Literatura

Iván Darío Fontalvo: la imaginación al servicio de una gran obra

Luis Mario Araújo Becerra

29/07/2024 - 04:50

 

Iván Darío Fontalvo: la imaginación al servicio de una gran obra
Iván Darío Fontalvo, autor de La gran obra / Fotos: cortesía

 

En esta ocasión, conversamos con el escritor Iván Darío Fontalvo (Santo Tomás, Atlántico; 1991), un ingeniero industrial que a su corta edad ha logrado cultivar una sorprendente carrera literaria. Ha sido ganador del Concurso Mirabilia de Cuento (2015), Premio Nacional de Novela Universitaria Industrial de Santander (2019), Concurso Nacional de Microcuento Altazor (2020), Concurso Nacional de Cuento del Festival de Literatura de Pereira (2021) y del Premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo (2023). También, fue finalista, entre otros, del V Concurso Nacional de Cuento la Cueva (2016), Concurso Nacional de Cuento Universidad Central (2018) y Premio Nacional de novela Ciudad de Bogotá (2019). Además de aparecer en varias colecciones de cuentos, se han publicado sus novelas Una obra de arte y La gran obra.

Fontalvo es una de las promesas narrativas más importantes del Caribe colombiano, razón por la que resulta imprescindible conocer su voz.  

Luis Mario Araújo (LMA): En el panorama de las letras del Caribe, aparece tu nombre ligado a dos novelas: La gran obra y Una obra de arte. La primera ganadora del premio Internacional de Novela Héctor Rojas Herazo y la segunda del premio Nacional de Novela de la UIS. Claro, es una carta de presentación muy fuerte; pero quiero conocer primero a la persona, no al escritor. Santo Tomás, tu pueblo. Háblanos de él y de tu infancia allí.

Iván Fontalvo: Santo Tomás es mi lugar. Sobre todo su área rural está unida fuertemente a la paz que de vez en vez necesito para reencontrarme. Mi infancia allí fue muy buena, como lo es todavía para todos los niños del pueblo que patean un balón de fútbol en sus calles, vuelan cometas en diciembre y se escapan a jugar Play Station lo fines de semana. Amigos de aquellos primeros años, como Arturo y Tomás, siguen vinculados a mi historia, y no he aprendido a sentirme plenamente libre en otro contexto que no sea este pueblito de mi corazón.

Y, en ese ambiente, ¿cómo descubres la literatura?

Mi hermana, mi hermano y yo aprendimos a leer tempranamente gracias a las lecciones bíblicas de mi madre. Tal vez por eso la Biblia sigue siendo para mí una lectura grata y reconfortante. A los trece años empecé a sacar libros de la biblioteca municipal antes de enrolarme en el taller de escritura que dictaban Julio Lara y Pedro Conrado en la Casa de la Cultura. Fue una aventura especialmente feliz porque venía de recibir el empujón de mi profesora de literatura, Dalgis Mejía, quien nos había asignado la tarea de leer literatura poderosa y entretenida a lo largo de un año completo.

Tal vez, las primeras lecturas son las más influyentes. Me has hablado de Stevenson, escritor entrañable. ¿Qué otros autores te generaron esa pasión?

Stevenson me deslumbró técnicamente antes de cumplir los 15 años. El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y La isla del tesoro fueron lecciones tempranas de que para contar una historia importan en igual medida el qué y el cómo (aunque tengo la idea personal de que, sin un buen argumento, no hay técnica que valga). Sucesivamente, Cortázar, Rulfo, Borges, Dumas y Verne me brindaron tardes muy satisfactorias. Hasta que llegó García Márquez con su deslumbrante talento. Los japoneses se convirtieron en una debilidad desde Kawabata. Sin embargo, creo que mi pasión literaria más grande son los cómics: Jason, Jodorowsky, Miller, Satrapi, Roca…

Sin embargo, luego haces algunos estudios de literatura y asistes a talleres, ¿cierto?

Entré a la universidad a estudiar literatura cuando tenía 16 años. El enfoque eminentemente pedagógico de la carrera me decepcionó y terminé dejándola cuando iba en cuarto semestre. Aunque seguí leyendo y escribiendo, años después tomé el camino de la Ingeniería Industrial, una profesión que aprecio y disfruto, aunque no me apasiona tanto como los libros.

Veamos el argumento de tu novela, La gran obra: es sobre un escritor en declive que vive en un mundo post apocalíptico y se encuentra con un novel escritor que está en plena vitalidad creativa y termina escribiendo obras para ese viejo decadente. Es el encuentro de dos vidas que luchan por sobreponerse a las circunstancias que los rodean, que los agobian. ¿Tiene, esto que digo, algo que ver con tu novela?

Sí, en efecto. Sin embargo, es principalmente una crítica al sistema, a la manera en que su accionar predispone a los individuos con poder a conseguir lo que desean a cualquier costo y a los menos afortunados a someterse. Aplica para todos los contextos, por supuesto, pero me centré en el literario, que es el que mejor conozco, porque me parece descorazonador que el arte —sinónimo de emancipación— haya sucumbido también a estas dinámicas.  

Algo que veo es que estos dos personajes pueden ser un poco Jekyll y Hyde, dos caras de una misma moneda: el absurdo de vivir una vida, en buena medida, banal. 

Lo son. De hecho: uno joven, otro viejo; uno pobre, otro rico; uno consagrado, otro en ciernes… No obstante, como pasa con Jekyll y con la moneda, son personajes que comparten tallo. La existencia humana se encuentra determinada por los éxitos y, más comúnmente, por las decepciones. Así que, a la larga, los dramas que enfrentan son similares y son solo los escenarios los que cambian, pues es posible ser igualmente miserable en la opulencia y en la escasez.

Esta novela contiene una dura crítica al oficio de escribir, al rol del escritor. Roberto Bolaño solía decir que los escritores, como clan, son un tanto estúpidos: egos, creer que sus obras perdurarán en la eternidad y esas cosas…    

Dolorosamente he descubierto que ser escritor no implica necesariamente ser buena persona, como creía en mi juventud. El ego es la causa más grande porque un escritor —incluso uno mediocre— suele ser admirado por su oficio y, muchas veces, la admiración que recibe lo empuja a olvidarse de esta verdad: que sigue siendo un ser humano común y corriente, y que al talento que posee le aplica la misma recomendación que el tío Ben le dio a Peter Parker: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. La principal responsabilidad del escritor, por cierto, es escribir bien. Sin embargo, también hay responsabilidades conexas igualmente importantes, como tratar con bondad al prójimo, admirar en vez de envidiar, no ser egoísta, en fin… aterrizar del tonto sueño de la trascendencia eterna que pregonaba Bolaño y recordar que dentro de unos cuantos miles de millones de años habrá nuevos mundos que nada sabrán de nosotros, como bien advirtió Sagan. 

Bueno, es una novela sobre la literatura…

Así la han definido y así lo siento en buena medida. En ella puse mucha energía, muchas lecturas, muchas ideas sobre el proceso creativo y sobre el oficio de escribir.

Hay una paradoja: criticas la literatura, pero a la vez el hecho de que tú escribas implica una fe en que la literatura nos puede decir algo. 

La literatura, como cualquier arte, no admite críticas en sí misma. Las propuestas particulares sí pueden ser criticadas estéticamente y cualquier persona que se dedique a compartir su arte debe contar con la certeza de que será criticada. Seguramente, a la par de los elogios que ha recibido La gran obra, se formulan críticas mordaces contra ella, y está bien que así sea. Las críticas, si son bien entendidas, ayudan a crecer. Además, al proceso de criticar precede el de la lectura, así que un crítico es, ante todo, un lector. En todo caso, la novela sobrevuela principalmente el mundillo de la literatura, cada día más gobernado por las dinámicas mercantiles que por la calidad de las propuestas.    

Pero, también es una novela sobre la existencia. Sobre la inutilidad, sobre el absurdo de construir utopías sobre la nada. Todos lo hacemos y perdemos la vida construyendo esas utopías…Vanidad de vanidades, dice Eclesiastés…Este es un punto fundamental de la novela: el hombre envanecido y envuelto en lo absurdo, que parece ignorar lo pasajero de la existencia… 

He contado con la dicha y la tristeza de tener muchos amigos viejos. Algunos de ellos ya han partido y me han dejado un vacío eterno en el alma. Los consejos brindados y sus experiencias de vida me confirman que la concepción de Salomón no es equivocada: vivimos esforzándonos tras el viento.  No es que escribir libros sea inútil, es que la vida no se trata solo de eso. Yo tengo una visión más bien pesimista del futuro porque veo que nuestras existencias están supeditadas al tener (posesiones, gloria, admiración, libros), antes que al ser, y creo que ni siquiera los acertados ensayos de Byung-Chul Han nos van a servir para escapar de esta trampa.

De hecho, ahora que me doy cuenta, ese escenario distópico en que se mueven las historias evoca que ha ocurrido una catástrofe, evoca cierto fracaso de la humanidad…

Es un hecho que la sociedad ha fracasado. La novela exhibe ese facto desde su distópica atmósfera de ruina, con sus barrios radiactivos y sus mares contaminados. Sin embargo, los suicidios de los viernes en el metro, la prostitución, las drogas y los mercados de basura son historias cotidianas, sucesos con los que podemos toparnos en un recorrido por el bajo mundo de cualquier ciudad.

En La gran obra, encuentro que hay una tremenda dosis imaginativa. De hecho, su estructura, en la que la historia principal se va mezclando con las historias de las novelas y cuentos que escriben los autores requiere un interesante ejercicio de imaginación…

Creo que cada narrador sabe muy bien cuáles son sus fortalezas y cuáles son sus debilidades. La idea es que las primeras destaquen y que las segundas pasen lo más desapercibidas posible. Los argumentos constituyen mi principal preocupación y el ejercicio imaginativo implicado es un proceso que disfruto sobremanera. Rehúyo de los argumentos sosos, de las historias contemplativas, de las narraciones en las que, a la larga, no pasa nada. Por supuesto que dedicarle tanta energía a ello es desgastante, pero no concibo la literatura de otra forma. 

Y, ¿cómo nace todo ello? ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Partes de una imagen, otra lectura, qué dispara tus creaciones?

Parto de un argumento completo. No escribo hasta que lo tengo completamente hecho en la cabeza, hasta que he resuelto los cabos sueltos y sé que la historia merece la pena. No son pocas las veces en las que, después de completar un texto, me doy cuenta de que equivoqué el tono, la elección del narrador, alguna imagen. En esos casos, prefiero empezar de nuevo, desde cero hasta que la ejecución técnica me satisfaga.

El lenguaje es otro elemento importante en tu texto. Fluido, vibrante, mantiene la tensión. Háblanos del trabajo con el lenguaje y de su importancia para ti.

El escritor John Archbold dijo en alguna entrevista que el lenguaje era lo más importante. Yo prefiero decir que el lenguaje es la segunda elección más importante, después de la historia. Particularmente, necesito saber primero que el argumento vale la pena. Después, la selección del ritmo narrativo y del lenguaje surgen como nuevos factores de interés. Uno de los mayores retos de La gran obra fue, justamente, mantener la fluidez y la tensión. La primera versión de la novela no pasó la prueba porque tenían el arranque vertiginoso que quería, pero no pude mantenerlo sino hasta la página 50, más o menos. Después entraba en un bache y recuperaba fuerza a la mitad. Así que tuve que reescribir el texto unas dos veces más hasta que conseguí mantener el ritmo que quería en la mayor parte del libro. 

No quiero cerrar sin mencionar algo que me parece fundamental en tu estética. La presencia de la simbología religiosa y, más allá, una reflexión de tinte espiritual. ¿Has notado eso?

No lo había considerado, a decir verdad. Si está allí, se trata de una filtración inconsciente. En todo caso, preferiría verlo desde una perspectiva espiritual en vez de religiosa.

También hay una reflexión ética, muy clara. Cuestionas los cimientos éticos de nuestra sociedad.  

¿Los tenemos? Hace un par de días un conocido muy apreciado falleció en un accidente laboral y, junto con las condolencias cliché en Facebook, la mayoría de los internautas le pedía al medio que difundió la noticia que les compartiera las fotos y videos del hombre moribundo. Este fenómeno creciente permite ejemplificar perfectamente mi punto: la empatía se ha perdido para siempre; el único dolor que importa es el propio.  

Cerremos con un pequeño homenaje a tus amigos y maestros. Ramón Molinares, Alfredo Baldovino… ¿Cómo han contribuido en tu proceso? 

La lista es larga. Víctor Aguilera, un amigo ya fallecido, me dijo un día que García Márquez escribió textos maravillosos, pero que todos ellos palidecen ante esta frase suya: “Me considero el mejor amigo de mis amigos y creo que ninguno de ellos me quiere tanto como quiero yo al amigo que quiero menos”. Solo después de los 25 años entendí la enorme carga de humanidad de esta sentencia. Yo soy por mis amigos. Álvaro Suescún me brindó su confianza absoluta desde el primer momento, tal como Julio Lara y Pedro Conrado, dueños de un pedazo de mi corazón. Aurelio Pizarro, mi hermano mayor,  y Tito Mejía, el promotor de todos, entran en la misma mochila. Alfredo Baldovino tiene un lugar especial porque no solo es mi gran amigo, sino mi primer crítico. La lista que sigue no puedo resumirla: Martha Herrera, Pedro Badillo, Pablo Caballero, David Reyes, Jhoandry Misat, Arturo Cantillo, Tomás Cerpa, Paul Brito, Joaquín Mattos, Jhon Archbold, Duván Bolívar, Alberto Muñoz, David Betancourt, Luis Ramos, Francisco Castillo, Jorge Salazar… algunos de ellos ni siquiera saben lo importantes que han sido en mi vida, con sus lecturas, correcciones y palabras de aliento. Pero, sin duda, es Ramón Molinares, a quien dediqué La gran obra, el amigo al que más le debo. Ojalá mi cariño baste para pagarles y que no termine decepcionándolos en el futuro.  

 

Luis Mario Araújo Becerra

Sobre el autor

Luis Mario Araújo Becerra

Luis Mario Araújo Becerra

La reserva

Abogado, escritor y docente universitario. Autor de El Asombroso y otros relatos (cuentos), Literatura del Cesar: identidad y memoria (ensayo), Tras los pasos de un médico rural (ensayo), Las miradas a la guerra y La aldea (novela). Ha sido incluido en las antologías Cuentos Felinos 5, Tercera antología del cuento corto colombiano y Antología de cuento y poesía de escritores del Cesar. 

4 Comentarios


Ernesto Castro 29-07-2024 03:11 PM

Es impresionante el grupo de escritores jóvenes que estás surgiendo en el Caribe. Ojalá que el centralismo literario le dé espacio a escritores como Iván, Miguel Barrios, Nelson Gutiérrez y los otros que hemos descubierto en esta serie de entrevistas.

Aurora Elena Montes 29-07-2024 04:57 PM

Es reconfortante ver tantos nuevos autores de este Caribe.

Edgar Arcos 02-08-2024 02:53 PM

Corriente literaria de jóvenes que abren camino. Nuestro reto es leerlos. Lo haremos

Amaury Díaz Díaz 26-09-2024 04:57 PM

Fascinante entrevista, fascinante entrevistado Iván Dario Fontalvo, no sé si se toma un espacio para preparar las respuestas, creería que no, cuida cada palabra, cada frase, cada idea, las teje de a poco, con el cuidado y finura de las artesanas Morroanas al hilar sus hamacas, de ahí nace cada una de las respuestas, de la perfecta construcción expuesta al indicar como crea y de ser necesario, rehace sus obras, al exponer cuál es el deber ser de los escritores y poetas, desnudando, en forma simple pero precisa, el pedestal en el que algunos de ellos, por si mismos, se encumbran. Su origen literario en la práctica religiosa, se denota por la referencia expresa en sus respuestas, pero en la entrevista es más trascendente su arraigo espiritual, tanto así que me genera curiosidad en descubrirla en la próxima lectura de su obra, creería que en ella encontraré que el punto de intersección de todas las religiones, es ser buena persona.

Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Beso

Beso

  Están desnudos, sentados en los dos costados de la cama, dándose la espalda. A él le baja una gota de sudor que se pierde en la ...

Tu cuerpo y otros nanorelatos de Ana Milena Alandete

Tu cuerpo y otros nanorelatos de Ana Milena Alandete

Ella mezcla literatura y erotismo con desenvoltura. Explora los universos más secretos de la mente y de la anatomía para elaborar cue...

Las Triquiñuelas de Zuleta, de Julio César Oñate

Las Triquiñuelas de Zuleta, de Julio César Oñate

  “Las Triquiñuelas de Zuleta” es el título del nuevo libro del compositor, escritor, coleccionista de música y acordeones e i...

Como un explorador

Como un explorador

Camilo erraba entre los estantes, leyendo fragmentos de libros que tomaba al azar. Villoro, Pitol, Franco, Fuguett, Bonnett desfilaba...

Roberto Burgos, Premio Nacional de Novela 2018

Roberto Burgos, Premio Nacional de Novela 2018

La novela “Ver lo que veo” (Seix Barral, 2017) de Roberto Burgos obtuvo el Premio Nacional de Novela 2018, que entrega el Ministeri...

Lo más leído

El árbol de Navidad y la evolución de un culto milenario

Berta Lucía Estrada | Otras expresiones

Débora Arango, la huella de una gran artista colombiana

Marta Elena Bravo de Hermelin | Artes plásticas

El origen del pesebre

Redacción | Ocio y sociedad

La Navidad en la literatura

Antonio Acevedo Linares | Literatura

Andrés Landero, la celebridad que olvidamos

Ivis Martínez Pimienta   | Música y folclor

Las poesías de ayer y las letras de hoy

Jorge Nain Ruiz | Opinión

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados