Pueblos

La estancia de Altos del Rosario

Álvaro Rojano Osorio

05/10/2021 - 05:05

 

La estancia de Altos del Rosario
Una vista aérea de Altos del Rosario / Foto: cortesía 24/7 región Caribe

Articulo ganador de la convocatoria del “Programa Nacional de Estímulos Portafolio 2021”. Convocatoria: Narrativas en torno al río Magdalena.

 

Altos del Rosario, que es uno de los enclaves culturales del sur de Bolívar, se ubica a orillas del brazo del Rosario, uno de los tantos que abrió el río Magdalena cuando se fue extendiendo por la Depresión Momposina. Este brazuelo está unido a esta arteria fundamental a través de una boca, de la que no se conoce el tiempo en que comenzaron a llamarla de “Las palomas”.

Éste es un pueblo al que nunca le han cortado el cordón que lo une al Magdalena. El río siempre ha sido la vía para llegar a él y a la subregión donde se encuentra, la de Loba. Sucede desde que los Malebúes comenzaron a poblar esta zona que en tiempos coloniales hizo parte de las tierras de Loba. Fue a través de él como llegaron las creencias, las prácticas culinarias, las supersticiones, las tradiciones religiosas, la música, los carnavales, los fenómenos lingüísticos, en fin, los elementos que ayudaron a forjar la identidad cultural de esta localidad.

Fue después de la guerra de Independencia cuando por el río navegó el mayor número de embarcaciones conducidas por negros libertos y por mestizos de variados colores, con rumbo a la antigua estancia del Rosario. Fueron los últimos esclavos, de propiedad de los herederos de Mariquita de Hoyos, encargados del cuidado de la estancia enclavada en la hacienda de Nuestra señora del Rosario, los que le dieron la bienvenida a los que llegaron.

Sorprendidos, quizá, observaron cómo fueron arribando familias quienes cargaban como equipajes, los remos y las palancas con los que navegaron por el río, lo que, junto a la canoa, eran las pocas cosas que portaban. ¿Qué bienes materiales podía dejarles la esclavitud?

Entre las razones de la posible sorpresa debió estar el saber de la existencia de otros lugares hacia donde ir, sin enfrentar las dificultades que había para llegar a la estancia. Sin embargo, lo que buscaban al establecerse allí era la libertad que la abolición de la esclavitud les ofreció, sin temer a las reglas legales que imponían nuevas formas de esclavismo. Las dificultades de acceso a esta inhóspita zona les garantizaban vivir alejados del ruido de las armas de fuego, de las balas disparadas en las numerosas guerras que hubo en el siglo XIX, aunque la más cruenta, la de los Mil Días, dejó un vasto olor a pólvora en el ambiente.

Altos del Rosario sigue siendo lejano pese a existir otra vía, aunque sin obviar al río, y otros medios de transporte. Ya no solo es el Magdalena, como sucedía cuando la estancia comenzó a poblarse, en el que había un brazo caudaloso, el de Mompox, y otro por donde sus aguas corrían lánguidamente, el caño de Loba. El río sigue siendo la principal forma de llegar, mientras que las chalupas y las flotas (embarcaciones movidas por motores fuera de borda) los medios preferidos para ir a los lugares circunvecinos, especialmente a El Banco y Magangué, principales centros comerciales de esta zona.

Así se mantuvo el caño de Loba hasta cuando factores como la sedimentación del brazo de Morales, el desvió del río desde la desembocadura del Cesar hacia Loba, hicieron cambiar de curso al Magdalena. Desde entonces, Loba se convirtió en el cauce principal, lo que llevó a que años después, en el mismo siglo XIX, las aguas invadieran con fuerza los caños Quitasol, Rosario o de Los pescadores, así como El Pelao, que hoy llaman el Rosario. 

Con la llegada de más familias surgieron las preocupaciones por trazar una plaza pública, abrir calles y carreras, construir la iglesia, dejar una reserva natural y, después, evitar que el pueblo fuera trasladado para otro lugar debido a que, supuestamente, en el subsuelo había ricos minerales.

Las primeras casas fueron construidas en torno a la loma donde está la iglesia, posteriormente, con el advenimiento de pescadores originarios de los pueblos circunvecinos, la orilla del río se fue poblando. Un grupo de los que llegaban a pescar en el brazo del Rosario comenzaron a levantar sus ranchos, que después fueron casas, y a conformaron a Arenca, un barrio que oficialmente lleva el nombre de la Candelaria, en honor a esta virgen.

Bigacha y su pregón diario

Entre los que llegaron a establecerse en Arenca estuvieron los López, los “Corocitos”, los Mieles, última familia a la que perteneció Abigail, conocida como Bigacha, mujer trigueña, de mediana estatura, contextura gruesa, pelo corto y engajado sobre el que montaba su palangana, pregonando por las calles el pescado, que parecía vender más de lo que su marido pescaba, porque siempre estaba adelantando esta actividad productiva.

Iba sin premuras por esas calles de piedras de color ocre y de tierra gris aluvial, sorteando los cerros del plano urbano, entre ellos el de Las Brujas, del que se asegura que era donde se encontraban las hechiceras locales, con las lobanas, jamaiquinas, y los zánganos.

En este pueblo, lleno de supersticiones de variados orígenes, aseveran que el Diablo llegó entre las creencias de los primeros españoles que se asentaron en las tierras de Loba, luego de que Diego Ortiz Nieto incursionara en ellas tras los negros rebeldes que se escondieron en la entonces inhóspita región.  Dicen, además, que fueron los españoles quienes transformaron de deidad a Diablo al Mohán de los indígenas Malebú. Mencionan, también, que los negros llevaron en su cosmovisión algunas ceremonias mágicas religiosas e invocaciones sobrenaturales.

El Alto pudo tener su diablo, como el de los gentiles, como me lo confesó, frente a la iglesia de ese lugar, el tamborero Emitilio Vásquez. Debió ser la virgen del Rosario la que no permitió que heredara el anillo, la pañoleta y la estampa de la Virgen del Carmen, que usaba Natalio, su padre, cuando tocaba el currulao, para, a través de estos objetos, convertirse en un diablo tocando este instrumento de percusión.

Bigacha era alteña, no así Santiago, su marido Santiago, a quien apodaron “Topo Gigio” por su parecido a este dibujo animado. De lunes a viernes estaba dedicado a la pesca, porque el fin de semana era para embriagarse y hablar de política. La pesca de bocachico, barbul, pincho, bagre, blanquillo, arenca, de la que se derivó el apelativo del barrio de Bigacha, y la cachama, ha sido de las actividades productivas más importante en esta localidad, y el pescado uno de los alimentos de mayor consumo. El arraigo en la tradición alimenticia ha llevado a asegurar que a la hora de consumir bocachico son usuales las disputas familiares por la posta de la cabeza. Tanto que para conseguir este objetivo echan mano de amenazas como: “Si no me das el tusto, gomíto.”

Los habitantes de Arenca, tras asentarse a orillas del brazo del Rosario, rompieron con la tradición impuesta por los primeros habitantes de Altos del Rosario, consistente en construir sus viviendas en la loma donde hoy está la iglesia, antes el cementerio, y de mudarse a las partes altas cuando las aguas del Magdalena entraban al plano urbano, así lo asegura el historiador José Luis Molina. Quien, además, explica que al ubicarse en un sector anegadizo buscaron la manera de mantenerse en sus viviendas. El método para lograrlo ha sido construyendo estructuras de madera, llamadas tambos, sobre la que ubican los enseres de la casa. También asegura que, tendiendo tablas por encima del nivel del agua, caminan dentro de la casa. Lo hacen sin entender lo que sucede como un desastre natural porque saben que una vez descienda el río, comienza el tiempo de la fuga de pescado (subienda), el de mayor productividad económica. 

Esta actividad estuvo entre las emprendidas por los Viríco, los Vásquez, los Hoyos, los Trespalacios y los Salas, familias que, tras abandonar a Mompox, donde eran esclavos, fueron a ubicarse en la antigua estancia del Rosario. Pescados que salaban para comerlo en viuda, teniendo como complemento la yuca o el plátano, así como en pebre o asado. Para entonces la atarraya y el anzuelo eran los medios para pescar, nadie pensaba en la chinchorra o el trasmallo, que, junto a la degradación ambiental y la sobreexplotación de la pesca, están llevando a la mengua de esta actividad productiva.

También se dedicaron a cazar animales en los bosques cercanos, para consumir su carne, a capturar galápaga (Hicotea) y ponche, en tiempos de verano, en los playones. A la primera la comen en pebre, al segundo, desmechado. Por lo que menos se preocuparon fue por el plátano y la yuca, porque con tanta tierra virgen, su cultivo era seguro.

La tradicionalidad

La mona Susana Rodríguez, destacada vendedora de panes, bollos, pasteles, recorría, palmo a palmo, esta localidad, a la que llegó de Palenquito, ubicado en el Chicagua, uno de los tantos brazuelos del río en la Depresión Momposina.

Al llegar los alteños no la miraron con ojos de desconfianza como sucedía con algunos visitantes. Los alteños, en su mayoría liberales, desconfiaban de las personas del lugar de donde provenía por ser adeptos al partido conservador.  También sucedía con los desconocidos a los que asociaban con esta facción, utilizando la frase: “Me llere a goro, carajo, no jora”. Los tiempos cambiaron, ahora al que llega y no es bienvenido lo llaman palo crecientero, refiriéndose a los trozos de madera que sin saber de dónde son originarios van río abajo.  

Las diferencias políticas regionales eran un rezago de la Guerra de los Mil Días, y producto de la violencia existente antes y después de la muerte de Jorge Eliecer Gaitán. De esta guerra debieron saber por el tráfico de tropas y embarcaciones armadas por el río Magdalena, así como por los enfrentamientos armados que hubo en inmediaciones a Pinillos y a la ciénaga de Talanquera. De la muerte de Jorge Eliecer Gaitán conocieron a través de varios chasquis, que yendo por el río Magdalena transmitían la noticia por los pueblos de Loba, mencionaban, además, la posibilidad de que los conservadores de la zona se armaran para defender al gobierno de Ospina Pérez.  

Pese a que el Magdalena, después de 1882, comenzó a correr con fuerza por el brazo de Loba, el Quitasol y del Rosario, El Alto siguió siendo lejano y aislado, lo que contribuyó a la preservación de tradiciones culturales que viajaron por el río en la mente de quienes las conocían. Tradiciones como las lingüísticas, en la que se encuentran rastros del español hablado por los esclavos a mediados del siglo XIX, la musicalización de las palabras al hablar, así como el reemplazo de algunas letras por la r, el empleo de hipocorísticos, que debe datar de 1600, cuando inició el poblamiento de las tierras del cacique Loba.

Tres gorpes tres gorpes na má

Al son de la Villanueva

tres gorpes na má

Hubo otra expresión cultural marcada por la tradicionalidad, la tambora, tanto que para pertenecer al grupo de músicos y bailadores era necesario ser negro, mulato o zambo. Regla que desapareció cuando la mestiza Nieves Meza fue admitida como cantadora.

La tambora alteña

Manuelito Epalza, marido de la Mona, interpretaba el bombo en la tambora local gritando onomatopeyas y lanzando voces de alegría. En su casa, al borde de la plaza Bolívar, lo visitaba cuando el sol tenue del atardecer nos permitía sentarnos en taburetes que recostábamos a la pared de barro del frente de la vivienda

Este, con Emitilio Vásquez y Celestino Epalza, se encargaban de la percusión, mientras que las cantadoras animaban la noche con sus gargantas prodigiosas, interpretando el repertorio conformado de versos que viajaron por el Magdalena, los que se recostaron al barranco de Altos del Rosario en la mente de quienes los conocían y cantaban. Eso sí, sin olvidar los compuestos por las cantadoras y cantadores de este lugar.

El mismo río por donde viajaron para hacerse conocer por los distintos escenarios nacionales, donde se sorprendieron con la voz de Agripina Echeverri, con el chorro de voz de Dagoberto Leal, donde cantaron “Se encojó mi caballito” por parte de la Cachaca Echeverri, antes de que Carlos Vives la transformara en una ronda de niños. Por donde fueron a Barranquilla a presentarse en las antesalas del carnaval, abordando parte de la ruta que utilizó esta fiesta ribereña para asentarse en esa ciudad.

El tamborero, igual que la mayoría de los músicos de la tambora alteña, había envejecido, aunque seguía aferrado al espíritu festivo que lo acompañó durante su vida. La cantadora era María Indalesa Ardila, quien reemplazó a Rosalía Urrutia Hoyos.  Marciana, Heriberta y Delfa Salas, Rosa Elena Trespalacios, Asunción Jiménez y Nelly Rodríguez la acompañaban en los coros. De Agripina “La Cachaca” Echeverri y Miguelina Epalza, quedaba la fama.

Manuelito sabía de tradiciones locales y de quiénes hicieron parte de las generaciones de músicos anteriores a la suya. Lo aprendió en sus andanzas, siendo niño, entre viejos intérpretes de los diferentes aires musicales que conforman la tambora. Uno de los testimonios que me entregó en esas tardes fue el que le escuchó a su tío Tita, quien mencionaba que los pelaeros habían escuchado esta música desde los tiempos en que encontraron en los bosques cercanos la madera adecuada para fabricar instrumentos de percusión, el venado hembra de la obtenían el cuero para forrar los tambores, y el calabazo para hacer las maracas. Y después de que algunos hombres y mujeres comenzaron a destacarse como cantadores, coristas y bailadores. Los que, seguro, interpretaron versos como: 

Vámonos caminando,

Vamos a las calles, vamos a pasear,

porque ya tenemos nuestra libertad.

¡Mueran los españoles, picarones tiranos!

¡vivan los americanos republicanos!

Al son de los tambores, las palmas y las maracas comenzaron a reunirse para celebrar las fiestas en honor al nacimiento de Jesús y la conmemorativa de la virgen del Rosario. Se acostumbraron a tocar y cantar en la plaza Santander, y en los lugares donde ubicaban los altares con imágenes de San Martín y de la cruz de mayo.

A través de Manuelito supimos que tras la muerte de La Cachaca Echeverri Dagoberto Leal Villa asumió el liderazgo de la tambora Si se puede. Este barranquillero quebrantó una costumbre, la que impedía que la voz líder de la agrupación fuera un hombre.

La Si se puede tuvo la característica de grupo cuando los festivales se convierten en sostén de la tradición musical regional, porque siempre fue una reunión de amigos cantadores, músicos y bailadores, impulsados por la música y el espíritu festivo. A ella han pertenecido pescadores, agricultores, hacedoras de bollo y de dulces y amas de casa. Porque lo de hacer y vender chicha de maíz, que hace parte de la tradicionalidad alimenticia, estuvo en manos de las negras chicheras, las que utilizaban su voz era para anunciar sus productos.

Dago falleció, también Celestino, Manuelito, y Emitilio, así como las antiguas coristas y bailadoras, no obstante, la tambora no ha muerto. Sucedió lo que, en otros tiempos, hubo el relevo generacional. La agrupación musical ya no se llama Sí se puede, porque a los que actualmente la conforman el nombre les pareció copiado de una campaña política.

La pinta dominguera

Bigacha, igual que otras mujeres, cada domingo se vestía con sus mejores trajes, se peinaba o componía su pelo, y sin renunciar a la costumbre de no calzar sus pies, ocasionalmente usaba unas deterioradas sandalias, salía, como lo hacía la mayor parte de los pobladores, a deambular en torno al parque ubicado frente de la plaza Bolívar, y en los alrededores de este lugar público. Parque donde se ubicaban los vendedores de cacharros, como llamaban a los productos varios que vendían personas llegadas de El Banco. Plaza en cuyo entorno se encontraban surtidos negocios comerciales que desde principios o mediados del siglo XX se establecieron en esa localidad.

Era un día de mercado en el que también participaban los vendedores de yuca, maíz, plátano, productos que transportaban los cultivadores en bestias, especialmente mulos, desde sus fundos rurales, los que eran adquiridos por compradores locales y llegados, a través del río, desde poblaciones circundantes. 

La dinámica comercial de cada domingo estaba impulsada por la productividad del campo y de la pesca. El campo dejaba réditos a los sembradores dos veces al año cuando el cultivo era de maíz o yuca.  Producción que era vendida en la misma población o trasladada hacia Magangué o El Banco, en lanchas como la Argelia María, que inmortalizó Alejandro Durán en la canción “Altos del Rosario”. Mientras que la de plátano es de un ciclo distinto y de mayor importancia económica, por ser el producto de más consumo en el sur de Bolívar, y la que también era llevada a través del río hacia los mismos centros urbanos.

La ganadería también ha tenido su importancia en la dinámica comercial local. El excedente lechero es vendido a las empresas comercializadoras en El Banco, hacia donde la llevan en flotas, las que, además, se ocupan en transportar la mercancía con la que surten al comercio alteño. Actividad productiva que ha llevado, en algunos casos, a la invasión con ganado y alambre púa de los playones comunitarios, así como el taponamiento de caños y el secamiento de ciénagas.

Los lunes, cuando desaparece el ambiente de fiesta, hombres y mujeres regresan a la actividad diaria. Ellas, sin sus rostros pintados de alegría, adelantan actividades domésticas o productivas como la fabricación de alimentos como bollos, pasteles, arepas, venta de pescado, a la pesca, el chance, dulces, panes, chicha de maíz, y otros productos de consumo humano, así como el servicio doméstico.

Entonces resulta común observarlas sin estar vestidas con las mejores prendas y desprendidas de cualquier vanidad, sentadas a orillas del río Magdalena, lavando la ropa de su familia o ganándose “un día de batea.” Tal como sucedía con las destacadas cantadoras, Agripina “La Cachaca” Echeverri y Miguelina Epalza Cogollo, quienes, luego de cantar en las ruedas de tambora, regresaban a los pozos artesianos a seguir lavando ropa para los suyos y para quienes les pagaban para hacerlo, 

Los hombres regresan al campo, al caño del Rosario, para atravesarlo rumbo a sus predios ubicados en la otra orilla, otros van trepados en sus canoas a buscar en este torrente el pescado para la venta y el consumo en su casa. Y mientras que en otros sectores de esta población se escucha el silencio, en Arenca suenan los corridos y los vallenatos de la nueva ola y la voz de los borrachos que le apuestan a su fortaleza física para seguir la rumba todo el día, confiados de que al día siguiente el río Magdalena le va a dar el pescado suficiente para pagar lo que deben y el salado para la alimentación, porque por el mafufo no hay que preocuparse.  

La dominguera era la misma pinta que se ponía Bigacha para ir a la rueda de tambora, en los días en que esta sonaba en la plaza Santander.  Mientras que la Mona, vestida de cumbiambera, incluyendo la flor de cayena en su pelo, iba a ver bailar y cantar, y a emocionarse cuando Manuelito agitaba los brazos, como hojas de bijao cuando las roza un viento parido por el río Magdalena, para darle tres golpes a la tambora.

Es la misma que utilizan para los sepelios, a los que asisten con rostro formal y prodigando solidaridad. Emitilio Vásquez “El campeón” mirando para la iglesia recordaba la tradición mortuoria que llegó por el brazo del Rosario, en sentido contrario a su corriente por venir de Tiquiso, a la que llamaron Mecha o Garavito. “Ahí donde está la iglesia, quedaba el cementerio, donde hacíamos excavaciones de tres metros de profundidad, para sepultar al que moría, y mientras lanzábamos la tierra sobre el ataúd, cantábamos:

Aquí te cayó el candacao

Garavito,

de aquí no te salí,

Garavito,

ya te vamos a enterrar,

Garavito,

ya te fuiste, Garavito.”

La tradición de la pinta dominguera sigue vigente, aunque los cacharreros no regresaron, ni la tambora toca en la plaza, así me lo aseguraron Emeterio Ardila y el docente Efraín Hernández Epalza. Los que, además, destacaron que solo hay un domingo en el año en el que esta regla tiene su excepción, el de carnaval. Entonces los atuendos son otros y los destinos hacia donde ir no son comerciales sino festivos.

Los carnavales llegaron a El Altos a través del río, y continuaron llegando, por esta vía, manifestaciones vivas de nuestra cultura ancestral como las danzas de indios, tigres, negros, que se desplazaban en botes hasta esta localidad para bailar, disputarse el territorio y la bandera. Contaba Manuelito que siendo menor de edad estaba atento a las danzas que llegaban por el brazo de El Pelao, para, cuando comenzara la lucha entre danzantes, treparse en el techo de una casa para no perderse detalles de la disputa.

A Emeterio le indagué por la Mona y me respondió que sus hijas se la llevaron para Barranquilla, de donde llegó la noticia de su muerte.  Mientras que a Efraín le pregunté por Bigacha y el “Topo Gigio, me respondió que ambos habían muerto. También me dijo, entre carcajadas, que de ella quedó un refrán de uso común: ¡No paro bolas, dijo Bigacha!

 

Álvaro Rojano Osorio

Sobre el autor

Álvaro Rojano Osorio

Álvaro Rojano Osorio

El telégrafo del río

Autor de  los libros “Municipio de Pedraza, aproximaciones historicas" (Barranquilla, 2002), “La Tambora viva, música de la depresion momposina” (Barranquilla, 2013), “La música del Bajo Magdalena, subregión río” (Barranquilla, 2017), libro ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el portafolio de estímulos 2017, “El río Magdalena y el Canal del Dique: poblamiento y desarrollo en el Bajo Magdalena” (Santa Marta, 2019), “Bandas de viento, fiestas, porros y orquestas en Bajo Magdalena” (Barranquilla, 2019), “Pedraza: fundación, poblamiento y vida cultural” (Santa Marta, 2021).

Coautor de los libros: “Cuentos de la Bahía dos” (Santa Marta, 2017). “Magdalena, territorio de paz” (Santa Marta 2018). Investigador y escritor del libro “El travestismo en el Caribe colombiano, danzas, disfraces y expresiones religiosas”, puiblicado por la editorial La Iguana Ciega de Barranquilla. Ganador de la beca del Ministerio de Cultura para la publicación de autores colombianos en el Portafolio de Estímulos 2020 con la obra “Abel Antonio Villa, el padre del acordeón” (Santa Marta, 2021).

Ganador en 2021 del estímulo “Narraciones sobre el río Magdalena”, otorgado por el Ministerio de Cultura.

@o_rojano

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