Literatura

La belleza y el embrujo del soneto

Eddie José Dániels García

27/08/2019 - 05:50

 

La belleza y el embrujo del soneto

 

No hay nada más placentero, nada más agradable para una persona amante de la poesía que leer o escuchar un soneto. Inclusive, esta misma sensación la experimentan quienes son poco aficionados a relacionarse con el arte poético. Escuchar la recitación o la lectura de un soneto nos produce un deleite espiritual, un goce emocional, que nos cautiva y nos lleva prisionero desde la expresión del primer verso hasta la culminación del texto, en el verso catorce.

La sonoridad y la musicalidad con que cabalgan los endecasílabos, identificados con las respectivas pausas versales, captan de una manera irresistible la atención de los oyentes, quienes, en su intimidad, sienten la emoción y se embelesan, sobre todo, con la intencionalidad lírica que presenta el poema. Es, por esta razón, que, cuando escuchamos un soneto, nuestra atención se paraliza y no tenemos más alternativa que apreciar su lectura y sentir una inmensa devoción por su contenido textual.

En el largo desarrollo de la literatura universal, concretamente en la poesía, la mayoría de los escritores y estudiosos coinciden en afirmar que el soneto ha sido la forma estrófica escogida y celebrada por los poetas a través de la historia, y éste se ha mantenido en un lugar privilegiado en todos los países, especialmente en la literatura española. Desde mediados del siglo XIV, cuando el erudito italiano Francisco Petrarca escribió los primeros sonetos, y años más tarde, en pleno apogeo del Renacimiento europeo, siglo XV, los destacados poetas españoles Juan Boscán de Almogáver y Garcilaso de la Vega lo adaptaron perfectamente a la poesía española, el soneto ha sido el norte que viene orientando la musa inspiradora de los grandes poetas de la historia. Como vemos, son casi siete siglos de tradición literaria, en los cuales “La rosa métrica de catorce pétalos”, como lo llamó el poeta Rubén Darío, aún continúa viviendo el esplendor  de sus años infantiles.

Asimismo, la historia ha demostrado que en el desarrollo poético son pocos los escritores que han escapado a la belleza y el embrujo del soneto. Y en todos los movimientos literarios que se han consagrado en el universo desde el siglo XV, han existido grandes escritores, cuyas producciones sonetistas han desbordado los límites de la realidad. Se dice, por ejemplo, que en la poesía española, fecundos escritores como Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y Calderón de la Barca, fueron autores de una vastísima cantidad de sonetos, muchos de los cuales no se conservan en la actualidad porque fueron borrados por el tiempo. Otras celebérrimas plumas, como Miguel de Cervantes Saavedra, Gutierre de Cetina, Fernando de Herrera y Antonio Hurtado de Mendoza, también heredaron a la posteridad, aunque en menor dimensión, bellísimos sonetos, que hoy ennoblecen las páginas inmortales del Parnaso universal.

Colombia, como un caso especial, ha sido una tierra prolífica en destacados sonetistas, sonetólogos y sonetófilos. Personajes que consagraron y continúan consagrando su vida a estudiar y producir esta joya poética para enriquecer los folios de la historia literaria y deleitar a todas las personas que dedican un espacio, en algún momento de sus vidas, a saborear la poesía. Desde que los antiguos poetas Juan de Castellanos y Hernando Domínguez Camargo escribieron los primeros sonetos en la época de la Conquista y la Colonia, son interminables los escritores que se han dedicado con verdadera devoción a cultivar esta presea literaria en todos los periodos y generaciones que han transitado en el territorio patrio. Poetas románticos, como José Eusebio Caro, Julio Arboleda, Rafael Pombo y Jorge Isaac, vertieron su inspiración lírica en lumbrosos sonetos que desde su nacimiento vienen iluminando los anales de la poesía colombiana.

El modernismo colombiano, que tuvo su florecimiento a comienzos del siglo pasado, se vio enriquecido por un mosaico de escritores que sobresalieron por sus plumas líricas, en las cuales el soneto marcaba la nota distintiva de la inspiración poética. Este movimiento modernista, que se extendió por todos los países americanos y europeos, se había iniciado en el ocaso del siglo XIX con el destacado poeta nicaragüense Rubén Darío. Elocuentes escritores, como el malogrado José Asunción Silva, Ismael Enrique Arciniegas, José Joaquín Casas y Antonio Gómez Restrepo, nutrieron con brillantes sonetos la poesía nacional. Más adelante, otra pléyade de artistas selectos, como Guillermo Valencia, Luis Carlos López, Porfirio Barba Jacob, Aurelio Martínez Mutis y Ricardo Nieto fueron geniales autores de un profuso florilegio sonetista que circula con orgullo en las páginas de las profusas antologías que se publican frecuentemente en el país.

La célebre agrupación de La Gruta Simbólica, que floreció en Bogotá a comienzos del siglo pasado, se vistió de gala con un excelente conjunto de poetas que, aparte de cultivar el soneto, se dedicaron a la guitarra, la bohemia y las tertulias literarias, encuentros que armonizaban con improvisaciones, concursos, anécdotas, chascarrillos, repentismos, calambures y otras formas chistosas propias del talento literario. De este ingenioso concierto de bardos, hacen parte estelar Enrique Alvarez Henao, Clímaco Soto Borda, Víctor María Londoño, Alfredo Gómez Jaime, Carlos Villafañe y el recordado poeta chiquinquireño Julio Flórez, quien, víctima de una penosa enfermedad, vivió sus últimos años en Usiacurí, municipio del Atlántico, donde falleció en 1923. Sus sonetos “A mi madre”, “Abstracción”, “Todos nos llega tarde”, y los catorce ejemplares de la serie “Altas ternuras” constituyen una nota distintiva de nuestra sonetología vernácula.    

Una mirada especial merece la distinguida y recordada Generación Piedracielista, que tuvo su florecimiento en la década de los años cuarenta y estuvo integrada por un selecto grupo de poetas, cuya fama traspasó las fronteras de la lírica nacional y fue aplaudida en todos los países hispanoamericanos y en la madre patria. Sus máximos exponentes: Tomás Vargas Osorio, Darío Samper Bernal, Arturo Camacho Ramírez, Gerardo Valencia Vejarano, Jorge Rojas Castro, Carlos Martín y Eduardo Carranza, fueron excelentes artistas que glorificaron las letras colombianas con el cultivo del soneto. Varios de ellos alternaron su pasión literaria con la diplomacia, y en el extranjero supieron dejar en alto el nombre de Colombia. Carlos Martín, por ejemplo, tras haber desempeñado la docencia en varias universidades bogotanas, se radicó en Madrid, donde murió en el 2008 a la edad de 94 años y allí fue ampliamente reverenciado por la crítica literaria.

Desde entonces, sin excepción, todos los movimientos, generaciones y grupos literarios que han existido en nuestro país han cultivado el soneto con una singular y exquisita admiración. La destacada Generación del Centenario, con Miguel Rasch Isla y José Eustasio Rivera a la cabeza, el fabuloso grupo de Los Nuevos, con León de Greiff y Luis Vidales a la vanguardia, finalmente los Posmodernistas y los insignes poetas Finiseculares, todos con asiento en Bogotá y en otras regiones del país, han enriquecido la literatura nacional y han grabado sus nombres con letras de oro en la poesía colombiana. Me resultaría imposible, por la limitación del espacio, relacionar los nombres de los muchísimos escritores que pertenecieron a estos grupos. Pero, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que todos estos artistas, al estar transitando en los caminos de la creación poética, sin duda alguna, fueron arrobados por la belleza y el embrujo del soneto.

 

Eddie José Daniels García

Sobre el autor

Eddie José Dániels García

Eddie José Dániels García

Reflejos cotidianos

Eddie José Daniels García, Talaigua, Bolívar. Licenciado en Español y Literatura, UPTC, Tunja, Docente del Simón Araújo, Sincelejo y Catedrático, ensayista e Investigador universitario. Cultiva y ejerce pedagogía en la poesía clásica española, la historia de Colombia y regional, la pureza del lenguaje; es columnista, prologuista, conferencista y habitual líder en debates y charlas didácticas sobre la Literatura en la prensa, revistas y encuentros literarios y culturales en toda la Costa del caribe colombiano. Los escritos de Dániels García llaman la atención por la abundancia de hechos y apuntes históricos, políticos y literarios que plantea, sin complejidades innecesarias en su lenguaje claro y didáctico bien reconocido por la crítica estilística costeña, por su esencialidad en la acción y en la descripción de una humanidad y ambiente que destaca la propia vida regional.

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