Ocio y sociedad

Andar por ahí y por allá

Giancarlo Calderón Morón

04/02/2021 - 05:25

 

Andar por ahí y por allá
Foto: obra del artista Néctor Mejía

 

Viajar, como leer, de algún modo es ir hacia adentro. El que viaja, de verdad, está siempre atento a qué se mueve dentro. El que no, se desplaza; a lo sumo, pasea. Ir de viaje a un lugar desconocido, o volver a uno muy conocido, seguramente implique echar un vistazo interno. El viajero, como el lector atento y perspicaz, sabe que no sólo está yendo y explorando sitios o culturas nuevas, conociendo gente o razas distintas, u oyendo (aprendiendo en algunos casos) otros idiomas – o acentos-, sino embarcándose en una aventura que tarde o temprano lo llevará a él mismo. O a lo que quiere hacer de él mismo. Un viaje, si se quiere, es siempre una travesía emocional: entender comportamientos propios y ajenos; caer en cuenta. Reafirmar gustos, abandonar gustos. Reconocer heridas, saborear el perdón. Es tener la posibilidad, a veces esquiva en la vida común, de ponerse lentes especiales para ver esa maraña indescifrable de manías (crónicas, casi todas), de sentimientos (rencorosos, sobre todo), y de ideas (erróneas, la mayoría) en la que nos convertimos íntimamente. Cabe mucho en un viaje, así vayamos con poco equipaje.

Moverse del sitio habitual e ir hurgando en uno, como toda acción introspectiva, puede resultar tan provechoso como agobiante. Aún así, mencionarlo como una tortura magnificaría artificiosamente el hecho. Es más, podría resultar lo contrario: un placer. Y cualquier viaje, si logra algo parecido, es bueno. El hecho de recorrer un trayecto cualquiera ya garantiza, por lo menos, un giro en la rutina.

Las vacaciones estudiantiles y laborales generalmente marcan los tiempos de viajar. Sin embargo, hay quienes para irse y venir no necesitan ninguna de las dos, pues por tener trabajos o estudios atípicos, o por no tener ninguno, pueden hacerlo cuando mejor les parezca. En caso tal, cualquier tiempo es apropiado para armar maletas, si las hay, o simplemente para ponerse los zapatos y buscar un bus, o un avión, o un tren, o el carro propio. Pero, cuidado, no es lo mismo, y de esto muchas veces depende el matiz del viaje. No es lo mismo, por ejemplo, un camino largo en carro propio (si se lleva música seleccionada es una de las mejores opciones) que en un bus. Para algunos viajar en avión ya supone un trastorno mayúsculo (es una de las fobias más terribles), tanto, que los temerosos del aire generalmente prefieren resignarse a lo que la tierra firme les brinda. Tener o no compañía durante el recorrido y/o la estadía también puede cambiar, significativamente, el sentido del viaje. Y el hotel, o el hostal, o la casa familiar, o la habitación arrendada… Todo puede jugar a nuestro favor, o no. Así que huir – intentar hacerlo- de calamidades y tropiezos es siempre una buena decisión, y conseguirlo siempre será una buena fortuna.

Foto: Luis Carlos Ayarza.

Cada viaje es distinto, aunque el preparativo sea casi siempre el mismo. Hay desde rituales agoreros hasta métodos estrictos para empacar maletas y demás. Hay quienes reemplazan el sueño de los días previos (dos o tres), por una ansiedad y un susto propio de lo inesperado. Hay otros más tranquilos y espontáneos, quienes no necesitan más que un poco de tiempo para largarse, sin preparar mucho. Sea como sea, es el impulso de movimiento, casi instintivo, y la intención de trastocar la vida y salir bien librados, lo que convierte a un viaje en una experiencia enriquecedora como pocas.

Algunos portan los famosos (ya no tanto, realmente) diarios de viajes para tomar notas que nunca toman (tampoco lo hacen en libretas electrónicas); otros tantos toman fotos, eso sí: muchas fotos. Es tan compulsivo el asunto, que unos parecieran darle más prioridad a la imagen posterior que al mismo tiempo real. Otros empacan libros nunca leídos, películas nunca vistas, para por fin…Y el viaje les hace trampa: hay un poder y un carácter propio en éste, tan misterioso como irrefutable. Es como entrar, de golpe, a una pieza cinematográfica, siempre nueva, con un ritmo y hasta un tono (a veces dramático, a veces cómico, y hasta policíaco otras veces) inmanejables. Uno, como protagonista desvalido, se tiene que rendir ante el mando del viaje mismo. Por eso, una vez en medio de él, entre menos ajetreo propiciemos mejor. No en el sentido de andar, por ahí y por allá, en cafés o esquinas o plazas, o en bibliotecas o estadios, o caminar por calles, visitar bares, probar comidas, apreciar paisajes, disfrutar parques, incluso vagabundear un poco, sino en el sentido de dejarse llevar por el tiempo de cada lugar, o por la gracia de cada anfitrión, o por el candor de cualquier mañana. Es seguir, juicioso y humilde, casi un contrasentido: viajar para estarse quieto.

Observar. Apreciar el tiempo como no se hace en los días comunes; saberse dueño de momentos únicos, y callar lo que más se pueda cuando el sonido de las palabras no sea necesario para mejorar el rato. Escuchar a conocidos y extraños, en el súper mercado o la tienda, en kioscos de revistas y periódicos, en las librerías o el hipódromo, o en filas de lo que sea. Oír lo ajeno para descifrar lo propio; equiparar anhelos, dimensionar virtudes. Saber un poco de los otros puede acercarnos más a cada uno, y eso no es tan fácil como suena.

Tampoco hay que tener miedo de perderse, en sentido figurado y literal (precauciones lógicas de seguridad, claro), y darle crédito a la sentencia popular: para conocer (se) hay que perderse. En esto, en perder, en soltar lo que se tiene tan agarrado en la vida corriente, puede haber un buen comienzo.

 

Giancarlo Calderón

Texto publicado en la Revista de literatura Terredades. Número 1.

Sobre el autor

Giancarlo Calderón Morón

Giancarlo Calderón Morón

Perro en misa

Comunicador Social de la Pontificia Universidad Javeriana, de Bogotá (2003). Ha sido colaborador en temas relacionados con cultura y entretenimiento: pintura, música, cine y televisión, entre otros, del periódico El Espectador (2012-2021). Director de trabajos audiovisuales de corte institucional (Convenio Secretaría de Salud de Bogotá - Fondo de Población de las Naciones Unidas -UNFPA- 2007-2011). Guionista y director de la serie documental “II Laboratorio de Paz” (Acción Social - Unión Europea 2008). Realizador y asistente de dirección del programa del Ministerio de Cultura “La Cultura Viva” (Virtual T.V. - Señal Colombia 2005-2006).

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