Pueblos
Música de chicote, la herencia del pueblo Kankuamo que se resiste a desaparecer
Durante uno de los tantos viajes que ha realizado Benito Antonio ‘Toño’ Villazón por el territorio colombiano con su grupo de música tradicional indígena ‘Los alegres kankuamos’; alguien maravillado por los sonidos salidos del carrizo y de las maracas de su expresión musical autóctona, le indagó: “¿Están dejando herencia?”. Palabras que agudizaron su preocupación de siempre: resistir ante la avasalladora cultura occidental e impedir la extinción del legado musical y cultural de su pueblo.
Consciente de que era más importante llevar a través de su música el mensaje de la madre Tierra al interior de su propia comunidad que fuera de ella, decidió dejar herencia, sembrar semilla y garantizar así la supervivencia del patrimonio oral y cultural de juglares como ‘Tino’ Blanchar, Samuel Carrillo, Genaro Pacheco, Víctor Oñate, Merilo Ariza, Genaro Montero, Bernabé, Victoriano y Oswaldo Arias.
Ante la posibilidad de agotarse los herederos musicales en la reserva indígena asentada en Atánquez, corregimiento de Valledupar, Benito Antonio quiso ganarle la partida al tiempo y creo la escuela de música tradicional kankuama ‘Faustino Blanchar’, en homenaje a ese gran maestro de su región, fuente de un inmenso legado musical que quiere transmitir a un semillero de 25 niños que desde hace dos años asisten a sus clases a formarse y percibir el misticismo de esta música ancestral.
Faustino Blanchar era un juglar neto de la música tradicional en la etnia kankuama. Fue un gran intérprete de gaita, habilidad que le mereció renombre dentro y fuera de su comunidad. Colmado de mucha gracia al tocar su instrumento, siempre se percibió alegre y muy familiar. “No le negaba nada a nadie, siempre se preocupó por enseñar y hablarle de la música a todos los que llegábamos allá a solicitarle. Por eso la escuela lleva su nombre como un mayor de acá de nuestra comunidad”, recuerda Benito Antonio Villazón.
Dentro de la tradición kankuama resaltan la música de chicote y la gaita. La primera se destaca por la utilización de dos carrizos o flautas (hembra y macho) y unas maracas. El carrizo hembra se distingue porque tiene cinco huecos u orificios y el macho solo tiene uno. El carrizo es elaborado de una caña muy fina que nace en la Sierra Nevada a la cual los indígenas de esta etnia lo escriben con ‘K’ para que sepa a Kankuamo. Los Kankuamos han perdido su dialecto y en los encuentros con sus hermanos de las comunidades Koguis, Arhuacos y Wiwas han notado que ellos sí conservan su lengua.
Antes de ser invadidos por la cultura occidental, esa era la música que interpretaban y danzaban los indígenas. Luego, a la pareja de carrizos y a la maraca se le sumó la caja o lo que ellos llaman “cajón”; un cilindro cerrado en ambos extremos por dos parches de cueros de chivos. Idea que indica Benito, fue copiada de un redoblante, utilizado en las bandas de guerra. Así se conformó la segunda expresión musical autóctona de los indígenas de la Sierra Nevada. A esa unidad de carrizos, maracas y caja es lo que ellos llaman música de gaita.
La música de chicote combina el ritmo de son con el lamento profundo y un ritmo melancólico pero en la música de gaita se identifican los cuatro aires como se en la música tradicional de acordeón, como se conocía antes de la realización del primer festival.
Dice Benito que “la historia de los abuelos indígenas kankuamos apunta que el acordeón nos lo traen aquí por primera vez los alemanes. Ellos no sabían qué hacer y acá nos lo trajeron con la idea de acabar nuestras tradiciones culturales al escuchar nuestra música con carrizo. Lo trajeron, le sacaron nota, le sacaron melodía pero no quedó acá porque siempre hemos sido guiados por los superiores de los pueblos indígenas, nuestros mamos vieron que eso estaba acabando con la tradición y dejaron que el acordeón saliera y quien le dio vida fue Valledupar”.
Pero las cosas no han sido fáciles, siempre le ha tocado luchar para conseguir los medios para transmitir el conocimiento musical que hasta hoy se conserva no con la pureza que los juglares dejaron pero aún es digno, luchador y esperanzador. “Siempre he tocado puertas solicitando y preguntando para ver cómo puedo hacer, quién me puede ayudar y así fue que llegué hasta la Oficina Asesora de Asuntos Culturales del Cesar y me respaldaron en mi propósito de enseñar a los niños lo que yo conozco sobre la música”.
En medio de las limitaciones, Benito y sus colaboradores solo buscan heredar, ayudar, orientar y ser guardianes de la música autóctona. Desde el año pasado cuenta con el respaldo de la Gobernación del Cesar y su Plan de Música Departamental y ahora dice sobrellevar mejor la carga, por lo cual espera que los resultados de su formación sean más visibles y mantener esa ayuda. Sabe que aunque sea su deseo más ferviente, sin la asistencia del estado y de los entes territoriales, su herencia ancestral se perderá en el tiempo y las generaciones futuras quedarían huérfanas y sin identidad.
Samny Sarabia
@SarabiaSamny
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