Pueblos

Ante el 12 de Octubre

Antonio Ureña García

09/10/2014 - 05:30

 

Ante el 12 de Octubre
Extracto de la película 1492

 

Como dice Aguilera Portales (La encrucijada ética del multiculturalismo en la aldea global)  cuando nos enfrentamos al problema del etnocentrismo, estamos obligados a partir del siguiente hecho histórico: el hombre occidental se ha lanzado a la conquista de las culturas, dejando tras de sí un reguero de violencia y de muerte.

Por el contrario, durante siglos -tanto en la Península Ibérica como en Latinoamérica- se ha “vendido” una visión del descubrimiento cargada de heroísmo y beneficios recíprocos; un “encuentro entre dos mundos” en lugar de un choque entre los mismos, todo ello partiendo de - como dice el ensayista ya citado en anteriores artículos Eduardo Subirats ( El continente vacío: la conquista del nuevo mundo y la conciencia moderna) -una concepción metafísica, fantasmagórica, anacrónica y sacralizada, gracias a la cual, los  acontecimientos que tuvieron lugar a partir del 12 de octubre de 1942– continúa el autor: “son el resultado del empeño de Castilla de transportar al Nuevo Mundo las formas de vida cristiana. Siendo estrictos con la realidad: ¿cabría decir entonces que la rapiña, la explotación y el holocausto de civilizaciones completas son propias de la “forma de vida cristiana”?

No es el objetivo de estas líneas entrar en una discusión sobre el aspecto anterior, pero sí es necesario señalar que los trabajos que mantienen la concepción edulcorada aludida serían una continuación de todo un hacer de siglos en los que se justificó el etnocidio como una Guerra Santa y al avasallamiento de indios, un acto de caridad cristiana que denominó “pacificación”, ligando el espíritu de la Conquista con el de la Reconquista hispana.

Sin embargo, y lejos de caer en esperpentos historiográficos como los anteriores, es necesario también analizar los aspectos positivos que el acontecimiento que nos ocupa, tuvo en su momento. Así, el historiador de tendencia crítica Pierre Vilar (Historia de España) no olvida hablar junto a los aspectos sombríos, de los beneficios que el Descubrimiento y la Colonia supusieron para el desarrollo de la Edad Moderna.

El primer hecho sobre el que llama la atención el autor, es la celeridad de los acontecimientos: pocos meses después del desembarco de Colón, el Papa Alejandro VI promulga la bula que sacraliza la hazaña. Dos años más tarde, una nueva bula reparte el Nuevo Mundo entre España y Portugal. Únicamente fueron necesarios 10 años para que se trazara una cartografía en la que aparecen no sólo las islas sino también una línea continental desde el paralelo 34 en Brasil hasta la Península del Labrador. En unos 50 años se recorrieron ambas costas americanas; se atravesaron las cordilleras y altas mesetas; las cuatro más importantes cuencas fluviales ya habían sido reconocidas; se establecieron infinidad de colonias de población tanto en las islas como en el continente para poner en marcha una implacable maquinaria de explotación de sus recursos naturales. Como dice el historiador francés: ¿Acaso fue una simple aventura, deshonrada aquí por la avaricia y engrandecida allá por la fe? No. Porque también participa de todo el espíritu creador, científico, jurídico-político, económico y material del S. XVI.

Esa velocidad abre un apasionante debate que ha permanecido y permanece abierto y silenciado durante mucho tiempo. ¿Tenía Colón informaciones y conocimientos sobre la existencia del Nuevo Mundo? Incluso más: ¿Tenía Colón un mapa de las tierras americanas o de los vientos dominantes? Existen muchas leyendas y muy poca documentación sobre el tema, pero cualquier aficionado a la vela con unos conocimientos –por muy mínimos que fueran– sobre embarcaciones históricas, concluiría sin duda que una Carabela tiene unas posibilidades casi nulas de navegar a barlovento -en contra de la dirección dominante de los vientos- por lo cual, para emprender una travesía de ese calibre, o existía una carta vientos o simplemente ningún barco hubiera llegado a su destino.

En el Palacio Topkapi de Estambul se conserva el famoso mapa “Piri Reis”: un fragmento de más o menos un tercio de un mapa con fecha de 1513,  dibujado en piel de gacela y firmado por un almirante turco llamado Piri, donde se muestran las costas e islas del Nuevo Continente. Lo importante de este mapa, es que entre las fuentes citadas por el autor para trazarlo, aparece “un mapa dibujado por Colón”. Cómo creó el “Atmirante de la Mar Oceana” dicho mapa, es algo aún si aclarar.

Otras teorías nos hablan de cómo los Templarios, -avezados geógrafos y navegantes, asentados en Portugal a raíz de su persecución en los albores del S XIV y reconvertidos en la Orden de Cristo- son los encargados de brindar a Colón toda la formación e información que necesita para su singular viaje.

Ahondar en estas teorías –tema muy interesante, por otro lado- nos alejaría del objeto del presente escrito. Lo que si cae dentro de las pretensiones del mismo es analizar el porqué del silencio de las mismas durante siglos. La razón es bien sencilla: si el descubrimiento fuera una empresa minuciosamente trazada: conocimientos matemáticos y astronómicos precisos; estudios cartográficos y geográficos de diferente tipo, entre otros, perdería ese carácter de epopeya y heroísmo y aventura desinteresada con el que han intentado esconder las muchas sombras que lo envuelven y sobre las que ya hemos hablado en este y otros artículos publicados en Panorama Cultural.

Si bien predominan las sombras, hay otras luces que se encienden a partir del 12 de octubre de 1492. Pese al carácter medieval de “capitulaciones”, de concesiones de tierras o de la organización política de las ciudades fundadas, el sentido de Estado Moderno presidió la colonización. Hubo una notable preocupación jurídica -manifestada en los contratos y poderes con los propios conquistadores, que tomaban posesión de las tierras descubiertas ante notario- así como administrativa -que puede verse en la pronta instalación de Audiencias y Ayuntamientos-. Existirá –como señala Vilar– un sistema pesado y defectuoso, pero que estuvo en  marcha durante tres siglos.  Y será precisamente la ruptura de ese sistema lo que completará el ciclo –junto a la Revolución Francesa, la Independencia de Estados Unidos y las denominadas Revoluciones Románticas de 1830 y 48– las Revoluciones Atlánticas, que suponen la inauguración de la Edad Contemporánea. Convirtiéndose, por lo tanto, en un hecho de singular magnitud. Es decir, la Colonia fue capaz de poner en marcha un Estado Moderno, más moderno que incluso la propia metrópoli.

También en la línea anterior la importancia del acontecimiento viene dada por los hechos que motivó. Podemos afirmar que la crueldad de la Conquista y la Colonia creó como reacción una cultura de la supervivencia que sigue viva hasta hoy. No es casualidad que en un mundo en crisis económica se vuelva la mirada hacia una economía solidaria con moneda social, cuya principal estudiosa en la socióloga, bióloga y economista brasileña Eloísa Primavera, que tiene como fuente principal la economía basada en el trueque que aún se mantiene en ciertos lugares de la región como alternativa a la miseria más absoluta. Por otro, al lado del comienzo del proceso colonizador nacerá una tradición de resistencia representada con nombres como Tupac Amaru, Juan Chalimín, Guaquaipuru, y tantos otros, que ha llegado hasta hoy protagonizada por el movimiento llamado Nueva izquierda latinamericana  Así, tampoco es casualidad entonces que desde el Gobierno Bolivariano de Venezuela se instaurara en el 2005, siendo después imitado por otros Estados, el 12 de octubre como fecha conmemorativa de “la resistencia indígena”. 

En resumen, es esta cultura de la resistencia, económica,  política  y también social,  pues a las anteriores abría de sumar la de diversos colectivos -afrodescendientes  e indígenas- para mantener su identidad, son las que dan importancia a esta fecha; importancia que de manera injusta, es ocultada.

 

Dr. Antonio Ureña García

naantees@gmail.com

Sobre el autor

Antonio Ureña García

Antonio Ureña García

Contrapunteo cultural

Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.

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