Opinión
Hablar de cultura, tradición y oralidad es como hablar en mandarín

Cuando hablar de cultura provoca más desconcierto que entusiasmo, no es la tradición la que está en crisis… sino nuestra capacidad de escucharla.
En la mayoría de los pueblos del Caribe Colombiano, hablar de cultura en estos tiempos, se ha vuelto complicado y desalentador. Vengo desde hace un tiempo haciendo un ejercicio de publicación de artículos en revistas y periódicos regionales y videos en redes sociales sobre la cultura de mi pueblo. Lo hago con la sana intención de interesar a los jóvenes sobre esta temática, con la pretensión, tal vez altruista, de contagiarlos del amor por lo vernáculo, tratando de sensibilizarlos sobre el sentido de identidad y pertenencia y el amor por lo propio, por la herencia que nos legaron nuestros mayores y que nos identifica como pueblo.
Cuando menciono nuestras tradiciones, los cantos ancestrales, la tambora, las leyendas que habitan en la memoria colectiva, siento la impresión que estoy hablando en una lengua extraña, una mezcla improbable entre el argot tamalamequero y el mandarín. Las palabras salen apasionadas, pero misteriosamente flotan en el aire, como globos densos, estáticos que no causan emoción, ni siquiera cuando les imprimo la poética como sonoridad y gancho para convencer al lector o al oyente, pareciera que nadie las entiende, nadie se detiene a descifrarlas.
Mientras tanto, nuestro acervo cultural se diluye en la cotidianidad, entre charlas anodinas. Las celebraciones tradicionales se han convertido en eventos, fechas en el calendario escolar; las historias de nuestros abuelos se escuchan apenas en conversaciones familiares; y la música autóctona, que otrora fue la alegría de la comunidad, ahora suena lejana, extraña como la banda sonora de algún documental lejano. Hablar de cultura aquí se ha convertido en un acto extraño, como vender refrigeradores a los esquimales: nadie los necesita… o al menos, eso creen.
La reacción de los oyentes o lectores, jóvenes o adultos, al hablarles de la cultura vernácula es predecible. al mencionarles la importancia de conservar, de apropiarse de la identidad del territorio, asumen la posición del desconcierto de quien escucha un idioma desconocido, que no entiende. Los celulares, se han vuelto más interesantes que el relato ancestral y el foco de atención se centra en manifestaciones culturales de otras latitudes, modas, ritmos musicales, etc.
Lo paradójico es que esta misma cultura “incomprendida” se desempolva con orgullo cuando llega alguna delegación de afuera, un mandatario nacional o departamental o cuando un acto político necesita el decorado o fondo típico, para la foto del político o el mandatario para publicarlas en las redes y darse el porte de mecenas cultural del pueblo. Entonces, sí: se lucen los trajes típicos, los instrumentos ancestrales y bailes y cantos de nuestros mayores, se improvisan sonrisas y se ensaya a la carrera lo que debería estar vivo cada día.
Le preguntaba al profesor Edgar Peñaloza, el por qué había abandonado el impulso al teatro y la cultura, que hace un tiempo hacía con los jóvenes de su barrio y su colegio. Con algo de tristeza me dijo: Me aburrí, me cansé, me llené de desencanto al no obtener una respuesta aceptable de parte del pueblo ni de las autoridades. Y sonriendo me dijo: te escuché en un video, donde dijiste que, ante el desinterés por la cultura por parte del pueblo, te hacía creer a veces que hablabas en mandarín.
Eso me hizo recordar una anécdota mía de hace algún tiempo. Encontré —me dijo— en Internet un artículo que hablaba del Esperanto como idioma universal. El tema me llamó la atención, lo averigüé y en una página encontré que vendían el curso para aprender dicho idioma.
Decidí comprarlo y muy disciplinadamente me di a la tarea de aprenderlo, pero un día mientras repasaba una de las lecciones me hice esta pregunta ¿En este pueblo quién más habla esta vaina? Y ante la respuesta, decidí de no seguir aprendiendo el esperanto. Igual me sucedió con el trabajo cultural, por eso lo abandoné.
Yo sigo ahí, tercamente, hablando en mi dialecto cultural, lanzando palabras como semillas sobre un terreno árido, confiando en que algún brote. Tal vez un día, alguien —con genuina curiosidad— pregunte: “¿Y qué es eso que estás diciendo?”. Ese día, quizá, nuestra cultura vuelva a ser lengua materna y no idioma extranjero en nuestra propia tierra.
Diógenes Armando Pino Ávila
Sobre el autor

Diógenes Armando Pino Ávila
Caletreando
Diógenes Armando Pino Ávila (San Miguel de las Palmas de Tamalameque, Colombia. 1953). Lic. Comercio y contaduría U. Mariana de Pasto convenio con Universidad San Buenaventura de Medellín. Especialista en Administración del Sistema escolar Universidad de Santander orgullosamente egresado de la Normal Piloto de Bolívar de Cartagena. Publicaciones: La Tambora, Universo mágico (folclor), Agua de tinaja (cuentos), Tamalameque Historia y leyenda (Historia, oralidad y tradición).
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