Música y folclor
Cuando la música clásica resplandece en una iglesia
Nada de lo que sucedió el miércoles 15 de agosto por la noche en la iglesia Inmaculada Concepción de Valledupar puede explicarse sin el uso de superlativos. Y no se equivoquen, no fue nada que alterara el orden de este simbólico edificio del centro histórico.
Desde fuera, la discreción imperaba. Pocas eran las señales que dejaban entrever un evento inmediato salvo un par de personas aferradas a una lista de nombres y atentas a la llegada de fieles.
En el interior, el público se ordenaba poco a poco con el recato que exige el lugar. Los bancos de madera de las primeras filas eran los lugares más ansiados para observar la unión entre un piano a cola y un violín.
El concierto de música clásica organizado por la Fundación Pentagrama es una novedad. Algo tan insólito como natural. Al fin y al cabo, no hay mejor escenario para la música clásica que una iglesia y su acústica celestial.
Tras una leve espera, la presencia de los músicos se hace notar. Xavier Henríquez Ortiz: un joven violinista catalán de 16 años, miembro titular de la Joven Orquesta Nacional de Cataluña y formado en el Conservatorio Municipal de Música de Barcelona, aparece al lado del destacado pianista colombiano Diego Claros.
Ambos nutren esta pintura inusual con colores y contrastes. El violinista, joven y serio, se coloca ante su partitura con un gesto impaciente, mientras que el pianista sonriente se sienta frente al piano con un aire distendido.
Ambos empiezan a tejer una música melodiosa. Xavier apremia con su bastón las cuerdas del violín y, de repente, le sucede Diego rozando las negras y blancas de su instrumento.
Los dúos y solos se suceden creando ambientes de profundo reposo y otros de clara agitación. Los músicos interpretan primero unas Danzas españolas (La Malagueña) de Pablo Sarasate y, luego, el concierto para violín número 22 de Henryk Wieniawski.
La sutileza de Felix Mendelssohn y su concierto para violín en Mi menor arrojan una luz nostálgica y sentimental al concierto antes de que se cierre la programación con el “Perpetuum mobile” de Ottokar Novacek.
Todas estas obras magistrales dan pie a breves descansos. Momentos en los que los músicos se refugian en un camerino y los ojos de los espectadores vuelven a contemplar el decorado de la iglesia. En este concierto, el patrimonio es también uno de los grandes protagonistas.
Finalmente, los músicos regresan a sus puestos. La ovación del público alzado los incita a tocar el tema que tenían reservado para este momento: Colombia, Tierra querida. El recital se convierte en una avalancha de sonrisas y tarareos.
El violín y el piano se han ganado definitivamente la estima de la atenta audiencia. Y la compañía de una iglesia.
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