Pueblos
Un ritual entre mantas y llantos para resignificar la muerte
Los ataúdes estaban diseminados por la plaza. Eran cientos de ellos; muy pequeños, como del tamaño de un niño. Recién comenzaba el día. Muchas personas aminoraban su travesía urbana laboral capitalina para mirar con atención las cajitas mortuorias, sin que su prisa les diera chance de resolver la intriga sobre dónde había ocurrido tamaña mortandad.
Poco a poco fue llenándose de gente el lugar y las curiosidades empezaron a disiparse cuando representantes indígenas Muiscas, conforme a sus usos y costumbres, iniciaron un ritual para abrir la ceremonial jornada y entregar la palabra al pueblo Wayúu, dolientes principales del luto simbólico colectivo que tenía lugar en la Plaza de Bolívar, emblemático sitio de la capital del país, escogida como escenario para llorar a los infantes que, de hambre y sed, han muerto no sólo de la etnia wayúu, sino de todos los grupos poblacionales en el país.
Sólo habían pasado unos momentos, cuando se vio a decenas de mujeres, vestidas con mantas negras, llegar en fila india al lugar, para ‘asumir la custodia’ del dolor representado en cada ataúd, formando un humano y fúnebre espiral, que tiene un importante peso simbólico en la cosmovisión indígena. Y, uno a uno, leyeron los nombres de los difuntos, unas cuatro centenas de niños y niñas de la etnia wayúu que han muerto y que se encuentran registrados en el Sistema de información del Ministerio de Salud – Sivigila.
“Esos niños que no conocimos, pero que desde la distancia los reconocemos; a las madres que perdieron a sus hijos les decimos que las acompañamos en su dolor, que no están solas, que sus lágrimas son nuestras lágrimas y que ahí estaremos, que no se cansen de parir, que no se cansen de dar vida porque estos pueblos tienen mucho que enseñar”. Estas palabras hacían eco en la plaza, en un coro responsorial y ‘de voz quebradiza’ que enfatizaba en el aire esa densidad triste de los adioses eternos.
Ahí estaba el pueblo wayúu, representado en más de cien personas que viajaron desde Manaure, Uribia y otras poblaciones de la Alta Guajira, así como de Riohacha, la capital del departamento; había representantes de los otros pueblos indígenas presentes en el territorio nacional (Los registros hablan de 102 de estos pueblos); había artistas como las agrupaciones Psicoblues, Hombre de Barro, Raíz de Origen, Alimantra, Jaquelin Fuentes, Jesús Hidalgo, Teto Campo, que se unieron a la emotiva jornada y aportaron su arte, su dolor y sus lágrimas, al Ritual de Duelo ‘Entre Mantas y Llantos’.
Vestida de luto estaba la actriz y modelo como María Helena Döering; también la esposa del cantante Carlos Vives y ex reina nacional, Claudia Helena Vásquez, quien se manifestó agradecida “por este iniciativa de un ritual de duelo colectivo por las muertes de tantos niños en la Guajira por desnutrición. A través de este ritual los visibilizamos, demostramos que nos duelen y que somos conscientes de que esto pasa y estamos dispuestos a evitarlo. Vamos a pensar en la prosperidad de nuestro pueblo Wayúu, en movilizar el sector público y privado a pensar en soluciones sostenibles para buscar que estos pueblos permanezcan por siempre”.
Y ahí estaba Remedios Uriana, una lideresa wayúu, integrante proactiva del Movimiento Mantas Negras, conformado por mujeres, líderes y lideresas indígenas, comunidades afro y campesinos, defensores de Derechos Humanos, artistas y personas de la sociedad civil, unidos por el objetivo común de proteger la vida de los niños y niñas de Colombia.
Este (el Ritual de Duelo ‘entre Mantas y Llantos’) es el primer acto que hemos venido trabajando desde las diferentes organizaciones indígenas, en cabeza de la ONIC (Organización nacional Indígena de Colombia) y otras ONG que nos acompañan que también trabajan el tema de derechos de la niñez indígena y la niñez en general”, dice Remedios y explica que el acto tenía como propósito “exigir al Presidente Santos, como representante de Colombia, que nos escuche como Movimientos de las Mantas Negras porque no solo somos mujeres; somos padres, comunidades”.
No obstante, el Presidente no asistió, ni lo hizo ninguna representación suya, dijo Remedios “pero la sociedad civil nos recibió y llegó mucha gente que se sumó, que caminaba por la plaza y se unía al ritual. Creo que nos fue excelente en esta primera iniciativa, la idea es seguir replicando. Me enteré que en Medellín, por parte de otras mujeres arijunas (no indígenas), estuvieron al frente de la Gobernación de Medellín. Nos han llamado medios de roma, España, Brasil, Guatemala… el movimiento de las Mantas Negras arrancó muy bien”.
De largo aliento es el propósito de este movimiento, que acude al peso de lo simbólico para resignificar la muerte de los que ya murieron, expresar su angustia y su duelo, y emprender acciones que detengan las muertes, que siguen sucediendo ante el sinsentido de que en un país tan rico como Colombia estén muriendo niños de hambre y sed. Son su razón de ser: “Sensibilizar a la sociedad nacional e internacional, a las entidades públicas y privadas, a las organizaciones sociales, a la academia, a los medios de comunicación sobre el exterminio de los pueblos indígenas y la corresponsabilidad en la pervivencia de los mismos; conmemorar las vidas acalladas por las muertes que pudieron evitarse; acompañar a las madres y a las familias afectadas por la muerte silenciosa de la niñez indígena colombiana en los más de 700 resguardos y cabildos urbanos pertenecientes a 102 pueblos indígenas del país; Incidir de manera efectiva para que los responsables ocupen su lugar, destinen presupuestos específicos y desarrollen programas con enfoque diferencial que permitan la superación integral y estructural de la vulneración de los derechos de los niños y niñas indígenas, sin asistencialismo y dependencia”.
Remedios tiene clara la solución que se requiere para solucionar el problema de hambre y sed en su territorio, la Alta Guajira: “La solución es lo que le decimos al Estado: No más asistencialismo, porque ese asistencialismo es lo que nos ha jodido como pueblo wayúu. Queremos pozos profundos, molinos de vientos; ya cuando tengamos agua, el agua es vida. Tenemos una experiencia con una fundación en Manaure, en el desierto, hace cinco años que no ha llovido y pareciera que fuera la Sierra Nevada; allá siembran mango, yuca, frijoles, maíz y la gente vive de eso y tienen un solo pozo profundo. ¿De donde se saca el agua? De la tierra. Es lo que nosotros estamos exigiendo. No queremos más asistencialismos, no queremos más programas, eso es lo que nos ha jodido”.
Al finalizar el día, se había cumplido el objetivo: la sociedad se había expresado y mucha gente se había sumado al lamento fúnebre y al anhelo del Mantas Negras: aniquilar la indiferencia y evitar más muertes.
María Ruth Mosquera
@Sherowiya
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