Literatura

Incertidumbre

Diego Niño

21/07/2014 - 11:05

 

Empecemos por el final porque la muerte, la terca muerte, no tiene ni pies ni cabeza, no conoce antes ni después, porque sólo hay eternidad en sus recovecos. Y porque el libro que está en mis manos (Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonett), el mismo que leí sin darme la oportunidad de levantarme de la silla ni darle espacio a las deliberaciones, habla de la muerte. Pero no de la muerte que le llega a quien la vida ya no tiene por dónde entrar, sino sobre la muerte de un joven de veintiocho años de edad.

Dije que empezaríamos por el final y leemos en la última página:

“Yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más, para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de una tumba”.

Se tendría la sensación, entonces, que el libro es el intento de empujar el viento, arañar la piedra, amordazar los dientes que roen el alma y en últimas, y para no dar más largas al asunto, de regalar una migaja de vida a quien ya no la tiene.

Pero es más que eso: también es la reivindicación de quienes sobrellevan la esquizofrenia.

Quienes estamos a este lado, si acaso hay un río o un abismo o una delgada línea que separa a los “sanos” de los “enfermos”, no conocemos las voces que susurran en las madrugadas, la angustia que socava las entrañas de la alegría ni aún podríamos saber cuántas sombras esperan emboscadas en todas las esquinas de su vida. Sólo vemos al muchacho que habla sin parar o a la señorita que guarda un silencio impenetrable.

Evidencia, decimos, que está mal, que hay que encadenarlos a las camas, o si decidimos aprovechar el privilegio de estar en los albores del siglo XXI, prueba que hay que recluirlos detrás de pastillas (no importa si es risperidona, haloperidol, clorpromazina, olanzapina o aripiprazol), y de esa manera sepultarlos detrás la máscara de la sonrisa o, si el caso se pone difícil, que sucede con relativa frecuencia, olvidarlos, renegar de su existencia, alzar la mano contra ellos cada vez que estorbe nuestro paso por las calles.

Así las circunstancias, Daniel, la razón del libro, asistió cada semana del 2006 al 2010 a terapias con el psiquiatra y se ligó a los medicamentos. ¿Qué más podían hacer frente a este drama que es tanto o más trágico que la enfermedad misma? Entonces, sus temores se transformaron en rottweilers que se desdibujan en su perplejidad, que se desvanecían en su intento de escapar de la mordaza, que naufragaban y sangraban en una melancolía que los anula y quienes al final mueren silenciados y atados a su miserable destino (pueden encontrar algunos de sus trabajos en este lugar: http://www.danielsegurabonnett.blogspot.com/).

¿Qué más se puede esperar de un artista que ve restringida su creatividad por aquellas pastillas que “te atontará un poco, sí, y es posible que te den mareos al levantarte. Por eso ve con cuidado. Quizá te sientas lento, lejano, desasido del mundo, indiferente; quizás te dé sed, te ponga a salivar, te vuelva rígido. Tal vez tiembles, tengas tics, dolores en las piernas y en los brazos. O te vuelva impotente. Y eso sí, buena parte del tiempo te sentirás soñoliento”.

Sin embargo, no será suficiente. También tenían que silenciar la sociedad y las leyes que determinan el éxito. Pero la familia no pudo controlar esa variante (¿quién puede someter la voluntad de millones de personas?) y ese muchacho que había logrado regresar a la vida, a la sonrisa y a la amistad, se fue desbarrancando lenta pero irreversiblemente.

En efecto, el 14 de mayo de 2011, agobiado por sus fantasmas, por el temor de seguir fracasando en un mundo de triunfadores, subió a la terraza de un viejo edificio del Upper East Side, tomó impulso y se lanzó al vacío liquidó los demonios engendrados en los recodos de la esquizofrenia y, de paso, los fantasmas derivados de la sociedad, de los complejos, de las culpas impuestas por los índices que señalan, por los gritos que castran, por los esquemas que acorralan…

 

Diego Niño

@diego_ninho

Sobre el autor

Diego Niño

Diego Niño

Palabras que piden orillas

Bogotá, 1979. Lector entusiasta y autor del blog Tejiendo Naufragios de El Espectador.

@diego_ninho

0 Comentarios


Escriba aquí su comentario Autorizo el tratamiento de mis datos según el siguiente Aviso de Privacidad.

Le puede interesar

Los muertos no se cuentan así, de Mary Daza Orozco: una novela periodística, social y política

Los muertos no se cuentan así, de Mary Daza Orozco: una novela periodística, social y política

  Mi madre cursó hasta segundo de primaria cuando era niña. Luego, cuando se pensionó de la Caja Agraria tuvo la oportunidad de vo...

Los siete mejores libros sobre el fútbol

Los siete mejores libros sobre el fútbol

  Existe una adicción para todo, incluso para las clasificaciones de libros, y como el fútbol ha entrado en todas las costumbres (y...

Sobre la Inmortalidad de la Literatura

Sobre la Inmortalidad de la Literatura

  ¿Qué determina que una obra literaria sobreviva al tiempo, al espacio y, aún de forma más sorprendente, a las ideología, volvi...

Danzantes del viento: la relevancia de una construcción identitaria

Danzantes del viento: la relevancia de una construcción identitaria

La historia de los pueblos latinoamericanos se ha construido a partir del sometimiento a una cultura dominante que no sólo ha despojad...

Una vida dedicada a la poesía

Una vida dedicada a la poesía

  En la génesis de su creación poética, en los primeros diez años (actividad literaria que inició en los años ochenta) obtuvo...

Lo más leído

Síguenos

facebook twitter youtube

Enlaces recomendados