Artes plásticas
Cosas del arte y cosas de artistas
La gritería es algo inherente al arte. Algo imprimido en sus genes. Todo artista grita, aunque sea en silencio, desde los rincones más incomunicados de su taller, incluso sin pincel y sin tela, y espera que su obra repita ese grito más allá de los límites del tiempo.
El artista grita para buscarse, para denunciar, defender, criticar, indignarse o ganarse la aprobación de los demás. Grita por gritar, muchas veces por simple impulso. Y ese chillido tiene efectos, o no. Depende de la receptividad y la madurez de una sociedad. No todo el mundo sabe entender un grito, y sobre todo, cuando todo el mundo grita a la vez.
La exposición “El grito”, encabezada por el artista argentino-vallenato Francisco Ruiz, tenía esa particularidad de emitir un grito colectivo: no es fácil afinar una treintena de solistas que habitualmente gritan por su lado.
Los motivos del grito eran fundados. La noche de la inauguración, el 25 de abril del 2014, todos los invitados clamaron el eslogan de “Aviva el arte” para exigir más atención de la clase política. Fue después de sorber algunos tragos del champán que amenizaba la velada. El grito fue corto y liviano, quizás un poco intimidado por la luz blanca del salón.
Hubo tiempo para tomarse fotos, el artista Kajuma lo hizo con una cierta naturalidad antes de refugiarse en un bar cercano, Pisciotti iba y venía constantemente entre las dos salas de la casa, y Jacqueline Celedón no perdía una ocasión de presentar su escultura “El abrazo”. Jacobo Solano explicaba los avances del arte digital en Estados Unidos y El Turri cómo debía mirarse su Tótem en recuerdo a Diomedes Díaz. Todos eran gritos entrecortados de personalidad artística. Firmas fugaces de espontaneidad estética.
Un grito artístico siempre suele tener una buena intención, o, por lo menos, una buena justificación, y Pacho Ruiz defendió perfectamente las razones de esta iniciativa. El fin era exponer una postura común para reclamar la atención de las instancias de poder y, para eso, era necesario una unidad y cohesión. Algo difícil de conseguir cuando, en muchas ocasiones, el arte nace de una percepción personal. El grito de la exposición debía ser una voz unánime, homogénea y sólida, y, efectivamente, así fue durante la primera hora, mientras la bebida y las fotos permitían mantener callado el grito individual. El grito que nace de las vísceras.
Después del discurso de Francisco Ruiz, el artista Celso Castro aprovechó un instante de dispersión para preguntar al máximo organizador por qué su obra había sido expuesta en un lugar tan retirado, y sobre todo, desconectada del resto de obras que había aportado. Su tríptico debía presentarse completo, o no presentarse. Eso me explicó saliendo de la sala con el cuadro en las manos. Otro artista le había ayudado a descolgarlo en plena recepción. Su respiración era agitada y su grito angustioso.
A esta inquietud artística –que denota orgullo por una obra y un cierto sentido de la curaduría–, Francisco Ruiz respondió que la colectividad debía prevalecer sobre las individualidades. La falta de espacio impedía llegar a un acuerdo inmediato y, finalmente, chocaron dos conceptos del arte. Dos formas de pensar. El arte como idea de grupo y el arte como idea de persona.
Celso Castro se fue con su obra y durante un tiempo se impuso ese grito insospechado en las conversaciones. Algunos vieron el resultado de una difícil coordinación, y otros un grito inevitable. Joner Rojano definió ese desplante como un maravilloso “Performance” que dio vida al evento. Un grito de carácter.
Johari Gautier Carmona
@JohariGautier
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