Música y folclor

Reggae: la música rebelde y pacífica que nació en el Caribe

Rafael Andrés Sánchez Aguirre

10/05/2021 - 05:05

 

Reggae: la música rebelde y pacífica que nació en el Caribe
El cantante Bob Marley se ha erigido como una figura ineludible de la música Reggae / Foto: Applauss

 

La música reggae posee un trasfondo histórico-social rico en matices; vale la pena resaltar que fue el sonido que ambientó e influenció el proceso de independencia de Jamaica hacia finales de los años sesenta del siglo XX. Por tal motivo, se le ha asignado un fuerte valor político y a su vez se le ha vinculado con el movimiento Rastafari de la isla. Sin embargo, como lo plantea Giovannetti (2001), estas características han sido cuestionadas, ya que se ha dicho que el tema político no fue el único asunto que abordó está música y que no deberían desconocerse sus vínculos con el rocksteady, género que hizo fuerte alusión a temas románticos (amorosos) y que fue considerado como cuna del sonido reggae. Igualmente, algunos investigadores han desligado al movimiento Rastafari como eje de tal música y como fuente exclusiva de las líricas.

Es importante subrayar que la sociedad jamaiquina contemporánea está constituida mayoritariamente por afrodescendientes cuyos antepasados fueron esclavizados y quienes tuvieron que vivir una fuerte represión y negación cultural. Los sonidos históricamente predominantes en la isla estuvieron conectados con el sólido desarrollo de un trabajo coral ligado a la religión protestante de los amos, y a la vez desarrollando formas propias africanizadas y caribeñas como la Iglesia de la Revitalización de Sión. A la par y de forma oculta, otras prácticas culturales se sostenían como la Pokomenia y la Kumina, en las “sombras” de una sociedad colonialista. Este marco social impregnó esos sonidos y bailes negados siendo motor de variados ejercicios de resistencia social, dentro de los cuales se encontraban rituales Obeah (hechizos y manejo de lo sobrenatural), narraciones de Anansi o juegos musicales de percusión africana.

Toda esa tradición en la que se empapaba el transcurrir sociocultural jamaiquino fue constituyendo el empuje, el dinamismo relajado, las discrepancias sonoras desde las que floreció la música reggae y desde las que se influenció a toda la región insular caribeña. La idea de discrepancia se sintoniza con lo sugerido por Charles Keil (2001) acerca de las discrepancias participatorias en las que se conjugan sentidos de ritmo, impulso vital o swing con cualidades del tono, timbres, entre otros. Así mismo, se sostiene que “para poder producir una implicación personal y ser socialmente valiosa, la música ha de ir ‘a destiempo’ y estar ‘desafinada’” (Keil, 2001, p. 261). De tal modo, la música en el contexto jamaiquino y en gran parte del Caribe insular postcolonial habilitó la “participación relajada” de la comunidad en el ejercicio de la afirmación de un sentido de identidad grupal más allá del tempo marcado por el establecimiento (neo)colonial.

El empuje, el sabor, el irie o skank musical sintetiza en gran medida ese ejercicio de armonización colectiva que se mueve a destiempo del ritmo dominante y que propone en su transcurso otro orden de relaciones. El irie en la música reggae puede entenderse como un encontrarse en el “nivel”, en el punto óptimo, en el poder adecuado que genera movimiento. Esta palabra del patois jamaiquino hace parte del lyaric, del dialecto de la resistencia afrocaribe configurada en medio de un contexto anglófono. Lyaric es el lenguaje, la desafinación y el destiempo colectivo que se evidencia y se recrea en el irie del grupo de música reggae; en este sentido, el grupo musical sirve como una representación a escala de ese sentido social discrepante. La discrepancia consiste en un ejercicio de resistencia hecho música, activado en los juegos rítmicos, melódicos y en los discursos que proponen (que se oponen, en el caso jamaiquino y a través de su proceso histórico, a la versión musical del amo, del colono, del “blanco”, como parte de una lucha histórica por la reconfiguración de poderes y sentidos grupales).

En San Andrés Isla, territorio colombiano con pasado colonial ligado a Inglaterra, ubicada a 772 km de las costas nacionales y a 643 km de Jamaica, el irie del reggae se vive de un modo propio. Allí, por la influencia de sonidos y géneros populares como la soca, el vallenato, el reggaetón o la salsa, existe una matización, unas nuevas discrepancias conjugadas. Debido a la constante prohibición de los tambores (por la relación que el amo inglés reconoció entre la producción de su sonido y la organización de rebeliones) ejercida durante diferentes momentos de la colonización isleña, es fácil encontrar los rastros de tal herencia en el presente; buena parte de las bandas se sostienen en la mezcla de sonidos de los géneros del calypso y del reggae, con un formato que incluye la guitarra, la mandolina, las maracas, la quijada de burro y la tinaja, evitando el uso de tambores.

Si se tuviese que hablar de una fuerza predominante en tiempos recientes, jalonadora del ritmo musical y social en San Andrés, puede aludirse a un fuerte acompasamiento en términos de dinámicas de exotización y promoción turística del Caribe iniciada por el Estado colombiano desde mediados del siglo XX. Sin embargo, entre bastidores de la actividad comercial se sostienen ejercicios musicales que propenden a la constitución de otras voces, y configuran así gramáticas culturales alternas y a contratiempo.

 

Rafael Andrés Sánchez Aguirre

Universidad Santo Tomás

Acerca de esta publicación: el artículo “ Reggae: la música rebelde y pacífica que nació en el Caribe ” de Rafael Andrés Sánchez Aguirre, corresponde a un capítulo de un ensayo académico publicado anteriormente bajo el título: “ Música reggae y modulaciones sociales: notas acerca de la relación individuo-grupo en una isla caribeña ” por el mismo autor.

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