que Muerta, ¡Mompox gime!, Vuelve Colombia a la Vida o Memorias al general Uribe Uribe.
El proceso de simplificación comentado párrafos atrás, con arreglos menos armónicos respecto a la melodía, se acentuó tras la llegada de algunas de las marchas procesionales de compositores momposinos a Guamal, puesto que la conformación orquestal de las bandas de vientos en este municipio ha sido diferente, tanto en la cantidad como variedad de instrumentos, en relación a las momposinas (Alvarado, R., Entrevista del 5 de abril de 2024).
En el repertorio actual de la Semana Santa guamalera se interpretan las marchas de compositores momposinos: Caída al infierno -conocida localmente como San José-, Calvario, Colombia sufre, Jueves de dolores, Lamentación y piedad, San Sebastián y Semana Santa, algunas de las cuales no aparecen relacionadas ni en el Archivo Musical Santa Cruz de Mompox ni en el libro Mompox y su cultura musical (una visión histórica y social 1540-1993).
La existencia de este repertorio compartido se debe a la trashumancia de los músicos - tan presente a inicios del siglo XX como en la actualidad -, la cual permitió continuos intercambios y mutuas influencias a partir de las cuales las músicas del caribe se fueron consolidando, tal como lo plantea Guillermo Henríquez Torres, puntualmente, para el caso de las bandas de vientos:
La trashumancia de las bandas costeñas por todo el litoral tuvo que producir las fusiones musicales que hoy se observan en nuestros ritmos populares, cito en el Magdalena el caso de la Filarmonía Santa Marta, el de Meléndez y el de Ramón Coulzat, en el siglo XIX y el de Rafael Vélez, Paz Barros, los Antequera, Pedrito Fernández, Rubén de Aguas, Cantina, Carlos Martelo y Dámaso Hernández en el siglo XX, dirigiendo bandas cienagueras y samarias que se trasladaban a otros pueblos de la costa, mientras que a, su vez en Ciénaga y la Zona Bananera se recibían las bandas allende el rio Magdalena (Henríquez, 2013, p. 113).
Este fenómeno permite entender la presencia de músicos momposinos y de otros municipios en el surgimiento, desarrollo y consolidación del proceso bandístico guamalero en general y del repertorio de las marchas procesionales de Semana Santa en particular, como se verá en detalle en el próximo artículo, así como la participación de músicos guamaleros en bandas momposinas o de otros sitios el Caribe colombiano y el país en general.
Luis Carlos Ramírez Lascarro
Referencias
- Arcila, M. (1987). Semana Santa Mompoxina, afirmación de una identidad. Universitas Humanística, 16 (27).
- Arquez, O. (2019). Ciudad y río. Ensayos sobre historia y cultura de Santa Cruz de Mompós. Santa Cruz de Mompós. Gdife editores.
- Bernardi, Claudio (1991). La drammaturgia della Settimana Santa in Italia. Milán, 1991, p. 82.
- Burke, P. (2010). Hibridismo cultural. Madrid. Ediciones Akal.
- CORMAGDALENA (2013). Caracterización física, demográfica, social y económica de los municipios ribereños de la jurisdicción de la Corporación Autónoma Regional del Río Grande de la Magdalena. Bogotá.
- DAVIDSON, Harry. Diccionario folclórico de Colombia. Bogotá: Banco de la República, departamento de Tall. Graf., 1970, t. 1, p. 248
- De Ávila, M. y Flores, L. (2021). Catálogo y estudio del Archivo Musical Santa Cruz de Mompox (AMSCM). Bogotá. Biblioteca Nacional de Colombia, Ministerio de Cultura.
- Escalante, A. (1963). Mocaná, Prehistoria y conquista del departamento del Atlántico. Universidad del Atlántico, Instituto de investigación etnológica.
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- Ferro, G. (2011). Guía de observación etnográfica y valoración cultural: fiestas y semana santa. En: Apuntes 24 (2): 222241.
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- Merriam, Alan P. 2006. The Anthropology of Music. Evanston: Northwestern University Press.
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- Zapata, J. (2015). Mompox y su cultura musical (una visión histórica y social 15401993). Barranquilla. La iguana ciega.
Sobre el autor
Luis Carlos Ramirez Lascarro
A tres tabacos
Guamal, Magdalena, Colombia, 1984. Historiador y Gestor patrimonial, egresado de la Universidad del Magdalena. Autor de los libros: La cumbia en Guamal, Magdalena, en coautoría con David Ramírez (2023); El acordeón de Juancho (2020) y Semana Santa de Guamal, Magdalena, una reseña histórica, en coautoría con Alberto Ávila Bagarozza (2020). Autor de las obras teatrales: Flores de María (2020), montada por el colectivo Maderos Teatro de Valledupar, y Cruselfa (2020), Monólogo coescrito con Luis Mario Jiménez, quien lo representa. Ha participado en las antologías poéticas: Poesía Social sin banderas (2005); Polen para fecundar manantiales (2008); Con otra voz y Poemas inolvidables (2011), Tocando el viento (2012) Antología Nacional de Relata (2013), Contagio poesía (2020) y Quemarlo todo (2021). He participado en las antologías narrativas: Elipsis internacional y Diez años no son tanto (2021). Ha participado en las siguientes revistas de divulgación: Hojalata y María mulata (2020); Heterotopías (2022) y Atarraya cultural (2023). He participado en todos los números de la revista La gota fría: No. 1 (2018), No. 2 (2020), No. 3 (2021), No. 4 (2022) y No. 5 (2023). Ha participado en los siguientes eventos culturales como conferencista invitado: Segundo Simposio literario estudiantil IED NARA (2023), con la ponencia: La literatura como reflejo de la identidad del caribe colombiano; VI Encuentro nacional de investigadores de la música vallenata (2017), con la ponencia: Julio Erazo Cuevas, el Juglar guamalero y Foro Vallenato clásico (2016), en el marco del 49 Festival de la Leyenda vallenata, con la ponencia: Zuletazos clásicos. Ha participado como corrector estilístico y ortotipográfico de los siguientes libros: El vallenato en Bogotá, su redención y popularidad (2021) y Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020), en el cual también participé como prologuista. El artículo El vallenato protesta fue citado en la tesis de maestría en musicología: El vallenato de “protesta”: La obra musical de Máximo Jiménez (2017); Los artículos: Poesía en la música vallenata y Salsa y vallenato fueron citados en el libro: Poesía romántica en el canto vallenato: Rosendo Romero Ospino, el poeta del camino (2020); El artículo La ciencia y el vallenato fue citado en la tesis de maestría en Literatura hispanoamericana y del caribe: Rafael Manjarrez: el vínculo entre la tradición y la modernidad (2021).
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