Literatura

Escribir desde los pueblos

Diógenes Armando Pino Ávila

26/06/2019 - 05:25

 

Escribir desde los pueblos

 

Los municipios de la costa Caribe colombiana han sufrido una serie de cambios que pasan por las diferentes áreas y disciplinas sociales. Se notan cambios en la trama urbana, en infraestructura vial, educación en cuanto a condiciones locativas, mejoras de viviendas, mejoras éstas que se reflejan en comodidad y forma de vida de los pobladores de esta región caliente y bella premiada por la naturaleza con ese mar de ensueño que la bordea.

Los pueblos de esta latitud, en su mayoría, pasaron del aljibe público, del caño o quebrada, desde donde transportaban el líquido vital en jumentos, por parte de los que desempeñaron oficios de aguateros o por amas de casa que la llevaban a sus hogares en esos recipientes de barro cocido de cuello de cisne llamadas múcuras. Hoy en día en su mayoría tienen acueducto, aunque no tengan agua potable, cosas de nuestra tierra.

El fluido eléctrico llegó en forma tardía y nuestras gentes se alumbraban con velas o mechones, dificultando la lectura en horas de la noche. La educación pública secundaria también tardó en llegar, por ello hubo generaciones enteras que solo tuvieron una escolaridad primaria. De la escuela primaria urbana de varones y la de niñas, pasamos a la urbana mixta cerrando la brecha sexista de la separación escolar, lo que permitió la estandarización de la básica primaria. En la mayoría de nuestros territorios era lo único que se podía estudiar ya que el bachillerato no existía y para poder acceder a él, los muchachos tenían que viajar a las capitales, de ello da testimonio cantado el maestro Rafael Escalona en su celebrada canción «El Testamento» donde narra sus nostalgias por tener que salir de su tierra hacia la lejana capital del Magdalena a internarse en el Liceo Celedón. Por los lados del sur del Cesar emigraban a Ocaña y los lugares aledaños al río Magdalena y a la ciénaga de La Zapatosa concurrían al colegio Pinillo de Mompox. En la actualidad hay uno o dos colegios nacionales que brindan la educación secundaria en todos los municipios. Los profesores fundadores de los colegios de secundarias, eran bachilleres de conocimientos enciclopédicos que, sin conocimientos de pedagogía ni didáctica enseñaban sus materias utilizando el método tradicional, es decir «enseñaban como ellos aprendieron».

En ninguno de nuestros municipios había bibliotecas. la visión más cercana de ellas era la dada por los profesores de historia al referirse a la mítica biblioteca de Alejandría, crepitando como una pira donde ardían los rollos de papiro que guardaban el saber de la humanidad hasta ese momento. Solo teníamos como recurso el vasto saber de los maestros y la experiencia vivida de padres de familia en su mayoría iletrados, pero con una experiencia de vida llena de sabiduría natural. En los hogares los únicos libros probables era el Almanaque Bristol en que los abuelos consultaban las fases de la luna y el santoral católico para escoger los nombres de pila de los nietos según el santo del día. Nuestros padres con contadas excepciones no tenían hábito lector. Algunos leían las editoriales de El Tiempo y El Siglo dependiendo de su filiación política y por allá a mediados de los setenta encontraba uno que otro lector de la revista Reader's Digest en español. Andando el tiempo, comenzaron a llegar las novelitas vaqueras y los comics (paquitos les decíamos) los cuales adquirieron una gran connotación pues en sus páginas se dio el primer acercamiento a la lectura recreativa.

Éste era el panorama común en la mayoría de los pequeños poblados de la costa, lo cual, a mi manera de ver, causa más que suficiente para que en épocas pasadas no se dieran presencia de escritores oriundo de provincia. Hubo algunos casos, muy contados, por cierto, de algunos escritores de estas localidades, pero todos tienen en común el haber salido a estudiar el bachillerato a las capitales de provincia.

Llama la atención el caso de Gabriel García Márquez que en la trashumancia de su familia se paseó por colegios de Aracataca, Cartagena, Barranquilla para terminar su bachillerato en El Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá. Los sueños, los fantasmas y recuerdos que poblaron la mente de éste niño fantasioso nacieron en Aracataca al lado de sus abuelos protectores, en esa casa poblada de enigmas, cuentos y anécdotas que dieron nacimiento a las novelas y cuentos más maravillosos que la literatura colombiana haya producido. Necesitó de sus amigos, sus pares en la afición por la lectura y el periodismo en Barranquilla para convertir sus fantasías en esa realidad literaria (fantasía adornada) que fue su obra hoy y siempre festejada universalmente.

Otro costeño pueblerino fue Álvaro Cepeda Samudio, nacido en Ciénaga Magdalena que cursó sus estudios fuera de su patria chica, terminando su secundaria en El Colegio Americano de Barranquilla y sus estudios de periodismo en Estados Unidos. Fue precisamente Barranquilla la ciudad que le prohijó y donde dio salida a su maravillosa prosa, también extrayendo de su pasado pueblerino las historias que con tanto acierto contó.

En este somero inventario de escritores provincianos, es necesario mencionar al Historiador, antropólogo, ensayista y novelista Manuel Zapata Olivella, nacido en Lorica, Córdoba. Este representante de las negritudes cursó sus estudios en Cartagena en donde, publicó sus novelas, entre otras, Chambacú, Corral de negros y Changó, el gran putas.

Podría seguir indagando en las biografías de los escritores costeños nacidos en provincias y encontraríamos que la gran mayoría, por no decir que todos, terminaron sus estudios fuera del lugar que les vio nacer y sus obras fueron escritas en ciudades capitales de provincia o la fría Bogotá. Difícil encontrar uno que haya escrito desde su tierra natal, tal vez las condiciones narradas al comienzo de éste texto los obligaba a emigrar en busca de oportunidades o tal vez aclimatados como citadinos encontraron el espacio adecuado para que su creación se concretara en libros o suplementos literarios.

Además, en cada capital de la Costa Caribe colombiana se ha creado una especie de élite de escritores (no escritores de élite) que copan los espacios institucionales que patrocinan publicaciones de libros, por tanto, las personas que desde los municipios pequeños están produciendo cuentos, poemas, novelas, no encuentran la oportunidad de acceder al mecenazgo departamental capitalino para publicar sus textos. Hay una especie de desdén hacia la literatura pueblerina que no permite que nuevas figuras, nuevas apuestas literarias se enfrenten a la critica a ver si pueden levantar vuelo enriqueciendo el patrimonio cultural de la Costa Caribe.

Aparejado a ello, los talleres de formación literaria que antes se realizaban, algunas veces esporádicos y otras con continuidad dentro del año fiscal, han desaparecido y solo les queda a nuestros muchachos la posibilidad de escribir por intuición tratando de aprender técnicas en el arte escritural desentrañadas a golpe de suerte, aplicando el método ensayo y error. Mientras que, en el aula de clases, en la secundaria, persisten las lecturas obligadas de los mismos textos de siempre: El Principito, La María, El Quijote y otros de Gabo, textos éstos que siempre han tenido y tienen un valor significativo pero que, a estas alturas de los tiempos del cine, el video, la televisión y la Internet, no consultan el interés de nuestros estudiantes y suscitan la apatía y falta de interés de los jóvenes. 

Nuestros estudiantes le dan la vuelta al asunto por Internet y leen resúmenes sucintos que abundan en la red y copian y pegan los textos para las tareas de español valiéndose de sitios Web que se especializan en este tipo de temas, tales como: Wikipedia.org, Elrincondelvago.com, Monografias.com, Alipso.com, Guiagaleon.hispavista.com, Altillo.com, Aulafacil.com, Mitareanet.com, Tareaweb.com, entre otras, sin que el educador se percate del fraude, ya que se está más pendiente del cumplimiento de las normas APA o Icontec, de la cantidad de páginas y dejamos en un segundo plano la calidad del contenido.

Por todos es sabido que las formas escriturales en la literatura requieren de ese impulso interior que sale rugiendo y reclamando, sin más, ese espacio necesario para ser plasmado en la hoja en blanco. Esa punción vital que llaman vocación, y que reside en las habitaciones del alma y corretea juguetona por los pasillos interiores del corazón, buscando rendijas y ventanas por donde asomarse en tímidos intentos convertidos en canciones de amores, cartas o frases delicadas, dichas en los salones de clases o en los actos culturales del colegio, pero que andando el tiempo forzará la puerta para salir libre en procura de lectores, dando nacimiento al poeta, al narrador, al novelista.

No obstante, esa vocación, el joven requiere de la formación para aprender las técnicas propias de ese arduo oficio de escribir y éstas se aprenden en primer lugar a través de la lectura, que debe ser voraz y prevenida, para desentrañar del texto las costuras, las juntas claveteadas que el autor utilizó para presentarnos su historia, el joven debe ser acucioso, diligente para, martillo en mano desenclavar esas juntas y aprender del texto y su autor los pormenores de esa fina carpintería utilizada por el escritor.

También es necesario brindar los espacios de formación sobre estas lides y debe en cada pueblo hacerse periódicamente talleres de lectura recreativa y talleres de escritura creativa que le dé a los jóvenes los rudimentos básicos para que sirvan de brújula primaria, que les guíen en sus primeros pasos en estas lides de la literatura. Mientras no se abran estos espacios, seguirán en el anonimato nuestros escritores jóvenes y se perderá el talento de muchos y seguiremos viviendo el estancamiento y la marginalidad de nuestros poetas y narradores que solo destellan en el suelo propio sin ninguna posibilidad de trascender a lo nacional.

A pesar de este sombrío panorama, en cada municipalidad, en cada rincón de provincia hay un niño, un joven, un adulto, un anciano que vive ese sueño embriagador del contador de historias. Algunos encuentran la puerta para sacar a flote su vocación utilizando la oralidad, contando en las reuniones y parrandas las anécdotas y cuentos de sus coterráneos con una maestría digna de admirar, otros afloran su talento a través de cantos vallenatos donde cuentan sus aventuras y desventuras amorosas, sin embargo, hay otros que emborronan cuartillas buscando la esquiva musa que les de la inspiración para contar a propios y extraños su creación y no encuentran los espacios para ellos; los jóvenes, duchos en los medios digitales, muestran sus textos a través de las redes, conforman grupos de interés y crean blogs y canales de YouTube donde consiguen con suerte algo de audiencia.

Pero… este, pero es largo, como un rosario. Sea de pueblo o de ciudad, el escritor novel, tarde o temprano, tendrá que enfrentar una dolorosa realidad que desmotiva, que angustia y aniquila por la que debe pasar y que algunos no logran sortear, ésa es el costo de la edición y publicación, son altos y sin el patrocinio gubernamental es difícil. Como si fuera poco, después tiene que enfrentarse a la realidad del medio donde se desenvuelve, donde no hay cultura de compra de textos y donde la mayoría quiere acceder al libro como regalo, desconociendo el esfuerzo del escritor y los costos que tuvo que afrontar.

No es raro que muchos de nuestros escritores vean enmohecer sus textos en un anaquel de su precaria biblioteca, mientras, al mismo tiempo en que se amarillean las páginas del libro de su creación se marchita también su fe y las ganas de seguir sacando de su caletre la fantasía que palpita en su interior correteando por los pasillos del alma, buscando la esquiva puerta del exterior para ver la luz y la bendición o crítica de sus posibles lectores.

Escribir desde donde sea entraña múltiples dificultades y vicisitudes, pero escribir desde los pueblos encierra un esfuerzo mayor. Reconocer los pormenores que enfrenta el escritor pueblerino debería abrirle caminos a nivel gubernamental para propiciarle algunas facilidades de publicación, tal como una editorial que recoja y pondere el mérito del texto escrito y en consecuencia a dicho análisis se le brinde la oportunidad de publicar o cofinanciar su obra. Las administraciones municipales deben crear un fondo editorial que publique los textos de sus escritores locales propiciando así el rescate y difusión de la cultura del municipio dando el paso necesario para que el patrimonio cultural del pueblo sea tendido en cuenta y divulgado en su comunidad.

 

Diógenes Armando Pino Ávila

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Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila

Diógenes Armando Pino Ávila

Caletreando

Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).

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