Historia

Los mares relatados: la muerte de Magallanes

José María Madueño Galán

27/04/2021 - 05:20

 

Los mares relatados: la muerte de Magallanes
El navegante portugués Fernando de Magallanes

 

Hacia mediados de abril de 1521, la trayectoria de Fernando de Magallanes como explorador, portugués al servicio del Rey, había llegado a su punto más culminante, lo ha alcanzado todo. El paso se ha encontrado y se ha tocado el otro extremo de la Tierra. Se han ganado para la Corona de Castilla nuevas islas riquísimas, convirtiendo de paso al cristianismo a miles de isleños, todo esto -triunfo sobre triunfo- sin haber derramado una sola gota de sangre. Después de las dificultades vencidas, ¿puede venir algo más que ponga en peligro su empresa de llegar al Maluco o islas de las Especies, aureolada de un esplendor triunfal? Todo le ha salido bien a Magallanes. Ha ganado un nuevo reino para la Corona de España. Pero, ¿cómo conservará lo ganado para su Rey? No puede permanecer más tiempo, ni tampoco ir sometiendo todo el archipiélago, isla por isla, no ve más que un camino para consolidar un poder de España en las Filipinas lo más duradero posible: elevar a soberano sobre todos los otros jefes al único caudillo católico, Humabón. No fue ligereza, sino calculada política el ofrecimiento que Magallanes hizo al rey de Cebú de asistirle militarmente si alguien se atrevía sublevarse contra su autoridad. Casualmente la ocasión de demostrarlo se presentó pronto.

Atrapado entre dos guerreros intransigentes, Zula intentó recurrir a la diplomacia. Le dijo a Magallanes que Cilapulapu estaba casado con su hermana y que acabaría por cooperar, pero siguió oponiéndose al invasor europeo. Zula cambió rápidamente de de postura y ofreció poner sus guerreros a disposición de Magallanes para luchar contra Cilapulapu. Pero aquel rechazó la oferta y dijo que quería «ver como luchaban los leones españoles» sin ninguna ayuda. Tornando la situación en su propio beneficio, Zula pidió un bote de soldados armados para luchar contra los hombres de Cilapulapu. Le contestó que enviaría tres botes cargados de soldados. Gracias a la beligerancia de Magallanes, Zula salió como el claro ganador: más que poner a sus guerreros a las órdenes de Magallanes, era éste quien había puesto a sus hombres al servicio de Zula.

La decisión de luchar no sentó bien en la armada. El círculo más próximo a Magallanes se preguntaban seriamente si Magallanes había tomado la decisión correcta o, incluso, si conservaba su buen juicio, pues convertir nativos era algo más positivo pero su misión principal era alcanzar las islas de las Especias y recordaron que habían sufrido muchas bajas y que no podrían permitirse mayor pérdida de vidas. Organizar una fuerza suficiente para enfrentarse a los isleños les obligaría a dejar los buques vacíos y, por tanto, vulnerables a cualquier ataque; en el peor de los casos podrían perder la batalla y también los buques. Pero haciendo caso omiso, Magallanes se negó a ceder, aunque hizo dos pequeñas concesiones: redujo el número de hombres a un mínimo y ordenó a los buques que se mantuvieran alejados de la orilla. Esas decisiones estratégicas cruciales se demostrarían tremendamente perjudiciales durante la batalla, porque el capitán no pensaba en un auténtico combate. Magallanes manda primeramente a su esclavo e interprete Enrique y a un mercader moro a Cilapulapu para que le ofrezcan un acuerdo, pidiéndole que reconozca la soberanía del rey de Cebú y el dominio protector de España. Sí el jefe consiente, los españoles están dispuestos a vivir en la mejor avenencia con él. Pero el rajá responde que también sus hombres empuñan lanzas y, aunque son de caña de bambú, las puntas se han templado al fuego, de lo cual podrían muy bien convencerse los españoles. Ante la altiva contestación, a Magallanes, no le queda otra elección que el argumento de las armas.

En aquella noche, el 27 de abril de 1521, se embarca Magallanes con sus sesenta hombres para atravesar el brazo de mar de dos millas náuticas que separa ambas islas. Por desgracia para el capitán, aquel jefe tiene un aliado en la configuración de la playa. A causa de las rocas coralíferas, los botes no logran acercarse a la orilla, con lo cual no se puede poner en acción lo más importante: el fuego de mosquetes y ballestas, que suelen dispersar con su solo ruido a los indígenas. Sin pensar en cubrir su retaguardia, los sesenta hombres, con sus pesadas armaduras, saltan al agua, los restantes permanecen en los botes. "Magallanes va al frente, porque como buen pastor", escribe Pigafetta (el cronista). Avanzan con agua hasta la cintura el largo espacio hasta la orilla, que estaba a dos buenos tiros de arco, donde esperan mil quinientos guerreros isleños repartidos en tres grupos que, en medio de un griterío enorme, se precipitaron hacia los españoles. Dos de los grupos les envolvieron por los flancos y el tercero les atacó de frente. El capitán dividió sus hombres en dos grupos. Al ver los isleños que los disparos de los españoles hacían poco o ningún daño, ya solo pensaron en el avance acercándose en masa hasta el punto de no darles lugar para defenderse.

“Magallanes, para meterles el miedo en el cuerpo, ordenó incendiar sus cabañas, lo cual les enfureció más. Acudieron algunos de ellos al incendio, que devoró veinte o treinta viviendas, y mataron a dos de los nuestros. Los isleños restantes, enfurecidos, se precipitaron hacia nosotros, siendo atravesado el pie derecho del capitán con una saeta envenenada. Enseguida dio orden de retroceder al paso. Pero casi todos nuestros hombres huían a la desbandada, de modo que solo se quedaron con él seis u ocho, y como cojeaba por la herida, la retirada era más lenta. Habían notado la presencia del capitán y él era su blanco preferido; dos veces dieron en su casco, que rodó al suelo. Pero él, con los pocos que le rodeábamos, mantenía su puesto sin intentar retroceder; Y así luchamos más de una hora, hasta que uno de los indígenas logró impactar en la cara del capitán con una lanza de caña de bambú. Encendido en cólera, Magallanes atravesó el pecho del atacante con su lanza; pero esta quedó clavada en el cuerpo del muerto, y al intentar el capitán desenvainar la espada no pudo acabar la acción, porque una pica que le lanzaron le hirió en el brazo. Cuando los contrarios se dieron cuenta, precipitáronse a la vez contra él, y uno de ellos le abrió de un lanzazo en la pierna izquierda, que le hizo caer de bruces. Enseguida, todos los indios se le echaron encima y le acribillaron con lanzas y otras armas. Y así quitaron la vida al que era nuestro espejo, nuestro consolador y fiel caudillo".

De este modo acaba, en el momento más alto y magnífico de sus realizaciones el, posiblemente más grande de los navegantes de la Historia, en una escaramuza contra una horda de indígenas isleños.

«Aquel combate se libró el sábado 27 de abril de 1521 -concluyó-, el capitán general murió un sábado porque era para él el día más sagrado. Ocho de nuestros hombres murieron con él y cuatro indios que se habían convertido al cristianismo, también hubo 20 heridos, entre ellos, entre ellos el esclavo e interprete Enrique de Malaca. De los mactáneses, murieron quince y tuvieron bastantes heridos, sin poderse precisar». Después de que terminara el furioso combate, el cuerpo en pedazos del explorador flotó en las aguas cerca de la playa de Mactán hasta que los victoriosos guerreros de Cilapulapu los recogieron. Aquella misma tarde, los españoles pidieron los restos de todas las victimas del combate, pero la respuesta fue negativa; jamás se recuperó nada del cuerpo de Magallanes, ni siquiera la armadura. Hoy, en Filipinas, se considera al explorador como un invasor y asesino. Y Lapu Lapu aparece revestido de un aura heroica y romántica que le hace irreconocible.

 

José María Madueño Galán

Capitán de Navío, IHCN

Fuente: Armada.defensa.gob.es

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