Pueblos
Historia, iglesia y exclusión afrodescendiente
En la construcción de la identidad latinoamericana como contrapunteo de influencias, concepciones y culturas diferentes, a lo largo de los siglos ha ignorado -y con ello invisibilizado y excluido- las aportaciones del colectivo afrodescendiente para reducirlas, -como mucho, a ciertas manifestaciones de carácter estereotipado y tópico –la música, la danza, la fiesta, etc– que no hacen otra cosa que ahondar la exclusión y con ello en la discriminación; discriminación que se transmite desde lo identitario hasta lo político.
Cuando las potencias europeas pusieron en marcha la maquinaria económica de explotación del nuevo mundo y el exterminio de indios ponía en una situación crítica la disponibilidad de mano de obra, fue necesario buscar argumentos biológicos, ideológicos y religiosos que justificaran el sometimiento de africanos y sus descendientes a las terribles vejaciones de las que fueron objeto a lo largo de siglos. Ya en el S. XVII, se realizaron diversos estudios del ángulo facial así como del esqueleto de africanos y europeos para concluir que los primeros se aproximaban biológicamente más a los monos que los pobladores del viejo continente y que, por lo tanto, éstos eran superiores física e intelectualmente. El propio Kant (1764) escribe en el capítulo IV de su ensayo “Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime”: Los negros de África carecen por naturaleza de una sensibilidad que se eleva por encima de lo insignificante. (…) Tan esencial es la diferencia entre las dos razas humanas que parece tan grande en las facultades espirituales como en el color.
En esta misma línea, las visiones religiosas del protestantismo y catolicismo justificaban la esclavitud como necesaria para la conversión del hombre africano. Así, el Profesor Simón Martínez, (Afrocesarenses: presencia e identidad) señala como la Iglesia se constituye en el garante moral de la esclavización. En este sentido, es preciso hacer notar que -tanto la iglesia católica como la protestante- tenían millares de esclavos. Todas las jerarquías eclesiásticas que llegaban a Latinoamérica, lo hacían acompañados de sus esclavos para el servicio como criados. Pero además, como se señala en el libro compilado por Sandra Negro Y Manuel M. Marzal (Esclavitud, Economía y Evangelización), las propias órdenes religiosas tenían un número importante de esclavos para el mantenimiento de sus Misiones, tanto por los trabajos que las mismas requerían como por los beneficios que su comercio reportaba. Es decir, con el comercio de esclavos se recaudaban fondos para la evangelización de los indígenas.
Es cierto que algunos religiosos se opusieron a la esclavitud; por ejemplo San Pedro Claver predicaba contra la esclavitud en Cartagena de Indias, centro de comercio esclavista de la época. Sin embargo –como dice Ferrnado Pico (Al filo del poder)-, el mismo poseía algunos esclavos que le ayudaban en las actividades de traducción para la labor evangélica con los esclavos recién llegados de ultramar. En el Concilio provincial de Santo Domingo (1622) y los Sínodos de Puerto Rico (1645) y Santiago de Cuba (1680), se trató sobre la responsabilidad moral del clero, los funcionarios de la corona y los amos de los esclavos de garantizar la catequesis a éstos; incluso se ordena bajo pena de excomunión, la obligación de no permitir el trabajo durante los días de fiesta, pero sus acciones en contra de la esclavitud no fueron mucho más lejos.
De hecho, la generalización del comercio de esclavos –aunque el primer africano que piso Latinoamérica lo hizo en el segundo viaje de Colón como esclavo de uno de los navegantes, participando igualmente esclavos africanos en la conquista junto a los españoles desde los primeros momentos- se produjo a consecuencia de las recomendaciones de religiosos para librar a los indios de las humillaciones de las cuales eran objeto. De esta manera, siguiendo las recomendaciones de Fray Bartolomé de las Casas, -quien ante la exterminación de los indios en las haciendas por sus duras condiciones de trabajo, recomienda que estas labores sean realizadas por negros africanos-. El 12 de Enero de 1510, el Rey Fernando El Católico dirige a la Casa de Contratación de Indias, situada en Sevilla, una carta por la que disponía se enviaran 250 negros por cuenta de la Corona. Así, no sólo con el beneplácito real, sino incluso con su financiación y siguiendo los consejos de la Iglesia, es como dará comienzo el bochornoso episodio de la esclavitud en América en el que participarán todas las potencias. España y Portugal, al carecer de medios propios, se convertirán en el intermediario entre los capitanes negreros de otros reinos: Holanda, a quien Carlos V regaló el monopolio del transporte de negros; Inglaterra, una vez obtenido el derecho para introducir esclavos en tierras ajenas a sus colonias y -por último- Francia, que compartía con España la Compañía de Guinea, dedicada a este menester; sin olvidar a los reyes africanos, que se mantenían en guerras constantes para aumentar con los prisioneros de guerra sus provisiones de esclavos.
A la vez que la desposesión de su propia libertad, los esclavos fueron también desposeídos de su propia identidad al ser calificados –o descalificados– como “negros” sin atender su diversidad y especificidades culturales. Como dice Illia García (Representaciones de identidad y organizaciones sociales afrovenezolanas) los traficantes, desde un primer momento tenían claro las especificidades y características de cada grupo étnico; sin embargo, con objeto de convertirlos en instrumentos de trabajo, en cosas, les vaciaron de cultura e historia. Es cierto que el negro fue esclavizado, pues no esclavo pero antes de ser secuestrado en su tierra y posteriormente vendido, fue africano con una cultura y una identidad propias que se esforzó en mantener vivas y cuyas huellas perviven en la actualidad; después participó en levantamientos y procesos de cimarronaje. Tampoco podemos olvidar su papel fundamental en los ejércitos que lograron la independencia frente al Imperio Español. Son estos los elementos –la participación en procesos de resistencia– que es necesario recuperar para esta restauración de la identidad perdida o mejor dicho arrebatada.
Dr. Antonio Ureña García
Sobre el autor
Antonio Ureña García
Contrapunteo cultural
Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.
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