Historia
En Arjona nadie olvida a Manuelita
El 13 de marzo de 1775, cumpliendo órdenes del gobernador de la provincia de Cartagena de Indias, el insaciable ‘Fundador de pueblos’, don Antonio De La Torre y Miranda, recordado por sus dotes académicas y humanísticas, decidió fundar a Arjona, reorganizando poblados dispersos, desarrollados sin Dios ni ley.
Apareció entonces don Bartolomé de Arjona, quien no solo cedió amplios y fértiles terrenos para fundar el nuevo asentamiento, también regaló su hidalgo apellido de Alférez Real.
La conquista española esparció, a sangre y fuego, semillas perpetuas de odio y resentimiento; por el contrario, Arjona germinó noble y erguida, colocándole a todo aquel que naciera en su nido, la impronta de luz que distingue al arjonero.
Arjona, además, fue escenario del último capítulo de los tormentosos amoríos de Manuelita Sáenz y esta es la historia: con el cadáver de Bolívar aún tibio, por orden expresa de Francisco de Paula Santander, a ‘La Libertadora de El Libertador’ la sacaron a empellones camino al destierro. El 13 de enero de 1830 salieron de Guaduas, escalando en Arjona para proveerse de agua y vituallas, pues en Pasa Caballos, muy cerca de Cartagena, la aguardaba un navío expresamente fletado hacia Jamaica.
Pero el largo y penoso viaje, como un trapiche, extrajo de su cuerpo, más no de su espíritu, hasta la última gota de fortaleza; inmediatamente una familia misericordiosa la acogió en su hogar, y entre cobijas e infusiones de hierbas sudó la fiebre, renovándole la astucia.
Costaba trabajo entender que el traslado de aquella pequeña dama estuviese rodeado de las mismas precauciones reservadas a los tigres enjaulados, criminales de guerra o al temido Lucifer.
Pero ocurrió un hecho inesperado: cuando los guardianes, apuntándola con sus fusiles, le ordenaron reiniciar el viaje, reverdeció el espíritu bolivariano de los arjoneros, quienes blandiendo palos y machetes exigieron respeto a Manuela y tiempo suficiente para su recuperación. “Me estoy muriendo”, le dijo la indómita quiteña al alcalde, mientras lo atrapaba en las redes de su legendario sortilegio.
Ahora su enfermedad, mitad cansancio, mitad estafa, le permitiría, con la complicidad de las autoridades, recorrer a escondidas, durante muchísimas madrugadas, las callejuelas de Cartagena, y despedirse de la ciudad que cubrió de gloria a su adorado Simón. Lo cierto es que Manuelita jamás se marchó de Arjona: su mandarria y arrebatos amorosos palpitan aún en cada pétalo, en cada cuna, en las caderas incandescentes de sus mujeres y en los sabores de sus bollos de mazorca.
Henry Vergara Sagbini
Sobre el autor
Henry Vergara Sagbini
Rocinante de papel
Profesor y médico. La columna “Rocinante de papel” es una mirada entrañable a la historia y geografía del Caribe, y en especial de Cartagena (ciudad donde reside el autor).
0 Comentarios
Le puede interesar
Fidalgo y los tiempos de la primera cartografía marítima de Colombia
Hubo una época en el que los límites de la costa caribeña eran un misterio para todo navegante. En aquel entonces, la intuición...
El camino hacia la abolición de la esclavitud y su resonancia en la Nueva Granada
Con el paso de los años, desde las más diversas latitudes empezaron a aglutinarse clamores que cuestionaron la trata esclavista. Al i...
Historias inéditas y olvidadas de los afroespañoles
Con las incipientes exploraciones que se vinieron produciendo desde finales del siglo XV por parte de Portugal en derredor del cont...
El tabaco: una historia americana
Una de las costumbres más antiguas de la humanidad es el hábito de fumar. Desde tiempos remotos el hombre ya tenía la costumbre ...
Palacio de justicia y Armero: dos responsabilidades históricas
Más de tres décadas después, los protagonistas directos de estos dos acontecimientos trágicos de nuestra historia tienen respon...