Literatura

Tras las huellas del Nazareno

Yesid Ramírez González

29/04/2019 - 05:35

 

Tras las huellas del Nazareno
El Nazareno Carlos Daniel Picón / Foto: Yesid Ramírez González

El Lunes de Pascua amaneció lloviendo, los “barrenderos” no pudieron realizar su labor madrugadora, el pueblo entero estaba totalmente empapado y la llovizna no cesaba. A las 5:17 de la mañana los primeros aullidos de “Valentino” me despertaron, hacía tanto frío que preferí ignorarlos; la Semana Santa había concluido la noche del domingo de Resurrección con los agradecimientos detallados del padre Luis Alfredo, en nombre de su sobrino el párroco Ignacio Madarriaga, a la “Hermandad de Nazarenos”, a los colaboradores y a todos los asistentes a los eventos programados por la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Río de Oro.

El toque del reloj de la iglesia que anunciaba las 5:30 terminó por despertarme y, sin proponérmelo, recordé la imagen del “Domingo de Ramos”: desde la parte empinada de la calle del Barrio El Carretero frente a la casa del finado Carmito Osorio, bajaban más de un ciento de nazarenos que se abrían paso entre la multitud que agitaba al viento los “ramos benditos”, mientras el “Jesús del Triunfo”, acompañado por los dos sacerdotes, el seminarista, los feligreses y la “Banda 1º. De Agosto” que interpretaba el “himno a Cristo Rey”, se dirigía al templo.  Me sorprendió como la gente había hecho caso omiso a no comprar los tradicionales ramos en pro de la conservación de las palmas en la cordillera, pero alcancé a escuchar a “Elba” la “mujer de José Eusebio” diciendo:

-Es que esos son los ramos que necesita el padre para la ceniza del próximo año, además esas palmas nunca se van a acabar con el favor de Dios y María Santísima …y desde que me conozco esos son los propios y verdaderos ramos, los únicos que calman las tormentas.

Un argumento “poderoso” para una persona con Fe, pensé.

“Valentino” arremetió su llamado de urgencia con un aullido más fuerte entonces decidí levantarme para que los quejidos del perro pararan y los vecinos no se impacientaran. Lo saqué a la calle a que orinara como es su costumbre matutina, anduve con cuidado por los sardineles para no mojarnos, llegamos hasta la casa de “los Quiñones” y la lluvia nos hizo devolver.

En el camino nos encontramos con estudiantes de “La Normal” y del “Col López” que se apresuraban para que no les cerraran el portón.  El pueblo comenzaba tímidamente a cobrar vida, aunque la llovizna continuara. Ya en casa me desentendí de las tareas que tenía que realizar, solo una cuestión me importaba: Salir a buscar quien me podría dar información al tema de que “Melba” la de Luis Durán fue alguna vez “Jesús Nazareno”. Jamás imaginé que todo esto me llevaría a un encuentro con el protagonista de esta historia.

El caso de la mujer, quizás la más hermosa de aquel entonces en mi pueblo, estuvo por años rondando por mi cabeza, pero no sé por qué motivo nunca hablé del suceso, tan solo lo comenté el reciente Viernes Santo, primero en casa de la “Tía Carmenza” quien me invitó a un desayuno tradicional de Semana Santa: arepa de maíz, palmito y café negro y luego en casa de la suegra   después del almuerzo especial de sopa de bagre salado con arvejas acompañado de arroz blanco, aguacate, bollos de maíz, bagre desmechado y agua de panela con limón. Todos se rieron de mí, tanto la tía Carmenza como la familia de mi mujer cuando pregunté si alguno recordaba a Melba Durán revestida de Jesús Nazareno en una Semana Santa del pasado. Opinaron al unísono que de donde sacaba semejantes cuentos; Lilia Caballero, mi suegra, la de la “memoria prodigiosa”, no recordaba nada de eso en lo absoluto. Olvidé el asunto sin dejar de asegurarles que yo tenía razón.

Regresé a mi casa, fui al último cuarto y encontré aún sobre la cama mi pantalón y camisa manga larga de holán blanco perfectamente acomodados, las medias blancas, el pañuelo blanco, la correa de cuero beige, los zapatos beige y recordé con un poco de vergüenza el no haber asistido al “Viacrucis” del Jueves Santo por leer sin atención la hora exacta que traía la invitación para que leyera unos versos en la VII estación frente a la casa de Osmany Lara; le envié entonces un mensaje a las organizadoras Toñi Pinto la sacristana y Danid Zapardiel, presentándole mis tontas excusas.

 Por el “Face” vi las fotografías de los “nazarenos penitentes”, una de las tradiciones que más me llaman la atención, quizás por su apasionada fe en el milagro por encima de cualquier cuestionamiento y por su fortaleza física y mental cargada solo de esperanza mientras son observados por ojos temerosos de un sacrificio fallido.

Aquella noche del Viernes Santo preferí ver por el canal local “El Sermón de las 7 Palabras” y por primera vez supuse, en medio de mi ignorancia en rituales sacros, que el nombre de aquella predicación especial obedecía a las siete frases pronunciadas por Jesús en la Cruz antes de morir. La transmisión en vivo me dejó un sin sabor al momento de la rasgadura del “velo” y del tradicional disparo, pude advertir que no sentí lo mismo que solía sentir aferrado a las manos de la abuela cuando niño en el instante en que las luces de la iglesia se apagaban, el velo se rasgaba, las bancas y las palmas del “Calvario” se estremecían y al mismo tiempo el disparo de la escopeta reafirmaban que “El Cristo” había muerto, entonces yo entraba en un estado de pánico y solo desaparecía cuando las campanillas de la lanza del Centurión y el silencio de la gente me volvían a la realidad. A pesar de todo, me emocionó volver a presenciar la majestuosidad y belleza del “Santo Sepulcro” y ya con la imagen del “Jesús inerte” en su interior se me pareció a una gran perla de luz resplandeciendo en un magnífico sarcófago. Terminada la transmisión cambié el canal y pude ver aspectos de la procesión del Viernes Santo en “Pamplona” y al notar a los feligreses apostados a lado y lado del “desfile santo”, quietos esperando a que hicieran su aparición cada uno de los “pasos” concluí que en mi pueblo los protocolos pasan a un segundo plano y el que ir al lado del “Santo Sepulcro” y de “La Dolorosa” casi con la intensión de desplazar a los nazarenos es algo muy nuestro; por eso, cuando escuché a pocos metros de mi casa el sonido de la marcha “La Saeta” solté el control y salí a la terraza a ver pasar la procesión y un sentimiento de culpa me surgió desde adentro.

Llegó el Sábado Santo y me fui al Cementerio, quería fotografiar a Rosita Estrada rezando los 40 credos y haciendo un nudo por cada oración en el cordón que protegería la vida de Omaira, Geiny y Víctor Orlando, sus hijos. Hace muchos años la encontré allí, sentada junto con muchos fieles frente al “Santo Sepulcro”; sin embargo, esta vez solo encontré al profesor Geovany Quiñones y a unos cuantos paisanos. Me pregunté por qué no había ningún nazareno.

Después de rezar tan solo  un “Padre Nuestro” salí de la capilla, en la pequeña plazuela estaba Fabio González ofreciendo quesillos y postres al tiempo que mentalmente y con camándula en mano rezaba los “Misterios  dolorosos” de  “El Rosario”; me senté a conversar con él, le compré un quesillo y hablamos de política un buen rato, y justo llegando a la plazuela, terminando de alcanzar la última de las gradas apareció “Melba”, sin pensarlo dos veces la abordé, la saludé con un beso en la mejilla, estreché sus manos y le pregunté que si sabía quién era yo;  me respondió un poco extrañada:

-Claro que sé quién eres… El hijo de Ilva González.

Le presenté mis excusas por la impertinencia y le conté lo que mi mente apenas recordaba sobre su papel de “Jesús Nazareno” hacía muchos años. Todavía más sorprendida, pero con una alegría reflejada en sus aún hermosos ojos asintió:

-Por supuesto que era yo.

Y continuó sin parar. Tal vez llevaba prisa.

-Que emoción me da que recuerdes eso, tengo muy vagos recuerdos pero que bueno poder sentarnos y tratar de recordar todo aquello. Te espero mañana Domingo en la casa, ¿si sabes cierto? En la casa de nosotros.

Se despidió amablemente y solo atiné a responder un poco sonrojado:

-Si, por supuesto, en la casa de “Luis Durán” y de “Tite”.

Yo permanecí estático mientras la veía ingresar al cementerio, recordé lo bella que había sido y acepté que los años no hacen excepciones pero que su elegancia y clase aún se mantenían intactas.

La tarde del sábado presagiaba lluvia, entonces mi hija y yo decidimos ir a visitar al primo Arnaldo, su compadre que vive en el barrio “San Miguel” en compañía de Angélica y su ahijado Thiago; compartimos recuerdos, “adelantamos cuaderno”, comimos crispetas, bolis de galleta y rematamos la tarde con patacones, queso rallado, guacamole, salchichas fritas con tomate y cebolla más cola Hipinto. La prima “Xilena” se unió al convite y recibió el encargo de dos botellas de bolegancho, una de “Canelita” y otra de “Bolemaracuyá” debidamente etiquetadas y selladas para llevarle a sus amigos en Bucaramanga; me sorprendí al ver que nuestro licor artesanal, tan criticado socialmente pero tan apetecido por la gran mayoría, ahora lucía presentable, hasta el punto de ser comprado como un subvenir.  El aguacero inundó rápidamente las calles empinadas del barrio, llovió por horas, me asomé por la puerta entreabierta y a lo lejos en la puerta de la Capilla de San Miguel alcanzaba a ver un poco difuso a tres muchachos de pantalones arremangados hasta la rodilla, camisillas a pesar del frío y cada uno con una bolsa de la que sobresalían las puntas de sus capirotes azules; eran Nazarenos a la espera de que escampara. Abajo en la iglesia, los feligreses estaban atrapados y ansiosos de que dejara de llover para iniciar la procesión con “La Soledad”. No escampó esa noche. Desafiamos la lluvia y bajamos de regreso a casa; allí recordé que la procesión de “la Soledad” era la preferida de la abuela y nos hacía acompañarla así fuera a la brava con el serio discurso de que había que acompañar a la “Madre de Dios” en ese duro momento. En el rostro de la abuela primero y, luego, en el de mi mamá siempre advertí la sensación de sufrimiento por el dolor ajeno, intuyo que por eso asisto a casi todos los sepelios del pueblo y suelo llegar molesto cuando los “dolientes” no lloran. El que si lloró y mucho fue “Alfonso Medina” pero no esa noche sino la del “Viernes de Dolores”: Cuando la procesión con” la Dolorosa” pasaba por la Calle de “El Llanito”, él que venía de los lados del hospital con una tremenda borrachera alcanzó a cruzar la calle, trataba de mantenerse quieto pero su cerebro nublado por el “bolegancho” hacía que se bamboleara hacia adelante, hacia atrás y hacia los lados. Los que iban en la procesión lo miraban con desdén y algunas beatas murmuraban:

-No darle vergüenza.

Alfonso tenía la mirada perdida, escuchaba los ecos del “Alma Mater”, recordó sus días de nazareno cargando “La Madre de Dios”; cuando la imagen se acercaba trató de asirse del madero del anda como los otros nazarenos, pero un capitán lo alcanzó a ver y de inmediato lo tomó con fuerza por los dos brazos y lo sentó sobre el sardinel… Se sintió tan humillado. La procesión continuó y él, sin parar de llorar, miraba como se alejaban y se le confundían las sombras con las personas, los músicos de la banda vestidos de negro con las túnicas de los nazarenos y recordó entonces aquellos tiempos cuando aún su adicción por el licor no le había robado el alma. Se levantó y como un Judas errante regresó sobre sus torpes pasos con dirección a la tienda de Oliverio Noriega en busca de alguien que le ofreciera por caridad un traguito nada más.

El “Domingo de Resurrección” me puse la indumentaria que había destinado para el Viacrucis del jueves Santo y que aún permanecía intacta en el último cuarto de la casa. Dejé durmiendo a mi esposa quien estaba rendida pues acababa de llegar de Barranquilla. Salí sin hacer ruido y sin advertirle a Valentino para que no reiniciara su repertorio de aullidos y ladridos. Por el “Callejón de Barrera” subían de prisa Donaldo Daza y su esposa Gladys Herrera y por el frente de mi casa cruzaba corriendo Teresita Muñoz quien al verme paciente sugirió:

-Apúrate, “Ramírez”, nos cogieron los nazarenos.

Con aquel refrán popular me estaba diciendo que estábamos atrasados.

Llegué temprano al parque principal, me acerqué a las puertas de la iglesia y casi me tropiezo con el sacerdote que iba raudo rumbo al cementerio para iniciar la procesión con el “Resucitado”; mientras lo vi alejarse por el sendero de “las Quebraditas” decidí seguirlo desde lejos y me encontré frente a la antigua “casa de las monjas” con “La Magdalena”, su anda descansaba sobre el piso mientras los seis nazarenos que debían cargarla más tarde dialogaban desprevenidos, les pedí que me dejaran tomarles una foto, disparé mi celular y desvié mi curso hacia la “Calle del Telégrafo” y en la esquina de “Los Cabrales” la escena se repitió pero esta vez era “Santiago”, bajé por la Calle Sucre” y al lado de la tienda de “Martín Casadiegos” estaba “San Pedro” en igual condición a los anteriores y como lo estaba “San Juan” en el “Callejón de la Pesa” frente a la que hasta hace poco fuera la tienda del apreciado Don Julián Sánchez.

Subí por la “Calle Venezuela” hasta encontrarme con las filas de los nazarenos prestos a iniciar la Procesión del “Encuentro”. Ya descendía de la capilla el sacerdote y la imagen del “Resucitado”; en la pantalla de mi celular aparecía ahora en primer plano la figura menuda de un nazareno con túnica y capirote azul, pero con pañoleta morada, era un capitán. Su figura contrastaba con la de los otros capitanes altos, robustos y presurosos. Con solo ver su andar, “casi que rozando el pavimento” y el movimiento de sus manos como en señal de impaciencia por la demora supe que era “Carlitos Picón” el de mayor edad de todos los nazarenos y entonces vino a mi memoria la presencia de “Tino Medina”, el nazareno más “Viejito” que hubiese visto en Río de Oro.

El “Resucitado” emprendió su marcha triunfal rumbo al templo, parecía levitar entre nubes blancas  rodeado de feligreses y nazarenos; pronto hubo de encontrarse con las otras imágenes que le hicieron la venia y luego con la “Inmaculada” que lo siguió desde cerca hasta hacer su arribo al templo; allí los aplausos de la gente abarrotada en la iglesia le dieron la bienvenida, lo subieron hasta el altar mayor dejándolo justo en medio de los tres pendones rojos que ocultaban tras de sí el preciado retablo.

No encontré puesto alguno para escuchar la “Santa Eucaristía”, me fui hasta el nicho donde reposa la “Virgen del Carmen”, también su entorno estaba ocupado por fieles sentados; me quedé recostado un poco junto a la base sobre la que descansaba la imagen, a menos de un metro de distancia en el mismo espacio estaban bien ubicadas “Melba” y “Vilma”, las hermanas Durán; traté de concentrarme en la homilía mientras notaba que un nazareno, “Quique Duarte” me llamaba a compartir un puesto sobre la alfombra enrollada que utilizan para los matrimonios y eventos especiales en el templo. Acepté y quedé justo detrás de las hermanas. Allí, mientras el padre bautizaba a cuatro niños pude sacarle cierta información al nazareno sobre sus atuendos, su semblante mostraba el cansancio por lo extenuante de las jornadas de los días anteriores, preferí dejarlo que permaneciera con los ojos cerrados mientras transcurría la misa. Terminada esta me despedí de “Melba” no sin antes recordarle la cita de la tarde.

Salí a prisa del templo para ir a coger fila frente al “carro de los helados”, se anunciaba que hasta ese día permanecería en el pueblo. Por varias generaciones el carro de los helados llega desde Bucaramanga a deleitar los paladares de los riodorenses en las “Fiestas Patronales” y últimamente en las “Semanas Santas”; su sabor único e inconfundible combina la crema de helado, la mermelada de piña o mora y el maní desmenuzado, todo con un delicioso sabor casero. Esta vez tuve la oportunidad de repetir tres veces el manjar.

A las 3:00 en punto estaba en “Cuatro Esquinas” con la agenda y el lapicero en la mano para tomar todas las notas que surgieran en la conversación con Melba. Me faltaban escasos cuatro metros para llegar a la puerta de la casa de sus difuntos padres, entonces vi salir a “Darelis” su hermana menor y enseguida a ella. Imaginé entonces que había olvidado la cita, tenía quizás una salida programada. Su sorpresa lo confirmó, con mucha amabilidad me dijo:

-Yo tengo pendiente lo que hablamos, no pude recordar mucho pues tenía como catorce años en ese entonces.

Darelis intervino en la charla, preguntó de qué se trataba el asunto. Melba sonriente le explicó los detalles que apuntaban a recordar la época cuando ella salió de “Jesús Nazareno”. Entonces el humor de Darelis salió a flote y con una carcajada plena que dejó ver su perfecto diseño de sonrisa puntualizó:

-Vay ahora si se completaron dos locos.

Los tres reímos entonces. El profesor “Javier Herrera” quien justo pasaba en esos momentos para su casa en “Calle Nueva” se unió a la improvisada charla, pero concluyó que tampoco recordaba con precisión tales hechos; nos dispersamos entonces, el profesor siguió su rumbo, las hermanas “Durán” se quedaron tocando la puerta de la casa de “Isabelita Durán Pinto” y yo me fui para la mía un poco desinflado. Decidí que pospondría mi intención y me dispuse a continuar viendo la programación de Caracol.

Ese mismo Domingo por la noche regresé al templo, ahora en compañía de Chechi Medina, mi esposa. Mientras oía al padre “Alfredo” mi mente se perdía tratando de responder ¿que movía a los hombres y mujeres a ser nazarenos?, ¿tendrían éstos alguna consideración en el juicio final?, ¿en qué lugar de las casas estaban guardadas todas esas imágenes de santos que resurgían cada año para Semana Santa?, por qué en mi familia no había existido ningún nazareno ni ningún cura?, tan solo una casi monja, la tía abuela “Carmen Mancini”, ¿y si sería al fin verdad que Melba fue “Jesús”? Al salir de misa fuimos a comprarle un helado a la suegra, tenía que ser de los del “carro de los helados”, pero ya se había marchado.

Miré mi reloj, eran las 9:35 de la mañana y la lluvia, un poco menos intensa, me dio tregua para sacar la sombrilla y salir en busca de respuestas. Aunque era lunes “Aurora y Vicente” aún no habían abierto la tienda; a través del vidrio de la puerta de la casa de la Señora Mery García se observaba mucha quietud así que me marché, di unos pasos más adelante y sin pensarlo toque en casa de los “Quintero Santana”, me abrió Elia a quien en realidad buscaba, a sus ochenta y ocho años la encontré haciendo el almuerzo, aún tenía fuerzas para hacerse cargo, no por decisión de sus hijas sino por su misma condición de matrona férrea.

Salieron a saludarme dos de sus hijas María del Pilar la menor o “Pío” como todos la conocen y Cielo la mayor. Me invitaron a tomar asiento y les comenté mis intenciones de saber sobre el tema de Melba. Ninguna de las tres tenía la respuesta, retroalimenté la memoria de Elia con lo poco que yo sabía, entonces lo único que recordó fue el lugar del escenario:

-Eso lo hicieron ahí en la carretera después del puente –afirmó Elia con certeza, pero Cielo la interrumpió:

-Sí, en el cerro de “Atanasio Niño”.

Elia contraatacó:

-No, señora, cuando eso “Atanasio Niño no era el dueño, esas tierras eran de los llanos de Marceliano Lara, el “Cerro de los chulos” le decían, allí había una casita donde dicen que la mamá murió aislada, “tenía tuberculosis”.

Cielo volvió a interrumpirla:

-La verdad es que yo no me acuerdo de Melba haciendo el papel de ”Jesús Nazareno”; el papel del “Señor” lo hacía Magaly la hija de Ricardo Herrera y Smir Sánchez, mientras que Vilma Oyaga hermana del popular Urías Oyaga e hija de Aracely Sánchez con el juez municipal, declamaba con mucha emoción “La Pasión” frente al cementerio; y recuerdo que todos salían al escenario desde la casa de “Mamá Monca”.

-“Ana Ramona Sánchez”, mi mamá -manifestó enseguida Elia y continuó-: Era la casa que quedaba pegadita al cementerio.

Traté de desviar la conversación porque me sentía ahora más confundido que antes y les propuse que me contaran un poco de aspectos de la Semana Santa de antes.

Elia comenzó:

-Mi tía “Lola Sánchez” todos los viernes santos esperaba el momento en que levantaban el “Santo Sepulcro” con el cuerpo de “Jesús” y salía corriendo hasta el llano donde hoy queda la “Kennedy” esperando a que alumbraran las moyas…

Con picardía concluyó:

-Nunca le alumbró.

Pío al fin rompió su silencio y como buena conocedora de los menesteres de la iglesia comenzó sin parar:

-En el tiempo de antes la Semana Santa era más solemne, el viacrucis se hacía el Jueves Santo por las tardes, yo era la encargada de delegar quienes leían en las estaciones. Sólo se comía bollos con sardina, barbatusca o palmito. [Y1]  No se podían hacer actividades cotidianas, no se escuchaba bulla de carros, ni de cantinas, las tiendas cerraban y no se podía encender el fogón hasta el Sábado Santo después de la “Ceremonia del Fuego” cuando se prendía el “Cirio” en la “Vigilia Pascual”. El altar mayor se cubría con un manto morado al igual que las estaciones del viacrucis de la iglesia. Los Viernes Santos la gente acostumbraba a sembrar calabazos con agua y éstos reventaban luego en “manitas de agua” metros distantes o cercanos al lugar en que se hizo la siembra.

En seguida Cielo continuó:

-La fuente que hay en la cancha es precisamente una “manito de agua” de un calabazo que se sembró en los predios de Efraín Rodríguez, “el curioso”.

Con tono enérgico, Elia la corrigió:

-Cuál Efraín Rodríguez, esos predios pertenecían a los Pérez, a Misiá Ángela la mamá de Lole Pérez y todo los “Pérez” puntualizó.

Cielo entonces inició con otra historia:

-A “Jesús en el huerto” lo arreglaba siempre “Alejandro Padilla”; lo dejaba bien hermoso con puros ramos de mirto, resulta que él estuvo, supuestamente, implicado en la muerte de un policía en el barrio “Maicao”, los policías le dieron una golpiza “ay niña”…y se lo llevaron para Ocaña; le dieron cárcel y cuando salió  venía un poco mal de la cabeza, entonces para un Domingo de Ramos volvió a arreglar a “Jesús en el huerto” y le puso en una esquina la bandera de Colombia y así salió en la procesión, y la gente asombrada, pero así salió.

Las otras dos mujeres asintieron:

-Sí, señor, así fue.

Yo pregunté:

-¿Recuerdan cuando en plena procesión de un Viernes Santo se metió la guerrilla?

Fue Pío quien respondió:

-Claro; cuando pasó eso estaba el padre Milciades Bayona en el sardinel de “los Zapardiel” y todos, incluido él, se desaparecieron de la procesión.

Cielo continuó el relato:

-Me acuerdo que yo estaba con unos amigos tomándonos unos traguitos cuando “La tribulación” que se había metido la Guerrilla, entonces Urías Oyaga extendiendo los brazos al frente como en señal de aplacar los ánimos nos decía:

-Cálmense que es de paso, es de paso.

Mientras Elia seguía absorta en la preparación del almuerzo, picando verduras y echándolas a la olla, Pío incursionó en otra escena:

-La gente acostumbraba mucho a ir a visitar al Santo Sepulcro el sábado santo a rezar los 33 credos y por cada credo iban haciendo un nudo en una pita “curricán”, lo hacían como una protección y se soltaba un nudo cuando se presentaba un incidente.

Interrumpí enseguida:

-¿No son 40 credos?

Ella me respondió con mucha propiedad levantando sus cejas:

-No, mucha gente dice que 40 credos; pero son en realidad 33, uno por cada año de la edad de Jesús cuando murió.

Cielo volvió a la charla después de echar una ojeada a través de la ventana y con cierta emoción evocó aquel pasado:

-El Domingo de Ramos era tan bonito, toda la gente extendía los ramos sobre el piso del parque como haciendo una calle de honor desde el centro del parque hasta la entrada de la iglesia y el sacerdote pasaba por encima de ellos.

Elia concluyó:

-Cada casa al año siguiente llevaba los ramos benditos para la “Ceniza”. una semana antes del “Miércoles de Ceniza”

Y puntualizó señalándome unos ramos que reposaban sobre el bufet de la sala:

-Ahí los tengo listos para llevárselos el otro año al padre.

Las mujeres presintieron que tal vez yo necesitaba mayor información y me sugirieron que fuera donde “Carlitos Picón”, según ellas él era el indicado para brindarme datos más precisos.

Me despedí agradeciendo tanta amabilidad y continué mi búsqueda. Ahora, y casi alrededor de las 11:30 y en medio de la “Pascua” salpicada de lluvia, me encontraba en plena “Calle Bolívar”; una especie de curiosidad me acompañaba, el caso de Melba y otros asuntos alimentaban mi intención de profundizar más en aquella tradición que alguna vez viví en mi pueblo pero que por la decisión de mis padres de irnos a vivir a Barranquilla cuando apenas tenía once años y por la división religiosa que se suscitó al interior de la familia ante la conversión de mamá al “Cristianismo Evangélico”, yo había dejado de experimentar.

Las dos puertas de la casa de Don Carlos Picón permanecían cerradas a esa hora de la mañana, sin embargo, las ventanas con varillas estaban de par en par y dejaban ver desde afuera toda la sala y la zona del jardín; había un silencio absoluto que transmitía a la vez una profunda calma; desde el borde del sardinel podía apreciar la decoración impregnada de religiosidad y de reverencia. Varias veces estuve en aquella casa atraído por el gusto que me producían los objetos y muebles antiguos que allí reposan; en algunas oportunidades le sugerí a “Carlitos” hijo la posibilidad de convertirla en casa museo o en un hostal para turistas. Pero ahora no podía entretenerme en los enseres, no era posible esperar más, se acercaba la hora del almuerzo y tal vez sería inoportuna mi visita. las gotas cayendo sobre la sombrilla me sacaron de aquel ensimismamiento y opté por tocar un poco fuerte a la puerta para que pudieran escucharme.

Casi grité para que mis llamados fueran escuchados:

-Don Carlos? ¿Don Carlos?

Seguía insistiendo.

Vi desde el fondo del comedor como una pequeña silueta se desplazaba con premura, siguió por el corredor derecho y apareció al apartar las cortinas recogidas que separaban la sala del corredor anterior seguido por el jardín rebosante de flora nativa. Era Don Carlos Picón quien con cara de preocupación se acercaba a abrirme. Lo primero que se me ocurrió fue decirle:

-Buenos días, Don Carlos, qué pena molestar.

Su cara de preocupación desapareció y enseguida afloró su semblante amable y risueño y mientras afanosamente hacía lo imposible para abrir rápido la cerradura antigua con su respectiva llave grande, de inmediato me respondió:

-¿Cómo se le ocurre, profesor? Adelante, siéntese y cuénteme en qué puedo servirle.

Le respondí:

-Gracias, Don Carlos. Le repito, qué pena. Usted debe estar cansado después de semejante corre-corre durante toda la semana.

Me contestó abiertamente:

-Profesor, ése es el deber de un nazareno, no se preocupe.

Le pedí permiso para colocar la sombrilla empapada sobre el piso, me senté en una mecedora de mimbre ubicada en el primer rincón derecho de la sala, él se sentó a mi derecha en una silla mediana también tejida de mimbre, con los brazos cruzados a la espera que le dijera para que lo necesitaba. Entonces, inicié diciendo:

-Don Carlos a usted no le extrañará que venga y menos con papel y lapicero, pues recordará que habíamos quedado en que quería escuchar de su propia voz los relatos que acompañan a cada objeto de su casa; sin embargo, esta vez no vengo a eso.

Don Carlos descruzó sus brazos, colocó sus manos sobre sus piernas, adoptó una posición sobre la silla formando un perfecto ángulo de 90 grados, su indumentaria sencilla me hacía intuir que estaba en los asuntos del almuerzo junto a “Marinita” su esposa. La intriga se dibujó en su rostro y volví a notar aquella misma cara de desazón que le vi en  el parque por el comportamiento descomplicado de algunos de sus dirigidos, cuando en medio de las dos filas interminables de nazarenos esperaba a que avanzara por entre ellos la procesión de monaguillos, los sacerdotes, el alcalde, las damas de la Dolorosa, los representantes de los Grupos Apostólicos, la “Guardia Romana”, los caballeros del Santo Sepulcro y la Banda 1º. de Agosto  para dar apertura a los días centrales de la Semana Mayor.

Retomé mi discurso:

-Don Carlos, vengo a que me cuente los episodios que han marcado su vida como nazareno.

Una ráfaga de silencio llenó el ambiente, Marinita se asomó por la puerta que da a la sala y dijo:

-Perdón, Carlos, voy a recostarme un rato. Carlos Eduardo se va a demorar en llegar.

Don Carlos parecía no escucharla, cerró los ojos, se llevó los dedos índice y corazón de su mano izquierda a la frente, dejó escapar una sonrisa al tiempo que aspiró y llenó de aire sus pulmones, abrió nuevamente sus pequeños pero vivaces ojos, volvió su dedo índice y lo colocó sobre el labio superior y me quedó mirando fijamente. Quise romper el hielo y le pregunté:

-¿De qué color son sus ojos, Don Carlos? ¿Verdes o azules?

Me respondió en medio de una sonora carcajada:

-Guaruchos, profesor.

Ambos reímos por unos instantes, luego me dijo:

-Con gusto, profesor, voy a contarle lo que me pide.

Cerró sus ojos nuevamente, se concentró, viajó en el tiempo, los volvió a abrir y comenzó diciendo:

-Cuando tenía entre catorce y quince años, venía padeciendo por seis meses de una enfermedad, un dolor en la rodilla no me dejaba mover la pierna y me iban a operar el riñón izquierdo en el hospital Emiro Quintero Cañizares de Ocaña. Mi mamá Josefa María Pinto, quien fue profesora en San Rafael, El Hobo y El Gitano, se arrodilló en la mitad de la sala y dijo estas palabras:

-Jesús Nazareno, te pido que me hagas el milagro que este muchacho vuelva a caminar y yo te mando a que se revista de nazareno durante 7 años.

Continuó muy seguro de sí Don Carlos:

 -Le consultó a Teresa Sánchez su amiga más lista qué debía hacer. Ella le ayudó para que Leticia Patiño, una conocida que vivía en “El Carretero” en Ocaña al frente de la “Botica de los Pobres” y comadre del mismo dueño Don Alejandro Prince, le consiguiera una cita para que me revisara. Se la consiguió y le dijo que debía llevar un frasquito con mi orina. Nos embarcamos, profesor, a las 7 de la mañana en el carro “La Mensajera”, una chiva amarilla de Ernesto Herrera porque teníamos que estar a las 8 en el consultorio. Desayunamos donde Leticia Patiño, ella misma nos llevó al consultorio y le dijo a Don Alejandro:

-Compadre, de tantos favores que me ha hecho hágame este por favor, mire lo bastante malo que está este pobre muchacho con la cara y los pies hinchados.

Don Carlos aspiró nuevamente y continuó con su relato:

-Don Alejandro me quedó mirando de pies a cabeza, me dijo que me acostara en la camilla, le pidió la orina a mi mamá, la observó detenidamente, y dijo:

-Doña Josefa, lo está matando una infección urinaria.

Hizo una pausa y miró al fondo del jardín, un chupaflor gris de largas alas entró intempestivamente revoleteó sobre las flores artificiales del florero que adornaba la mesita ubicada al frente de la fotografía de “Misiá Tona”, su madrina y suegra, y se esfumó por donde llegó. Don Carlos sonrió y aseguró:

-Profesor, eso es visita.

Nuevamente prosiguió:

-Mi mamá le mostró la fórmula donde decía “listo para cirugía” y le contó sobre la promesa que le había hecho a Jesús Nazareno y la fe que tenía en “El Señor”. Don Alejandro le dijo estas palabras profesor:

-Doña Josefa, ponga usted la fe que yo pongo la mano….

Don Carlos parecía emocionado:

-¿Y cómo le parece, profesor, las cosas del Señor que el hijo de Don Alejandro Prince, Eduardo Prince había llegado de Bogotá y le faltaba un año para graduarse como médico? -Entonces, después de hablar con mi mamá, Don Alejandro llamó a su hijo y le dijo:

-Hijo, atiéndeme el primer turno, tiene inflamado el riñón, pero se lo pongo en sus manos.

Don Carlos adoptó una actitud de tristeza:

-El doctor Eduardo Prince me revisó, mientras yo permanecía desnudo en la camilla y le dijo a mamá:

-Le voy a mandar un “vomipurgante”, no se asuste él va a botar hasta “la fe del bautismo”, se lo da en cocimiento de sauco, dos pastillitas. Él se va a tirar al suelo, le quita la sal y las comidas que sean suaves y nada de grasa.

De repente, Don Carlos se llevó las manos y tapó sus ojos, al instante reaccionó:

-Pobrecita mi mamá, que en paz descanse.

Don Carlos me miró con los ojos llorosos y en un tono de súplica me dijo:

-Profesor, esto para mí es un tormento.

Hizo un esfuerzo para no dejar escapar las lágrimas y afirmó:

-Donde la tiene El Señor está mejor que yo.

Don Carlos se sobó las piernas y reinició ya más calmado:

-El doctor también le dijo a mi mamá que después que botara todo me diera caldo de hueso con papa y ajo solamente cada hora y galletas de soda. Me mandó tres frascos de “Aceite Beleño”, un aceite espeso, para que tres veces al día me diera sobos desde la cadera hasta la rodilla con un trapo mojado en agua tibia para que cogiera calor el cuerpo; mamá usó un pedazo de ruana de ovejo y le cuento que sentí alivio. Me mandó catorce inyecciones de complejo B, Don Chus Sánchez el papá de Chayo Sánchez me las ponía con una jeringa de vidrio y le cuento profesor que le cogí un “aborrecimiento” al complejo B porque me acalambraba toda la pierna. Me formuló también urotropina pastillas, tres en el día con cocimiento de grama de río y pinol que es el mismo cabello de mazorca. Le cuento profesor que la orina mía era bastante oscura, turbia y se me volvió cristalina y sentí aflojamiento en la pierna y pude volver a caminar; al año completico entré a la “Hermandad de Nazarenos”.

Me pareció que Don Carlos estaba realizando con esta charla una especie de catarsis. El pequeño nazareno volvió a iniciar con más ímpetu su relato:

-A mis dieciséis años, un 20 de marzo de 1958, cuando Teodoro Meneses era mayordomo de la “Hermandad” fui y pagué mi contribución, costaba tan solo un peso. Con mi túnica azul, cotizas blancas, cordón blanco, pañoleta blanca y capirote azul estaba listo para mi primera procesión como cargador. Por ser azul siempre cargaría al “Señor” o a sus santos, los de túnica blanca cargan es a las vírgenes.

Se levantó y sin decirme nada se perdió en los aposentos, casi enseguida regresó con su capirote azul como nuevo, me mostró la parte de adentro de la preciada pieza y pude notar su antigüedad; me convencieron sus palabras y el orgullo que sentía:

-Sesenta y un años tiene este capirote, es el mismo que usé en mi primera revestida como nazareno; todos los años retoco su interior y fíjese profesor está intacto; sólo le he cambiado la tela en algunas oportunidades. He tenido en todo ese tiempo siete túnicas, pero todas las conservo, aunque la primera está ya “acabaita”.

Lo interrumpí para preguntarle:

-Don Carlos y había en ese entonces muchos nazarenos como hoy?

Me respondió de inmediato con una cifra:

-Doscientos ochenta nazarenos profesor; ¿sabe por qué? Porque se revestían muchos del campo, del Salobre y de El Gitano; tenían muchísima fe. Eran tantos y como yo era el más bajito me tocaba por orden de estatura escuchar la misa donde terminaba la fila, precisamente debajo de la “palma de Vino” del parque, fíjese. Me llevaba una silletica para descansar. ¿Cómo le parece, profesor, que en ese entonces las familias tenían reclinatorios particulares, como el que está al frente del “Santísimo”? Ese mismo era de la familia de “Marina” en él se arrodillaban Rafael Sánchez, la tía Teresa, su mamá Tona, Araceli, Aura Sofía, Misiá Olga y Rafael María Sánchez Sánchez.

Volví a interrumpirlo:

-Don Carlos, ¿qué santos le ha tocado cargar?

Su respuesta fue:

Está en el “Libro de los Nazarenos”, al primero que cargué fue a San Juan “el viejo”, reposa en la sacristía y ahora es “Judas” en el paso de “El Señor del Prendimiento” de Jemny Álvarez; lo cargué casi por siete años. Al morir Teodoro Meneses lo remplazó en la mayordomía Jorge Durán Pinto y me correspondió cargar “La Cruz de la Pasión” que tenía el gallo, la escalera, el martillo, los clavos, la corona de espinas, la calavera “el cráneo de nuestro padre Adán”, la columna, la caña, el fuete , los tres dados, la lanza, la esponja, el sudario o sábana santa y la cruz pero no la misma de hoy, aquella era una cruz grande, redonda, verde y con puros “tajitos”, uno para allá y otro para acá, uno para allá y otro para acá.

Se quedó meditando y prosiguió:

-¿Quién sabe qué rumbo cogería esa cruz? La nueva apareció cuando Luis Herrera era Capitán. Un solo año cargué al Santo Sepulcro en el año 1968, cuando Emilio Antonio Herrera “Yiyo Herrera” era secretario de la Hermandad, cuando Jorge Durán Pinto enfermó lo remplazó su hermano “Vicente Antonio”, entonces me pusieron de capitán de los niños nazarenos. Profesor, le cuento que cumplí la promesa de los siete años y pagué otros siete, y, luego, otros siete y otros siete más, y seguí siendo nazareno hasta el día de hoy y solo lo dejaré de ser el día que mi Dios me llame. Ese día quiero irme vestido de nazareno a ver si le salgo a alguien.

Soltó una carcajada, se desconcentró un poco y luego aseguró:

-Eran nazarenos Miro Medina, Manuel Osorio, José Faustino “Tino” Medina, “Toño” el de Vicente Antonio; ellos cargaban La Dolorosa, eran nazarenos blancos.

Trató de recordar más nombres y no lo consiguió, entrelazó sus brazos llenos de pecas producto de su edad avanzada, llenos con “la flor del sepulcro” como les dice mi mamá a las pecas de la vejez. Volvió a dejarlos reposar sobre sus piernas que continuaban en ángulo recto y fijó su mirada perdida en las baldosas amarillas de la sala.

En esos momentos empujó la puerta de la calle que estaba sin llave su sobrina María Torcoroma Arias, se suspendió la charla, me pidió permiso para llevar a la pariente hasta donde estaba “Marinita” y con paso suave pero ligero cruzó la sala y se perdió tras las cortinas.

Aproveché los instantes solo para detallar la decoración de la sala y observé que casi toda estaba llena con cuadros de imágenes religiosas en las que se destacaban la del Sagrado Corazón y las de San José; dos retratos ampliados de “Misía Tona” en su madurez y en su cumpleaños número noventa; los bustos de la Sagrada Familia y de San Antonio; una capillita en madera con la imagen de San José; gladiolos y rosas artificiales, chirosas y astromelias naturales en floreros de vidrio que adornaban tres altares distintos;  dos mecedoras de mimbre, un enorme sofá y una silla estilo Luis XV, cuatro poltronas forradas en yacar verde bordado, una mesa de centro en madera y vidrio, varias mesitas antiguas de madera, seis cuadritos con paisajes costeños y la mediana silla de mimbre sobre la que había permanecido sentado Don Carlos charlando conmigo;  un atril con la Sagrada Biblia abierta en el Salmo 91, dos girasoles artificiales en un jarrón de madera. Había tres pares de puertas grandes de madera pintadas de verde claro y verde pino unas servían de acceso a los dormitorios y las otra al corredor, todas tenían sobre ellas cornisas de color caoba y cortinas blancas de poliéster con estampaciones de flores; el piso de baldosas amarillas y amarillas con arabescos blancos absolutamente limpio, un reloj portarretrato con la imagen del Niño Dios en un extremo y en el otro el reloj suspendido en las 10:20. Bajo el cielo raso una lámpara redonda de cristal.

Don Carlos regresó, despidió a su sobrina y me observó detallando los elementos de la sala, se agarró de una de las varillas de la ventana y comenzó a darme detalles:

-Mire, profesor, esa lámpara es un regalo de mi matrimonio en el 74, nos la dio Magaly Oyaga de Guerrero, los cuadritos los trajo “Marina” de Barranquilla, se los regaló misiá Olga, la esposa de Don Cesar Llanos el que tenía el almacén donde fue después la oficina de FESESUC.

Le pregunté por la Biblia, pasó y la recogió, emitió un suspiro y me dijo:

-Extraño a Jesús Resucitado, este rincón donde reposa la santa Biblia es el de él; tengo diez años de tenerlo en custodia…

Y continuó:

-Teresita Sánchez la tía de “los De la Peña” lo guardaba en una pieza exclusiva para él, pero en su última Semana Santa, cuando fuimos los nazarenos a guardarla en su casa nos arremetió con mucha rabia:

-No quiero tener esa imagen aquí. Llévenselo.

Me contó que los llenó la incertidumbre, entonces los nazarenos le preguntaron qué hacían con el Resucitado, él les respondió muy sereno:

- Llevémoslo para la casa.

Continuó hablando de otros elementos de la sala aún con la Biblia en sus manos:

-Esta Biblia era de Misiá Tona se la obsequió Luis Alberto Quintero Sánchez, su ahijado; las tres cornisas re las regaló a Marina su comadre Carmen Herrera, ella misma las hizo, aprendió la carpintería por su papá Don Andrés Herrera; Marina es la madrina de Leticia Sánchez la hija de Doña Carmen.

Yo no encontraba como reencausar la conversación que traíamos sobre los temas religiosos, así que me dio por preguntarle si su hijo “Carlitos” nunca quiso ser nazareno. Entonces, ahora con la Biblia cerrada sobre sus piernas y su dedo índice y corazón nuevamente sobre su frente, me respondió:

-Nada, profesor. Cuando “Carlos Eduardo” se graduó de bachiller en el Alfonso López, a la ceremonia asistió Monseñor Gómez Aristizabal, recuerdo que me dijo esa vez:

-Carlitos, ahí está en el Seminario el cupo para tu hijo, estúdialo y convéncelo.

Don Carlos me contó que tiempo después esto le refirió al religioso:

-Monseñor, Carlos Eduardo me dijo que creía en Dios, en la Santísima Virgen María, en todos los Santos pero que él para ser un mal sacerdote prefería que no, que a Dios no se le engaña.

El sacerdote le respondió:

-Admiro la franqueza de tu hijo, por favor no lo vayan a obligar.

Para regresar a una situación más puntual le pregunté que había hecho él como nazareno la vez en que la guerrilla apareció en una Semana Santa. Su postura parecía la de un monje tibetano, juntó sus manos sobre el pecho como si fuera a iniciar una oración:

-Yo iba dirigiendo la Cruz Alta y los ciriales, los que inicia las procesiones, los camiones cargados de guerrilleros pararon frente al sardinel alto donde Miro Zapardiel, Magali Otero iba cerca en el paso de San Juan y gritó:

-Se metió la guerrilla.

Don Carlos mostró signos de estar disfrutando el momento y prosiguió:

-A Iván Electo en esos momentos del nerviosismo se le cayó el bastón y cayó “patas arriba”, alguien dijo:

-¡Ya mataron a uno!

Intentó taparse la boca con sus manos para disimular sus carcajadas y reinició el relato:

-Magali Otero bajó corriendo en medio de la procesión con las zapatillas en la mano y fue a parar donde Julio Otero, su papá; se formó el corrillo, ella fue la que “alborotó el avispero”; todos corrieron a resguardarse en las casas de la Venezuela, todos los santos quedaron solos sobre la vía, sólo permanecían juntos y de pie, con los nazarenos, el paso del Santo Sepulcro y el de La dolorosa. Al padre Milciades Bayona no lo volví a ver. “Arrodíllese y baje y vamos a recoger los niños nazarenos como la clueca y los resguardamos” me dijo Eugenio Herrera el capitán. Urías Oyaga, primo hermano de Marina tenía común con las FARC, pero ya él se retiró y vive en Cali; pues bien, profesor, él estaba en la Humareda donde Licha Martínez tomándose unos aguardientes, fíjese, no sé cómo hizo, pero se comunicó con ellos y dijo:

-Tranquilos, no pasa nada, los muchachos van es de paso.

Ya más relajado continuó:

-Profesor, y todos nos calmamos; la procesión siguió como siempre, pero sin el sacerdote, tiempo después charlando con éste me refirió lo que le pasó:

-Carlitos, yo me solté del estómago, fue tanta la nerviosidad que me quité la capa, subí “Quebraditas” arriba y me encerré en la Casa Cural y al otro día cogí para la casa de mis papás.

Recordé el suceso que coincidía con lo que Cielo Quintero me había contado horas antes y el apellido Oyaga volvió a hacerse presente, entonces le pregunté por el tema de Melba Durán y él un poco impaciente me dijo:

-Profesor, dejemos hasta aquí, deje que le voy a traer un detallito y lo espero a la noche después de la misa para que continuemos.

Regresó con un buen boyo de mazorca envuelto en una bolsita plástica, le di las gracias, estrechamos manos y le prometí que volvería una vez terminara la misa. Ya había parado de llover, miré el reloj y eran las 12:30 P.M, sentí mucha pena con Don Carlos, pero me fui seguro de que volvería.

Hilda Sánchez la esposa de mi compadre Carlos Jorge Lázaro, miembro activo del Ministerio de la Eucaristía, nos llegó de visita aquella tarde, entonces encontré el momento preciso para compartir el bollo de mazorca y acompañarlo con un pedazo de queso y café caliente. Mi esposa, su amiga y yo coincidimos en que era el bollo de mazorca más sabroso que hubiéramos probado en mucho tiempo.

Las horas de la tarde pasaron lentas, la llovizna regresó y solo se marchó cuando empezaba a oscurecer. A las 8:15 ya estábamos sentados Don Carlos y yo en el mismo lugar de su sala prestos a reiniciar nuestra entrevista informal.

Don Carlos se notaba ahora más fresco, más “vivo”; estaba recién peinado, el camibuzo lo llevaba por dentro, la correa negra ajustada a la cintura combinaba con su reloj de pulso, el pantalón de gabardina verde aceituna impecablemente planchado, las medias del mismo tono que el pantalón y sus sandalias destalonadas bien ajustadas e inmaculadamente limpias.

Fue él quien inició la charla:

-Vea, profesor, eso de la representación de la Pasión en vivo fue algo muy lindo que sólo se vio cuando Monseñor Pedro Antonio Navarro Graciani lo autorizó. Eso fue entre el 59 y el 64 más o menos Melba Durán Durán la hoy esposa de Alvarito Acosta hacía las veces de Jesús, Vilma Oyaga, quien fue esposa de Mincho Quintero, era Poncio Pilatos, Jaime Lara, el papá de Osmany, era “Barrabás”; al Jesús Nazareno, “el viejo”, lo guardaban en un sitio cerca de donde se armaba el Pretorio, a Melba la montaban en la misma anda pero solo con la cruz, ella representaba a Jesús con su corona de espinas sobre su cabellera larga y negra muy hermosa y de túnica roja; los nazarenos la llevaban acompañados por la banda 8 de Septiembre con la marcha de El Reo. El Pretorio muy bien logrado una vez lo hicieron frente a la casa de Carmito Osorio en El Carretero, Otra vez en el “Cerro de los Chulos”, de propiedad de Marceliano Lara; otra vez en la entrada de Maicao frente a la casa de Aminta Picón García, ya difunta; en la que se hizo frente al cementerio a Jesús lo representó Magaly Herrera la hija de Ricardo Herrera, me parece que era Saray Castillo quien hacía de Claudia Prócula, la esposa de Poncio Pilatos. Vea, profesor, Misía Tona tenía el guion en un folder que cuidaba demasiado, muy bien hecho, ella dirigía los ensayos en la casa de Lalo Fuentes, papá de Marina, la misma casa donde funciona la Casa de la Cultura “Luis Alfonso Sánchez Rizo”.

Volvió a llevar sus dedos a la frente, cerró los ojos y dijo:

-Tengo presentes estas palabras:

-¡Esposo mío, he tenido un sueño espantoso!

Lo dijo en tono dramático, abrió los ojos y prosiguió:

-Era Claudia la esposa de Poncio Pilatos.

Volvió a entrar como en una especie de trance y recitó:

-Desecha tus designios, esposa mía, en prueba de esto.

Lo noté emocionado:

-le entregaba el anillo profesor.

Cerró sus ojos, se esforzó en recordar más diálogos, más personajes. Solo acató a decir:

-Hasta la silla de la iglesia, una que tiene como las patas de un león, la llevaban al Pretorio y en ella se sentaba “Pilatos”, también una ponchera de barro. Sí, de barro y en ella Pilatos se lavaba las manos.

Lo sentí un poco angustiado y entonces para calmarlo le pregunté por otros momentos especiales y me respondió:

-Qué tradiciones, profesor, antes se guardaba viernes y miércoles, ni clavar una palo se podía, ni picar un palo, porque con eso se le hacía daño al Señor; ni siquiera podía irse a bañar al río; los matarifes no sacrificaban hasta que no cantaran “Gloria”; después de la noche de vigilia a las 4:00 daban el primero, a las 4:30 el segundo y todo el pueblo llegaba al cementerio y a las 5:00 en punto el último y resucitaba. Salía del propio cementerio, no de la capilla, porque bien lo dice “resucitó del seno de los muertos”, todo eso tiene su misterio profesor. La procesión de la Soledad era con la Dolorosa al pie de la Cruz, según la literatura dice: “María al pie de la Cruz”, todo lo van cambiando. Vea, primera vez en mis sesenta y un años de nazareno que no hay procesión de la Soledad, la lluvia no dejó. Todo tiene su misterio.

Lo noté molesto, pero lo dejé continuar sin interrumpirlo:

-Antes no se podían decir malas palabras. Vea, Cayetano en la Palma, todo era muy rígido en ese entonces, había respeto; la Liturgia le quitó muchas cosas. El Viernes Santo, dos monaguillos con un Santo Cristo pequeño y una bandeja bajaban por todas las naves y todo el mundo besaba al Cristo y echaba la ofrenda. Se cantaba en latín “Christum et hunc crucifixum” que significa “Cristo está en la Cruz”. Abraham Herrera cantaba y tocaba el armonio, jumm para cantar las misas en latín que hombre tan elocuente, parecido al “Padre Tulio”. Ese “Miserere” que remplazó al “Monte Olivetti” lo cantaba a la perfección.

Con desparpajo y sin recato alguno precisó:

-Ahora Narciso Quintero canta un poco de mentiras y yo digo mentalmente: “ahí te pifiaste, viejo” lo que estás cantando no es.

Reinició su parlamento:

-Hernando Sánchez Herrera, el papá de los Sánchez, era otro que sabía de latín y también cantaba y tocaba el armonio. El Jueves Santo se encendía “El Tenebrario”, era como un triángulo, la “vela María” arriba y a cada lado tres candeleros que se iban prendiendo a medida que iban cantando y se iban igualmente apagando con un apaga velas el viernes santo. Cuando eso yo era muy niño, tenía como 8 años.

Se quedó ensimismado por unos cuantos segundos, los que aproveché para preguntarle:

-Don Carlos, cuáles anécdotas de sacerdotes son las que más recuerda y que tengan que ver con la Semana Santa.

Hizo un gesto como de contrariedad, pero al final se decidió:

-Me contaba mi mamá que el padre Luis Eduardo Torrado, iniciaba el Sermón de las Siete palabras a las 7 de la noche y culminaba a las 10 con la última palabra; Roberto Rojas el sacristán, le llevaba al púlpito una jarra haciendo ver que era agua, pero en realidad era una mixtura que contenía jugo de uvas, canela, clavos, dos o tres higos y aguardiente de El Gitano; se tomaba el primero y pedía enseguida el segundo hasta terminar la jarra al final del Sermón. El padre Emiliano Santiago se fue de la parroquia el 6 de Abril de 1958, al mes de estar yo en la hermandad, fue un golpe muy duro para mi familia, los estimábamos mucho, él fue quien compró en Medellín las imágenes de Jesús Nazareno, Jesús Caído, Jesús Atado a la Columna, San Juan “el viejo”, la Verónica, La Magdalena, San Pedro, la Dolorosa que por cierto, mire, no gustó; venía vestida de rojo con manto azul, pero al siguiente año el padre Pedro Antonio Navarro la vendió para Aguachica y con la plata pidió a Medellín “El Señor del Triunfo” el del “burrito” del Domingo de Ramos. El padre Alfredo Vergel Solano inventó cambiar el vestuario de los nazarenos: pañoleta roja, cordón rojo y todos de túnicas blancas; se mandaron a hacer, pero al final se impuso la decisión de la Hermandad que no aceptó y se volvió al atuendo tradicional. El padre Maximiliano Aceros se puso de acuerdo con la Junta Central de Fiestas y mandaron a pintar un telón para el Calvario y remplazar al tradicional con palmas; el telón mostraba unos nubarrones negros, rocas derrumbándose y palmas cayéndose, a la gente le disgustó el cambio y para el año siguiente regresó el Calvario con las palmas y el telón lo mandaron nuevamente a pintar y es el que, por tantos años, se utilizó en el pesebre de la iglesia del Padre Milciades Bayona Jaime, pues mire, de él recuerdo lo que ya le conté de la vez que se metió la guerrilla. Fíjese, profe, que no le he contado que en el tiempo de antes las macanas o las palmas las armábamos en cuatro timbos  y teníamos que ir a las “Quebraditas” a traer piedras para rellenar los timbos, entonces decidimos dejar los montones de piedras listos para el año siguiente y repetíamos esos pues todos los años; cada nazareno tenía que traer de la cordillera una palma y olía a bosque la iglesia, botaba fragancia, cuando uno entraba olía a selva hasta las palmas las traíamos con los helechos nacidos en ellas. Al pie de la cruz se colocaba a la Dolorosa a la derecha y a San Juan el viejo a la izquierda. Remigio Herrera retacaba la escopeta de chispum y, después de que se rasgaba el velo, apagaban y prendían las luces y se escuchaba el tironón. Griselio “Yeyo” Peinado, el papá de Fabio Peinado, fue el primer centurión, el cansancio le duraba tres días y recuerdo que cuando la procesión con el Santo Sepulcro llegaba al cementerio él se tiraba encima de una de las bancas de la capilla, tiraba al piso la lanza y decía:

-Ay, cayajo, estoy rendío, tráiganme un campanazo.

Las horas pasaban y Don Carlos no se detenía ni en mí tampoco disminuía el interés por escucharlo:

-Él fue el que le enseñó el arte de las venias a Silvio Patiño el centurión que lo reemplazó. En una reunión se acordó incluir la Guardia Romana que Darío Quintero patrocinó, fíjese profesor que una vez Darío Quintero me dijo en una procesión:

-Hombre, Carlitos, pero a vos los años te pasan por encima.

Volvió a sonreír con timidez y afirmó:

-Yo no sé qué será, profesor, pero mi papá José Israel Picón Herrera, quien llegó a ser director de la Banda 8 de Septiembre murió a los ochenta y ocho años y mi abuelo “Pablo Emilio Picón” se fue a descansar en paz a los noventa y dos años y cómo le parece que ellos me contaron que siempre habían conocido al mismo sepulcro, póngase Usted a hacer cuentas. Cuando Teodoro Meneses era capitán, se metía sus campanazos, él me decía que no fuera bobo que el “tres brincos” servía para coger fuerza, pero yo le contestaba que yo no tomaba que iba era a cumplir con mi deber.

Esta vez su carcajada me sonó a algo de complicidad, don Carlos continuó:

-Mi mamá y Marina siempre me decían:

-Vos como que tomaste trago.

Y me contó entre risas que su cara enrojecida siempre lo delataba.

Ya una vez más compuesto reinició:

-Profesor y del centurión pues después de Silvio Patiño fue Roy Manosalva Uribe y este año Emilio Antonio “Yiyo” Herrera; la clave, profesor, está en que el centurión haga sus recorridos y venias sin darle nunca las espaldas al Santo Sepulcro.

Ya iban a ser las 9:30 de la noche y pensé en tener suficiente información, sin embargo, Don Carlos notando mis intenciones de levantarme de la mecedora me detuvo:

-Permítame contarle ya lo último, profesor.

-Claro, Don Carlos, ni más faltaba.

Don Carlos sin mostrar un poco del cansancio que se le reflejaba ese día por la mañana emprendió con entusiasmo su último relato:

-Hernán Herrera era alcalde y con Iván Durán el hermano de Melba Durán, su secretario, me mandó a llamar un día. Como le parece profesor yo fui porque no debía nada y él por ser primo de Marina me dijo que me tenía un puestecito de “sereno” junto con Toño Osorio, el papá de Manuel Osorio, quien también fue capitán; tomé posesión del cargo por ciento veinte pesos y era plata, Toño salía con la escopeta y yo con un pito y un bolillo con un buen saco de paño, sombrero y toalla. A los dos meses de estar en eso, un mes de noviembre Toño me pidió el favor de que hiciera el recorrido yo solo, que bajara por la Calle Bolívar, cogiera la Venezuela, siguiera por la Humareda y regresara al parque, que sabía que yo no era ningún “flojo”, entonces prendí mi foco y “la luna en pura menguante como la luz del día” iba bien tranquilo.

Don Carlos se levantó de repente y continuó su relato en forma dramatizada, yo lo escuchaba atentamente:

-Cuando me acercaba a la casa de don Alfredo Sánchez, escuché el aldabón de la capilla vieja, el pelo se me engrifó y el sombrero se me subió, me entró como un escalofrío lo más de feo, seguí caminando y escuché tres veces más el cerrojo que se abría, alcé la vista y vi una sombra, vi entonces a un nazareno penitente, con la barra, le veía clarito las cotizas blancas que no pisaban el piso, sino que andaba como a la altura de esta silla, no le veía la cara porque llevaba puesto el capirote,  entonces me subí al sardinel y vi  cómo bajaba por la Venezuela, a pesar del miedo decidí seguirlo como a diez metros de distancia: “mire, profesor, cómo me pongo, todavía grito”.

Y en efecto tanto él como yo lo estábamos, y continuó:

-Y lo vi marcando el paso, él allá y yo aquí, hasta que subió por la Calle Sucre, en vez de coger por la calle que va para donde las hermanas, siguió derecho para el parque, se metió al parque y llegó a la puerta de la iglesia, allí se me desapareció. Entonces, cogí como quien va para el Carretero, por la calle del Camarín y me asomé por la ventana desde donde se veía el Santísimo, aún no había vitrales; y lo vi delante del Santísimo arrodillado profesor. Me devolví corriendo y me encontré con Toño:

-Toño lindo, me acaba de pasar un sofoco.

Me contó que Toño soltó la carcajada y le dijo que se metiera un campanazo, que a él ya le había pasado lo mismo. Me explicó enseguida:

-Son nazarenos que mandan la promesa de ser penitentes el Viernes Santo y no la cumplen, entonces los manda El Señor que “media galletica”.

Los dos nos dimos un fuerte apretón de manos, le di las gracias por compartir conmigo todas esas historias, le pregunté si ya alguien lo había visitado para conocer de ellas y, nuevamente con sus ojos “Guaruchos” guardando una lágrima, me dijo:

-Nada, profesor.

Regresé entonces a la casa con esa sensación única que nos depara el etnocentrismo cultural y que nos hace entender que pertenecemos a un lugar especial en todo el universo. Sentí que por primera vez había disfrutado la Pascua al conocer la humildad del corazón de Carlitos Picón, el nazareno.

 

Yesid Ramírez González

 

Sobre el autor

Yesid Ramírez González

Yesid Ramírez González

Vivencias

Nacido en Río de Oro (Cesar, Colombia) en 1964. Comunicador Social de la Unversidad Autónoma del Caribe, ex Coordinador Municipal de Cultura de Río de Oro, cargo que desempeñó por más de doce años; ex catedrático del área de humanidades de la Francisco de Paula Santander Ocaña. Asesor de proyectos culturales. Diplomado en Gestión Cultural -Universidad del Norte. Escritor de cuentos, crónicas y poemas.

https://www.facebook.com/yesid.f.gonzalez

10 Comentarios


Carmen Teresa Sánchez Pineda 29-04-2019 10:48 AM

Excelente mi Yesid, enaltecer nuestras costumbres, historias y leyendas, hacen que cada día estemos más orgullosos de ser de este rinconcito del Cesar, mi Río de Oro del alma. Gracias

Jesús Octavio Herrera Uribe 29-04-2019 02:39 PM

Excelente artículo... Cada vez son más fascinantes sus restos... Dios le bendiga.

Arelis chacon 29-04-2019 07:59 PM

Excelente relato...Ojala nunca se pierdan las tradiciones de nuestro pueblo...

Lurline Uribe 29-04-2019 08:05 PM

Excelente mi gran amigo Yesid Ramírez muy buen escrito, que enaltece aún másnuestro hermoso Río de Oro. Gracias por deleitarnos

Manuel rodriguez 29-04-2019 10:20 PM

LA VERDAD QUE NUNCA HABIA ESCUCHADO UN RELATO TAN COMPLETO DE ESTAS FESTIVIDADES RELIGIOSAS HASTA AHORA, MIL GRACIAS YESID RAMÍREZ POR MANTENER VIVA LA TRADICIÓN Y LA FE, QUE SIEMPRE NOS HA CARACTERIZADO, COMO EL DE UN PUEBLO RELIGIOSO Y CULTURAL, DIOS TE BENDIGA

Nohora Osorio Herrera 30-04-2019 10:00 AM

Excelente, profe Dios lo bendiga recordé los relatos de mi abuela Paula Duarte...

Saith Casadiegos 30-04-2019 11:36 AM

Buen relaro de Pascua. La historia religiosa de un pueblo que resiste y perpetúa su tradición a pesar de los ataques de la modernidad. Tradicion vuelta cuento y tambien historia casi que novelada. Felicitaciones Yesid.

Nexy Esperanza Pinto Durán 01-05-2019 04:49 PM

Me emocionó este hermoso relato. Cuántos recurdos llegan a mi mente, cuánto realismo mágico que hace que el lector viva cada momento y se transporte a esos tiempos que marcaron la vida y la historia de nuestro terruño amado. Me place mucho el que usted tuviera en cuenta el testimonio de un hombre ejemplar como Don Csrlitos Picón, lleno de fé y con un profundo espíritu de religiosidad, para poder plasmar con su pluma este hermoso relato que llega al alma y que nos invita a reflexionar y a admirar nuestras costumbres y tradiciones. Lo felicito de corazón. Mi admiración y cariño grandioso poeta.

CARMEN CECILIA MEDINA CABALLERO 01-05-2019 05:01 PM

SIGNIFICATIVO Y ENRIQUECEDOR ESCRITO .DIOS BENDIGA Y MANTENGA VIVO ESE DON QUE TE HA DADO....BENDICIONES Y FELICITACIONES A MI AMADO ESPOSO

Melva Rosa Duran Duran 12-05-2019 05:03 PM

Gracias por ese escrito tan hermosos y por tenerme presente a mi y a mi familia y todos los personajes que nombras en el escrito igual que a tus padres y hermanos que sin pensarlo nunca, hoy hacemos parte de de la historia de nuestro querido y amado pueblo Río de Oro. Gracias querido Yezid por qué has sido el primero que se atreve a revivir recuerdos de hace más 50 añosa que nos tocan directamente y que mueven sentimientos de amistad dé paisanos, de familiaridad riodorense . Para terminar quiero felicitarte por ser un gran escritor de estilo costumbrista. Te aprecio , un abrazo para toda tú familia

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