Historia

Cristóbal Colón y los primeros contactos con el Caribe

Sofía Reding Blase

05/02/2024 - 04:10

 

Cristóbal Colón y los primeros contactos con el Caribe
El almirante Cristóbal Colón / Foto: Revista Historia

 

Aunque se dijo durante mucho tiempo que el desembarco se realizó en la isla de San Salvador, hoy se sabe, tras investigaciones del fotógrafo Luis Marden y su esposa, la matemática Ethel Cox Marden, financiadas por National Geographic, que Colón desembarcó en Cayo Samana y no en la isla llamada, hasta 1926, de Watling. Los investigadores aseguran que los detalles que aporta el Diario con relación a la geografía de la isla que describió el Almirante, corresponden más bien a Samana. Sin embargo, lo que nos interesa aquí es otro asunto.

En primer lugar, interesa entender que, si bien Colón llegó al Caribe en su primer viaje y que sólo en el último tocó costas de Tierra Firme, nunca se percató de ello o por lo menos nunca admitió haber llegado a territorios que no fueran asiáticos. Las tierras con las cuales tropezó, no lograron en modo alguno apaciguar su obsesión por estrenar una ruta marítima que, con dirección al este, llevara a la Cola del Dragón, como llamaron los chinos a la gran cuarta península de Asia, y que podría ser identificada con Sudamérica. Asia o Suramérica, el hecho es que Colón fue el primero en realizar un viaje oficial con ruta hacia el oeste y es este viaje lo que podría constituir el inicio de la modernidad europea y convertir a Colón en el primer moderno:

“[…] es el primero que sale oficialmente (con poderes, no siendo ya un viaje clandestino, como muchos de los anteriores) de la Europa latina —antimusulmana—, para iniciar la constitución de la experiencia existencial de una Europa occidental, atlántica, centro de la historia. Esta centralidad será después proyectada hasta los orígenes: es en cierta manera, en el mundo de la vida cotidiana (Lebenswelt) del europeo: Europa es centro de la historia desde Adán y Eva, los que también son considerados como europeos, o, al menos, es considerado como un mito originario de la europeidad, con exclusión de otras culturas”.

Es importante mencionar que esta centralidad europea es, en realidad, luso-española. En efecto, como recuerda Consuelo Varela, entre España y Portugal ya había rivalidad por el control de las rutas marítimas lo que llevó a firmar el Tratado de Alcaçovas el 4 de septiembre de 1479, ratificado en 1480. Según el acuerdo:

Los castellanos podrían navegar a las Canarias y conquistar las islas no ganadas aún en este archipiélago, mientras que los portugueses se reservaban la exclusiva sobre la costa occidental africana en dirección sur […]. La situación se mantiene sin mayores problemas hasta el Descubrimiento del Nuevo Mundo que agudiza de nuevo el choque de intereses entre los dos países”. 

Las rivalidades quedarán resueltas por la Bula Intercaetera de Alejandro VI (dictada en 1493) y el Tratado de Tordesillas que ratifica la división territorial del mundo en dos hemisferios, situando la línea de demarcación a 270 leguas más que lo planteado en la citada Bula, al oeste de las islas de Cabo Verde. Así pues, las naves del Almirante llegaron mucho más allá de lo que él tenía planeado: agrandaron el globo con un Nuevo Mundo en el que todo parecía ser, para fortuna de los recién llegados, naturaleza pura, es decir, sin historia y sin compromisos con nada ni con nadie y, por tanto, concebible como un botín legítimo y legalizado posteriormente por los documentos que hemos mencionado.

Pero Colón descubrió lo que necesitaba descubrir y vio lo que quiso ver: un viaje al Asia cuyo rumbo habría sido fijado por la Providencia. Por eso podemos afirmar que en ese primer viaje se mezclaron dos desvaríos: la quimera geográfica y la tarea salvacionista que se encomendaban a sí mismos tanto el Almirante como la Corona española en una suerte de Destino Manifiesto. El 21 de octubre de 1492, el Almirante se dirigía desde el Caribe a los Reyes Católicos con las siguientes palabras: “Tengo determinado ir a la tierra firme y a la ciudad de Guisay y dar las cartas de Vuestras Altezas al Gran Can y pedir respuesta y venir con ella”. ¿Qué querían el Almirante y los reyes del monarca asiático? Lo de siempre: oro. Detrás del deseo de presentarse ante el Gran Khan, se dejaba ver el deseo de aprovechar las riquezas eventualmente encontradas en favor de la exaltación global del Evangelio y del triunfo sobre el ejército musulmán que ocupaba Tierra Santa desde el 637 y el rescate de Jerusalén. Esta misión, como lo apuntara el mismo Colón en su Libro de las Profecías, debía cumplirse antes del fin de los tiempos, evento que ocurriría en 1656: “entre la muerte de Descartes y la de Pascal”, anota Humboldt.

Como el Almirante no podía dar cuenta de cuánto oro iba encontrando, puesto que no lo hallaba, comenzó a dar múltiples detalles sobre la naturaleza de las islas del Caribe en un tono que incluso hasta podría ser catalogado de renacentista. Pero Colón no puede ser clasificado como tal; es, en todo caso, un personaje de transición, que oscila entre el Medioevo y el Renacimiento: 

Extraña mezcla de ideas y de sentimientos en un hombre superior, dotado de clara inteligencia y de invencible valor en la adversidad; imbuido en la teología escolástica, y, sin embargo, muy apto para el manejo de los negocios: de una imaginación ardiente y hasta desordenada, que impensadamente se eleva, del lenguaje sencillo e ingenio del marino a las más felices inspiraciones poéticas,reflejando en él, por decirlo así, cuanto la Edad Media produce de raro y sublime a la vez”.

Del Almirante llama la atención, de hecho, que no atendiera a la novedad que resultaba de la singularidad en términos culturales, y sí pusiera atención a los detalles que hacían de la naturaleza caribeña algo único. Como dice TzvetanTodorov: “Colón descubrió América, pero no a los americanos”. En ese sentido, Colón parece asumir una actitud propia del Renacimiento, pero sólo cuando se trata de la contemplación de la naturaleza y no de la cultura. Si los habitantes del Caribe aparecen a los ojos de Colón como buenos ejemplares de la belleza humana, no es por simple elogio: su admiración se circunscribe más que al campo estético que al ético, es decir, al campo de la relación con el Otro.

A Colón no le interesó comunicarse con los caribeños debido al tipo de interpretación por la que optó: una en la cual toda humanidad se pierde en la naturaleza. Todo conquistador es encubridor, no descubridor, pues encubre una realidad que, siendo ajena a la suya, podría enriquecer su universo. Y, sin embargo, Colón —y luego otros más— opta por negar la humanidad del Otro creyendo encontrar en esta actitud la seguridad de un sistema que en realidad conduce hacia el abandono de su propia humanidad y a una desolada homogenización de los espíritus.

Desde luego, es muy probable que Colón quisiera emular a Marco Polo, y que disfrutara de la naturaleza y la describiera como una maravilla, pero también está claro que las nuevas tierras no podían sino ser maravillosas: la contemplación de la naturaleza y la admiración experimentada le confiere a Colón el carácter de descubridor de tierras nunca antes vistas, nunca antes admiradas, nunca antes nombradas. El espacio se ensancha por su triunfo y la admiración que el Almirante siente por la naturaleza que acaba de descubrir constituye, en realidad, una prueba de la validez de este descubrimiento. El Almirante es quien descubre y da, por lo tanto, existencia a través del acto de nombrar:

[…] los nombres propios constituyen un sector muy particular del vocabulario: desprovistos de sentido, sólo están al servicio de la denotación, pero no, directamente, de la comunicación humana; se dirigen a la naturaleza (al referente), y no a los hombres; a pesar de los indicios, son asociaciones directas entre secuencias sonoras y segmentos del mundo. La parte de la comunicación humana que capta la atención de Colón es entonces precisamente aquel sector del lenguaje que sólo sirve, por lo menos en un primer tiempo, para designar a la naturaleza”.

Las Casas transcribe la siguiente apreciación:

“Dice el Almirante que nunca tan hermosa cosa vido, lleno de árboles todo cercado el río, fermosos y verdes y diversos de los nuestros, con flores y con su fruto, cada uno a su manera. Aves muchas y pajaritos que cantaban muy dulcemente: había gran cantidad de palmas de otra manera que las de Guinea y de las nuestras […] y las hojas muy grandes, con las cuales cobijan las casas; la tierra muy llana […]. La yerba era grande como en el Andalucía por abril y mayo. Halló verdolagas muchas y bledos. Tornósela barca y anduvo por el río arriba un buen rato, y diz que era gran placer ver aquellas verduras y arboledas, y de las aves que no podía dejallas para se volver. Dice que es aquella isla la más hermosa que ojos hayan visto”.

A fin de cuentas, hay que recordar que, si bien el Almirante anota sus observaciones referentes a estrellas, vientos, profundidad del mar, clima, relieve de las costas, o distancias recorridas, todo fenómeno natural y humano se somete a la fe, lo que deja a Colón fuera de una visión científica que requiere validarse por la observación y la experimentación y no por el dogma. Se confirma lo anterior cuando Colón escribe (entre 1502 y 1504) en el “Prólogo” a su Libro de las Profecías: “Ya dise que para la hesecuçión de la inpresa de las Indias no me aprovechó rasón ni matemática ni mapa mundos; llanamente se cumplió lo que diso Isaías […]. Acuérdense Vuestras Altezas de los Hevangelios y de tantas promesas que Nuestro Redentor nos fiso y cuán esprimentado está todo”.

En la obra antes citada, Colón dejaba claro, antes del cuarto viaje a América que: “[…] la Biblia fue la fuente principal de inspiración para la Gran Empresa colombina […] por tanto, el Libro de las profecías constituye un documento imprescindible para reconstruir la imagen que el Almirante tenía de sí mismo, y para entender la fe cristiana como la más poderosa causa motivadora del Descubridor de América”.

 

Sofía Reding Blase

Acerca de esta publicación: el artículo “ Cristóbal Colón y el descubrimiento del Caribe: los primeros contactos ” de Sofía Reding Blase, corresponde a un extracto del ensayo académico publicado anteriormente bajo el título: “ Cristóbal Colón y el Caribe: oro y desnudez ” por la misma autora.

 

 

 

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