Pueblos
Del “Despotismo Ilustrado” a la “Ilustración del Despotismo”: el doble discurso de la democracia
En nuestro anterior artículo, titulado Política, Corrupción e Identidad,hablábamos de la doble moral tan característica de la sociedad que tenemos a uno y otro lado del Atlántico, donde la ética de los mercados está progresivamente sustituyendo a la ética tradicional.
Esa misma ética -que calificábamos como “falta”de ética- se corresponde con la ética empresarial propia del capitalismo salvaje y se manifiesta, según expusimos, en la corrupción campante en nuestras sociedades, al primar los beneficios y los intereses personales o de determinadas corporaciones, sobre los de la comunidad.
Esta doble moral, este doble discurso, no es únicamente consecuencia de una situación coyuntural, sino que se encuentra en la propia base de la democracia que sustenta el modelo de Estado, asentado a su vez sobre un paradigma económico común. Ejemplo de todo ello lo constituiría, en una orilla del Atlántico, la transición española consagrada en la Constitución de 1978 y puesta en repetidas ocasiones como modelo de paso sin rupturas a una democracia desde una dictadura. En la citada transición no se aborda -por temor a la reacción de los militares- el tema de la estructura del Estado. Se acepta sin más una Monarquía hereditaria por línea masculina que atenta contra el espíritu de la propia Ley Suprema, la cual señala la “igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, sin discriminación alguna por cuestiones de género, credo u origen”. Ante cualquier crítica al modelo de Estado vigente, la respuesta es siempre la misma; “está en la Constitución que fue aprobada por todos los españoles”. Una Constitución redactada hace casi 40 años bajo la presión del miedo a la sublevación militar. Hoy, que no existe dicho miedo, no puede ni hablarse de modificar el texto legal introduciendo las correcciones que en su momento no fueron posibles, “porque así fue aprobada”.
Una de las bases sobre las que se asentó la citada Constitución de 1978 fueron los denominados Pactos de la Moncloa, firmados por los representantes de las fuerzas democráticas en el palacio del mismo nombre, sede de la Presidencia del Gobierno. Entre otros aspectos, se abordó el tema de la reforma tributaria, tomando como modelo los sistemas fiscales del resto de Europa. De esta manera, los impuestos se regirían por el principio de “justicia fiscal”.
Nuevamente se consagraba el principio de igualdad ante la ley: cada ciudadano o ciudadana contribuiría al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica. A raíz de la puesta en marcha del nuevo modelo, se creó el lema “Hacienda somos todos”, que se convirtió en un símbolo de la filosofía política de la joven democracia en materia impositiva. Dicho lema tuvo total vigencia hasta el 10 de enero de este año, fecha de comienzo del juicio en el que compadecen como imputados miembros de la Casa Real española por presuntos delitos contra la Hacienda Pública. Ese día, la propia abogada del Estado que representa al mencionado organismo afirma que la frase “Hacienda somos todos” debe circunscribirse al ámbito para el que fue creado: el de la publicidad, exclusivamente como forma de concienciación al país. Dicho con otras palabras, “Hacienda no somos todos”. Esta frase supone, una vez más, que el principio básico de cualquier democracia, como es el de “igualdad ante la ley”, deja de tener sentido.
En la otra orilla del Atlántico, citaremos el caso de Chile. Durante la dictadura pinochetista se privatizaron servicios y empresas públicas yendo a parar a manos de empresarios afines al régimen. Durante el gobierno de Patricio Aylwin se decidió no hacer nada al respecto, para no arriesgar la transición, por ello las empresas siguieron en las manos que fueron puestas por un gobierno ilegal e ilegítimo, quedado normalizada la situación; normalizando un modelo económico -que se pretende mostrar como ejemplar para la región- generador de desigualdades y miseria para la mayoría de la población, sostenido por una Constitución diseñada y aprobada por la dictadura cívico militar, instrumento que validó y justificó las violaciones a los Derechos Humanos.
En el Congreso Nacional del Chile de los 90, se designaban como Senadores a civiles y Ex-Comandantes en Jefe del Ejército, vinculados a la dictadura. Recordemos que el propio dictador fue nombrado Senador Vitalicio, no pudiendo ser condenado en Inglaterra donde estaba recluido bajo cargos de crímenes de lesa humanidad, porque fue respaldado por el gobierno de Frei, bajo el argumento de que este debía ser juzgado en Chile, cosa que no sucedió en momento alguno. Como se ve, una contradicción tras otra para justificar lo injustificable: la doble moral de un régimen democrático que consiente formas no democráticas.
En el artículo aparecido en esta columna titulado “Democracia en Latinoamérica versus Democracia en España”afirmábamos que las características de este modelo político tienden a identificarse en ambos lugares y en ambos se critica el acceso del populismo. La Ley Suprema de cada Estado, afirma que “el poder reside en el pueblo”, siendo la mayoría de la población quien elige, mediante sufragio universal, el gobierno que ha de regir los destinos del país correspondiente. De esta manera, la norma que consagra este principio tendría un carácter “populista” -pues las clases medias y bajas, constituyen la mayoría de la población- y según muchos políticos, el populismo es malo para la democracia.
El resultado del silogismo, es claro; entonces, ¿las Constituciones son malas para la democracia? Todos los políticos, se declaran defensores del bien común y de las clases medias, mientras que sus políticas minan los derechos de la mayoría de la población en una permanente labor de acoso y derribo de los grupos menos favorecidos y en especial la propia clase media, que sigue un proceso de proletarización y destrucción, según manifestamos en los artículos citados desde el comienzo. El discurso populista es malo, pero solo cuando va acompañado de acciones para favorecer a las clases populares y a su vez el discurso de apoyo a las clases medias es bueno, pero solo cuando va acompañado de acciones para su destrucción.
Con la influencia de la Ilustración y la Enciclopedia Francesa, se genera una cierta apertura en las monarquías autoritarias europeas que se conoce como Despotismo Ilustrado y se ejemplifica en la frase, todo para el pueblo, pero sin el pueblo. La democracia neoliberal que tenemos es, por el contrario, una ejemplificación de la “Ilustración del Despotismo”, que en este caso se podría resumir en la frase “nada para el pueblo, pero con el pueblo”. Las políticas defienden los intereses de los grupos dominantes, amparándose en el “pueblo soberano” en quien reside un poder que se ejerce en su contra.
Dr. Antonio Ureña García
Sobre el autor
Antonio Ureña García
Contrapunteo cultural
Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.
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