Artes plásticas

Arte, representación y realidad

Antonio Ureña García

08/10/2020 - 05:35

 

Arte, representación y realidad
La obra "Mar nublado" de María Gallego

Muchas veces se dice, como elogio de la calidad artística de una obra pictórica: “parece una foto”. Esta frase informa sobre los gustos de quien la pronuncia, pero, fundamentalmente, sobre los planteamientos estéticos que aún imperan en la sociedad y cultura actuales. En primer lugar, supone ignorar una etapa fundamental en la Historia del Arte. Las denominadas Vanguardias Históricas, algunas de las cuales se iniciaron hace ya más de 100 años, supusieron una ruptura con los planteamientos académicos basados en representación y reproducción de la realidad, para ahondar en la investigación plástica y visual. Estos movimientos –los demonimados ismos- supusieron la aparición de nuevos lenguajes expresivos y la creación de una nueva sintaxis pictórica. Con el arte del siglo XX, el pintor o la pintora -sí, aunque parezca mentira, dada su escasa presencia en museos y galerías, también hay pintoras a lo largo de toda la Historia del Arte y de una calidad excepcional– se libera de la tiranía de la realidad y la figuración.

No es casualidad que el primer movimiento en rebelarse contra los gustos artísticos de la época, y en general contra los cánones estéticos en vigor hasta el momento, fue contemporáneo al desarrollo de la fotografía, en la segunda mitad del S. XIX. Hablamos del Impresionismo, aunque algunos historiadores no incluyan esta corriente dentro de las citadas Vanguardias Históricas. Si la fotografía es una técnica que permite una representación totalmente objetiva de la realidad -al plasmar en un placa, primero, en un papel después o en otro soporte más tarde, la realidad tal cual es en momento de disparar la cámara- pintores y pintoras quedan liberados de la tarea de reproducir dicha realidad de la manera más fiel posible y tener la posibilidad de recrear dicha realidad según sus gustos, lenguaje expresivo, etc., e incluso abandonar esa realidad para adentrarse en la suya propia. El arte pasará a convertirse en un ejercicio de introspección, a la vez que en un ejercicio de investigación para encontrar las técnicas, los medios, la semántica plástica que le permita expresar con mayor fidelidad, no la realidad exterior, si no el yo interior y su interacción con el entorno social y cultural en el que el artista desarrolla su trabajo. Ahora más que nunca, el arte se convierte en testigo privilegiado de su época; de su realidad social. Recordemos aquí los denominados manifiestos artísticos, o proclamas de cada uno de estos movimientos engrosados en las denominadas vanguardias, sobre el papel del arte y que suponen una toma de postura de los artistas frente los problemas del momento.   

En cuanto a las comparaciones o relaciones con la fotografía, no podemos olvidarnos de un movimiento que se desarrolla también en el siglo XX, denominado hiperrealismo -también llamado fotorrealismo- , que reproduce paisajes urbanos, escaparates, restaurantes de comida rápida, últimos modelos de relucientes coches o motos, botes de ketchup o, como dicen Otto Letze y Nina S. Knoll  (2015), una larga serie de “motivos intrascendentes que captan primero través de la fotografía y que después trasladan al lienzo mediante un laborioso proceso, utilizando diversos recursos técnicos, como los proyectores de diapositivas o el sistema de trama”, convirtiendo artículos de consumo y el consumo mismo en objeto artístico.

Siguiendo la estela del Pop art, capitaneado por Andy Warhol entre los años 50 y 80 del siglo anterior, el hiperrealismo ensalza los valores del consumo y de la sociedad basada en aquel, donde la desigualdad, la mercantilización de los derechos y un largo etc. constituyen sus señas de identidad. El fotorrealismo ensalza el “modo de vida americano” (the american way of life), es decir la mercantilización, mientras que buena parte de la pintura a lo largo de la historia en general, y del siglo XX en particular, ensalza los valores humanos, con una fuerte dosis de crítica social, esta última.

Si en España hay un pintor que, formalmente, pudiera ser caracterizado como hiperrealista, éste sería Antonio López. Por el contrario: el planteamiento crítico de su obra le aleja de aquella corriente para enraizarlo en el espíritu de las vanguardias artísticas. Este gran pintor nos enseña que adoptar un lenguaje plástico realista o figurativo no supone tener como meta la reproducción objetiva de la realidad al modo fotográfico, sino su recreación crítica.

Permitasenos en este punto hacer una referencia, tanto al cuadro que preside este escrito como las circunstancias que motivaron las reflexiones que han dado lugar al mismo. Una pintora amiga, cuya calidad artística queda patente en la acuarela que preside este trabajo –nos referimos a la española María Gallego Jiménez– compartió en las redes sociales este paisaje marino un día nublado. Por esas fechas intentaba capar a través de la fotografía, sin lograrlo del todo, precisamente la esencia y las sensaciones transmitidas por el mar en un día nublado, cuando vi esta obra que reproducimos gracias a la gentileza de su autora. Los lectores y lectoras que sigan a través de PanoramaCultural.com.co la publicación Tiempo de poesía, conocerán de mis incursiones en el arte fotográfico a través de las ilustraciones de la revista. El caso es que María Gallego, con una aparente simplicidad y utilizando una técnica a medio camino entre la figuración y la abstracción –y con ello alejándose de cualquier consideración fotorealista–, captaba perfectamente esas sensaciones, demostrando, por si quedaba alguna duda, que el lenguaje de las sensaciones y las emociones tiene mucho más que ver con la pintura que con la fotografía.

En estos tiempos convulsos – donde a la crisis económica del 2008, con sus ya graves consecuencias en lo social y lo político, se ha superpuesto la crisis sanitaria y también económica generada por la pandemia en la cual estamos envueltos–, el arte puede servirnos, por un lado, como válvula de escape ante tanta presión al traernos un soplo de aire fresco –como un soplo de aire fresco es la obra de María Gallego– que nos sumerja en las ámbitos estéticos que le son inherentes; y por otro, aportar esa crítica social tan necesaria en estos momentos.

En pleno confinamiento a causa de la citada pandemia, escribimos un artículo denominado “Sólo la cultura puede salvarnos”, entendida ésta –según afirmábamos en ese trabajo– como “valoración de lo individual sobre lo colectivo; del negocio sobre el interés social”. Quizá ahora más que nunca, frente a la cultura del individualismo, de la ética del mercado, del egoísmo moral, donde se da más valor a la economía que a la salud y la vida de las personas, se hace necesaria una cultura crítica, y dentro de la misma: un arte crítico que suponga, no una reproducción de la realidad, sino una crítica a aquella, de acuerdo con los planteamientos de las vanguardias históricas que venimos considerando.

 

Antonio Ureña 

 

Sobre el autor

Antonio Ureña García

Antonio Ureña García

Contrapunteo cultural

Antonio Ureña García (Madrid, España). Doctor (PHD) en Filosofía y Ciencias de la Educación; Licenciado en Historia y Profesor de Música. Como Investigador en Ciencias Sociales es especialista en Latinoamérica, región donde ha realizado diversos trabajos de investigación así como actividades de Cooperación para el Desarrollo, siendo distinguido por este motivo con la Orden General José Antonio Páez en su Primera Categoría (Venezuela). En su columna “Contrapunteo Cultural” persigue hacer una reflexión sobre la cultura y la sociedad latinoamericanas desde una perspectiva antropológica.

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