Música y folclor
Un pianista en la capital mundial del Vallenato
El amor que profesa a diario al piano nació desde muy temprano, cuando todavía niño, los juguetes caían en sus manos y se transformaban en una fuente de recreación inconsciente.
Durante una visita al Banco de la República de Valledupar, un diminuto piano de plástico con las notas de una sola gama atrajo su atención y se convirtió desde entonces en su mejor amigo: el que hoy en día sigue compartiendo muchos de sus momentos íntimos.
Pedro Perales ya no es un niño. Su piano tampoco, pero ambos conservan esa candidez que mana de la música, esa ilusión de aprender, descubrir e interpretar los sonidos más bellos para apropiárselos –aunque sea unos minutos– y decir que en algún momento fueron uno mismo.
En la casa que alberga la Fundación Pentagrama, en la esquina de la Plaza Alfonso López, Pedro aparece cada semana, los miércoles sobre todo, ensayando y compartiendo los temas que pasan por su cabeza aleatoriamente. Él es el pianista que acompaña al famoso cantante de Vallenato, Iván Villazón, en sus giras por el país, y sin embargo, en sus encuentros con el piano a cola que ocupa gran parte del salón de reuniones, Pedro prefiere poner la música vallenata a un lado e interpretar todo tipo de temas que no suelen escucharse a menudo en Valledupar. Música clásica, jazz, salsa y clásicos colombianos nacen de sus manos con un toque sereno y el silencio de un público que varía cada semana.
“Vengo aquí a liberarme”, nos explica con sosiego, sin dar más explicaciones y, después de interpretar majestuosamente “La comparsa”, ese tema cubano que Chucho Valdez hizo famoso en un dúo con su padre, le preguntamos si es difícil ser pianista en la capital mundial del Vallenato, la ciudad donde los acordeones Höhner predominan, y su respuesta es inmediata, casi instintiva: “¡Totalmente!”, exclama Pedro.
Los detalles llegan a continuación. El joven pianista sostiene que los locales, bares y restaurantes, solicitan sobre todo los servicios de bandas que incorporan el acordeón. Además, la mayoría de las veces, cuando se presenta en algún sitio, el público termina preguntándole por el acordeón. “¿Toca el acordeón?” “¿Y el acordeón? ¿Qué opina?”. A él le toca responder lo mismo: lo suyo es el piano. Es el instrumento que le acompaña –junto con la flauta– y que le permite expresarse.
Extraordinaria situación. El piano, el Rey de los instrumentos, el más armonioso y completo de todos, pasa totalmente desapercibido en Valledupar, y eso, según Pedro Perales, se debe a que es un instrumento más discreto. No genera tanto ruido, ni suena tan insistente como el acordeón.
Pedro se lo toma con filosofía. En los atardeceres de la plaza Alfonso López se rodea de sus amigos musicales, Richard Clayderman, Beethoven y Bach, para crear un mundo en el que las notas son puentes abiertos sobre el resto del mundo. De vez en cuando, se gira hacia el público con un semblante afable y pregunta: “¿Qué quieren que interprete?”. Las respuestas llegan dispersas, algo tímidas, pero él se ilusiona al percibir el interés del público o cuando éste mismo le pide algo inesperado, algo que le incita a renovar su repertorio.
Y hablando de repertorio, nos asombra que Pedro no tenga ninguna partitura delante de él. Todo lo interpreta con su memoria extraordinaria, dando espacio a improvisaciones que generan un ambiente relajado y ameno.
Este músico autodidacta nos explica que la memoria va desarrollándose con cada tema interpretado. Su secreto para no olvidar es dejarse llevar por la melodía y “abrir puertas en el camino”, así como un viajero que repite un paseo.
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