Pensamiento
Más allá del dogma: espiritualidad encarnada en rituales, silencios y linajes

“…Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.” Isaías 43:2
Hablar de espiritualidad no significa, necesariamente, hablar de un Dios único ni de una doctrina establecida. En mi experiencia, la soledad y el encuentro con la señora de negro me condujeron hacia una búsqueda distinta, una espiritualidad que se revela en los baños con plantas, en los rituales con fuego, en el peso del linaje ancestral y en la risa inesperada de una nieta que devuelve el sentido de la vida. Pensar la espiritualidad como un entramado de prácticas y memorias vivas, donde lo sagrado se encarna en lo cotidiano y se expande más allá de cualquier dogma, es lo que propongo en este texto.
La señora de negro, figura con la que nombro mi depresión, ha sido presencia y frontera. No es solamente un malestar individual, sino un lugar de confrontación con el vacío existencial. Desde un enfoque fenomenológico, este tránsito puede ser leído como una experiencia límite (Jaspers, 1932), una vivencia que desestabiliza, pero que al mismo tiempo abre un horizonte nuevo de sentido. Lejos de aniquilar, la oscuridad ha sido espacio de aprendizaje, donde el silencio se volvió maestro y la fragilidad un modo de reconocer lo esencial.
En este proceso, los rituales con plantas y fuego han configurado lo que diversas corrientes llaman epistemologías del cuidado (Walsh, 2009). Estas prácticas no son supersticiones ni gestos folclóricos, sino formas de conocimiento encarnado que permiten resistir y sanar. El agua caliente que se mezcla con ruda o romero, el humo que limpia, la brasa que arde sin consumir, constituye lenguajes espirituales que devuelven al cuerpo su lugar como mediador de lo sagrado. Lo espiritual no se concibe aquí como abstracción, sino como praxis cotidiana de cuidado y de resistencia.
La ancestralidad es otra de las claves fundamentales. Como plantean los feminismos comunitarios (Paredes, 2010) y los saberes indígenas latinoamericanos, el linaje no es únicamente biológico, sino también espiritual y político. Reconocerme heredera de un poderoso linaje tanto femenino como masculino, ha sido comprender que mi existencia está sostenida por memorias colectivas. Cada baño, cada silencio, cada palabra frente al fuego activa ese legado y lo renueva. La espiritualidad, en este sentido, no es solo un camino personal, sino un tejido comunitario donde el pasado se hace presente para sostener el futuro.
Este horizonte se amplía con la llegada de una nieta. Su risa, su simple presencia, han significado un acto hermenéutico, es decir, resignificar la vida desde la continuidad. En ella se condensa lo que Ernst Bloch llamaba la utopía concreta, la esperanza que no es ilusión vacía, sino posibilidad real de futuro. Su existencia me recuerda que la espiritualidad también se transmite en los vínculos, en la descendencia, en esa cadena de cuerpos y memorias que asegura que la vida siga brotando incluso cuando todo parece extinguirse.
Así, más allá del dogma, la espiritualidad que se configura en mi proceso es plural y encarnada. Integra el dolor y la sanación, la sombra y la claridad, lo humano y lo ancestral. No niega la promesa bíblica de Isaías, sino que la amplía: el fuego arde, pero no destruye; la señora de negro acompaña, pero no aniquila; la soledad muerde, pero también abre. Entre hierbas, silencios, linajes y risas, descubro que la llama nunca logra consumir lo esencial.
Martha Navarro Bentham
Docente y poeta. Nacida en la zona rural de Chimichagua, Cesar.
1 Comentarios
Me gustó la manera de presentar a la señora de negro que es también ese vacío de presencias deseadas, mitigado con aguas de flor de Jamaica, uno que otro trago de chirrinche aquinado y con el diálogo con amigos juglares vallenatos que transforman las relaciones en palabras presentadas con rima y música. Gracias Martha por ayudarme a iluminar mi caminar en este Valle del reencuentro
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