Cine
Cantinflas: de la época dorada y la doctrina de la mexicanidad
El cine de la época dorada puede ser entendido como una etapa que inaugura y establece una primera codificación de la cultura popular como parte del proyecto nacionalista posrevolucionario. Se trató de un conjunto de producciones cinematográficas que lograron traspasar las fronteras de la entretención y el espectáculo, para instalarse dentro del imaginario social mexicano como un exceso o desborde cultural que transforma lo popular en industria cultural.
Cantinflas se autoconstruye como un producto cultural propio del caos urbano, donde despliega su particular forma de estar en el mundo. La ciudad es el espacio social que lo modela y su accionar tiende a confrontar la vida urbana –problemáticas de clase, relaciones sociales, modernidad sin modernización– con insolencia, desfachatez y optimismo. Es aquí donde se desarrolla su devenir confuso y parlanchín, y son las relaciones sociales urbanas las que le proporcionan la materia prima para conformar un discurso que, por medio del humor, contribuye a reforzar aquello que se ha dado en llamar “la doctrina de la mexicanidad”. A grandes rasgos, ésta consistió en unir estrechamente la patria (la identidad nacional y el nacionalismo) con el gobierno (el PRI como partido único), conformando “un binomio al que debían subordinarse todos los mexicanos”.
Cantinflas entra en escena durante el mandato de Lázaro Cárdenas, un gobierno que buscó vender una imagen país de síntesis cultural entre tradición y modernidad, que demostrara la cohabitación armónica entre las raíces precolombinas, las campesinas y la vida moderna que se desplegaba en la ciudad. De allí que en sus inicios Cantinflas recibió el apoyo de la élite cultural y política, que vio en él “una expresión cristalina de la tierra natal” (Stavans, 1998, p. 35). Por su parte, si bien Cantinflas se burló de la rigidez de la élite mexicana y de su dogmática tendencia al afrancesamiento, y trató de ridiculizar la pomposidad de los ricos; sus cintas no sugieren ninguna invitación política a rebelarse contra la opresión. Por el contrario, sus películas abren un espacio de contención a cualquier tipo de sublevación. “Esto explica por qué el gobierno de México apoyó a Cantinflas cuando su imagen fue útil: hacía feliz a las masas agitadas; su espíritu subversivo trabaja en abstracto, nunca altera el status quo”.
El Cantinflas de la época de oro fue una expresión indiscutible de lo mexicano, principalmente entre los sectores populares y empobrecidos de la ciudad que veían en él una cierta esencia del “alma mexicana”. Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo veinte, específicamente con la matanza de los estudiantes de Tlatelolco en 1968, el país entró en una crisis de identidad. El PRI buscó construir una imagen sin “pelados” desaliñados e hilarantes, se quería consolidar una nueva identidad mexicana que debía estar en sintonía con el deseo profundo de ser un país moderno y sofisticado. Cantinflas no encajaba en este nuevo proyecto nacional e identitario. Su pirotecnia verbal, su flojera desinhibida, su analfabetismo hilarante y su rechazo a la ciencia lo situaban en las antípodas de la modernidad y el desarrollo que se quería proyectar y, por lo tanto, fue una cara que había que ocultar y erradicar del imaginario social.
Juan Pablo Silva Escobar
Doctor en Estudios Latinoamericanos. Académico e investigador del Centro de Estudios Políticos, Culturales y Sociales de América Latina (EPOCAL), Universidad Bernardo O’Higgins, Santiago, Chile.
Acerca de esta publicación: el artículo “ Cantinflas: de la época dorada y la doctrina de la mexicanidad ” del profesor Juan Pablo Silva Escobar, corresponde a un capítulo del ensayo académico publicado anteriormente bajo el título: “ Cantinflas: Mito, gestualidad y retórica despolitizada de lo popular ” por el mismo autor.
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