Literatura
Oye Valledupar, ¿Qué te pasa a ti cuando llega el mes de abril?
Por las cosas del Creador, me encontré acercándome a mis raíces, viendo y conociendo otra parte de mí ser, descubriendo la tierra de mi padre, formando parte de una cultura de una idiosincrasia que llevo en mi sangre, pero sin haber nacido aquí…. en Valledupar.
De repente, me vi sumergida entre canciones que narran las grandes leyendas de la tierra, acordeones que suenan magistralmente, cantores, aplausos, noches de parranda que cantan sus amores en presencia de amigos y familiares. Siempre acompañados del sonido de la caja y la guacharaca.
No me acostumbrada a tanto color, al despliegue de creatividad, encanto, ternura y pasión. A partir del mes de marzo empecé a oír en las calles los tambores y las voces que decían por las noches: “!Otra vez!”.
Me preguntaba qué era todo ese movimiento: jóvenes, adultos, ancianos y niños que se reunían en los ensayos de los grupos de piloneros, preparando sus coreografías de baile para el Festival Vallenato. Verdaderamente, todo era un espectáculo que recordaba la labor de las mujeres en la época colonial, acompasada por el toque del mazo contra el pilón.
Y entonces, empezó mi aventura, mi curiosidad por saber más de la tierra de mi “pae”. Él siempre suspiraba cuando estaba lejos y decía: “Chavita (así me dice él), se acerca abril y ya viene el Festival”.
En abril, genera curiosidad el contraste total. La primera semana se celebra la Semana Santa. La plaza se llena de feligreses que ignoran la Tarima Francisco el Hombre por completo, porque al lado está la Iglesia de la Concepción, tan llena de historia, el ícono del arte arquitectónico de la época colonial, restaurada y donde, hace algunos años, acudían a misa las señoras de sociedad con sus familias, ventilándose con un abanico en la mano, los hombres limpiándose el rostro con su pañuelo blanco, vestidos con sus pintas domingueras, muy juicioso todo el pueblo vallenato para seguir la procesión del Ecce Homo: el santo patrono de la ciudad.
Aquella iglesia colonial que respira historia se ha modernizado hasta el punto de tener, ahora, aire acondicionado. La misa se hace a puerta cerrada para que no se vaya el aire fresco y, afuera, esperan las dulceras para antojar a todos con sus manjares, dulce de mango, coco, leche, corozo y plátano maduro.
La iglesia principal de la Plaza Alfonso López es el epicentro de esas fiestas. Todo el mundo acude a ella: el gobernador, el alcalde, los ediles, diputados, la farándula local y el pueblo en general para las celebraciones programadas en la Semana Mayor. Sin embargo, en los últimos años, su poder de convocatoria se ha visto reducida por el presupuesto dedicado a la tradición religiosa y a la corriente cristiana. Algunos gobernantes han cambiado de religión y han intentado restar importancia a la tradición por culpa de los ídolos que, según se dice en la biblia, no agradan a Dios.
Con esto, todo se ha convertido en un “tire-que-jala” que hacen aún más interesantes los jocosos comentarios de la población. Me parece todo muy chistoso, aunque quizás no piensen lo mismo los curas (acostumbrados a tener su presupuesto) y que ahora sufren para organizar los festejos. Me imagino que los acordeoneros y cantantes le piden ayuda al Todopoderoso. Sí, como los futbolistas antes de un partido.
Acaba la Semana Mayor y siguen los ensayos de piloneras y los acordeoneros. Tres semanas después, todo el mundo está listo para la parranda. Llegó el festival, lo santo queda atrás, y la plaza Alfonso López se llena de Son, paseo, merengue, puya y ¡ayyyombeeees! por todos lados.
Ahora entiendo ese suspiro de mi “pae”. Ese anhelo de estar aquí. Es realmente maravilloso. Todo el ambiente de la ciudad cambia. Uno regresa en la historia y vuelve al presente como si todo hubiese sucedido ayer.
Los acordeones empiezan nuevamente a sonar día y noche con mucha emoción. Mi “pae” comenta que va a estar bueno el concurso del Rey Vallenato, o sea el mejor que interprete el acordeón. La gente expectante se para a los pies de la Tarima Francisco el hombre, ubicada en medio de la Plaza Alfonso López, al lado de la Iglesia de la Concepción que pierde protagonismo. La Tarima Francisco el Hombre se convierte en el sitio más popular pues era ahí donde se hacía el festival Vallenato: en el corazón del Valle. ¡Si señor! Un corazón que late al verse lleno de coterráneos, turistas y visitantes de toda Colombia y del extranjero.
Todos llegan para oír a los cantantes y ver interpretar a los acordeoneros, seguir el desfile de piloneros y comprar artesanías en Calle Grande, todo en Valledupar es arte, historia, cultura, música, alegría y buena compañía. Todos los que están fuera solo añoran regresar para el Festival; y hacen hasta lo imposible por estar aquí. Los que logran venir se lo gozan como el que más, y los que no, sólo ven pedacitos por televisión nacional aunque lo celebran con el corazón y suspiran (como vi tantas veces hacerlo a mi papá).
¡Oh! Valle del Cacique Upar, bañado por el río Guatapurí. No te conocía pero te llevo en mí, eres la tierra que vio nacer a mi padre, y ahora viviendo aquí con la familia y amigos, disfrutamos juntos de la magia que rebosas cuando llega el maravilloso mes de Abril.
Margarita María Montero
Finalista del Primer Premio de Crónica Ciudad Valledupar 2012: “Oye Valledupar, ¿Qué te pasa a ti cuando llega el mes de abril” resultó finalista del Primer premio de crónica ciudad Valledupar 2012. Su autora, Margarita María Montero, nacida en Medellín el 18 de noviembre de 1974, trabaja en el diseño de modas y el arte en general con su empresa Marcell Models Eventos. Es una de las pioneras del modelaje profesional en Valledupar y fundadora de la vitrina de Exhibición comercial y cultural Uparmoda
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