Literatura

Salcedo Ramos: entre la oralidad y la crónica

Carolina Martínez Arenas

14/01/2014 - 11:20

 

Alberto Salcedo Ramos Un personaje de buen recorrido, pues ya tiene medio siglo encima, que aún se niega a crecer y más bien prefiere seguir a la vanguardia de las nuevas tecnologías, pues la mayoría de sus seguidores se enteran primero de sus historias a través del Facebook y el Twitter; ése es Alberto Salcedo Ramos, uno de los mejores cronistas colombianos,  cuenta con más de  15 premios nacionales e internacionales.

Se considera a sí mismo como un periodista kamikaze, un periodista que no le gusta madrugar a “cogerse” el último chisme del momento, sino que por el contrario, disfruta de las lecturas hasta altas horas de la noche y de la escritura en los trasnochos. No posee contrato de exclusividad con ningún medio de comunicación, sus pesos se los gana haciendo lo que le gusta: escribiendo crónicas y dictando talleres de periodismo narrativo por todo el mundo; él mismo dice que si se pone a trabajar en una oficina se aburre en su quehacer, entonces prefiere hacer las cosas tal y como las hace ahora, llegando siempre al lugar de la historia, al lugar de los hechos.

Su pasión por el periodismo narrativo y la herencia oral mágica

Su madre nunca estuvo de acuerdo con su elección profesional, pues consideraba que se iba a volver un bohemio, hippie y hasta loco, sin embargo lo dejó seguir por el camino que él había escogido desde pequeño, el camino de la narración.

Alberto creció en un pueblo que se llama San Estanislao, pero que se conoce comúnmente como El Arenal. Allí, en ese pueblo, no había libros y todo se manejaba a través de la oralidad, la vida allí se hacía en las esquinas, en donde se cruzan las frases, las palabras, los piropos, insultos y hasta las peleas. Fue allí, en esas esquinas, en donde Salcedo se dio cuenta que su pasión era la de escuchar las historias y luego contarlas a través de los escritos, pues al principio soñaba con ser escritor, pero su madre le dijo que con eso se iba a morir de hambre y no estando muy de acuerdo con el periodismo, fue ella quien le dijo que con esa profesión al menos iba a tener con qué comer.

Su pasión por la escritura mágica basada en la oralidad, le sale de su sangre costeña; pues la costa caribeña cuenta con una gran tradición literaria, no en vano de esa zona provienen las mariposas amarillas y la famosa familia de José Arcadio Buendía. Alberto se crió en una casa en donde no había libros, había historias mágicas que solo pueden entender quienes crecen en ese entorno. Gracias a esa herencia oral mágica, Alberto Salcedo Ramos, decidió irse por el camino de la crónica, todo con el fin de nunca dejar de lado el acervo oral que le dejó su abuelo como el mejor legado.

Una crónica para guardar y una para negar

De las pocas crónicas que se le han quedado guardadas en el tintero, la que más le ha dolido, fue la que le tenía preparada a Pacho Galán. Un día tenían una cita, pero de pronto “Pachito” Galán se enfermó y murió, entonces la cita quedó inconclusa y la crónica en veremos. Alberto dice que le hubiese gustado encontrarse con Pacho, y que este le contara sus historias y así darle en persona las gracias por sus canciones y por su música. Pero así como le hubiese gustado escribirle algo a Pacho Galán en vida, Salcedo cuenta con una serie de personajes a los cuales no les pretende escribir ninguna frase, entre ellos está el señor Álvaro Uribe, y esto lo hace porque le produce fastidio, porque su imagen le molesta, y como para él el periodismo narrativo se construye a través de la pasión por contar una historia, personajes que le produzcan fastidio nunca serán dignos de ser narrados en una crónica “salcediana”.

El Junior, el equipo de sus amores “ridículos”

Así como ama el periodismo, también ama el fútbol, sobre todo a su equipo: el Junior de Barranquilla, ese equipo sí que le saca rabias, lágrimas y alegrías; pues el fútbol es un deporte que mueve pasiones y en Alberto, sí que las mueve todas.

Salcedo reconoce que ahora el Junior es un equipo de temer, sobre todo porque tiene la fea costumbre de ganar faltando los últimos cinco minutos o de ganar a punta de “suerte”, o sea, a punta de penaltis. Alberto recuerda con alegría los partidos que escuchaba a través de la radio con narraciones de Edgar Perea y de Efraín Oñate, se imaginaba como se hacían los pases, como se vivía la fiesta dentro de la cancha del estadio de Barranquilla. Así mismo, recuerda con cariño las lloradas “ridículas” que se ha metido por el equipo de sus amores, por el Junior; pues él considera que ese amor que siente por su equipo es un amor verdaderamente pasional, un amor que solo entienden los hinchas fieles, los hinchas que han visto a su equipo en la gloria y en la desgracia, y que sin embargo siguen fieles a ese sentimiento y persiguen al equipo en el lugar donde se encuentren. Actualmente Alberto vive en Bogotá y aun así acude al estadio, como una muestra de amor profundo, pues bien lo dice: “Al Junior siempre le dan en la jeta cuando juega en Bogotá, y aun así cada que puedo lo voy a ver”.

Alberto es un costeño de pura cepa, un costeño que lleva en la sangre el sabor caribeño, que no solo va acompañado con la gastronomía, también viene con el vallenato y toda la oralidad mágica de la región; es por ello que su epitafio debe rezar lo siguiente: “estoy aquí, empezando esta historia que no podré contar”.

 

Carolina Martínez Arenas

Tras la cola de la rata

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